Dilvish

03/11/2005 11:44:39



[i:21a28a2b24]Lo que vieron al desaparecer los efectos de la teletransportación no les gustó nada.
Sabían a donde iban y a lo que iban.

K'yorl y Kimmuriel se encontraron en una pequeña habitación exquisitamente confeccionada. Toda clase de tapices colgaban de la pares, con delicadas escrituras en bordados, semejantes a runas, y extravagantes dibujos, seguramente traídos de la superficie. A la diestra de donde se sentaba su comensal había un pequeño sofá, acomodado con grandes y esponjosos cojines. En la esquina contraria de la habitación, situada junto a la pared, había una pequeña mesa de ébano, que se sostenía por un pie central redondeado, el cual subía en espiral hasta la tabla de madera, Ésta a su vez, sostenía un gran candelero, que brillaba a causa de la tililante luz, bañando la habitación en un tono dorado.

Al ver aquella luz sus delicados ojos se irritaron y pasaron en un pestañeo del espectro de infrarrojo al de la luz normal. En tanto, clavaron sus miradas en su anfitrión, ambos con el gesto torcido a causa de su incomodidad.
El mercenario se hizo el sorprendido, el cual, haciendo un ademán con la mano despidió a media cuadrilla de drow, que apuntaban con sus ballestas repletas de dardos y virotes untados con todo tipo de ungüentos y potentes narcóticos a los recién llegados.
Razón de mas para arrancarle esa furiosa mirada a la matrona Kyorl.
El pintoresco drow se levanto de improviso de su asiento y con una reverencia muy exagerada se quitó su sombrero de ala ancha (con su pluma de diatryma púrpura), dejando al descubierto su reluciente y calva cabeza.
- Saludos, matrona K'yorl Odran, de la casa Oblodra, tercera de Menzoberranzan.- dijo el drow con tono dramático.
- Saludos, Jarlaxle de Bregan D'aerthe.- repuso fríamente la matrona, sin ningún atisbo de gracia.
- Veo que vienes bien acompañada.- comentó Jarlaxle echando un rápido vistazo a su hijo.
Kimmuriel lo miró fijamente a los ojos, escrutándolo he intentando leerle el pensamiento para comprobar si lo que decía era en tono de respeto o de burla. Dirigió su tercer ojo mental hacia el cerebro del mercenario, pero por alguna extraña razón no pudo.

Las comisuras de los labios de Jarlaxle se curvaron levemente a modo de respuesta por esa intrusión mental fallida.
Kimmuriel volvió a mirarlo a los ojos.
Hoy el parche lo llevaba colocado en el ojo izquierdo. Ese parche. Quizá...
- Bien, veo que os habéis inclinado por mi oferta.- dijo cambiando el semblante de la cara en un tono mas serio.- Estaba seguro de que algo así no lo rechazaríais. Me alegro.- Concluyó el mercenario esbozando una sonrisa.
- No seas idiota, nadie dejaría escapar una oportunidad como esta.
Así es. Pocos drow se quedarían igual al saber que podrían adquirir esclavos duergar. En realidad, la raza que sirviera de esclavos a los elfos oscuros poco importaba. Pero ésta, la duergar, tenía el aliciente de que trabajaban el metal como nadie, por no mencionar que había cierta tolerancia entre los dos pueblos, ya que a menudo comerciaban entre sí. Esto podría dificultar las cosas en un futuro, por lo que había que tener cautela.
- Espero que esta bolsa repleta de gemas y piedras preciosas valgan por lo menos a 5 de tus esclavos.- dijo Odran lanzando la bolsa al mercenario que la atrapó e el vuelo sin ningún problema.
- ¡Claro!- contestó un sonriente Jarlaxle. Le incomodaba mucho tratar con K'yorl Odran y, en general con todos los Oblodra. Había algo antinatural en ellos, algo que no le inspiraba nada de confianza, se pudiera decir que los drow tienen confianza unos en otros. Se le escapaba el control de las manos. Son tan impredecibles.
K'yorl era una de las más salvajes matronas que conocía, por no decir la que más, aunque Jarlaxle la miraba ahora con otros ojos.
Debajo de la larga túnica que llevaba, se le ceñía un traje bastante ajustado a su cuerpo, que realzaba su figura con unas sinuosas curvas y unos voluptuosos pechos, pues ciertamente era innegablemente bella.
Este pensamiento le turbó y lo cogió desprevenido a la pregunta que le hizo
- Tráeme al los esclavos duergar.- dijo de hito en hito.- ¡Ahora!- explotó hecha una furia.
Jarlaxle la miró con una expresión bobalicona, pero pronto recobró la compostura.
- Esto... veras, matrona K'yorl- empezó tartamudeando el drow- el único inconveniente es que los esclavos se encuentran a bastante distancia de aquí, más concretamente a unos mil kilómetros al suroeste de la ciudad.
La matrona Oblodra era conocida no precisamente por su paciencia y buen carácter, sino más bien todo lo contrario.
Entre tanto, Kimmuriel se sentía extrañamente sereno, como si esto fuera un paso más hacia su madurez.
Ya era hora de mostrarles a todos cuales eran sus cualidades, pues de algo le habrán tenido que servir los mas de treinta años que pasó en la Academia de magos de la ciudad, Sorcere.
Igual de rápido que entro en esas cavilaciones salió de ellas a causa de un estruendo en la sala.
- ¡Waela!- chilló Odran -¡¿con quien crees que estas tratando, insignificante jaluk?!- Dijo esto último escupiendo, como si le molestara pronunciar esa palabra, la cual significaba “varón”.
“Con una elfa muerta”, penso Jarlaxle

Pocas veces estuvo el mercenario tan lleno de temor como ahora. Con un sutil movimiento, metió la mano bajo los ondeantes y brillantes pliegues de su capa, el cual se rumoreaba que era mágica, y cogió una pequeña daga plateada, a la espera de que la madre matrona se lanzase al ataque.
Extrañamente, percibió que esa no era la reacción de su hijo.
Realmente, Jarlaxle no debería de estar asustado, pues se hallaba en el cuartel general de Bregan D’aerthe, rodeados de sus lugartenientes y leales soldados, y más concretamente, sentado en el escritorio de su habitación, con más de una docena de mortales trampas listas para ser activadas, y a sus mejores ballesteros apostados en sitios estratégicos y secretos.
El mercenario tomó de nuevo las riendas, pero no bajó la guardia.
Con un impulso, K’yorl se levantó de la silla y fue a lanzarse contra el drow, dispuesta a medir su férrea voluntad con la de éste,
Jarlaxle ya empezaba a sacar la mano de la capa para lanzarle la daga y a accionar una terrible trampa situada en ambos asientos de sus huéspedes.
- ¡Basta!- gritó Kimmuriel levantándose del asiento al tiempo que mandaba una secuencia mental que conmocionó a todos los presentes en la sala. A su vez, cayó pesadamente al asiento y con aire fatigado.

La singular pareja se quedó plantada una delante de la otra, y giraron sobre sus talones para ver al menor de los Oblodra, con cara de atónitos y muy aturdidos.
-¿Cómo es posible...?- musito K’yorl, mientras se preguntaba como había conseguido su hijo menor detenerla a ella, una poderosa matrona y sacerdotisa.
No menos sorprendido estaba Jarlaxle, que también se preguntaba como ese elfo oscuro, débil en apariencias, pudiera haber traspasado su parche mágico como si fuera papel.
- Matrona K’yorl, quisiera pedirte, en competencia de mi título y rango, que me permitieras ir a recoger a los esclavos donde quieran que estén- Esta era la oportunidad que estaba esperando para demostrarles a todos cuales era sus cualidades, y ganarse justamente el puesto que le corresponde.
Jarlaxle lo miro con curiosidad, preguntándose cuál sería realmente el potencial de este particular psionicista. Quizá esto aun se podía salvar.
-¿Que?- exclamó más furiosa que sorprendida Odran. La verdad es que no estaba para juegos.
–¡Te arrancaré todos los miembros uno a uno y los pondré en un lugar visible por todos, necio!- chilló la elfa.
- No es ninguna necedad, matrona, tan solo quiero recuperar la mercancía que nos pertenece, porque para ello la hemos pagado.- contestó Kimmuriel tranquilamente y con una extraña cara dibujada en el rostro.

K’yorl miró al mercenario, el cual respondió enarcando una ceja a modo de duda, o curiosidad tal vez.
Ésta empezó a calmarse.
-Como quieras, pero te lo advierto- dijo amenazadoramente- no toleraré ningún fallo.- concluyó Odran. Dicho esto, miró de nuevo a Jarlaxle, apartó la cabeza, y con un simple pensamiento abrió una puerta dimensional y desapareció en ella.
Kimmuriel suspiró prolongadamente, aliviado al fin, y después, miró al drow mercenario.
Éste sonrió de oreja a oreja y dijo:
- Estupendo, tenemos muchas cosas de las que hablar. [/i:21a28a2b24]

//Este es un relato cojonudo para, si hay alguien que todavia no sepa como interpretar un elfo oscuro, conocer algo mas de la personalidad y de la cultura de la sociedad drow.

Los que ya lo conoceis, disfrutad de él. No se quien es el autor, lo saque de una pagina de rol, d20. Si en algun momento el autor, de seudónimo "Kimmuriel Oblodra", lee esto darle las gracias por su trabajo.

1saludo

PD.- va a ser largo, que son 15 capítulos y un epílogo...

PD2.- por favor, no hagais comentarios hasta que cuelgue el epilogo, que creo queda mejor de esa forma.

Dilvish

03/11/2005 11:59:47



[i:2758a6b4c3]Kimmuriel yacía recostado en la mullida cama de su habitación, meditando a cerca de lo sucedido, y de lo indudablemente que tendría que suceder.
Ciertamente, la conversación que tuvo con el pragmático Jarlaxle le gustó.
Básicamente, entre tanto urdimiento de plan, le había entre dejado ver que la captura de esos enanos grises había sido mera casualidad, y en su justa medida, sacaría buen provecho de ese inesperado botín.
Así que saldrían a la mañana siguiente, porque misteriosamente, el mercenario decidió acompañarlo en el singular viaje. Quizá quería supervisar la operación para que nada fallase, aunque con él nunca se sabe por donde podría venir el peligro, o en este caso las estocadas.
Kimmuriel estaba intrigado, ya que no sabía que se proponía Jarlaxle, así que tendría que estar con los ojos bien abiertos.

Se levantó de la cama, y se dirigió al escritorio enfrente de ésta. Tenía la mesa revuelta de papeles, pergaminos enrollados y a medio escribir, diseminados aquí y allá, así como varios frasquitos abombados y con varias estrangulaciones a modo de anillas en los cuellos de las diminutas botellas. Palidecían con una mortecina luz violeta.
Buscó en uno de los cajones de la gran mesa, que era de talla fina pero extraordinariamente resistente, y de un color marrón barniz con reflejos claros. Entonces encontró lo que buscaba.
Abrió el tercer cajón empezando por arriba y sacó su túnica y su capa. Eran las que habían adquirido el día de su licenciatura.
Se quitó la camiseta blanca de seda que tenía, con unos remaches en los cuellos y unas puñetas extensamente dobladas, dejando el torso al descubierto. Pues, aunque era algo delgado, el esbelto elfo tenía un cuerpo fibroso.
Se miró en uno de los muchos espejos que tenía colocados por la habitación, viéndose y recordando que no hace mucho había sido un chiquillo y estaba desarrollándose con bastante rapidez.
Cogió la túnica, la estiró y se la puso. Ésta estaba compuesta por dos colores básicamente.
La parte de atrás caía como un pliegue, separados por rayas verticales moradas y naranjas, perfectamente unidas pero sin llegar a mezclarse.
El resto del traje era morado, exceptuando las mangas, que se extendían hasta más allá del codo a modo de unas fulgurantes llamaradas anaranjadas, y el pecho, que tenía una araña plegada justamente en el centro, de un color mas negro que su propia piel, y los rebordes de la túnica, que daban una vuelta hasta subir por la costura exterior del traje.
A lo largo de las franjas dorsales habían grabadas una serie de runas, casi imperceptibles, que le protegían levemente de ataques mágicos así como de ataques elementales, como el fuego, la tierra, el agua o la electricidad, y de alguna otra clase de magia que desconocía.
Ahora giró y fue al armario, colocado a la izquierda de la cama, y rebuscó en los bolsillos de varias túnicas y trajes de distintos tipos allí colgados hasta que sacó un par de brazales.
Eran bastantes simples, típicamente redondeados y de un azul muy difuminado. La tela con la que estaban curtidos se encontraba desgastada pero suave al tacto.
Ciñó ambos brazales, de unos diez centímetros de longitud, a sendas muñecas que quedaron perfectamente adheridas.
Estos brazales fueron un inesperado y sorprendente regalo de su propia madre, K’yorl, la cual le contó que estaban imbuida por un tipo de poderosa magia degenerativa y corrupta, aunque no fuese esta la impresión que daban los brazales.
Se agachó al lado del armario para abrir un gran arcón, del cual sacó una vaina de cuero perfectamente bordada y rematada en finos hilos de oro e incrustada entre agujero y agujero de la correa por pequeñas piedras preciosas, verdes y orladas de azul.
En el interior de la vaina había una excelente espada de adamantita, larga y fina, de manufactura drow.
Era curioso observar a un mago con una espada, pero este psiónico, durante su corta estancia en la escuela de espadachines, Melee-Magthere, resaltó por tener muy buenos dotes para con la espada, instrumento con el que se desenvolvió con soltura.
Siempre es bueno tener armas auxiliares cuando uno va de “paseo” por la Infraoscuridad.

Con estos preparativos y estos pensamientos, se acomodó nuevamente en su confortable cama, dispuesto a descansar.
Pensó en si había sido buena idea pedir esta peculiar misión.
Pensó en su inesperada reacción al ver ese fatídico encuentro, que casi acaba en tragedia, preguntándose hasta donde sería capaz de llegar.
Pensó en el mercenario, en como había sido postura en cuanto al encuentro.
Pensó en su madre, en como lo castigaría si fallaba o flaqueaba en esta pequeña, en apariencias, empresa.
Pensó..., y pensando entró en un intranquilo y turbador ensueño, aunque gracias a la suavidad de la cama se hizo mas llevadero.

- Ost’jil, ¿crees que saldrá bien?- preguntó escéptico el mercenario.
- Por supuesto, señor- respondió a su vez uno de sus lugartenientes – llevamos meses preparando esta operación, y, aunque arriesgada, será fructífera- el tono de voz del elfo oscuro no daba lugar a fracasos o dudas, sino todo lo contrario. Esperanzas. Esperanzas porque si esta operación salía bien Bregan D’aerthe saldría ganando, y mucho. Aunque eso tendría que venir luego.
Jarlaxle se relajó y sonrió. Estaba cómodamente sentado en su silla, con los pies entrecruzados y apoyando los talones los talones en lo alto del escritorio. Tenía ambas manos entrelazadas y apoyadas en la cabeza. Bajó una pierna y la introdujo por debajo del escritorio, pulsando algún interruptor secreto.
Giró la cabeza hacia la pared izquierda, y como por arte de magia, una nueva y oscura puerta, perfectamente cuadrada en los cimientos de la pared, apareció en la habitación.
-¡Acércate, soldado!- dijo el mercenario.
Éste apareció envuelto en oscuras y borrosas brumas, dando un paso, salió del escondite, dirigiéndose hacia Jarlaxle.
“Lil el vel’xunyrr”, o el espía, vestía una ligera cota de malla, unos pantalones y botas de cuero oscuros, una larga y magnífica espada ceñida al costado y una larga y negra piwafwi que casi le llegaba al suelo. Quizá era esta la causante de la perpetua borrosidad en la que el drow se hallaba.
-Señor- respondió éste.
- Bien Xhas’azeb, espero que te encargues de todos los preparativos para nuestro viaje. No escatimes en nada- dijo al fin. El espía asentó con la cabeza, dándose la vuelta, y regresando por donde había venido.
-¡Ah!- dijo de nuevo Jarlaxle en un tono despreocupado -¡Y se previsivo!- Asintiendo una vez más con la cabeza, desapareció por la puerta abierta en la pared, y ésta, en un fugaz destello, quedó tan sólida como antes.
Ost’jil miró seriamente a Jarlaxle. Éste se volvió mirándole a los ojos y se levantó del asiento.
-¡Bah!- replicó desdeñosamente - no pongas esa cara, aunque sea peligroso (como cualquier drow), está bien pagado y además es el mejor en su trabajo.
- Si, pero...- respondió dubitativo.
-¿Pero?
- Pero todo el mundo sabe que es capaz de vender la información al mejor postor, aunque ya la tenga cobrada- dijo al fin su lugarteniente.
El mercenario se llevó la mano a la barbilla, acariciándose pensativamente.
- Tal vez sea cierto lo que dices, no lo niego, pero él sabe sobradamente que no sacaría nada provechoso traicionándome, no cuando sabe lo que él también se juega- convino calmadamente Jarlaxle, tranquilizando así a Ost’jil, y asegurándose él mismo de su buen juicio.
Pues era de dominio público que el extraño e imprevisible drow solía “apuñalar” a sus asociados en los turbios negocios. Xhas’azeb era un personaje misterioso, poco se sabía de este drow. Quien es o si tiene casa es un misterio. Tan solo se sabe que es un nexo para las familias de Menzoberranzan, pues era por él por lo que se producía muchas de las caídas de casas enfrentadas. Era él quien encendía la chispa del polvorín que había en dos casas a punto de explotar. Era él quien susurraba al oído de las madres matronas lo desdichadas e infortunadas que eran las otras casas, iniciando así el ataque y la destrucción por parte de una o ambas casas.
Esto era algo que incomodaba a Jarlaxle. Pero sabía que le ofrecía algo valiosísimo, pues el astuto mercenario le daba a cambio de sus servicios nada más y nada menos que su propia vida.

La vidriera y el cristal reventaron en un estruendoso sonido, saltando miles de pequeños y afilados fragmentos por toda la habitación. Con un ronco gruñido, agarró un vaso que había en la mesita de noche, y, gritando, lo lanzó contra el espejo que tenía delante, causando idénticos resultados que los anteriores.
Seguía chillando y destrozando, mientras que el elfo oscuro que se hallaba en la puerta, miraba con una máscara de miedo a su “jabbress”, la señora de la casa.
- K’yorl, ¿te encuentras bien?- preguntó muy asustado y a media voz el drow. Ésta se calmó de repente y se dirigió hacia el actual patrono de la casa.
-“Ilharn” ¿dices que si estoy bien?- preguntó ahora K’yorl. El drow asintió con la cabeza desesperadamente.
-¡Maldita sea la incompetencia de los varones! ¿¡Mi hijo menor me desafía abiertamente y me paraliza con una simple secuencia mental, y tú tienes la osadía de preguntarme si estoy bien!?- gritó colérica K’yorl Odran Oblodra al pobre drow. A éste se le descompuso la cara y se tornó blanca.
“Hoy no será un buen día” se dijo.
Con una mirada elevó al desdichado drow hasta el techo, precipitándolo estrepitosamente contra el suelo en un golpe sordo.
Esa misma mano mental lo levantó del suelo poniéndolo de pie y agarrándolo para evitar que se estrellase contra el suelo nuevamente a causa de la conmoción del golpe. Alzó una mano al frente y con un simple gesto, las puertas de la habitación se abrieron de par en par.
-¡Sal de mi vista!- rugió Odran, al tiempo que lanzaba al ya maltrecho drow con la misma mano imaginaria que lo sostenía, cerrando sus puertas después.
La elfa se dejó caer en su cama exhalando un gemido, frustrada y muy irritada. Tenía que descargar con alguien, y con quien mejor que con un varón.
No podía quitarse de la cabeza como su hijo menor la había paralizado y la había desafiado. Ciertamente se convertiría en un peligro si no le recordaba cual era su lugar, pues Kimmuriel era un varón. En cuanto a Jarlaxle, bueno, eso era caso aparte.
Vigilaría muy de cerca de su hijo menor, y, si realmente se convertía en una amenaza, cosa que en realidad dudaba, no tendría otra opción que eliminarlo.[/i:2758a6b4c3]

Dilvish

03/11/2005 12:05:13



[i:93a963d856]Volvieron la vista atrás, hacia la vasta caverna que era Menzoberranzan, viendo las grandes casa, sus exánimes cúpulas que ascendían por todo lo alto, los coloridos fuegos fatuos que daban luz y vida a la oscura ciudad. Su hogar. “Hogar”. Extraña palabra para un drow. Siempre tiene que estar guardándose la espalda de sus enemigos y “amigos” en su entorno familiar. Que ironía. Uno tiene que evitar cualquier sentimiento ostensible de debilidad, una debilidad tanto física como moral, como por ejemplo amar o confiar en otro elfo oscuro. Alto es el precio que pagan estos etéreos drow; una muerte segura.
El extraño grupo echo a andar por los sinuosos túneles de la salida sur de la gran caverna. Extraño en cuanto a los componentes.
Un mercenario, un espía, un psiónico y trece avezados guerreros.

Avanzaron varios kilómetros hasta que se toparon con una patrulla de drow. Ésta estaba compuesta por seis guerreros de la Academia Melee-Magthere, un mago de Sorcere y una sacerdotisa de Lot de Arach-Tinilith, la cual ostentaba el mando de la cuadrilla.
-¡Vaya! ¿Aventureros o espías?- dijo la mujer sorprendida de ver al inusual grupo, pues, de un primer vistazo no vio el emblema de ninguna de las casas de Menzoberranzan. Quizá fuesen de Rilauven, y habían venido a sacar tajo de algún negocio con alguna casa de la ciudad, pues a menudo “pactan” con casas de otras ciudades para aplastar a sus casas rivales. Un buen mecanismo de supervivencia.
Era una posibilidad, pero...
-¡Ah!..., Oblodra- dijo al fin la sacerdotisa. Mencionó a la casa de Kimmuriel con un tono de respeto y miedo la vez. Él siquiera pestañeó, aunque con cierto regocijo en su interior al ver que al menos la fama de su casa le proporcionaba algo de dignidad y orgullo al joven drow.
- Bueno, ¿qué os trae por aquí?- dijo bruscamente la elfa- ésta es una zona reservada solo para las patrullas. No podéis estar aquí.
- Yo voy donde quiero, a mi nadie me da órdenes, mujer- saltó de repente Xhas’azeb.
A la sacerdotisa se le abrieron los ojos como platos al escucharlo.
-¡Mísero varón! ¿Cómo te atreves a dirigirme la palabra así?- dijo gruñendo amenazadoramente, cerrando los puños hasta que los nudillos quedaron casi blancos del esfuerzo. Un torrente de rabia y maldad brotó por todo su ser, deseando imponer un castigo doloroso al osado drow. Disfrutaría mucho al verlo retorcerse y suplicar la muerte mientras se prolonga la sesión de tortura.
Con un fútil movimiento, la sacerdotisa dio la orden de ataque a su patrulla, en la que los elfos oscuros reaccionaron de inmediato, pues llevaban ya varios meses por el perímetro y habían entrado poco en acción, por lo que los soldados y el mago tomaron rápidamente posiciones.
A su vez, Xhas’azeb, Ost’jil, Kimmuriel y los doce soldados hicieron lo propio. El enfrentamiento parecía inminente e inevitable.
Todos se movieron a la velocidad del rayo. Todos excepto Jarlaxle.
Sería el mercenario quien sacara las castañas del fuego. Conocía otros medios más sutiles que la violencia para salir de una situación embarazosa, así que esta vez pondría a buen seguro su lindo pellejo.
- Esto...honorable mujer- dijo Jarlaxle a la elfa, ésta apartó la mirada de su grupo para posarla en él - pido humildemente disculpas por este pequeño malentendido - avanzó hacia ella con actitud arrepentida. La sacerdotisa dio un paso atrás, desconfiada- me llamo Jarlaxle- todos los drow congregados allí lo miraron con verdadera sorpresa - y si pudiera hacerle algún favor - pasó a la vera de ella cogiéndola por la mano y depositándole en ella un objeto – más - la drow volvió a mirarlo escéptica, y al levantar la mano su rostro se le iluminó. Vio en ella una piedra preciosa, como un puño de grande; entonces, la tensión que había en la caverna pareció disiparse y borrarse por su propia importancia- no tienes más que pedirlo- concluyó el mercenario.
La elfa emitió un gruñido. Todos los drow se quedaron pasmados ante lo ocurrido, por como había dominado Jarlaxle a la encolerizada mujer.
-¡No importa!... Mm., podéis seguir con lo vuestro, ¡pero marchaos ahora mismo de aquí antes de que os convierta a todos en Drañas!- terminó diciendo entre gruñido y sorpresa, mientras se guardaba disimuladamente en su túnica la joya recién adquirida.
-Por supuesto - el mercenario no pudo reprimir una leve risita, la cual no la advirtió la mujer. Jarlaxle rió para sus adentros y manifestó aquel regocijo con una divertida sonrisa en su rostro.
Que fabuloso era tratar con drow, pensó. Todos los problemas, o casi, se solucionaban con alguna golosina que aceptaban gustosamente y sin rechistar.
Y no era para menos, ya que apaciguó a la furiosa sacerdotisa con una parte del pago dado por K’yorl. En realidad, el precio pagado por salir de esa difícil situación le dolió en lo más profundo al mercenario.
Un diamante. La piedra más cara y valiosa que tenía en la bolsa les salvó a él y a los suyos de una matanza segura.
Dejaron atrás ese sector y comenzaron a andar, pues les quedaba un largo y duro viaje. Este comienzo no auguraba nada bueno.
Xhas’azeb iba en cabeza, dándole patadas a las piedrecitas que se ponían en su camino. Jarlaxle lo alcanzó, y comenzaron una acalorada discusión.
-¡Maldito estúpido, debería cortarte la lengua yo mismo!, tu arrogancia casi nos mete en problemas. Cuida tus palabras la próxima vez, o si no ya no tendrás de que preocuparte más.- las severas palabras y la dura actitud del mercenario, no contribuía a reproches de ningún tipo, dándole un pose altivo e importante.

Ost’jil, Kimmuriel y el resto del grupo iban en la retaguardia. Estos dos se intercambiaron una seria mirada, mientras que los demás soldados iban caminando en silencio sin mediar palabra.
El espía le echó una hosca mirada a Jarlaxle, farfullando algo ininteligible, seguramente a causa de este medio consejo medio amenaza. El mercenario asintió para sus adentros, gustoso del efecto causado en él.
- Ese patético grupo serviría mejor muerto a los carroñeros- empezó de nuevo a discutir Xhas’azeb, seguía con el ceño fruncido, aunque su ánimo ya empezaba a enfriarse. Dijo esto en tono grandilocuente. A continuación escuchó la respuesta a su comentario, que no le gustó mucho.
-¡Ya! Sobre todo si la carnicería hubiese empezado con cierto drow pesado...- la actitud jocosa y pomposa del mercenario le hizo cierta gracia, más bien morbo, pero borró esa idea enseguida de la cabeza.
Xhas’azeb volvió a mirar a Jarlaxle con una mirada glacial, el cual sonrió al espía por el desafío lanzado, zanjando así el asunto.
- Bien, bien. Nos queda una larga caminata, así que será mejor evitar incidentes desagradables- Jarlaxle suavizó más las cosas- a partir de ahora avanzaremos en línea, ¡Vosotros!- dijo señalando a dos soldados- id a la cabeza y explorad las cuevas circundantes, pero no os alejéis mucho.
- ¡Mm!, está bien, pero... - el mercenario miró fijamente a Xhas’azeb, y éste, ya desalentado, desistió de la inútil discusión- creo que yo también iré a explorar la zona,- dicho esto, desapareció en su manto brumoso.

Jarlaxle abrió los brazos y se esperezó. Suspiró quedamente y se volvió hacia su lugarteniente. Le chasqueó varias veces la lengua y sacudió la cabeza.
- Este drow no durará mucho, pero en fin...
Ost’jil afirmó pesadamente con la cabeza. El elfo entendía que aquella no era, ni mucho menos, la mejor forma para obrar en la sociedad drow. Uno podía ser fuerte y confiar en sí mismo, sopesando todas sus cualidades y posibilidades, pero nunca tan atrevido y temerario como Xhas’azeb.
Ambos lo sabían, y el espía también, pero parecía no importarle lo más mínimo sus actos y excederse demasiado en ciertos privilegios que tenía. Como el de engatusar.
Kimmuriel ya sacaba sus propias conclusiones, y una leve preocupación le fue infundada al percibir los temores de Ost’jil. Ciertamente, ese Xhas’azeb era un peligro para todos, porque no sabían como podía actuar el imprevisible drow ante tan retorcidas situaciones. Solo el tiempo lo dirá, y esperó, por el bien de todos, que no fuese demasiado.
Al cabo de unos minutos regresaron los exploradores y el espía. Éste le informó a Jarlaxle.
- Terminando este largo túnel, hay varias desembocaduras. Se abre delante de nosotros un verdadero laberinto de pasillos.- Xhas’azeb esperó pacientemente a que el mercenario diese alguna orden.
De un pequeño bolsillo de su capa sacó un trozo de papel muy bien enrollado, con una cinta negra a su alrededor. La desató y desenrolló el pergamino.
Resultó ser un mapa, ¡un mapa de la Infraoscuridad! Ni el más informado drow de la ciudad sabría decir como llegó este raro, y casi seguro único ejemplar a manos del mercenario, pero ahí estaba, en uno de sus insalvables bolsillos.
- Por allí- señaló con la mano, bajando mucho el nivel de voz- nos hemos alejado ya bastante de Menzoberranzan, ahora formaremos en avanzadilla y nos comunicaremos por signos. Todos se miraron y ratificaron su propuesta, pues la prudencia dictaba ante todo.
En la Infraoscuridad no es aconsejable hablar, ni siquiera en sutiles susurros, ya que los monstruos y criaturas que la pueblan desarrollan los sentidos hasta unos niveles insospechados. Aquí, el oído y el olfato están por encima de cualquier medio receptivo de información, incluso más que la vista.
Y muchos de estos seres nativos se guían para cazar a sus presas mediante su fino y agudo oído.
El grupo seguía avanzando por el estrecho y largo túnel-
-“¡Vosotros cuatro!, iréis delante explorando las cuevas, cada hora volved e informadme, y os sustituirán otros cuatro”- el primer cuarteto, una vez captado el mensaje, desapreció sigilosamente.
Así, la compañía se puso nuevamente en camino, inaudible para muchos, excepto para los oídos maestros.
Marchaban en fila india. Cuatro soldados detrás, Kimmuriel, Jarlaxle, Ost’jil y Xhas’azeb en mitad e la comitiva, y los otros cuatro restantes delante.
A medida que avanzaban, el aire se hacía más espeso, denso y viciado. Una humedad relativa envolvía toda la Infraoscuridad, ya que aquí no se comparte las inclemencias del tiempo de la superficie, como el frío; este es un ambiente mas bien cálido, casi tropical.
El silencio se hacía muy opresivo, casi insoportable, llegando momentos en los que solo se alcanzaba a oír los propios latidos de los elfos, y de vez en cuando, alguna que otra gota de agua que caía de una grieta, incidiendo permanentemente sobre la roca hasta que llegaba a gastarla. El continuo goteo les ponía tensos, Observando minuciosamente el camino, con su helada visión infrarroja. A ellos tan solo le llegaba una visión azulada, violeta y negra, colores fríos, nada de amarillos o rojos que delate el calor corporal de una criatura de sangre caliente.
Aquel modo de visión era peligroso en cierto modo, pues un buen número de los representantes de las entrañas de Toril, como eran los reptiles, plagaban los túneles, y al ser de poiquilotermos eran preocupantemente difíciles de detectarlos.
Así que también se guiaban de su agudo oído, captando cada leve pisada, cada insignificante roce, procurando que no se llevaran sorpresas, que en este caso serían mortales.
Terminaron el largo túnel y llegaron a la bifurcación, en los que les esperaban la primera partida de exploradores.
-Jefe, mas adelante hay un punto en el que confluyen los dos pasajes, es igual el que escojamos, pero más adelante se abre un tremendo laberinto de túneles que se cruzan unos con otros, paredes falsas y caminos sin salidas. Es muy fácil desorientarse- le explicó uno de los soldados que hacían de exploradores.
-De acuerdo- todos se colocaron haciendo un semicírculo entre los dos drow.
Kimmuriel, que estaba más alejado que todos, no logró ver el mensaje, pero no le importó, ya que lo leyó claramente en la mente del soldado.
Aunque un poco cansados, los elfos oscuros decidieron seguir adelante, pasar el laberinto y buscar un emplazamiento para descansar.
Por el momento no habían tenido ningún percance grave, y esperaron que fuese así por más tiempo.[/i:93a963d856]

Dilvish

03/11/2005 12:06:43



[i:d3b228a607]Todo a su alrededor parecía un jolgorio. En medio de la diminuta cueva habían instalado un pequeño campamento. La verdad es que fue una auténtica suerte haberse encontrado este pequeño oasis en la inmensa Infraoscuridad.
De unos cuarenta y pocos metros de largo y unos veinticinco de altura, la cueva, de forma vagamente triangular ofrecía una bonita vista a cualquier fatigado viajero.
En la parte sudoeste, a modo de un remanso, había un pequeño lago subterráneo, que brotaba de las serenas y misteriosas profundidades, solo irrumpida por una grácil cascada que caía continuamente bajo su superficie. La pequeña charca era muy bucólica en cuanto a vida, pues estaba muy poblada de vida acuática. Grandes y saludables peces nadaban de aquí para allá, mordisqueando las rocas en busca de su sustento en forma de líquenes y hepáticas.
El sonido que producía el agua al caer en la charca era agradable al oído, rompiendo la capa freática en un espumoso borboteo.
Después, la mayor parte de la estancia estaba tapizada por un lecho de musgo, muy frondoso y vigorosamente arraigado al suelo. Sólo las pocas entradas a la cueva estaban libres de estos vegetales.
Éstas se repartían en distintos puntos. La primera se encontraba en la pared del oeste, casi tocando con el lago al sur. La segunda al norte, entre la unión de las dos paredes, muy cerca del campamento. Y la última en la pared sur, al este, casi tocando con su respectiva pared.
Así que las entradas o salidas, según su uso, estaban fuertemente vigiladas, estaban muy bien vigiladas, haciendo que nadie pudiese entrar o salir sin que los guardianes se dieran cuenta.
Una vez más se maldecía su estupidez por haberse dejado embaucar de esa manera.
Volvió a oír las melodiosas voces reír a la luz de la fogata en el centro del campamento.
Burreño hervía de cólera al escuchar su cháchara, y reírse de él y de los suyos. Como todos los enanos, los duergar salieron a buscar vetas de mineral. Y su interés crecía cuando estas vetas se convertían en un mineral argentino, pero mucho más valioso que la plata. Pues los duergar son una de las pocas razas capaces de trabajar el metal a la perfección, o rozándola, convirtiéndolos en terribles armas o magníficos adornos. Aquel día al encontrar la veta de mithril estaban que se subían por las paredes de la alegría.
Y como cualquier enano trabajador, infatigable donde los haya, los duergar se pusieron manos a la obra.
Tan absortos en su trabajo estaban que no se dieron cuenta de la negrura que cayó sobre ellos, viniendo en forma de dardos impregnados en somníferos.
No tuvieron tiempo de tomar sus armas, ni siquiera de levantar una pica o un martillo con la que trabajaban. Los gráciles y letales elfos entraron en escena tan implacables como siempre.
Como si fuesen pesados fardos, los cargaron hasta su actual emplazamiento, colocándolos a todos juntos. Uno de los drow se levantó del grupo y se dirigió hacia el capataz enano.
-¡Qué, duergar! ¿Te sientes cómodo ahí sentado?- dijo en un mal idioma enano, pero justo lo suficiente para que captase el tono guasón e impertinente del drow.
El duergar no pudo contenerse más, y Burreño estalló de cólera, y le hubiera arrancado la cabeza de un puñetazo a aquel apestoso elfo, si no estuviera amordazado y maniatado de pies y manos.
Le echó una terrible mirada al elfo, y éste, automáticamente se echó para atrás, pero rápidamente se recompuso y no se amilanó. El enano murmuró algo, que se perdió en el trapo que le tapaba la boca.
-¡Oh! Perdona, no me había dado cuenta – rió de nuevo al ver al lastimero duergar, se agachó y le quitó la mordaza bruscamente.
- Maldito flacucho orejudo, juro que te cortaré esas patéticas orejas y me las pondré como colgantes- gruñó ferozmente, y una vez terminado, le decoró su linda cara con escupitajo. Estos actos tan descarados no son convenientes hacerlos con los drow, pues las consecuencias son nefastas. Orgullosos como los de su raza, echo mano de la empuñadura para castigar al insolente.
“Un mejor destino que ser esclavo” pensó Burreño. Sus camaradas se agitaron nerviosamente al ver lo que iba a suceder.
Desenvainó su lúcida espada, y se dedicó a lanzar un tajo al duergar, cuando una mano salida de la nada lo agarró por la muñeca, evitando la mortal estocada.
- Recuerda que los quieren vivos, nada de matarlos- dijo el nuevo elfo, que salvó al enano de su cruel final.
- Pero... - replicó el anterior elfo, molesto de haberle quitado el placer de matar a la desdichada criatura.
- Esto no quiere decir que no te puedas divertir un poco – lo atajó finalmente. Dicho esto, dio media vuelta y se marchó. El comentario sonó locuaz a odios del duergar.
Los elfos oscuros son una de las pocas razas inteligentes que mejor conocen y se desenvuelven en el arte de la tortura, a excepción de los seres de los planos inferiores como los Tanar’ris o Baatezus.
Pasó la mano por el rostro, limpiándose el salivajo, y con una maliciosa mueca en la cara dirigida al duergar, lo agarró por las cuerdas de los pies y de lo llevó a rastras.
“Este enano pasará un mal rato”, pensó el elfo oscuro, mientras arrastraba al duergar al interior de una tienda de campaña.

Silfhaz se sentó de nuevo con el grupo, un total de dieciséis drow sentados alrededor de la lumbre, mientras que tomó una parte de la vaquilla que habían asado y la devoró con gran apetito.
-¿Qué ocurre?- preguntó un drow que había sentado a su derecha, al notar la anterior ausencia de éste.
- Nada, solo que uno de los pequeños a irritado bastante a Riven, y ya sabes, ese soldado es muy iracundo y enseguida se revela – contestó Silfhaz.
- Ya – respondió el otro.
- He tenido que intervenir para que no lo liquidase, las órdenes han sido muy explícitas- continuó diciendo Silfhaz.
- Haces bien – paró mientras masticaba un bocado del sabroso asado- no me gustaría tener que soportar la ira de Jarlaxle, cuando quiere puede ser terrible.
Silfhaz respondió moviendo la cabeza. Y en efecto, ya sabía que era enfrentarse al mercenario por una insubordinación. Tuvo la desgracia de sufrirlas en un par de ocasiones, y solo su innegable cualidad táctica en el combate había frenado a Jarlaxle de que acabara degollado. Tenía que evitar a cualquier costa una tercera y última falta, que seria la definitiva como lugarteniente de Bregan D’aerthe y como drow vivo.
Hace ya un par de semanas que se encontraban en aquella diminuta cueva, aunque bastante cómoda, y tan solo cinco días que interceptaron a la partida duergar que salió en su particular misión minera. Ni se imaginaba como Jarlaxle se había enterado de donde podrían encontrar a los enanos; ellos cumplieron las órdenes recibidas, actuando en el sitio indicado, y solo les costaron unos pocos virotes interceptar y neutralizar al escueto grupo de enanos grises.
Posteriormente acordó con él que después de dos semanas vendría el mercenario en persona a la cueva.
Y si así se lo había dicho su jefe, a si lo haría.
Al mando de diecinueve soldados y armados de mucha paciencia, se dispuso a aguantar la larga espera que le aguardaba, dos semanas aún, hasta que el mercenario viniera.

Pero mientras esperaban, ninguno de los dieciséis drow que se encontraban en torno a la fogata charlando animosamente, ni los tres drow que montaban guardia en las diseminadas entradas de la cueva, ni el drow que se encontraba en el interior de la tienda torturando al desdichado duergar, oyeron el leve rumor, como un gruñido sordo procedente de la pared de roca de toda la cueva de la red de túneles limítrofe con ésta.
Pero sí los duergar. Como raza enana, tenían un desarrollado sentido para captar y comunicarse con la tierra, como pocas razas, como los svirfneblis o los pek, y con un creciente temor que les caló en lo más hondo, apretujándose pavorosos unos con otros, sabiendo lo que significaba aquella imperceptible vibración y lo que se les venía encima. [/i:d3b228a607]

Dilvish

03/11/2005 12:09:01



[i:9567ac1b8f]Humeantes y espesos vapores se arremolinaban a ras del suelo, atravesados solo por unos delgados y elegantes pies que caminaban casi de puntillas. Uno tras otro pasaban sin hacer el menor sonido. Delante de ellos se abrían al menos tres kilómetros de tortuosos y enrevesados túneles.
Los experimentados exploradores, gracias a su sentido de la percepción, notaban los más mínimos cambios de aire y de presión cuando se tenía que elegir una u otra dirección.
Caminaban con resuello y determinación hacia... ¿hacia donde? Iban a ciegas, nadie sabía a donde se dirigían o que se encontrarían por el camino. Nadie no, casi nadie.
El extravagante Jarlaxle guiaba al grupo a través de estos interminables y cansinos túneles. Los guiaba, sin saberlo, hacia un destino inimaginable.
-Estoy cansado, Jarlaxle, llevamos horas caminando sin parar, y no es bueno acusar mucho la fatiga, sobre todo en este tipo de viajes -tenía razón, como casi en todo, Xhas'azeb la tenía. Aunque fuese muy crudo, este peculiar drow llamaba a las cosas por sus nombres y nunca tenía reparos en decirlo, cosa que no gustaba a la mayoría de sus congéneres. Por ello, el mercenario no se sorprendió que dijese algo así- además, seguro que el resto del grupo también está cansado -continuó el espía- aunque no comprendo porqué nadie dice nada -terminó diciendo en un bisbiseo casi para sus adentros.
-Cierto, amigo mío, pero este lugar no es bueno para acampar...
-¿Y qué no lo es en esta tierra tan yerma y estéril? -Kimmuriel interrumpió inopinadamente al mercenario. Increíble que el joven drow fuera tan osado, pero le gustaba su estilo. Jarlaxle carraspeó un poco para seguir.
- Como iba diciendo -miro al psiónico de reojo- estos túneles no son buenos para descansar, muy grandes para mi gusto, y además demasiado transitados. Pero como la mayoría a sí lo quiere, pues descansaremos.
En realidad se refería a “la mayoría” al espía y al psiónico, pues ni él, ni Ost'jil, ni sus soldados estaban desacostumbrados a largas caminatas. Pero decidió darles tregua a sus doloridas extremidades. Mandó a dos soldados a buscar un buen emplazamiento, cómodo y fácil de vigilar.
Giraron a la derecha en dos túneles y avanzaron unas pocas docenas de metros para encontrarse en un túnel sin salida, pero con varios pasadizos en la entrada, para poder evitar alguna posible emboscada o para huir si la situación lo requería.
Mientras los demás elfos comían y descansaban, tres drow hacían guardia y se turnaban cada dos horas.
Reposaron durante seis horas y reanudaron el viaje.
Salieron ya de la red laberíntica de corredores para encontrarse con un único e inmenso camino. Éste pasaba por debajo de un foso, a modo de puente. A ambos extremos de la gigantesca galería, una escarpada pared de rocas se alzaba imponente, haciendo infranqueable el camino por ningún lado, excepto en una dirección, hacia delante o atrás. Llegaron al principio del puente. Esta vez todo el grupo estaba reunido. Los dieciséis drow se pararon.
-Iremos todos juntos, andad con cautela por este puente -Jarlaxle confiaba en que ninguno de sus soldados y acompañantes hiciesen ninguna estupidez y continuaron su avance en fila india, la mejor posición para no llevarse sorpresas desagradables.
Llevaban ya caminado un buen trozo del puente. Éste se extendía en forma de arco de un lado a otro de la plataforma. Su situación sugería que su origen era natural, seguramente a causa de la filtración del agua y los correspondientes procesos geofísicos, tardando miles de años hasta darle el aspecto conseguido actualmente.
-¿Adónde nos dirigimos, Jarlaxle? Supongo que todas estas vueltas que estamos dando no son por placer -Kimmuriel movía las manos con todo lujo de detalles, dándoles expresión a cada uno de los signos que hacía.
-¿Ya no te acuerdas a lo que venimos, joven drow? A recoger tu mercancía -respondió igualmente bien el mercenario. Parecía que este drow no se contentaba con los hechos, quería más información.
A todo esto, el aburrido Xhas'azeb tiró una pequeña piedra por el precipicio para averiguar que longitud podía tener esa descomunal grieta. Esperó un momento, que pasó a ser varios minutos, y nada, no había ningún golpe a modo de respuesta, tan solo un constante descenso de la roca precipitándose al vacío. Esto lo intranquilizaba.
A kimmuriel no le gustó que le llamase “joven drow”.
-Pues si es solo para recoger a los duergars -el psiónico denotó pertinentemente los gestos adecuados a su enojo-, no sé por que no hemos podido ir... -a una orden, Kimmuriel finalizó su frase y todo el mundo se detuvo. Se volvió bastante irritado hacia el espía.
-¿¡Qué demonios haces!? -estaba realmente furioso- ¿Acaso no he dicho que no hicieseis ninguna tontería? -susurró el mercenario lo bastante fuerte para que todos lo escuchasen.
-Na... nada, sólo quería saber la profundidad de este maloliente agujero –la excusa sonó poco convincente, incluso a él. La mirada que le echó Jarlaxle fue como dos afiladas dagas, pero el hábil espía la sostuvo con idéntica dureza.
Todos los elfos oscuros se pusieron tensos al instante.

En el fondo del abismo se escuchó el roce de algo contra la piedra, como si estuviera dormido y cambiara de posición.

-Corred -susurró Jarlaxle, mientras todos escrutaban el negro fondo de la garganta, unos con infravisión y otros con visión normal, pero no vieron nada moverse. Movían la cabeza frenéticamente a todos lados, intentando captar algo. Un gutural y horrible chillido resonó por toda la cueva, sin ninguna referencia clara de cual era su punto de origen- ¡Ahora! –gritó el mercenario. Ninguno se lo pensó dos veces y pusieron rápidamente pies en polvorosa. El chillido cesó tan pronto como comenzó, dejando paso a un opresivo silencio.
Mientras toda la patrulla de elfos corría para salvar la vida de lo que fuese aquella cosa, un seco chasquido rompió el silencio. A continuación vino otro, y otro más, dando sucesivos chasquidos muy rápidos. Toda la gruta empezó a vibrar en un repiqueteo de algo fuerte y duro contra la piedra.
Los drow ya tenían desenvainadas y preparadas sus armas. Unos pocos esgrimían relucientes y afiladas espadas de doble filo, mientras que otros llevaban las ballestas con virotes prestos a disparar a lo primero que saliese al paso. Todos los drow corrían como alma que lleva el diablo, evitando mirar hacia atrás.
Los que iban a la cabeza del grupo fueron muy afortunados, mientras que a los que iban en retaguardia ningún dios conocido les sonrió.
El repiqueteo se detuvo. En su lugar un monstruoso y afilado chillido reverberó a sus espaldas, retumbando y estremeciendo los cimientos de la misma piedra.
No había vuelta atrás. Entre jadeos y resoplidos vislumbraron el final del puente a unos cien metros. Cien metros de espantosa carrera.
De las impenetrables profundidades surgió una enorme pinza de al menos tres metros de largo, fuertes como tenazas, borrando de un plumazo a los dos elfos que estaban en último lugar. Una segunda pinza voló por encima del camino cogiendo a otro desafortunado drow. Lo levantó por encima del puente, atenazándolo firmemente. El elfo gritaba de puro terror, pero sus compañeros poco podían hacer ya por él. Con un grave crujido reventó huesos, músculos y piel, reduciendo al drow a un amasijo sanguinolento de sangre.
Por fin apareció la titánica criatura. Tenía el cuerpo redondo y esférico. En la parte anterior le salían dos ramificaciones con dos apéndices en los extremos, a modo de ojos. A cada lado del cuerpo le brotaban dos pares de articulaciones muy largas, flexibles y terriblemente afiladas. Justo debajo de los ojos se apreciaba una ristra de dientes, en los que no se notaba ningún tipo de mandíbula y se abrían y cerraban sin parar. Las dos grandes pinzas las movía como si quisiera atrapar molestos mosquitos, que por supuesto eran los drow.
Nada más salir de su escondrijo el monstruo, sonó un sucesivo “clic”, lanzando los elfos que iban delante una andanada de virotes. La criatura no reaccionó de ningún modo, pues poco hicieron contra su armazón exoesquelético. Se limitaron a impactar contra el objetivo y a caer indefensamente al suelo.
Ya recuperados de la sorpresa se percataron de que era un pescador de la Infraoscuridad. Estos seres son grandes y grotescos, muy parecidos a los cangrejos, pero este era especialmente descomunal.
Normalmente habitan en lugares con agua o pozos subterráneos, de mucha humedad, pero nadie se explicaba que hacía ahí ese pescador. Éstos cazan en emboscadas, pero no se destacan por su velocidad, sino que escupen una sustancia densa y pegajosa, semejantes a los hilos de la tela de araña, y sus víctimas quedan atrapadas, inmóviles e indefensas.
La colosal criatura se movía muy deprisa en paralelo al puente, acosando a los elfos sin cuartel.
A escasos treinta metros del final del puente la situación se complicó, pues el camino hacía una estrangulación permitiendo el paso de un solo individuo a la vez.
El ahora último soldado llevaba entre las manos un poderoso tridente. Dándose media vuelta, se encaró con el monstruo. Movió el tridente hacia delante, rasgando con las afiladas púas una de las enormes pinzas, consiguiendo hacer mella en la pulposa carne de la criatura. Lanzó un doloroso chillido y embistió con la otra pinza de costado.
El guerrero, al igual que la mayoría del resto, no era precisamente un novato en la lucha.
Giró el tridente por la empuñadura a la izquierda y en sentido descendente, interceptando con el mango la pinza que venía por la derecha.
El tremendo impacto hizo volar al elfo varios metros, afortunadamente sin salirse del puente. Terminó tirado boca arriba, y vio como la pinza herida se disponía a aplastarlo, sobrevolando su cabeza. Se puso de rodillas y con un pié casi levantado.
Echó una fútil mirada hacia atrás y vio que sus compañeros ya tenían un buen trecho del camino recorrido. Su mirada se encontró con la de Xhas’azeb que le hizo un guiño malicioso y lo envolvió en un globo de oscuridad.
El soldado no perdió la oportunidad y dispuso el tridente con las púas hacia arriba, asiéndolo con mucha fuerza.
El monstruo solo vio una mancha oscura que rodeaba a su presa, pero lo que no vio fue el último movimiento del drow.
Con malévola rapidez se precipitó la pinza hacia el elfo, se escucho un fuerte crujido y la mole atravesó limpiamente el tridente hasta golpear el suelo. Con muchísimo reflejo, el drow saltó hacia atrás, salvándose de una muerte segura.
Esta vez el monstruo cangrejo soltó tal gruñido, que hizo caer a media compañía al suelo.
El pescador se alzó en todo su esplendor. Apoyando sendas pinzas en cada lado de la gran caverna, una de estas con el tridente aún clavado, aparecieron cuatro largas y afiladas patas.
El soldado estaba de nuevo de espaldas en el suelo y boca arriba. El pescador lanzó una pata sobre él, éste giró sobre su costado, evitando así el primer ataque.
Ya empezaba a girarse al lado contrario cuando una segunda pata lo atravesó de lado a lado. Lo perforó de hombro a hombro, perforándole los pulmones y el corazón en el acto. Estaba acabado.
El valeroso guerrero dio su vida por salvar al resto. Esto y otras cosas eran lo que diferenciaban a Bregan D’aerthe del resto de las casa de la ciudad como organización. Su sentido de la lealtad. Los chicos de Jarlaxle sí que hacen una verdadera familia, unidos como hermanos y dirigidos por un patriarca que era el mercenario. Su sacrificio les permitió alcanzar los últimos metros y escapar de aquella cosa.
El pescador adivinó sus intenciones, y abriendo la boca, mediante un conducto que tenía en el paladar superior, lanzó un potente chorro de una sustancia viscosa ¡Que se desplegó encima de ellos como una vasta red!
De ahí venía su nombre, el pescador de la Infraoscuridad.
La red los atraparía a todos sin remedio. Jarlaxle arrojaba daga tras daga sin parar, pero solo conseguía rasgar un poco la tupida sustancia. Todos estaban paralizados y aterrorizados.
Kimmuriel, haciendo gran acopio de una concentración mental miró a la red, cerró los ojos, alzó los brazos hacia ella con las palmas extendidas e hizo un giro semicircular con las muñecas.
El pescador ya se les echaba encima.
De repente la red quedó suspendida en el aire, como si estuviera congelada, y poco a poco comenzó a encoger y a regresar a su estado anterior, hecha una masa deforme y viscosa.
Pasmados de asombro, los drow salieron ya del puente y se pusieron a cubierto.
El monstruo lanzó sus temibles pinzas en dirección al psiónico.
Por fin la pelota se puso en movimiento, hacia el cuerpo del gigantesco cangrejo, pegándose en sus ojos y cegándolo.
Kimmuriel permaneció muy quieto y rígido.
A consecuencia de la jugarreta del psiónico, el pescador erró su golpe, dándole al aire. Kimmuriel no permaneció ni un instante más parado, y salió de allí como una flecha reuniéndose con sus camaradas.
La frustración del pescador aumentó por mil, al no darles caza a esos insignificantes seres y al quedar literalmente ciego de rabia, comenzó a golpearlo todo sin orden ni control, derrumbando el puente y obstruyendo la salida de la caverna con miles de kilos de roca.
Tras el derrumbamiento, los elfos oscuros abandonaron aquel lugar, desalentados por la pérdida de sus camaradas, y evitando recordar lo próximos que estuvieron de su final. No mediaron palabra hasta haberse alejado bastantes kilómetros de allí.[/i:9567ac1b8f]

Dilvish

03/11/2005 12:10:21



[i:048097a9cf]Las criaturas recorrían los túneles a una velocidad vertiginosa. Pocos eran los que las ganaban en rapidez.
Unas alcanzaban a otras en esta alocada carrera, y después cambiaban las posiciones otra vez, alternándose con otros.
Como un enjambre furioso, silbaban y aleteaban a la vez que avanzaban. Estas eran criaturas de pesadilla. El horror de cualquier aventurero o de cualquier ser viviente, incluso en la letal Infraoscuridad.
En sus veloces carreras solo se distinguían unos fugaces resplandores verde-azulados cuando pasaban por alguna caverna poblada por los típicos hongos luminosos.
Todo el enjambre se dirigía a su cueva, cómodamente cubierta por esponjosos musgos, estupendo para dormir y reposar, y un pequeño lago con peces para saciar su apetito carnal.
Ahora un buen descanso les vendría muy bien, pues tras completar su vorágine de sangre, pues venían de hacer una exploración de su vasto territorio que abarcaba cientos de kilómetros a la redonda, dando rienda suelta a sus más salvajes y sanguinarios instintos, matando y masacrando a todo cuanto encontraban a su paso, librándose de esta manera de indeseables competidores.
Y ante todo regresaban a casa de muy mal humor.

Burreño yacía de costado en el suelo, con las manos atadas a la espalda y los pies sujetos por cuerdas.
Estaba dormido, o inconsciente, poco importaba eso. Un hilo de baba le caía por el labio inferior. Éste presentaba síntomas de maltrato. Cortes y contusiones le llenaban toda la cara y el resto del cuerpo.
Verdugones, cardenales y hematomas múltiples adornaban cabeza, tronco, pies y manos.
No había resistido su encuentro con Rivel.
Sus compañeros lo miraban lo miraban preocupado. Al estar igualmente maniatados, se sentían impotentes por no poder ayudarlo. Uno de ellos tenía una barra de metal colocada transversalmente en la boca, con una correa sujetándole la cabeza para evitar que la escupiera. Al parecer era un clérigo, y el ingenioso bozal neutralizaba todo intento de lanzar cualquier sortilegio o conjuro.
Esta vez estaban atrapados, sin ninguna posibilidad de escape. Solo un milagro los podría liberar.
Gliwen, el clérigo, rezaba fervientemente en silencio a Abbazhor, Diirinka, Diinkarazan y a cuantos dioses adorados por los duergar pudieran estar escuchándolo.
Su situación era realmente desesperante.
Los malditos drow los habían derrotado y capturados sin la más mínima oportunidad.
En medio de la emboscada, el regordete clérigo solo vislumbró las capas de sus atacantes, eso sí, sin ningún emblema en el broche que las sujetaba, antes de caer junto a los demás a causa de los somníferos.
Ahora sentía, mas que veía, que ese anhelado milagro llegaría pronto, pero en una forma desastrosa.
El maligno clérigo percibía en la piedra que algo avanzaba hacia ellos inexorablemente, algo que no tenía conciencia ni moralidad, algo sumamente perverso, una especie de Artefacto de Caos peor que a su vez vivía y respiraba.
Gliwen se recostó de nuevo en la dura piedra, deseando que su capataz recobrase la conciencia y despertase y esperando la hora de su liberación.
Puso los ojos en cada uno de sus compañeros y les respondieron a su mirada con idéntica aprobación.
Cerca del sacerdote, los elfos oscuros continuaban con su pesada vigilia.

-¡Oh, por la Reina Araña! ¡Que aburrimiento!, siempre lo mismo, llevamos aquí mas de una semana, y solo nos dedicamos a vigilas el asqueroso musgo y a dar vueltecitas por esta insignificante cueva –el encrespado drow estaba realmente harto, todos los días lo mismo. Le había llevado a un grado tal de rutina, que se hacía insoportable.
-¡Bah!, no te quejes tanto, prefiero estar aquí tranquilo, que estar metido en algún lío con mujeres. Escuchar la incordiante voz de una Matrona, o peor aún, jugarte la vida por el capricho de alguna molesta sacerdotisa, siempre abusando de nosotros –el otro soldado con quien hablaba no parecía lo bastante aburrido como su compinche–. Maldita sea, ojalá se de cuenta Lolt de lo que en realidad valemos, no siempre con esas estu... –un tercer drow se metió en la conversación, cortándola de raíz.
-¡Calla estúpido!, lo que ahora nos faltaba era perder el favor de la Diosa por tus blasfemias –el otro elfo apartó la mirada de Silfhaz y la clavó en el suelo, ruborizado y avergonzado, pero ante todo, pálido de miedo. Sabía que si el lugarteniente hubiese sido una hembra no lo habría contado.
La próxima vez, ante de entablar ninguna discusión, miraría antes de hablar. Ese tipo de desliz no se podía cometer.
Pero eso era lo bueno de pertenecer a una organización como Bregan D’aerthe, que escaseaban las mujeres. Y en el caso de alguna disputa con ellas, era Jarlaxle y no ninguna Madre Matrona quien resolvía la cuestión. Si bien es verdad, que a ellas, por ser hembras, se les trata mejor.
Silfhaz se retiró de allí hacia la entrada sur, junto al lago, seguido de Riven. Éste no presentaba el mismo síntoma hastiado que el anterior soldado, sino que esbozaba una sádica sonrisa, sin duda alguna por el rato que pasó torturando al desgraciado duergar. Usó en él un nuevo artilugio.
Tenía forma de campana, con una varilla retorcida y afilada en el centro. Lo colocaba en las zonas deseadas y a continuación hacia girar la aguja mediante una pequeña manivela, perforando y aguijoneando la piel del infortunado. Dio muy buenos resultados.
Los gritos resultantes de la reacción de esta bárbara acción eran de pura agonía y dolor. Música para sus oídos.
-Estoy impaciente por que llegue Jarlaxle, hagamos lo que tengamos que hacer, y marcharnos ya de aquí –Silfhaz miraba con desconfianza el oscuro interior del túnel.
-¿Y qué es exactamente lo que tenemos que hacer aquí?, no creo que todo el revuelo que ha montado sea por un puñado de malolientes duergars –preguntó Rival.
- No, no lo creo. Solo se que esto está relacionado con la visita a una casa de Khed Nasad.
-¿Y que es lo que puede querer Bregan D’aerthe en una ciudad como Khed Nasad?
-No lo sé. Pero más misterioso que todo esto es que, creo recordar, el jefe vendría acompañado de un psiónico.
-¿Un psiónico? -Riven estaba realmente interesado–. Mmm, eso me recuerda a...
-Oblodra –concluyó Silfhaz por él.
-Exacto –corroboró Riven.
- Ahora lo recuerdo –dijo pensativo Silfhaz –comentó algo sobre un tal Kimmuriel Oblodra.
-¡Vaya!, pues si la Matrona K’yorl deja acompañar a uno de sus hijos a Jarlaxle, por algo será. Algo tiene que buscar esa vieja arpía –Silfhaz rió de buena gana.
-No sé como encaja en esto el psiónico, ni que haremos en Khed Nasad, ni lo que pintan aquí estos enanos –el tono de voz se moderó hasta ponerse serio–, todo esto parece absurdo. Pero ya sabes, con Jarlaxle nunca se sabe.
Riven le dio la razón a su superior con un mudo cabeceo.
Dieron media vuelta y se fueron del túnel, cuando Silfhaz se quedó parado repentinamente.
-¿Qué ocurre...?
-¡Shhhhh! ¡Silencio! –susurró apremiantemente el lugarteniente.
Poco a poco comenzó a caminar hacia el lóbrego túnel. Se detuvo en la boca de la entrada y agudizó el oído.
-¿Oyes eso? –le pregunto a Riven.
Éste, picado por la curiosidad se detuvo a escuchar. Momentos después frunció el entrecejo en un sombrío gesto.
-Suena como a un silbido muy agudo, y a su vez lejano -el lugarteniente afirmó con la cabeza. Su cara se puso muy seria y preocupada.
-No me gusta como suena eso –dijo para sí mismo tan bajo que el otro no lo escuchó- ¡Rápido!, avisa a nuestro hechicero que selle mágicamente esta entrada y la del oeste, y avisa al resto que esté alerta en la única entrada. Aposta cuatro ballesteros y que no dejen de vigilar.
Silfhaz se estaba poniendo neurótico a causa de ese sonido.
Nunca lo había escuchado, y aun lo intranquilizaba más estar ahí atrincherado en la cueva. A pesar de todo debían de esperar a Jarlaxle.
Tenía el presentimiento de que algo nada reconfortante les iba a suceder a él y a sus congéneres. [/i:048097a9cf]

Dilvish

03/11/2005 12:13:38



[i:1341e9e9aa]-Agitación molecular –respondió como si fuese lo más normal del mundo. Los otros drow enarcaron las cejas de asombro. Sin duda alguna, seguían vivos gracias al psiónico. Esa gigantesca red pegajosa significaba el fin para todos ellos, pese a todo, seguían ahí. Jarlaxle lo alababa en silencio y veía un gran partido en kimmuriel, y en general, el respeto hacia el psiónico aumentó considerablemente, al igual que opinaban los demás elfos oscuros.
-Consiste en un proceso pseudomental en el que trastocas la materia del elemento deseado, modificando su forma y textura a casi cualquier nivel –del asombro pasaron al desconcierto- ¿Eh?, ¡Ahh!, es uno de los conjuros que hay para manipular objetos –las caras pasaron a una forma más normal.
-Mis felicitaciones, hijo de la casa Oblodra, un buen truco, ni yo mismo lo hubiese hecho mejor...
-Pero si no fuese por ese soldado no habría valido de nada –como de costumbre, Xhas’azeb hacía lo propio interrumpiendo a Jarlaxle.
Ese comentario hirió a Kimmuriel en lo más profundo. La mirada que le echó a continuación fue terrible.
El confiado espía esbozaba una sonrisa burlona ante tal comentario. Kimmuriel hizo una leve mueca y agitó el dedo índice y el pulgar en dirección a Xhas’azeb y a una enorme roca que había a varios metros del espía. Esperó. Y entonces, para gran deleite observó la siguiente escena: A los ojos de él y del espía la roca comenzó a crecer. De todos lados comenzaron a brotar tentáculos con afilados zarcillos y una gran boca capaz de partir a un drow fácilmente por la mitad.
Espero que te guste –le susurró al oído Kimmuriel. Al acabar, vio que el espía se paralizaba del terror al ver aquella cosa meneando sus tentáculos cerca de su piel. Ya presa del pánico intentó escapar, reculó y cayó de espaldas. Con los ojos desorbitados, gateaba y gritaba desesperadamente para quitarse fuera del alcance de aquel imaginario monstruo.
Ost’jil, Jarlaxle y los demás lo miraron incrédulos, sin saber que ocurría.
-¿Qué diablos le pasa? -preguntó Ost’jil.
Kimmuriel explotó en risas. Ahora fue a él a quien miraron, sin saber todavía que ocurría.
Con un gesto, disipó la ilusión y el encantamiento a Xhas’azeb.
-Espero por tu bien, que tu espada sea tan afilada como tu lengua –le dijo, mientras el espía se recuperaba del tremendo susto.
Estas palabras fueron una clara amenaza de que no le volvería a dejar pasar una más.
Había usado en él un poderoso encantamiento de controlar emociones, cuyo resultado podría haber sido todavía mayor. El psiónico hizo creer a la mente del espía que una de esas espinas enroscadas le hacía un pequeño tajo en el brazo, y como si fuese real, su piel cedió a los impulsos de su engañada mente.
- ¡Por el bien vosotros dos, espero que esta sea la última vez que os enfrentáis mientras estáis conmigo! –Jarlaxle tuvo que hacer de nuevo de árbitro. Tratar con ese correoso de Xhas’azeb no era nada fácil, y sabía muy bien que sus espadas eran mucho más afiladas que su lengua. Eran de una precisión mortal.
Más vueltas, recodos, bifurcaciones y cruces se abrían ante ellos. Y de nuevo echaron mano del mapa del mercenario, valiosísimo para moverse por la Infraoscuridad.
La caminata se alargó hasta una semana y media. No tuvieron más molestas sorpresas, y ya casi llegaron a la cueva con la que quedó con uno de sus lugartenientes.

Todo el campamento estaba movilizado. Cinco drow apuntaban continuamente a la salida norte con sus ballestas ligeras. Otros tantos andaban diseminados por la cueva con las espadas desenvainadas.
Uno de ellos, a juzgar por los atuendos un hechicero, lanzaba glifos custodias a las dos salidas restantes. Y otro con importante voz, mandaba órdenes a cada uno de ellos. Ahora era realmente un hervidero.
El capataz duergar había despertado de su inconsciente sueño.
Ahora sentía los lacerantes pinchazos que había recibido por todo su cuerpo, maldiciendo una y otra vez al drow que se lo había hecho, y jurando para sí que antes que expeliese su último aliento de vida lo mataría con sus propias manos.
Burreño miró de nuevo a sus camaradas, todos con la cabeza gacha y sombrías miradas. Entonces captó ese sonido penetrante y agudo, abriendo los ojos de disgusto y miedo. Gliwen, que parecía leerle el pensamiento, lo consoló con la mirada.
Ya que todos estaban despiertos, aprovecharían la más mínima oportunidad para librarse, asestar algún golpe si pudiesen y huir de ahí como sus cortas pero robustas piernas les permitiesen correr.

Uno de los elfos oscuros vigilaba la parte suroeste, justo al lado de una de las salidas custodiadas mágicamente, dando cortos paseos de adelante hacia atrás y pasando nerviosamente la empuñadura de la espada de una mano a otra. Parecía que la reciente presión de aquel inesperado revuelo estaba haciendo mella en el cansado cuerpo del drow.
En toda la caverna reinaba una inquietud y un silencio sepulcral, quebrantado únicamente por el continuo fluir de la pequeña cascada y del cada vez más agudo silbido.
Se puso de espaldas a la pared, apoyó la espada contra ésta y a continuación se dispuso a descansar un momento en la pared.
Nada más lejos de su intención.
En el preciso instante que la tocó, de un fuerte estrépito cedió y se vino abajo.
Sólo sus reflejos le salvaron de caer de espaldas y resultar mal parado a causa de las piedras.
Ese sector de la cueva se llenó de nubes polvorientas, haciendo dificultosa la respiración e irritando ojos y mucosas a cuantos estaban allí, que no eran pocos, ya que escasos segundos después del derrumbamiento todos los drow aparecieron para ver que es lo que ocurría. Por supuesto con sus armas preparadas.
Silfhaz estaba el primero.
-¡Por todos los dioses! –exclamó con voz pesada- ¿Qué es lo que pasa ahora?
-N... no lo sé, tan solo me apoyé para descansar y se cayó sola -el pobre soldado estaba muy asustado.
-¡Maldita sea, pon más atención a lo que haces, no sea que quieras acabar un día de estos sin cabeza...!
El drow asentía mecánicamente mientras se sacudía el polvo de encima.
Mientras hablaban, el polvo iba poco a poco cayendo y asentándose en el suelo, dejando al descubierto una gran oquedad como resultado del destrozo.
Extrañamente, era un túnel de grandes proporciones, húmedo y muy frío, que sudaba pequeños regueros de agua por las paredes del túnel, pero aún más extraño era que el túnel no comunicaba con la red de pasadizos que había diseminados alrededor de la cueva, sino que caía en pendiente hacia el suelo, haciéndose cada vez más angosto y estrecho, pero a su vez más largo.
Silfhaz no se imaginaba como no se había dado cuenta de aquella peculiaridad de la cueva antes de haberse asentado allí.
Sopló un liviano céfiro, y sobrevino un hedor a podredumbre y a muerte que los embargó a todos, hasta que el viciado aire se hizo insoportable y no se pudo respirar.
Mientras se apartaban, unos pocos drow que no soportaban el olor cayeron inconscientes y comenzaron a tener convulsiones y arcadas.
Densas y verdosas nubes aparecían por toda la cueva mientras el caos se extendía por todos los drow.
Unos se tapaban la nariz con las manos, mientras que otros usaban el cuello de las piwafwi a modo de mascarilla para protegerse del nauseabundo olor.
En medio de todo el barullo se hallaba Riven llamando a grito pelado al hechicero, mientras que Silfhaz retiraba y ponía a salvo a los que aún quedaban en pie.
-¡Olverin! –se oía decir a Riven. En respuesta se oyó una tos cargada, algunos carraspeos y bastantes obscenidades.
-¡Haz algo para quitar esta apestosa nube! –gritó Riven de nuevo.
Se volvió a oír más toses y obscenidades-
-¿Y qué te crees que estoy haciendo? ¿Tomar una bocanada de aire fresco? -respondió por fin la castigada voz de Olverin, con un toque de sarcasmo. Riven sonrió. Se escuchó una retahíla de palabras.
De entre las verdosas nubes se vislumbró un destello de luz argéntea, que aumentó en potencia hasta acabar en una explosión luminosa. Todos los drow tuvieron que cerrar los ojos para no quedar cegados.
Una leve brisa sopló entonces, pasando rápidamente a una fuerte ráfaga de aire que comenzó a girar alrededor de la hedionda nube. Poco a poco se fue estrechando hasta retener completamente a la letal bruma, aumentando de tamaño, asemejándose a un remolino.
El remolino creció en intensidad, transformándose en un desmesurado torbellino que giraba cada vez más aprisa, disolviendo y reciclando todo el aire que tenía en su interior.
Tan de repente se paró como comenzó.
En el centro de donde anteriormente estuvo la nube, apareció un Olverin con los cabellos arrebujados y enmarañados a causa del agitado viento. Su rostro revelaba que se sentía muy poco a gusto.
Echó un rápido vistazo a los elfos que estaban en el suelo. Todos tenían las caras pálidas y estaban empapados por abundantes sudores que surcaban sus angulosos rostros. Para el hechicero fue un fácil reconocimiento.
Un claro síntoma de envenenamiento por asfixia.
Miró a Riven con ojos aburridos, arqueó una ceja y le dijo:
-Ve en busca del antídoto -y miró nuevamente a todos los que habían en el suelo– y tráetelos todos, los van a necesitar.
No terminó la frase cuando Riven ya desaparecía en el interior de una tienda.
El hechicero se llevó una mano a la barbilla, murmurando pensativo.
-¿Qué es lo que guardará esta cámara tan celosamente como para soltar una nube aniquiladora a las primeras de cambio? Mm... sea lo que sea, tiene que ser grande, y muy valioso.
Al tiempo, Riven regresaba con cuatro elixires en la mano.
-Dale dos tragos a cada uno, no más. Excederse en la dosis es casi tan malo como en propio veneno –ordenó Olverin.
A los pocos minutos de haber suministrado los antídotos a los enfermos, notaron una increíble mejora, pasando a tener unos rostros más saludables y coloridos.
Una vez pasado el mal trago, se reorganizaron y tuvieron una larga disputa de si debían entrar y explorar el nuevo túnel o no. Al final acordaron dejar las cosas como estaban, pero vigilarían también esa nueva entrada a lo desconocido.
-¡Atención! -dijo Silfhaz– Os quiero a vosotros cuatros vigilando ese nuevo túnel, ustedes cuatro vigilando la entrada norte y el resto preparados con las armas en mano...- ¿Ehh? ¿Pero qué es eso? –exclamó mientras se daba la vuelta hacia atrás.
En aquel preciso instante comenzó la pesadilla, irrumpiendo en la cueva un penetrante silbido bajo la forma de una muerte verde azulada que iba matando todo a su paso.[/i:1341e9e9aa]

Dilvish

03/11/2005 12:15:58



[i:618fe0d710]Los gritos de miedo resonaron muchos kilómetros adentro de los túneles que rodeaban a la pequeña caverna.
La muerte se escuchaba claramente en ese prolongado sonido, bajo y frío, carente de sentimientos pero con un terror capaz de paralizar al más valiente.
Una mancha de reflejos borrosos azules y verdes entró por la salida norte como un tropel, quitando la vida a los cuatro drow que se disponían a guardar esa salida.
Aquellas cuatro muertes fueron rápidas, brutales y muy salvajes. Hasta Riven, que acostumbraba a ver escenas desagradables de tortura, no pudo aguantar más y rompió a llorar como un simple niño. Pensó que aquel sería el final de todos ellos.
Las caras de terror y miedo que reflejaban los demás elfos oscuros eran palpables. Todos quedaron petrificados ante tal espantosa visión.
Una vez arrojados al suelo los destrozados cuerpos de sus primeras cuatro víctimas, las feas criaturas avanzaron hacia el resto del destacamento drow, pues la muerte tenía un rostro.
Eran una compleja y sorprendente mezcla de ave, reptil y una vaga forma humanoide, pero que en absoluto resultaba bello o natural.
La cabeza era esférica, de una forma perfectamente redondeada. En la parte posterior donde asomaba el morro, aparecía un gran y alabeado pico de queratina, cuyo interior estaba a rebosar de pequeños y afilados dientes como navajas. En la base anterior del pico presentaba dos lengüetas nasales, pequeños orificios que utilizan para respirar.
Unos tremendos ojos amarillos, rasgados y estirados, brillaban con un ansia asesina sin igual.
Por la región superposterior de la cabeza, justo encima de los ojos, se erguían dos tiesas y puntiagudas orejas, más afiladas aún si cabe que la de los elfos.
Desde el cogote hasta más debajo de la espalda se extendía una gran hilera de largas y puntiagudas púas, capaces de erizarlas o plegarlas a placer y en cuyos extremos rezumaba un líquido espeso y negruzco, muy posiblemente veneno.
Poseían un par de brazos pentadáctilos delgados pero muy fuertes, con unas crueles y ganchudas uñas semejantes a hoces.
Las piernas eran también robustas y resistentes, con unos pies palmeados, de cuatro dedos con uñas largas y rectas y un pequeño espolón en la parte de atrás del talón.
Una potente y larga cola salía de los traseros de las criaturas, terminado en un apéndice carnoso y bulboso rodeado de pequeñas y duras espinas cornificadas.
No menos imponente de la criatura era que, a excepción del rostro, todo el cuerpo estaba repleto de pequeñas escamas córneas, solapadas unas con otras, haciendo de todas ellas en conjunto un efectivo traje defensivo.
Era la perfecta máquina de matar. Cada uno de los movimientos que realizaban eran rápidos y medidos, efectivos y eficientes, calculados y precisos.
Este era el cuerpo y el rostro de la muerte.
Estos eran los Jawalis.
Las primeras criaturas corrían erguidas a dos partas en dirección a los drow, mientras que los demás que iban surgiendo e abalanzaban a cuatro patas, apoyándose en las paredes para coger impulso y arrojándose con las garras extendidas hacia adelante y lanzando estridentes chillidos.
Mientras salían de la sorpresa, la reacción de los drow fue lenta y tardía, pues para cuando quisieron darse cuanta, los jawalis ya se encontraban pasando el campamento.

Mientras la muerte verde azulada avanzaba entre el campamento, los duergars que estaban amordazados y maniatados permanecían quietos como estatuas recostados en una enorme roca que les brindaba cierta protección. Al parecer, ningún jawali se había percatado del reducido grupo, y esperaron que fuese así, pues si no, toda esperanza de escapar caería en saco roto.
-¡Rápido, tumbaos boca arriba y no realicéis movimientos bruscos! -siseó Burreño. Acto seguido se escuchó las pisadas de las criaturas y vieron como salvaban de un salto el pequeño semicírculo de rocas donde estaban confinados.
Todos los jawalis que pasaban, miraban hacia abajo, pero no parecían percatarse de su existencia. Buena señal para los enanos grises. Al menos de momento.
Se escuchó un chillido terrible, un calor sofocante y un fogonazo anaranjado y rojo. El intenso destello que sobrevino después los dejó momentáneamente cegados.

Olverin fue el primero en salir de la conmoción causada por la entrada de los jawalis, mezclando y recitando apresuradamente de un hechizo muy efectivo para usarlos en las masas.
Terminó la última sílaba cuando una diminuta esfera dorada voló hasta la entrada donde aparecieron los monstruos.
Seis saetas salieron disparadas hacia los primeros jawalis. Acertaron de lleno. Una en el muslo, dos en el pecho, una en el brazo, otra en la frente y la última en el ojo. Tan solo resultó uno herido, y sin mayores agravios.
Se arrancó los virotes de la frente y el ojo, este último con un leve escozor que lo manifestó con un silbido, y empezó a manar un líquido amarillento por debajo del borde del ojo.
Los virotes restantes impactaron en sus correspondientes objetivos, resbalando sobre la acorazada pile como cae una gota de agua por una roca lisa.
Los drow se quedaron boquiabiertos al ver que solo hacían cosquillas a esas cosas.
No le hizo tanta gracia al jawali que estaba herido en un ojo, pues ya se encontraba saltando con sendas garras abiertas para matar al primer drow.
La pequeña esfera dorada creció espontáneamente hasta convertirse en una bola de fuego en toda regla.
Silfhaz, que andaba lanzando dardos a los enemigos, apartó la mirada y echó una mano por encima del rostro, al igual que Olverin, para cubrírselos.
La devastadora ola de fuego inmoló a todos los jawalis de la entrada, obstruyéndola y tapándola bajo un montón de rocas.

La onda expansiva pasó por encima de las cabezas de los apretados duergars, y tan solo a Gliwen, que era el más alto de todos, se le abrasó la punta del flequillo. Un penetrante olor a cuerno quemado se le quedó impregnado, mientras maldecía por lo bajo al drow que había arrojado la bola de fuego. Un jawali cayó entre ellos presa del fuego.
Todo pasó en breves segundos.

Después de haber restallado la bola de fuego, los primeros jawalis en entrar quedaron solos, y con la salida tapada sería fácil vencerlos.
O eso creían la fila defensiva de drow que se opusieron a lo que solo sería la comitiva del enjambre.
Quedaban ocho jawalis en pie, sedientos de sangre y dispuestos a matar.
Olverin le dedicó a un monstruo un sencillo hechizo. Musitó una orden, y de la punta del dedo índice del brazo derecho surgió un haz de luz rojizo y rosado, apareciendo cinco proyectiles mágicos que lo alcanzaron en el rostro y en el pecho, calcinándolo y chamuscándolo. Con un breve estremecimiento, cayó al suelo sin vida.
Siete contra siete. Ahora podría comenzar el duelo.

La cola llena de pinchos del jawali estaba muy cerca de las manos del zapador duergar. Los compañeros lo miraron con renovadas esperanzas. Burreño intentaba gritarle a través de las mordazas que frotase enérgicamente la cuerda contra los pinchos para poder liberar sus manos.
Y eso es lo que tan pacientemente estaba intentando hacer desde hacía tiempo.

La refriega fue breve pero intensa.
Sin tener ni idea de cómo luchaban aquellas criaturas, los drow utilizaron sus sutiles tácticas de combate, que tan buenos resultados les a dado hasta ahora.
Ambas filas se fundieron en un único tumulto de zarpazos, paradas, dentelladas, estocadas y latigazos.
Todos luchaban como sabían, y como podían.
Los jawalis poseían una agilidad y una rapidez demencial y sus zarpazos, mordiscos y barridos de cola resultaban demoledores para los drow.
Tras la primera contienda, los drow salieron peor malparados. Un muerto.
A sabiendas de que serian vencidos, los elfos oscuros se reagruparon en forma de cuña para utilizar la táctica que más les gustaba, el caos.
Expectantes, Riven y los dos soldados que no se unieron a la batalla seguían muy de cerca el combate, apuntando en todo momento a las cabezas de sus enemigos, y soltando cada vez que veían un hueco una saeta que se incrustaba en el rostro de los jawalis, haciéndoles perder la concentración y aventajando de esa manera a los drow.
Silfhaz ya tenía un plan de emergencia que se lo estaba explicando al mago, mientras que éste no paraba de mirar las dos salidas que aún quedaban en pie, guardadas mágicamente por un hechizo de protección. Aún era posible observar los glifos custodias girar sobre sí mismos en el aire, emitiendo el color característico verde amarillento que refulgían.
Tres drow comenzaron a levitar, haciendo uso de sus habilidades innatas, envolvieron a sus compañeros en globos de oscuridad.
Un cariz parecido a la sorpresa asomó por las caras de los monstruos, aturdidos por la repentina desaparición de sus víctimas.
Uno de los drow que aún permanecían flotando, creó unas luces danzantes al lado de las sorprendidas criaturas. Mostraron al instante una crecida excitación.
Parecían dispuestas a saltar sobre ellas.
Un segundo drow pareció darse cuanta de la intención de su compañero, y envolvió a un jawali en un fuego fatuo. No tardó en esperar la respuesta de los demás jawalis. Se abalanzaron sobre su congénere al instante con una enloquecida expresión en sus malévolos ojos, reduciéndolo a un amasijo de tejidos, sangre y escamas.
Bingo. Parecían haber descubierto la manera de poner en jaque y vencer a los malditos bichos.
Al parecer, el movimiento y los objetos luminosos y destellantes los incitaba como locos a atacar y a abalanzares sobre ellos, sea lo que fuere.
Complacido y excitado ante tal descubrimiento, el elfo oscuro lo comunicó a voz en cuello a sus compañeros que permanecían en el interior del globo de oscuridad y a todo el mundo en general.
Antes de que pudiera terminar de dar la noticia, una espina hendió en el aire y le atravesó limpiamente el cuello, ahogándose en sus propias palabras y cayendo ruidosamente al suelo.
Seis contra seis.


-¡Ahora! -gritó uno de los drow que quedaba en el aire. Un profundo y hondo silbido fue la respuesta de los jawalis ante el espoleo del elfo.
-¡Arghh! -todos los drow gritaron al unísono y cargaron con denuedo frente a las taimadas alimañas.
Salió el filo de una reluciente espada del globo de oscuridad, posteriormente el brazo, y por último el resto del cuerpo del drow que iba el la vanguardia.
Uno a uno, lanzaban estocadas bajas y a fondo a los jawalis, que se apartaban de las mortales hojas o las desviaban a golpe de garra. Mientras que los drow atacaban, tenían que cuidarse muy mucho de las colas con púas de sus oponentes, pues con un solo impacto, la balanza se declinaba en contra de los drow.
Mucho de los golpes que daban no hacían más que rasguños en la ósea piel de los monstruos, ya que tiraban a las partes vitales y frágiles, pero que se encontraban con esta resistencia férrea.
Antes de que expirase el conjuro de levitación, ambos drow se tiraron en picado con las espadas en posición oblicua inferior, como el vuelo rasante de un halcón.
Uno ensartó a un jawali que no lo vio venir. El otro tuvo más mala suerte, pues fue él el que acabó ensartado en la espalda de un jawali, que retrocedía por el constante acoso de la espada de un drow, y con la inercia del vuelo que llevaba, le fue imposible desviar la trayectoria.
Definitivamente era el caos absoluto.
Ahora eran cinco contra cinco.
Quizá un poco de magia por parte de cierto mago los aliviara un poco...
Había un drow en las filas de Bregan D’aerthe que no se destacaba precisamente por su delicadeza de combate. Era un de aquellos desgraciados huérfanos de las casas que luchaban entre sí, uno muy grande, y combatía con una furia y lealtad en banda mercenaria poco característica en los drow.
El descomunal elfo oscuro empaló por la cabeza a un jawali que se encontraba agachado para disparar su cola a modo de maza.
Los demás drow tomaron buena nota de ello, y emplearon la misma táctica, dejando aun lado toda esa parafernalia de danza mortal y demás tonterías. El correcto uso de la fuerza bruta siempre aporta buenos beneficios.
En pocos minutos redujeron a cero al grupo de jawalis, cobrándose dos vidas drow más.
Una vez acabada la batalla, los extenuados drow se apoyaron en el suelo y recobraron el aliento. Pero solo estuvieron poco tiempo.

-¡Venid aquí!, tenemos que salir de aquí cuanto antes -dijo Olverin.
-Lo siento chicos, parece que esta misión ha fracasado. Intentaremos de dar con Jarlaxle por otros medios. No contábamos con la aparición de... -titubeó al calificar a los jawalis- de esas criaturas. Recoged lo que podáis rápidamente y preparaos –la preocupación del lugarteniente de Jarlaxle era mayor de la que se imaginaban los soldados, y no era para menos, con esas cosas rondando por ahí...
Después de usar algo de magia curativa y recoger algo del equipo que tenían, se dispusieron alrededor de Olverin, formando un pequeño coro.
-¿Y que pasa con los duergars? -preguntó un soldado. Era como si se hubiesen olvidado de ellos.
Como si fuese una respuesta, las salidas estallaron en unos rayos blancos cuando los primeros jawalis comenzaron a asomar los picos en la caverna, activándose así la runa defensiva, y eliminando a un montón de paso.
-Ya lo ves, no hay tiempo para eso -sentenció Silfhaz. Nadie dijo nada.
Olverin conjuró un hechizo de teletransporte por el cual desapareció el resto del campamento drow. Un brillo azul quedó en su lugar.

Poco a poco, la cueva empezó a llenarse de jawalis rabiosos que silbaban y pifiaban. Chillaban diciendo que ya habían llegado a casa y expulsado a los intrusos, y que ahora tendría que ir a ver a su progenitora, que moraba en lo mas profundo de la tierra. [/i:618fe0d710]

Dilvish

03/11/2005 12:17:56



[i:4556d8de40]Una leve brisa cargada de horripilantes gritos acarició con mesura los rostros de los cansados elfos oscuros.
Deseosos de llegar a su lugar de destino, la cuadrilla drow liderada por Jarlaxle había recorrido más de novecientos cincuenta kilómetros desde su salida de Menzoberranzan. Se encontraban muy cerca de Khed Nasad, situada bajo la Brecha Elevada, al norte de las Montañas de los Picos Grises, y aún nadie se explicaba la relación entre los esclavos duergars con la primera ciudad drow que se fundó en la historia.
A Kimmuriel ya le estaba empezando a cansar tanto caminar, y hubiera preferido terminar todo eso rápidamente usando un portal dimensional, pero aún le quedaban algunas ciencias mentales por dominar completamente, eso sin contar los estallidos de magia salvaje que le sobreviene de vez en cuando.
La magia mental no es una cualidad adquirida, sino innata, y la familia Oblodra es una de las mayores familias practicantes en todo Faerûn. Tan solo mediante el uso y la práctica de este raro e indómito arte es posible llevar su poder a sus cotas más altas.
Xhas’azeb ya iba mascullando algo sobre lo contento que se pondría cuando visitase de nuevo El’lar D’Sssinssrigg. Un exquisito escalofrío le sacudió el cuerpo al pensar en las sensuales y deliciosas manos de la elfa que se dedicaba a impartir los masajes a la vez que untaba y esparcía por su cuerpo los embriagadores y exóticos perfumes. Lo mejor venía luego. Puso los ojos en blanco y cerró los párpados. Se le escapó un pequeño gemido placentero. Sonrió para sus adentros y siguió caminando con normalidad.
Ahora sí llegó un estremecedor chillido a los oídos de los drow.
Algo no marchaba bien.
En los últimos días de viaje, a Jarlaxle le infundía un sentimiento de peligro, de culpabilidad, algo que estaba fuera de lugar, anormal y fuera de contexto en la Infraoscuridad, todo lo anormal que pudiera suceder en ese sitio.
Ost’jil acrecentó estos temores al descubrir en varias ocasiones el rastro de un mar de huellas. Huellas con garras que se hundían en las paredes y suelos revelando profundos surcos.
El mercenario quiso tranquilizarse, pensó en cualquier criatura moradora de las cavernas. Un basilisco quizá. Pero no pudo. Sabía que eran muchas marcas para tratarse de ese reptil monstruoso, por no hablar del hecho de que los basiliscos son criaturas solitarias e insociables.
Algo iba mal. Realmente mal, y no tardarían mucho en descubrir la razón.
No se percató que mientras se enredaba en sus pensamientos ya se habían introducido en la gran red de túneles que envolvía a la pequeña caverna.
Por si fuera poco para los desconfiados elfos oscuros, una fuerte explosión seguido de un sonoro derrumbe terminó por desquiciarlos a todos.
Por cada tres pasos que daban miraban seis veces por encima de sus hombros.
Hasta el último soldado tenía los nervios a flor de piel. Jamás se habían topado con semejantes marcas en el suelo.
Iban caminando el último kilómetro antes de encontrarse con la caverna.
Todos los soldados iban con las armas desenvainadas.
Xhas’azeb se arrebujó más en su piwafwi mágica, pareciéndose confundirse con la piedra del túnel. Solo los dos puntitos rojos que eran sus ojos le delataban.
La espada corta que sostenía la mano derecha del brazo de Ost’jl le iba abriendo paso a través del oscuro pasillo.
Echando un breve vistazo al plano de la Infraoscuridad, Jarlaxle comenzó a mover las manos para comunicar su siguiente paso.
“Ustedes tres iréis abriendo camino. Seguid este camino y cada bifurcación que veáis tomadla a la izquierda, id con mucha precaución preparados para el combate. Nosotros os seguiremos a pocos pasos, pero antes...” paró de hablar manualmente y dedicó una larga mirada a Kimmuriel. Éste enarcó las cejas a modo de duda.
Para sorpresa de todos, el mercenario se quitó el parche del ojo y siguió mirando al psiónico.
Daba a entender que la conversación que tendría ahora sería privada.
Kimmuriel hizo un sondeo mental penetrando superficial en la mente del mercenario.
-“¿Y bien?, tú dirás” -Kimmuriel estaba intrigado. A ver que se le ocurría hacer esta vez al estrafalario drow.
-“¿Qué? ¿Te gustaría penetrar más en mis pensamientos para descubrir que oscuros secretos guardo? ¿A que te tienta la idea?”.
¿Cómo? ¿Para eso se había detenido en aquel momento tan delicado? ¿Para jugar a ver cual de los dos es el más listo? No. Claro que no, seguro que había algo más.
-“Sabes muy bien que lo haría cuando quisiese” -le espetó el psiónico.
-“Sabes muy bien que no podrías” -una sonrisa angelical se apoderó del rostro de Jarlaxle. Siempre tan fino.
Los ojos de Kimmuriel se tornaron peligrosos.
-“Bien, mira -continuó Jarlaxle para no fastidiar mas al joven drow-, esto está tomando unos derroteros poco agradables. No sé que son esas extrañas marcas que hemos encontrado ni sé que hallaremos cuando lleguemos junto a mi lugarteniente Silfhaz. Lo que te propongo es fácil. Si quieres volver a la seguridad relativa de tu Casa, hazlo, nadie te lo impedirá. La cantidad de piedras preciosas que pagó K’y… la Matrona K’yorl por los esclavos le serán de vueltas”
Kimmuriel se estaba quedando perplejo por el intercambio de pensamientos que estaban teniendo. Sus ojos centellearon.
-“¿Qué?, maldito loco desmedido, ¿no hablaras en serio? -Jarlaxle estaba totalmente serio. Ningún ruido rompía el continuo flujo de palabras que estaban teniendo. Todos lo drow estaban atentos a estos dos, aunque no sabían que hablaban, cada gesto o movimiento determinaba quien estaba llevando la voz cantante. Incluso el calor corporal había subido en el área- ¿Sabes lo mucho que me arriesgo viniendo contigo? ¿Eh, lo sabes?, y no me refiero a las largas caminatas ni al monstruo que casi nos acaba haciendo confitura drow, no. Es algo más. Es mi honor.” -Hubo una pequeña pausa.
-“Me estoy refiriendo a que si llego a mi “hogar” con las manos vacías, la Matrona K’yorl me obsequiará con un bonito regalo.”
En efecto. Eso equivaldría a que lo humillasen ante sus hermanas y hermanos. Lo paseasen por toda Menzoberranzan y lo mostrasen a la ralea de la calle como a un perdedor, un don nadie.
Lo desterrarían de su Casa, y, si le quedaba algún resquicio de suerte, lo matarían rápidamente, sabedor de que a sus hermanos, y en especial a sus hermanas mayores gustan mucho de jugar y torturas a los demás drow, torturas que con su arte mental alcanzaban niveles límites a su imaginación, superando con creces la transformaciones en Draña que ejecutaban las Sumas Sacerdotisas a los drow insubordinados.
El psiónico sintió un malestar y una fatiga mental que le hizo tambalearse.
-“Un bonito y último regalo de despedida” -concluyó Kimmuriel.
Jarlaxle tenía inclinado hacia delante el sombrero sobre su cabeza, y el psiónico no pudo ver la sonrisa, que en comparación con la anterior enmudecía, y que nuevamente decoró sus facciones.
Kimmuriel sabía que el mercenario quería que no se fuese.
-“Estupendo, ¿puedes hacer invisible a estos tres soldados?”
Parecía que con el mercenario a sus alrededores, la incertidumbre era su principal estado emocional. Otro cambio brusco y repentino en los hilos del destino ponían de momento al joven Oblodra en las final de Bregan D’aerthe.
-“Algo mejor que eso”- la calma volvía a reinar en su agitado ser.
La conexión mental quedó finalizada cuando Jarlaxle se colocó de nuevo el parche.
“Adelante”, dijo éste manualmente.
Los tres soldados se miraron nerviosos entre sí cuando vieron venir hacia ellos al psiónico, y retrocedieron cuando alzó las manos para tocarlos. Los soldados tenían las manos en la empuñadura, y no dejaban de mirar al mercenario.
Jarlaxle rió sonoramente y habló a continuación con los gestos manuales.
“Tranquilos, sólo os va a proporcionar un poco de seguridad para el rastreo de la cueva.”
Se relajaron y dejaron al especialista trabajar.
Kimmuriel movió las manos en un raro gesto, y tocó con dos dedos la frente de cada uno.
Sus cuerpos se volvieron semitransparente. Gritaron aterrados, creyendo que les habían maldecido, pero solo se oyeron unas voces increíblemente débiles.
El psiónico les explicó que les había hecho. Usó en ellos un hechizo de psicoportación, un fácil conjuro que los volvía casi invisibles, pero con la ventaja de que sus cuerpos se transformaban en algo tan ligero y liviano que podían atravesar las paredes. Les advirtió de que cuando usasen las armas o algún otro conjuro menor, el sortilegio expiraría.
Ante la atenta mirada de sus compañeros, el mercenario sacó dos dagas de un pliegue de su capa, que se separaron mágicamente. A continuación Jarlaxle tenía cinco pequeñas dagas plateadas en cada mano, disponiéndolas en forma de abanico.
“Ya podéis marchaos, os seguiremos desde cerca”. Jarlaxle se volvió al resto del grupo. A tan solo varios pasos de ellos, los exploradores drow desaparecieron sin dejar rastro alguno.
“Y ahora, a ver que pasa”, pensó Xhas’azeb.

Había decenas de jawalis repartidos por la diminuta cueva. Todos corrían de un lado para otro con la sensación de las recientes muertes drow, y querían más.
Pese a que cuando el resto de elfos oscuros escaparon mediante la teleportación, los jawalis comenzaron a entrar nuevamente a la caverna por las dos entradas restantes, activando los glifos custodios que lanzó Olverin para salvaguardar dichas entradas.
El efecto fue fulminante. Al ir todos los jawalis muy juntos, pegados unos contra otros, los que iban a la cabeza también resultaron muertos.
Al tocar el primer glifo, empezó a parpadear y a cambiar de color, pasando del verde hasta finalmente el negro. Las rectas y gruesas runas comenzaron a desmoronarse surgiendo un gran rayo en cadena que electrocutó a todos los jawalis. Esto pasó en ambas entradas a la vez.
Pero no pareció importarles mucho al resto de monstruos que pisaban los cadáveres de sus semejantes como si nada, llenando la cueva.

Para entonces, los asustados duergars consiguieron desprenderse de sus ataduras. Aún permanecían tumbados en la parte noroeste de la cueva, protegidos parcialmente por la pared y la fila de rocas que los cercaban.
Para Burreño todo esto le seguía pareciendo un sueño, un mal sueño. Sabía que la expedición era arriesgada, pero era algo que había que asumirlo. Era muy apremiante la actual situación respecto al metal en su ciudad, Gracklstugh. El número de exportaciones de armas y armaduras de metal de calidad a otros clanes duergar habían mermado su cantidad, y aunque una gran metrópolis, de mas de treinta y cinco mil duergars y derros, no podían permitirse tener el material militar escaso, encima con el constante peligro de expansión por parte de otras razas, como los desolladores mentales o los drow. La ciudad en sí esta formada por una gran gruta de estalagmitas vacías que rodean el mar de la Infraoscuridad, llamado Lagoscuro.
Burreño pensaba si volvería a ver algún día su casa.
De improviso, apareció un monstruo apoyado sobre las cuatro patas encima de un gran peñasco. Comenzó a andar hacia ellos.
Los enanos grises temblaban, haciendo gran esfuerzo por no gritar. El sudor comenzaba a caer por las sienes de todos.
El jawali se situó en lo alto de un minero y comenzó a hurgarle con el pico el ropaje y el cuero de éste.
El duergar pensó que se moría.
Sin pensárselo dos veces, le asestó una tremenda patada en el pecho, con tanta fuerza, que el jawali salió disparado por los aires y cayó de espaldas al suelo quedando aturdido.
El duergar se levantaba del suelo mientras Burreño y Glewin le decían desesperadamente que se estuviese quieto.
Era demasiado tarde, había firmado su sentencia de muerte.
Apoyó una mano en la roca y saltó el cerco.
Todos los jawalis centraron su atención en él.
Echó a correr con la típica forma enana, agachando la cabeza.
No vio a los innumerables monstruos que acabaron con su vida atrozmente, atravesándole con los picos y las garras, hasta dejarlo completamente mutilado.
Glewin tuvo que contener la ira de sus compañeros, aunque éstos sólo hicieron eso, mostrar ira, ya que todo intento de venganza terminaría con el mismo resultado. Su aniquilación.
Aunque turbados por la muerte del compañero, esperaron a que los monstruos se marchasen.
Burreño pudo ver por el dilatado hueco de la hendidura de una roca algo aterrador.
Los últimos jawalis que entraban en la cueva traían enganchados en las púas de sus colas cadáveres de todo tipo de criaturas:
Mantos, derros, svirfneblis, drow, ilicidos, moles sombrías, caparazones pardos, duergars, lagartos, oseogárfios y una larga lista de criaturas que eran arrastradas hacia el centro de la cueva. Una vez allí, recogieron a los demás drow y al duergar asesinados y descendieron a través del nuevo túnel hacia la Infraoscuridad inferior, dejando a unos pocos jawalis atrás para defender la entrada de su santuario. [/i:4556d8de40]

Dilvish

03/11/2005 12:20:17



[i:ddd1a0af1b]Los malicientos enanos grises aunaron el valor suficiente para reincorporarse de su refugio y ver que se hallaban todos ante un mar de cadáveres, cadáveres jawalis que eran los únicos que no se habían llevado el resto del enjambre.
Inspeccionaron todo muy precavidamente, avanzando despacio y tomando buen detalle de todo lo que veían en la cueva.
Llegaron hasta el destruido campamento, apreciando que todo estaba derruido y hecho pedazos. Uno de los mineros se adelantó a una lona que había en el suelo, la destapó y se rascó su ensortijada barba blanca.

-Por el hacha de Duerra de las Profundidades -murmuró- ¡Pero si vamos a tener hasta suerte!- exclamo con media sonrisa en la boca. Cogió una maza, una pica y un martillo- ¡Mirad, nuestras armas! -dijo agitándolas en el aire con esmero.
Encontraron sus utensilios y herramientas perfectamente apiñadas, comenzando a coger cada uno los suyos.
Glewin tomó posesión de su pequeña y manejable maza, Burreño cogió su hacha de batalla y su martillo de guerra y los demás adquirieron finalmente sus picas y martillos.
Glewin se fijó también en que estaban las raciones de comida que llevaban, aunque con el pequeño lago ahí no sería difícil encontrar alimento. Eran unos pequeños paquetes envueltos en unas tiras de cuero que se colgaban en las alforjas. Contenían los troncos asados de una seta comestible. Los micelios estaban cortados a rodajas, con una espesa salsa verde por encima. Eran una de las comidas preferidas de los duergars, y, hambrientos como estaban, hicieron buena cuenta de esa milenaria receta culinaria. Antes de comenzarlo a engullir, Burreño lo pasó por su gruesa nariz, aspirando el delicioso aroma, y que tal como estaba resultaba sabroso. Al cabo de pocos minutos tan solo les quedaba el cuero por lamer.
Una vez estuvieron más descansados, Burreño y Glewin examinaron los cuerpos de las extrañas criaturas.
-¡Fíjate! -señaló el capataz duergar a la hilera de espinas de la espalda de un jawali carbonizado que se encontraba cerca de la derruida entrada.
Observaron detalladamente muchos de los cuerpos, intentando averiguar que criaturas eran.
-Nunca en mi vida me he topado con estos seres -objetó Burreño-. Incluso diría que no pertenecen a la Infraoscuridad, ni siquiera a la parte mas interna.
-Todavía es prematuro decir eso, aunque no me sorprendería lo mas mínimo -al clérigo le picaba la curiosidad, y tuvo una gran desazón al no poder encontrar la respuesta.
A lo largo de toda la existencia duergar, éstos han conocido a las más viles y malignas criaturas, desde que hace mucho tiempo los desolladores mentales conquistaran la fortaleza del clan Duergar del reino enano de Shanathar. Y aún conocieron más mientras eran torturados y experimentados bajo el control ilícito.
Glewin no tenía la respuesta. Algo le hacía intuir que eran criaturas extraplanares. Los Nueve Infiernos, El Corazón de la Furia o El Laberinto de los Demonios podían ser perfectamente el hogar de estos repugnantes y mutados seres.
Mientras estos dos proseguían con sus exámenes, el resto de enanos grises montaban guardia. Tenían miedo. Horror. Esto había sido un duro golpe para ellos, y lo que menos querían en ese momento era permanecer allí de pie.
-Ya hemos tenido suficiente -dijo Burreño-. Volvamos cuanto antes a la ciudad e informemos cuanto antes al rey Lagardt de todo lo sucedido. Creo que a cierto drow se le va a caer el pelo, si es que aún le queda algo... -los dos camaradas soltaron a reír mientras se daban la vuelta.
Cuando terminaron de darla, sus risas se ahogaron en mudas expresiones cuando vieron aparecer de la nada a tres elfos oscuros que les apuntaban con unas ballestas.
-Maldita sea, ya empezamos de nuevo- masculló por lo bajo Burreño. El fino oído de los drow les permitieron oír el comentario, y soltando perversas risitas.

-Vaya, vaya, pero si es mi buen amigo Burreño -Jarlaxle lucía su típica sonrisa-. Menuda coincidencia, ¿no crees?
Burreño se limitó a escupir en el suelo, muy cerca del drow “la muerte no es nunca una coincidencia” pensó el capataz duergar.
-Pero la tuya sí podría serlo -respondió Kimmuriel, dándole mucho énfasis a ese “sí”. Burreño se quedó estupefacto.
-Déjame darle una pequeña lección de modales a este iblith -Xhas’azeb ya se dirigía al duergar con una afilada daga cogida en su extremo.
-No hace falta -apuntó Jarlaxle-, esto ha sido un pequeño malentendido, ¿verdad “amigo”?
-¿Malentendido? ¿Nos has intentado vender como simples esclavos y llamas a esto malentendido? -Burreño empezó a crisparse. Uno de los mineros duergar hizo un ademán de lanzarle el pico al drow que tenía más próximo, pero el capataz, con un ligero meneo de cabeza, evitó que el duergar llevara a cabo la acción.
-Si hablamos de que un grupo de enanos grises vienen a buscar metal y se encuentran en el sitio equivocado en el momento equivocado, pues sí.
-¡Pero perro bastardo, fuiste tú quien dio esa información al rey Lagardt! ¿O es que ya no te acuerdas?- Burreño estaba terriblemente enojado.
-Él me pidió información sobre la localización de vetas de metal, y yo gustosamente le vendí dicha información -el mercenario hablaba totalmente tranquilo, ignorando los insultos-. Lo que nunca me pidió es que le dijera es que si esa zona estaba controlada por alguien o algo. Obviamente la decisión e mandar a alguien aquí fue suya, no mía -ante tales revelaciones, Burreño desistió en el asunto del intercambio de información.
Una vez aclarado este asunto, hablaron de algo que les salpicaba a todos y cada uno por igual.
-¿Conoces a esas criaturas?- le pregunto al mercenario Glewin.
Éste ladeó la cabeza.
-En mi vida había visto a estos seres.
-Veo que Silfhaz a tenido algún problema -comentó Ost’jil al comprobar las manchas de sangre y las armas que habían tiradas en el suelo.

Xhas’azeb, Kimmuriel y dos soldados más se dirigieron hacia el sur para inspeccionar la zona cercana al lago.
-¿Qué ha sucedido aquí? -le preguntó Jarlaxle a Burreño. La expresión de éste se agravió, dejando ver aún los cardenales y moretones en su cara.
El duergar le relató todo lo sucedido. Desde los silbidos, la aparición de los jawalis, la pelea y la retirada de los monstruos junto a los cadáveres de muchas de las criaturas de la Infraoscuridad, incluidos los recién asesinados drow y duergar.
El mercenario se rascó el mentón. Decidido a resolver este enigma, no iba a dejar ese asunto de lado, no cuando le había afectado de manera tan profunda y directa.
-Muy extraño -dijo muy lentamente-. ¿Qué pretendes hacer ahora? -los duergar se asombraron al escuchar esta pregunta de boca del drow.
-¿Y qué es lo que se supone que debe hacer un prisionero de un drow? -replicó Burreño sarcástico. Jarlaxle rió de buena gana.
-Yo nunca he dicho tal cosa. Podéis hacer lo que vinisteis a hacer aquí, o cercano a esta cueva, o podéis ayudarnos a resolver este pequeño misterio. Tú mismo.
- ¡Je! -el tono el enano ya no ocultaba sorpresas- En ese caso nos vamos. Los asuntos de los elfos oscuros solo les atañen a ellos mismos.
-Muy bien –fue toda la respuesta por parte del drow calvo.
Mientras los enanos grises se marchaban de la cueva, le dijo despreocupadamente Burreño:
-Considérate con suerte de que no te haya arrancado la cabeza con mi hacha.
A punto estuvo un drow de dispararle al insensato duergar si no llega a ser por la rápida intervención de Jarlaxle.
-Y tú de que no hayas acabado abierto e canal por uno de esos monstruos -le respondió riéndose.
Ahora faltaba el asunto de los monstruos.

Mientras Kimmuriel se quedaba mirando fijamente su reflejo en el agua del lago, oía la conversación mantenida entre el mercenario y los duergars. “Adiós a los esclavos” pensó. Ahora no veía el momento de regresar a su casa y presentarse con las manos vacías ante K’yorl. K’yorl Odran. Su madre y Matrona. ¿Se habría preguntado por la suerte corrida por su hijo en todo este tiempo? ¿Habría dedicado tan solo un pensamiento afectivo hacia él? No importaba. Si seguía vivo era solo gracias a él mismo.
El espía y un soldado se dirigieron hacia el profundo túnel por donde habían desaparecido los jawalis al sureste, mientras que el otro soldado se encaminó hacia la salida oeste.
El psiónico seguía mirando fijamente las ondulantes e hipnóticas aguas en su ir y venir. Una sonrisa puso la nota alegre en su ser al contemplar un pequeño cardumen de pececillos ciegos que se dirigieron a la orilla a su encuentro. Se agachó, recogió agua en sus manos y tomó un pequeño sorbo.
Con una pequeña vibración, el grupo de peces se dispersó a gran velocidad entre las oscuras aguas.
Kimmuriel miró extrañado en el agua, y al no ver nada levantó su vista hacia su derecha para ver al soldado echar un vistazo en el interior del túnel de salida. Miró a la izquierda y vio a Xhas’azeb y al otro soldado agacharse en el umbral del túnel husmeando algo.
El joven drow sacudió la cabeza. Quizá estas últimas caminatas le habían agotado más de lo que se había creído, y dado su fatiga escuchaba sonidos inexistentes.
Antes de reincorporarse miró de nuevo al agua.
El espía hacía señas a Jarlaxle y al resto del grupo para que viniesen al lugar.
Dos diminutos puntos amarillos aparecieron en las profundidades acuáticas, a la vez que subían a la superficie y se hacían más grandes.
Un terrible odio y una espeluznante maldad resplandecían en aquellos ojos amarillos.
Kimmuriel se irguió bruscamente y dio un paso atrás instintivamente.
El drow que estaba a su derecha se percató de su preocupación y fue a ver que sucedía.
A esos ojos les siguieron un pico aguileño y una hilera de espinas largas en el lomo del ser que intentaba surgir del agua.
Casi como en una pesadilla, surgieron del agua dos monstruos tras una explosión espumosa del agua.
Uno saltó frente por frente al psiónico, mientras que el otro aterrizó varios metros a su izquierda.
El resto de los drow se alertaron por el estallido del agua y vieron también aparecer a los monstruos del lago. Después de la inesperada escena, se dirigieron hacia allí para contrarrestar a los monstruos.
Casi por los pelos no terminó Kimmuriel con un agujero en el pecho, de no ser porque antes le dio por sacar su espada y desvió el golpe que le lanzó a fondo el jawali con la cola. Cuando el otro jawali también se dispuso a atacarlo aprovechando la parada para cogerlo con las defensas bajas, apareció a las espaldas de éste el soldado drow. Intentó inutilizarle un brazo, perforándolo por la espalda a la altura del hombro, pero se encontró con una piel muy dura y no lo consiguió a causa de que era más un golpe táctico que de fuerza.
La cola del monstruo se enroscó en la pierna y lo lanzó de espaldas al suelo, con tan mala fortuna que dio con la cabeza en un canto rodado del lecho del lago desnucándose en el acto.
Kimmuriel aprovechó la distracción para dar un salto a su izquierda y evitar quedar atrapado entre los dos jawalis.
Se concentró en una piedra, que la hizo flotar como una burbuja y la energizó.
El primer jawali se dispuso a atacarle con las zarpas, aprovechando el momento para lanzarle la piedra a la cara. El golpe en sí no tuvo mayores consecuencias, pero sí la explosión que le siguió, destrozándole la cara y dejándolo fuera de juego. Sin perder tiempo, se dio la vuelta para hacerle frente al otro monstruo.
Vio en sus ojos unas ansias asesinas sin igual, y solo pudo interponer su espada entre él y el jawali antes de que la partiera en finas y numerosas esquirlas a causa de un tremendo impacto con la cola. El golpe hizo vibrar a Kimmuriel desde la cabeza a los pies como si le hubiesen puesto encima una gran campana y la hubiesen tañido. Dio con los huesos en el suelo.
Una pequeña daga plateada salió disparada del grupo de elfos oscuros hacia el jawali, transformándose paulatinamente en una espada larga con la empuñadura retorcida y en espiral.
Momentos antes donde estuvo Kimmuriel, pasó volando la espada para detenerse finalmente en el pecho del monstruo. Un torrente de líquido parecido a la bilis manó de sus entrañas hasta que quedó desparramado alrededor de su cadáver.
Cuando llegaron a la altura del psiónico, Jarlaxle se agachó, arrancó la espada del jawali, la limpió en la piwafwi del drow muerto, musitó una palabra ininteligible reduciendo la espada a la forma de daga y la guardó bajo la capa.
-Impresionante, jamás vi tal fiereza en criatura alguna -murmuraba Jarlaxle como si nada grave hubiese sucedido.
Después de levantarse, contestó Kimmuriel arrojando el mango de su espada rota al suelo:
-Ni tanta fuerza. ¿Qué se supone que son estas criaturas?
-Creo que las mismas que pusieron en fuga a nuestro campamento aquí establecido. Y al parecer, sólo estaban de paso por aquí- Ost’jil parecía bastante preocupado por el tono de voz.
- Sí -continuó el mercenario tras haberlo mirado-. Lo preocupante es ese túnel de allí -dijo señalando al que bajaba a la tierra.
-Maldita sea, son muy duros estos monstruos -dijo enojado Kimmuriel mirando nuevamente el mago de su antigua espada--. Así que este es el precio que recibo tras el pago de una buena cantidad de gemas... -chasqueó varias veces la lengua.
-¡Ja, ja, ja! No te preocupes. Nadie sabe que tesoros encontraremos ahí abajo.
-Ya he aprendido contigo que la palabra tesoro implica siempre peligro -le reprendió el psiónico. Jarlaxle volvió a reír con ganas.
-¿Y qué no lo tiene? -dijo mientras caminaba con paso resuelto al túnel. Kimmuriel refunfuñó algo y lo siguió de mala gana, al igual que el resto.
Llegaron a la entrada del túnel y descendieron en fila india.
Lo que al principio era un camino de tierra escarpada y resbaladiza, se fue convirtiendo poco a poco en un descenso por escalera de piedra tallada.
Por el suelo y las paredes se podía ver el rastro de sangre de las víctimas de los jawalis.
Unos extraños símbolos comenzaron a surgir de las paredes. Finalizaron la bajada en un rellano que daba paso a una antecámara guardada por dos imponentes columnas de granito dorado. El rellano era pequeño, de unos pocos metros de diámetros y de forma ovalada. Sin embargo, la antesala era más grande y mucho más alta, de unos quince metros. Las columnas eran de diseño sencillo, homólogas unas a otras y con la misma estructura recta tanto en la base como en la parte superior, salvo que una enorme sierpe aparecía describiendo un círculo completo, posando la boca sobre su extremo para cerrarlo, dando la forma de cero.
Xhas’azeb se adelantó al rellano he inspeccionó las losas del suelo para encontrar posibles trampas.
Una vez rastreada la zona, entraron hasta la antecámara que precedía a ambas columnas.
-Bueno, ¿por donde se supone que se han largado los bichos estos? No creo que hayan desaparecido así sin más -parecía como si el tono burlón les sorprendiese a todos, pero no echaron demasiada cuenta.
-Debe de haber algún soporte o activación -dijo Jarlaxle.
Mientras comenzaron a buscar algún rastro de una trampilla o mecanismo que abriese o mostrase algún camino, el psiónico se acercó a la figura de la sierpe y comenzó a mirar distraídamente entre los relieves de la figura. Parecía que en la cabeza había una pequeña hendidura hacia abajo, así que la presionó y en un sonido hueco la boca de la sierpe se ajustó a su cola, quedando sellado el círculo al completo.
Sobresaltado por el ruido, se retiró lo bastante como para ver él y los demás drow cómo salía una luz mágica del interior del círculo.
Un enorme portal del diámetro de la sierpe apareció, mezclándose con la luz dorada del granito de las columnas, dando un matiz fantasmagórico a la sala.
Nuevas miradas de asombro y sorpresa se posaron sobre el psiónico.
- Ahí lo tienes, tu puerta hacia los tesoros- dijo en tono desabrido. [/i:ddd1a0af1b]

Dilvish

03/11/2005 12:22:27



[i:3d0545521d]Sintieron como si entraran en el ojo de un huracán enorme al pasar el portal dimensional. Después de unos segundos que le parecieron eternos, una sensación de náuseas se apoderó de los elfos oscuros.
Aparecieron en una cueva. Era bastante ancha, al final de la misma aparecía un resplandor rojizo muy molesto para los finos ojos de los drow. Pero sin embargo, esa cueva no tenía el aspecto oscuro, húmedo y cálido característico de la Infraoscuridad, sino que ésta era pedregosa, muy seca y con un asfixiante calor que acosó desde el primer momento a todos los drow haciéndolos sudar a raudales.
-¿Dónde nos habrá mandado este portal? -preguntó Ost’jil mientras se limpiaba el repentino sudor del rostro.
-No recuerdo haber estado por aquí -contestó Jarlaxle mientras se quitaba el sombrero y se abanicaba repetidas veces-. Vamos a ver que hay tras la cueva.
Echaron a andar hacia la salida de la cueva los once elfos. Cuanto más se acercaban mas sudaban, y unos sonidos retumbantes se empezaron a oír claramente. Xhas’azeb iba resoplando.
Todos los drow se detuvieron en la boca del túnel, ya que daba a un risco muy pronunciado de una ladera montañosa.
Lo que vieron a pié de la montaña los dejó petrificados:
Lava. Ríos de lava y rugientes volcanes se esparcían en derredor. Un vespertino y brumoso cielo rojizo se alzaba inmenso. Al ver tal espacio vacío por primera vez, un mareo abocó en los impresionados rostros de los elfos oscuros, excepto en los de Jarlaxle y Ost’jil.
Casi recién despejados de la impresión, la túnica de Kimmuriel comenzó a relucir levemente en las franjas dorsales, donde las diminutas runas que tenía bordada se manifestaron en un color anaranjado encendido.
Simultáneamente, una de las argollas doradas que llevaba el mercenario en la oreja y una diminuta alianza plateada que tenía el espía en un dedo reaccionaron de la misma manera que la túnica del psiónico, emitiendo también ese fulgor anaranjado.
Los tres se miraron con un súbito terror cuando comprendieron lo que ocurrió.
Ese lugar estaba protegido mágicamente contra el fuego. El calor y las llamas afectaban a todos aquellos que no eran bien recibidos o invitados, así como a los que no estaban protegidos contra el fuego o no eran criaturas de ese planeta, porque si de algo tenían claro los drow era que no se encontraban en los Reinos.
Una tremenda explosión sacudió toda la cueva.
-¡Cuidado con las rocas! -gritó Jarlaxle. Fue todo muy repentino.
Tras la explosión del volcán de al lado le siguió una lluvia de fragmentos incandescentes de roca fundida y salpicones de lava ardiendo, cayendo como una vorágine manta sobre los drow.
Todos saltaron hacia un lado y otro esquivando la mortal lluvia.
Tan solo se salvaron Jarlaxle, Kimmuriel y Xhas’azeb. Ost’jil y los siete soldados restantes se llevaron la peor parte.
Los incandescentes fragmentos tocaron brazos, piernas y pechos, devorando el tejido de cuero y las capas mágicas allí donde los tocaba, hasta abrirse paso a la piel y carne élfica.
Pronto un tufo a carne quemada se alzó en el ambiente, mientras que los drow tocados rodaban por el suelo, pataleando y chillando para intentar aplacar el fuego.
El incombustible Jarlaxle metió la mano en un pequeño bolsillo junto a su pecho y roció a todos ellos con un polvillo que titilaba a la par que ungía los cuerpos de los afectados.
En poco tiempo la situación de crisis comenzó a aplacarse.
Se reincorporaron y cogieron nuevamente sus armas.
-Os he lanzado un polvo mágico que os protegerá contra el fuego. Parece que quien en este planeta no este protegido o no sea de aquí, le afecta las llamas. Esto solo evitará que las llamas vayan directamente a por vosotros, pero seguís siendo iguales de vulnerables al fuego, al igual que nosotros -dijo el mercenario señalando al espía, al psiónico y a él mismo.
-Me parece que nos hallamos en el Plano de Fuego- comentó Kimmuriel con un tono pesimista. Al psiónico no le hizo falta leer las mentes a los demás drow para ver la desesperación y el miedo reflejado en sus rostros.
-No parece posible -replicó Jarlaxle pensativo-, en tal caso ya nos habríamos topado con algún elemental de fuego.
Mientras se guarecían nuevamente en la cueva, hablaron sobre como salir de ahí con vida.
La conexión del portal al Plano Primario no estaba en donde les dejó. Así que su único nexo al mundo al que pertenecían se hallaba en una zona desconocida, como les era todo aquel planeta.
Tan de improvisto como estaba ocurriendo todo aquello, aparecieron dos criaturas por un túnel lateral de la cueva en la que no se habían fijado. Iban hablando en un lenguaje gutural de ronquidos y chillidos incomprensibles. De momento se callaron y miraron sorprendidos a la cuadrilla drow, al igual que éstos los miraron.
Eran unos humanoides de algo más de dos metros de altura, cubierto de pelos duros, unas largas colas palmeadas y unas garras muy afiladas.
El mercenario los reconoció al instante.
Eran dos hamatulas, unos baatezus menores. Esto indicaba que con toda probabilidad se hallaban en Baator o conocido también como los Nueve Infiernos, uno de los planos Infernales.
-Estamos acabados -musitó uno de los soldados al ver levantar las garras a uno de esos baatezus y lanzarse contra ellos con un rugido aterrador.

Los Nueve Infiernos, el Pozo de Oscuridad, el Zoo de los Murciélagos, el Infierno...
Estos y más nombres son como se les conoce a Baator, un lugar de maldad organizada por los diablos baatezus.
La mala fortuna de Tymora quiso traer a los elfos oscuros a este maldito plano.
Ellos tan solo salieron a buscar algo de aventura por los túneles de la Infraoscuridad, intentando sacar provecho de unos duergars, pero esta era demasiado para los drow. Sin quererlo se habían metido en la boca del lobo y si querían salir airosos de este entuerto deberían actuar con máxima rapidez y cautela.
Y para comenzar su salvación no les convenía mucho un primer enfrentamiento contra uno hamatulas, aunque se tratasen de baatezus menores.

Las espadas de dos drow se lanzaron por ambos costados del hamatula, haciéndole bajar las garras atropelladamente para desviar las estocadas y no acabar atravesado por ambos lados. Su cola relampagueó y le cruzó la cara a un drow, dejándole un terrible escozor en la mejilla.
El otro diablo levantó las garras haciendo unos gestos y gruñendo unos sonidos. Unos haces de luz semejantes a cometas en miniatura aparecieron en las cabezas de los sorprendidos elfos. Tenían un tono ceniciento y purpúrea. La luz envolvió a todos los drow, bañándolos y traspasándolos, y finalizando con un pequeño estallido de polvo al llegar al suelo.
Una mirada de regocijo asomó por la cara del hamatula al lanzar correctamente el hechizo de azote sacrílego.
Los elfos oscuros pararon un instante y se miraron entre ellos. Unas sonrisas asomaron en sus rostros, y luego echaron malignas risitas en dirección al diablo.
La cara del baatezu se puso crispada y enojada por el fallo tan garrafal que había cometido. Seguramente este individuo no conocería a los elfos oscuros y sus malignas costumbres.
Sencillamente lo que ocurrió fue que el diablo lanzó un conjuro que infligía un daño mágico muy considerable a las criaturas benignas.
Volvió a hacer un gesto con la garra y soltó otra palabra. Esta vez lanzó un sencillo sortilegio de detectar el bien. Como intuía, no detectó beaticidad alguna. El hechizo no les afectó porque los elfos oscuros no son ningunos santos. Su alineación maligna fue lo que salvaron a los drow de unas dolorosas heridas.
Xhas’azeb se fundió con la pared hasta convertirse en una fugaz sombra que fue a detenerse a las espaldas del primer hamatula que aún luchaba con el drow que permanecía en pié. El otro drow tenía las manos en la mejilla intentando parar la profunda hemorragia que le produjo el latigazo. Un hilo negro se sangre brotaba sin parar.
Cuando parecía que no sangraba mucho, sacudió la cabeza para despejarse del aturdimiento del golpe. Llegó a ver como era sacada la resplandeciente daga de la funda del espía, y cómo éste apuñalaba en un abrir y cerrar de ojos al pobre diablo. Unos borbotones de sangre negra Y viscosa como la pez salieron de la parte baja de su espalda. Hincó las rodillas en el suelo y no volvió a levantarse, sintiendo como se le escapaba la vida.
El otro diablo que estaba más retrasado cerca del pasaje lateral cargó de nuevo otro hechizo que pudo poner contra las cuerdas a los elfos oscuros.
Suerte que una descarga de energía mental cortó su concentración y lo dejó aturdido.
Kimmuriel tenía alzada una mano y miraba fijamente al grotesco humanoide y el hamatula le devolvió la mirada cargada de odio.
-¡Estúpidos mortales, no saldréis vivos de aquí, y vuestros cuerpos servirán para los experimentos de mi superior! -la voz del baatezu sonaba áspera y grotesca en su cavernosa garganta. Para finalizar sus intimidatorias palabras lanzó una risa demencial.
Aprovechando ese momento, los dos soldados y el espía que se encontraban en una posición más ventajosa, se dirigieron hacia él para reducirlo. El diablo cargó también contra ellos.
Arrasó con uno de los soldados aplastándolos contra su dura y claveteada piel.
-¿Puedes hacerte con el control de ese diablo? -le dijo Jarlaxle al psiónico rápidamente mientras le tiraba de una manga para llamarle la atención. Kimmuriel lo miró desconcertado.
-¿De “eso”? -le contestó con un tono asqueado mientras le señalaba con un dedo.
-Sí, claro. Ya has visto que pueden hablar, son criaturas inteligentes, al menos en apariencia.
-Pero... -el joven drow titubeaba. Nunca había intentado dominar mentalmente a criaturas de otros planos, y ni pensar en diablos. Aquello podría entrañar algún riesgo, aunque no mayor del que corrían en ese momento. Para convencerlo, el alopécico drow añadió:
-Ahora mismo estamos perdidos en este mundo, y seguro que moriremos todos aquí si no encontramos pronto el portal dimensional con el que estaba conectado al plano material. Algo me dice que la entrada al lugar donde está el portal se va por donde han aparecido esos baatezus -echó un rápido vistazo para observar mientras hablaban la dura batalla que se estaba librando:
Al haberse tirado al suelo el hamatula para aplastar al drow, quedó en una posición muy desprotegida. Lo único que pudo hacer es rodar sobre sí mismo hasta quedar boca arriba. Esto le permitía desviar a zarpazos los espadazos verticales que le lanzaba un drow, mientras que con la cola barría y azotaba como un látigo para mantener al peligroso espía fuera de su flanco -y éste es el último ser vivo a la vista que conoce estos lugares- concluyó el mercenario con un cómico suspiro.
Kimmuriel lo miró casi con sorna.
Ost’jil y el resto de soldados estaban cerca de ellos y oyeron con claridad la conversación.
Les parecía descabellado a todos ellos la actuación del mercenario, siempre tan precavido y seguro de sí mismo, siempre apostando sobre seguro. Pero el momento en que atravesaron ese enorme portal, muchos, por no decir todos los soldados que seguían con vida y su propio lugarteniente, dudaron de dicha actuación.
Estaban en un sitio que no conocían. Al menos esa era la impresión que dio Jarlaxle o que quería dar.
Si como bien pensaba el mercenario, y Kimmuriel se hacía con el control de ese baatezu, tendrían alguna posibilidad de escapar.
-De acuerdo. Haz que se aparten de él -el joven Oblodra se pasó la manga por la cara para limpiarse el sudor y polvo que tenia impregnada en la frente.
El hamatula se estaba cansando rápidamente, pero cuanto más se cansaba más crecía la rabia y la ira dentro de él.
-¡Rápido, alejaos de él! -el mensaje de Jarlaxle fue muy explícito.
Xhas’azeb estuvo más atento a la voz y se retiró al instante, pero el otro drow tuvo el error de mirar a su emisor, despiste que aprovechó el hamatula para juntar las garras y lanzar un potente rayo, que en la oscuridad de la cueva y al resplandor del cielo, pareció tener un color negro y rojizo, que lo alcanzó de lleno en el pecho abriéndole un agujero.
Mientras el elfo muerto se desangraba, iba teniendo espasmos y los restos de electricidad se extinguían por el cuerpo.
Con una agilidad mayor de la que parecía tener, el baatezu se puso de pie con un tremendo salto. Aprovechó necesariamente ese lapsus de tiempo que tuvieron las criaturas primarias. Mataría a ese peligroso ser que tenía cerca de él y luego escaparía...
Otra descarga mental lo dejó con medio pensamiento. Sacudió la cabeza y miró con los ojos inyectados en sangre al osado que le estaba causando tanto dolor de cabeza.
La segunda que recibió terminó dejándolo rígido y paralizado.
Ahora empezaba lo realmente difícil.
Mientras hacía unos raros gestos con la mano, la mirada del psiónico estaba fijada más allá de los ojos el hamatula. Su ojo mental se clavó con dureza en el pensamiento del diablo. La furia que sentía al ser superados por esas criaturas levantó un muro en su mente, dificultando el trabajo de Kimmuriel. Finalmente penetró y rompió sus escasas pero fuertes defensas mentales y leyó como en un libro abierto todo lo que pensaba y sabía. La última resistencia cedió y Kimmuriel se hizo con el control total del hamatula.
Una vocecilla resonaba en el interior de la mente del baatezu, pugnando por salir y destrozar a todos, pero las acciones motrices y verbales les pertenecían al drow.
Si el sudor que antes le empapaba el cuerpo era grande, ahora, con el doble esfuerzo de tal concentración lo dejó como si le hubiesen arrojado un cubo lleno de agua por lo alto.
Ya es nuestro -le dijo en un leve susurro al mercenario.
El hamatula se adelantó un paso, cosa que puso en guardia a todos los drow excepto a Kimmuriel, clavó una rodilla en el suelo e inclinó la cabeza hacia abajo. Su cavernosa voz sonó de nuevo para sorpresa de todos, exceptuando nuevamente al psiónico:
-Vosotros pedid y yo obedezco -los drow sonrieron. Un esclavo sucumbido a su poder.
El primer deseo lo pidió Jarlaxle.
-Muéstranos algún portal que nos lleve a Toril -dijo concienzudamente.
-Seguidme pues -la voz sonaba sin ningún sentimiento ni emoción.
Antes de desaparecer por el túnel lateral, el mercenario ordenó ocultar el cuerpo del hamatula caído para no dar la alarma a posibles diablos que fuesen a ver que ocurría con esos dos que no volvían.
Tomaron el pasillo y avanzaron hacia las profundidades en una escalera tallada en piedra que daba vueltas en espiral.[/i:3d0545521d]

Dilvish

03/11/2005 12:23:47



[i:c39240baa9]-¡Han desaparecido del mundo, es como si la tierra se los hubiese tragado!
Esta fue la conclusión a la que llegó Olverin. Tras bastantes quebraderos de cabeza, fue a lo que convergió tantos conjuros e interrogantes.
Una menuda figura, familiar para Riven, estaba despatarrada en el suelo delante de él.
Después de la temible entrada de los jawalis en la pequeña cueva cercana a Khed Nasad, el destacamento de Jarlaxle tuvo que tomar la decisión de huir inmediatamente o perecer luchando con toda seguridad. Esta segunda opción no les simpatizaba a los drow, así que optaron por la primera.
Se teletransportaron lejos de allí, y después de vigilar celosamente la zona aguardando algún tiempo, comenzaron a rastrear con hechizos a su jefe. Nada.
Utilizaron todo tipo de sortilegios adivinatorios, y si al menos el mercenario hubiese sido asesinado, habrían encontrado su cadáver, pero ni eso. Cansados de buscar inútilmente, comenzaron la penosa marcha hacia Menzoberranzan.
En algún punto de las vastas cavernas a bastante distancia al noroeste, se toparon con ciertos enanos grises.
Si no fueron pastos de esas endiabladas criaturas, tendrían que tener alguna información sobre el paradero de sus compañeros.
Como era de esperar, fue a Burreño al que se llevaron por la fuerza. El hechicero drow lanzó sobre el duergar una esfera mágica congeladora, inmovilizando temporalmente a Burreño, y con la cual poco pudieron hacer sus compañeros duergars, ni siquiera Gliwen, con sus poderes clericales.
Una vez de regreso en una de las guaridas de Bregan D’aerthe cercana a la ciudad de Menzoberranzan, Olverin comenzó un duro interrogatorio, pero antes de hacer nada, el fastidiado duergar se prestó gustosamente a colaborar con tal de que lo liberasen.
Antes de comenzar a hablar, le lanzó un hechizo menor de detectar mentiras.
Burreño les narró lo sucedido. Jarlaxle los encontró y les insinuó si deseaban ayudar a su causa. Antes de que dijese lo siguiente Burreño, ya sabía Olverin la respuesta de antemano. No. Sólo un valiente o un necio ayudaría a una cuadrilla de elfos oscuros a cambio de riquezas o poder. Suerte tendría si saliera sin ninguna puñalada encajada en la espalda. Todo cuanto dijo Burreño resultó verdad.
A falta de más respuesta, Riven se lo tomó muy mal, y Burreño fue nuevamente el receptor de su furia en forma de una brutal paliza, remarcando las ya de por sí malheridas pústulas y moretones. Le frustraba el hecho de que él, un elfo oscuro sin pasado y sin renombre, pero con unas ganas inmensas de destacar en la banda, no pudiese hacer nada para afianzar su puesto en los escalafones de Bregan D’aerthe. Era algo que lo irritaba en sobremanera, pero tenía la suficiente lucidez como para no provocar a alguno de sus superiores o compañeros. Sólo el enano, que se hallaba bajo el criterio de esclavo (solo supuestamente) y preso, fue el único al que pudo soltar la mano sin miedo a las represalias.
Silfhaz, que guardaba silencio, intervino por primera vez para dar un vuelco a la banda de taimados drow.
-Esto quiere decir que yo soy ahora el nuevo líder, al menos de momento, hasta que haya mas información acerca del paradero de Jarlaxle -era extraño, pensó su lugarteniente, pero Jarlaxle no solía alejarse por mucho tiempo de Menzoberranzan, no sin al menos contar a sus lugartenientes parte de sus planes. Algo malo ha debido de pasarle.
Sólo el tiempo y la suerte decidirán.
Media banda esta congregada en una de las acomodadas cuevas a las afueras de la ciudad para oír la noticia.
Los espías andaban por todos lados, y Bregan D’aerthe no iba a ser menos.
Uno de sus soldados se escabullo por entre las sombras para ir a informar a una importante Casa que tenía ciertos intereses en la partida de Jarlaxle.

El Soldado drow se mantenía de rodillas, con la cabeza agachada y una postura sumisa, esperando la respuesta de la elfa que tenia sentada delante, en una silla demasiada grande para ella, que parecía mas bien un enorme y lustroso trono.
La elfa oscura se acarició la barbilla y deslizó una pierna sobre otra, cruzándolas en un provocativo gesto que dejó ver una pequeña y esbelta pierna a través de la raja del vestido que llevaba puesto. Éste era de tirantes, terminado en falda corta con una larga raja que terminaba en la entrepierna.
Lo más llamativo del vestido era que constaba de dos colores, blanco y negro, y aunque estos no eran muy luminosos, si que destacaban en la manera en que se compenetraban, mitad blanco y mitad negro.
-¿Y dices que no los encuentran?- preguntó meditabunda la hembra.
-Así es -contestó el elfo sin atreverse a levantar la cabeza para mirarla a los ojos. El sondeo que le hizo en la mente confirmó dichas palabras.
-Puedes retirarte -ordenó K’yorl Odran haciendo un aspaviento y un ademán con la mano al soldado drow. Éste se levantó, giró en redondo y salió sin decir nada por la puerta principal del salón familiar de la Casa Oblodra.
Fuegos fatuos violáceos y azules iluminaban con un débil fulgor toda la sala, adornadas con cortinas pálidas de volantes hechas de un material mucho más caro que la seda, estatuas con forma de arañas y de drow, adoradoras de Lot.
El abombado techo hacía una esbozada recta en la parte delantera de la sala, dejando ver el hermoso emblema de la Casa.
Era un círculo blasonado, con seis garras curvilíneas que bajaban desde la parte superior derecha hasta más de la mitad de abajo, y con dos garras en la parte izquierda que se asemejaban más a una “J”. En el centro del círculo aparecía otro pequeño círculo más abombado que nacía de los extremos izquierdos y derechos, y que acababa con la forma de un ojo abierto.
Estaba incrustado en el techo por runas negras que emitían este peculiar resplandor.
El elegante emblema ajustaba todos los criterios de la sociedad drow: por un lado ponía de manifiesto su devoción a la Reina Araña con las ocho garras, enlazándolo perfectamente con su remarcada seña de poseedores de poderes mentales con ese ojo abierto en el centro del emblema.
-Ve en busca de mi hija y hazla venir inmediatamente -le dijo la Matrona de la Casa a uno de sus criados. El obediente siervo salió rápidamente a realizar la orden antes de que descargase sobre él algún tipo de dolorosa azotaina psíquica que hacía tan de costumbre.
Al cabo de escasos minutos, la puerta se abrió sola y apareció el sirviente anunciando a la hija mayor.
La esbelta y hermosa elfa entró en la sala dando pequeños pasos y meneando sus caderas. Poseía una frente despejada, con unos ojos negros almendrados. Llevaba el pelo cortado a doble cuello, con las puntas hacia adentro, dándole un toque más exótico y picaresco. Un vestido gris pálido dejaba al descubierto sus hombros y caía hasta cubrirle las piernas. La robusta constitución de su cuerpo remarcaba hasta el último de sus músculos.
-Madre -hizo una reverencia y preguntó inquisitiva-. ¿Qué es lo que deseas?.
- Tenemos que hacer un trabajo juntas -su hija enarcó una curiosa ceja, ella sonrió-. Como sabrás, tu hermano menor, Kimmuriel, ha salido de “viaje” con los cabecillas de la banda mercenaria de...
-... Jarlaxle de Bregan D’aerthe -apuntó su atrevida hija.
-Sí -ratificó con el rostro ceñudo por aquella interrupción. Si no fuese porque su hija tenía el rango de Ulathtallar en Arch-Tinilth, ya la habría azotado.
-A estas horas -siguió K’yorl con una dura mirada hacia su hija-, ciudad y media saben que esa partida de idiotas han desaparecido, y con ellas tu hermano, que tenía muchas ganas de destacar en la familia haciendo alguna de las suyas. Así lo único que va a destacar es la muerte más idiota que ha tenido familia. He intentado ponerme en contacto con él mediante telepatía, hasta incluso teleportarme. Todo ha sido en vano.
-¿Y? -inquirió ella risueña.
-Prepara el orleggin, vamos a necesitar ayuda divina.
“El Altar de los Sacrificios” pensó, “Entonces esto es más serio de lo que pensé. Maldito varón estúpido, ya le enseñaré yo a respetar a mi madre”.
-Así es, esto es algo serio, no podemos permitir que nuestra Casa sea objeto de burlas de ningún tipo, debemos traer a tu hermano enseguida. Por cierto, ya se me ocurrirá algún castigo -su hija tenía el rostro lívido. Había sido un error el cuestionar las palabras de su madre, porque ella las había leído.
Tenía que tener mucho cuidado con lo que pensaba en presencia de su madre.
-Vamos, vamos, date prisa en los preparativos del ritual para el sacrificio -le espetó K’yorl con la sonrisa de una víbora.
Salió del salón familiar y se encaminó a través del enorme palacete que era su casa hacia la habitación diseñada y usada exclusivamente para tales ceremonias.
Ka Oblodra, hija mayor de la Matrona K’yorl y Suma Sacerdotisa de Lot en la casa Oblodra iba a disfrutar mucho con el sacrificio.
Pasaba mucho tiempo en la Academia como institutriz y profesora, enseñando a jóvenes doncellas elfas el camino sacerdotal hacia para Lot, cuando no tenía que viajar por la ciudad o hacia otras ciudades drow, duergars e incluso illitas para mantener relaciones provechosas para su casa. Era tan agotador.
Al menos, ese día, o noche (según el significado de dichos periodos de tiempo para los drow), porque hacía ya bastante tiempo que no echaba ni un vistazo al pilar que alumbraba la ciudad, Narbondel, sentiría el cálido, dulzón y pegajoso tacto de la sangre recién derramada.
Para Ka, los sacrificios de varones eran un buen método de aliviar el estrés contenido. Nunca fallaba. [/i:c39240baa9]

Dilvish

03/11/2005 12:59:55



[i:4bfb9784c7]En el transcurso del descenso hacia una de las entradas al complejo, el hamatula había revelado sustanciosa información acerca de los Pozos a los elfos oscuros.
Sobre todo Jarlaxle, que quedó maravillado por lo escuchado acerca del lugar. Al parecer, eso era un centro de investigaciones alquímicas y mágicas, en el que los baatezus inventaban objetos y armas mágicas y aplicaban extrañas Artes para mejorar a sus guerreros.
Aún más sorprendidos quedaron cuando el hamatula les contó que el gobernante de todo el complejo no era un diablo, sino un primario khatour llamado Delagetti. Según lo narrado por el baatezu, este singular individuo ayudó casi en el instante en que aparecieron los baatezus en su mundo para conquistarlo. En la cruenta campaña que se desarrolló en la conquista del planeta, Delagetti dirigió bien a las hordas de diablos, sometiendo en poco tiempo al planeta entero. Su capacidad como lanza conjuros y creador de gólems sorprendió visiblemente a los poderosos archidiablos de la sima, y éste rogó que le llevasen a su plano, Baator, para seguir sirviendo lo mejor que pudiese a los baatezus. Éstos lo vieron bien, y con el paso del tiempo, Delagetti fue adquiriendo más importancia en los Nueve Infiernos hasta que alcanzó aclamado puesto en los Pozos.
Xhas’azeb, que parecía algo interesado en la historia, preguntó al hamatula algo escéptico:
-¿Y sabes cual fue el motivo que impulsó a los de tu especie a conquistar ese planeta?
-Un poderoso artefacto que nos sirve en la Guerra de Sangre contra los demonios, por supuesto -contestó con un gruñido que sonó más al de un mono.
Delagetti era un poderosísimo mago, y esperaron no tener el placer de “encontrarse” con él. En ese momento, Ost’jil y los demás echaron mucho en falta los conjuros de Olverin. Sería difícil salir de ahí sólo con espadazos y descargas mentales.
Poco más les pudo contar a los astutos drow. El diablo solo era un guardia de la parte externa del complejo y solo conocía a grosso modo los Pozos, salvo claro está, los acontecimientos más relevante que sucedió en la historia reciente de los Nueve Infiernos.
Algunos de los soldados de Jarlaxle se preguntaban cómo ese simple diablo menor podía saber tanto, aunque ni se imaginaron cuestionar esas palabras, ya que acarrearía un grave problema al poner tan de manifiesto sus dudas en cuanto a la habilidad del peligroso psiónico. Como en todos los ambientes jerarquizados, la información que se filtra en todos sus estratos nunca está de más, y entre los baatezus no iba a ser menos. Solo la parte más “normal” de la historia de Delagetti era la conocida, ya que esto generaba un clima de respeto y temor por parte de los baatezus a su jefe, y este se aseguraba que nadie intentara derrocarlo. Era como un mutuo acuerdo entre posición e información.
Si los elfos oscuros querían más información, deberían encontrar a otro habitante de la Cuarta Capa de Baator que les “guiara” hacia el tan anhelante portal.
Terminaron de bajar las escaleras y se pararon en una pequeña sala esculpida en roca volcánica. La sala era redondeada, sin ninguna señal de acceso al interior. Todo el pequeño recinto estaba salpicado de irregulares rocas que sobresalían del suelo y las paredes.
En ese instante, Kimmuriel ya supo cual era la piedra que servía de llave.
El hamatula avanzó dando bamboleantes pasos, evitando así la magia protectora que defiende el lugar de intrusos y criaturas ajenas a los Pozos como ellos. Se paró un metro delante de la escalera, desplazado levemente a la derecha.
Los expectantes drow estaban apelotonados en la escalera, esperando a ver que ocurría.
La cola del hamatula incrustó un pedrusco de tamaño medio en la pared, que se situaba casi a ras del suelo.
Entonces ocurrió.
La curvatura que hacía la habitación retumbó y empezó a levantarse, replegándose sobre la parte de arriba como una puerta corrediza. Después del estruendo que formó y la gran cantidad de polvo y tierra que levantó, un tremendo fulgor anaranjado penetró en la habitación que pronto se convirtió en una potente luz.
Un agudo escozor como si le hiriesen con punzantes y finas agujas recorrió los ojos de todos los drow, cambiando en un parpadeo a la visión normal para mitigar el incordio. Aún así la intensidad resultaba demasiada molesta para ellos.
La entrada hacia los Pozos.
Después de la recién abierta arcada, un puente llegaba hasta otra puerta. El suelo del puente parecía estar incrustado en marfil u otro mineral blanco. Los extremos del puente se doblaban hacia adentro, haciendo el pasaje más seguro.
Desde el umbral de la abertura vieron la causa de ese molesto resplandor.
Lava.
Un torrente de ardiente líquido discurrió por debajo del puente a través de un canal, y al parecer no era la única parte que bañaba, sino que estaba presente por todo el complejo.
De ahí el nombre de los Pozos, porque el inmenso recinto se hallaba entre ríos y corrientes en un profundo pozo de roca fundida incandescente.
El calor empezó a notarse en las caras de los sudorosos elfos en cuanto la flama inundó la recién abierta cámara.
-Ahora debemos estar alertas ante cualquier cosa. No sabemos que clase de diablos y otras criaturas nos encontraremos, ni las protecciones y magia defensiva que tendrán. Sólo una cosa es segura, debemos encontrar ese portal inmediatamente, cueste lo que cueste, si no, estaremos condenados -Jarlaxle hablaba en un tono lúgubre y con unas perspectivas muy poco halagüeñas.
-Kimmuriel, asegúrate que el hamatula nos diga si tiene alguna defensa en esa puerta de ahí delante...
-No hay nada que impida nuestro acceso -saltó inmediatamente el psiónico-. Hay bastantes de estas entradas secretas al complejo, y solo están custodiadas por muy pocos baatezus para no delatarlas, y como en nuestro caso, sólo dos.
-Pero entonces, ¿qué hacían ahí arriba? -inquirió el mercenario señalando a la cueva de las montañas donde fueron a parar.
-Bueno -contestó éste con una sonrisa como si lo que fuese a decir ahora le sonase algo tonto-, creo que lo que querían era ver el exterior. Llevaban más de dos manos alumbradas por Narbondel sin salir, y tenían una necesidad imperiosa de ver eso que ellos llaman cielo. Aún me pregunto el por qué -sacudió la cabeza y extendió las manos a modo de ignorancia.
Jarlaxle asintió con un cabeceo.
-La puerta se abre fácilmente -siguió explicando Kimmuriel-. Tan solo hay un problema -Jarlaxle frunció el ceño-, esta puerta es sólo de entrada. Con solo empujar del tirador hacia fuera se abre; lo malo es para salir. No se puede.
-Vaya, serio dilema -murmuró Ost’jil.
-Yo opto por deshacernos de este asqueroso engendro, ya no nos sirve para nada -Xhas’azeb siempre tan ávido de acción. La iba a tener, y más de la que él querría.
-Ahí te doy la razón, mi buen Xhas’azeb.- Le contestó el psiónico con un guiño. El espía abrió los ojos sorprendido.
-¿A sí? -titubeo.
-Si -volvió a contestarle-. Esto de dirigir diablos como marionetas es agotador. Necesito descansar. Mi mente me lo pide.
-De acuerdo -convino el mercenario-. Dirige a ese diablo al puente.
-¿Lo hago saltar a la lava?- preguntó Kimmuriel ansioso por verse libre de ese yugo.
-No, eso no serviría de nada. Estos seres son resistentes al fuego. Tan solo haz lo que te digo y rompe el enlace mental cuando te avise -Kimmuriel asintió. Los demás elfos oscuros estaban intrigados, esperando a ver que se le había ocurrido a su jefe esta vez.
El hamatula, o mejor dicho, la voluntad de Kimmuriel Oblodra, hizo que se colocase en la mitad del caldeado puente.
El mercenario ordenó a dos soldados que le sujetasen bien los brazos y le pisasen fuertemente la cola. El diablo permaneció inmutable, como si la cosa no fuera con él.
Jarlaxle se puso frente a él, sacó dos dagas simétricas de color plateado, dijo una palabra, y las dagas crecieron hasta convertirse en poderosas espadas. A continuación las colocó cruzándolas sobre los hombros del diablo, a modo de tijera.
-¡Ahora! -le dijo al psiónico.
Éste dejó de mandar energías psiónicas a la mente del baatezu, y el diablo se vio libre de su cautiverio mental.
Cuando el hamatula vino en sí, no recordaba ni donde estaba ni lo que hacía. Vio de repente delante de él vio la cara, media mejor dicho, de un estrafalario primario, un elfo drow a juzgar por sus rasgos y piel, vestido con una reluciente capa de colores reflectantes y un sombrero de ala ancha coronada por una pluma morada.
El drow le dirigió una mirada pícara y le dijo con aire teatral:
-Amigo mío, gracias por ser nuestro guía hasta aquí, pero desgraciadamente ya no te necesitamos. Hemos de buscar a otro guía mas experimentado que nos enseñe el interior de los Pozos. No te lo tomes como algo personal.
Todos los elfos oscuros explotaron en sonoras carcajadas ante tan ingenioso comentario.
El hamatula miró hacia abajo, y por las Sagradas Patas de la Araña, casi se les salieron los ojos de la cara al ver las dos afiladas y resplandecientes espadas decorando sus hombros y garganta.
Su rostro se encogió de miedo y luego de ira. Intentó arañar al elfo con sus garras, pero cual fue su sorpresa también que cuando miró a ambos lados vio a dos primarios más que les sujetaba firmemente las manos y la cola.
Ese era su fin.
-Mala suerte -susurró el mercenario al tiempo que apretaba y juntaba con fuerzas las dos espadas. La cabeza se separó limpiamente del tronco en un húmedo crujido. La cabeza cayó y rodó mientras el cuerpo del baatezu se desplomaba como un tronco y caía de rodillas. Todavía bombeaba sangre oscura su corazón mientras esta salía despedida por las arterias principales de la cabeza como una macabra fuente.
Volvió a su estado original las espadas y las limpió en el cuerpo del diablo como pudo antes de guardárselas. Fue entonces cuando Jarlaxle le dio una patada a la cabeza y la arrojó hacia el canal de lava. Los otros dos soldados hicieron lo propio y arrastraron el pesado cuerpo hasta el borde del puente, donde lo arrojaron también con sendas patadas.
Después de muertos, las protecciones mágicas contra el fuego de los baatezus no servían de mucho, y las llamas dieron buena cuenta de ello, disolviendo en segundos la carne y los huesos como el mejor de los ácidos.
Volvieron a entrar en la pequeña sala y a trazar un plan de acción, no sin antes descansar y terminar de comer las últimas provisiones de que disponían.
Kimmuriel estaba totalmente cansado y fatigado. El calor y la dominación mental al hamatula habían hecho estragos en él. Necesitaba descansar y reponer fuerzas si quería seguir teniendo ese nivel. Un psiónico fatigado no servía de mucho, y en un Plano Infernal aún menos.
Mientras comían fueron sopesando todas las alternativas que tenían. No sería muy prudente entraren un lugar a rebosar de diablos y pedir amablemente que le indicasen donde había alguna habitación que contuviese algún portal extradimensional.
Tampoco era aconsejable introducirse en la fortaleza a base de sablazos. Baatezus y horrores mucho peores se le echarían encima al instante.
Necesitaban a alguien que andase sigilosamente, tuviera orientación con los lugares nuevos y no fuese fácilmente avistado. Ese alguien era Xhas’azeb.
-Requiero tus servicios, amigo mío -la voz de Jarlaxle sonaba cálida y amable. El espía levantó una ceja en un curioso gesto.
-Vas a infiltrarte ahí dentro y a observar y buscar todo lo que nos pueda ser útil para regresar a casa. Sobre todo encuentra algún rastro sobre el dichoso portal -Xhas’azeb casi se atragantó con un trozo de comida que estaba masticando. Tosió ruidosamente. Cuando se recuperó del repentino ahogo casi le gritó al mercenario:
-¿Pero tu estás loco o es que el calor te a sobrecalentado el cerebro?
-Si mi cerebro estuviese seco ya lo habrías notado, porque en ese lapsus de delirio te habría matado -le susurró Jarlaxle. Ahora su voz cambió totalmente y pasó a ser fría como los glaciares, y una mirada asesina que el espía tuvo que desviar la cabeza y mirar a otro lado-. Y si no fuese porque te necesitamos para salir de aquí, ya te habría quitado yo mismo la vida -la cara se le desencajó y su rostro se puso lívido como el suelo del puente marfileño.
-Yo... – tartamudeó y el resto de las palabras que tenía en mente se le quedaron atolladas en el tremendo nudo en la garganta que se le había formado. Hizo de tripas corazón y finalmente pudo articular palabra-. Lo siento.
Esa fue la disculpa más sincera que hizo en toda su vida.
Los demás drow se hicieron los remolones, desviando también sus miradas para no encontrarse la de Jarlaxle. Xhas’azeb respiró hondo y siguió hablando:
-Pero sería algo mas que un suicidio entrar ahí dentro y ponerse a fisgonear en las habitaciones, por no hablar de esquivar a diablos y trampas que seguro que habrá -pensó unos segundos y chasqueó los dedos-. Además, si como ha dicho Kimmuriel, esa puerta -señaló con el dedo a la maciza puerta de un material parecido a la madera, pero más resistente al calor que ésta- es sólo para entrar, ¿cómo demonios saldré y os avisaré?
Xhas’azeb sabía que había cometido un tremendo fallo al levantarle la voz a Jarlaxle y lo estaba intentando solucionar de un modo que no se pusiese mucho en evidencia. El mercenario era uno de los drow más peligrosos que conocía, y no deseaba enfrentarse a él, aunque no le tenía tampoco miedo.
-Para eso tengo yo la solución -saltó Kimmuriel-. Te transferiré una habilidad mía que ya usé en tres soldados antes de entrar en la cueva donde supuestamente estarían los demás miembros de la banda.
Con algo menos reflejado su enfado en la cara, Jarlaxle asintió satisfecho. Realmente había sido un acierto el traer al psiónico. Xhas’azeb no pudo replicar y acabó finalmente aceptando.
-Y para el problema de la comunicación también tengo un pequeño apaño. Usaré en él un enlace mental y veré a través de él. Será como si mis ojos fuesen con él y así estar alerta sobre cualquier cosa que pase -al espía ese punto no le convenció mucho y puso una cara de asco, quedando clara su postura para ellos-. ¡Ah! Y no te preocupes, no tengo ni ganas ni preciso de tiempo para leerte la mente y saber quien eres realmente y de donde vienes, quedaré satisfecho si salimos de aquí vivos -el tono seco en que lo dijo no podía ser más cierto. Una perdida de tiempo y energía, se dijo Kimmuriel para sí.
Jarlaxle volvió a tomar su aspecto risueño, y dio una palmada en el hombro del espía para animarlo. No tenía muchas opciones.
El espía tragó saliva. Que así fuera.
Rápidamente Kimmuriel se puso a trabajar. Se concentró en la figura de Xhas’azeb y tejió el enlace mental, luego tocó la frente del drow y utilizó nuevamente la psicoportación. El cuerpo del espía se desdibujó y se hizo transparente, convirtiéndose en una sombra imperceptible.
Antes de traspasar la arcada y dirigirse hacia la puerta a través del puente, dijo en un inaudible susurro:
-Ahora soy una marioneta en vuestras manos, carne de cañón.
Apenas comenzó a traspasar la puerta hacia el interior del complejo, oyó decir a Jarlaxle: <<A veces, hay que hacer un sacrificio para un bien mayor>>.
<<Y ese sacrificio soy yo>> pensó Xhas’azeb con un suspiro al traspasar la puerta.[/i:4bfb9784c7]

Dilvish

03/11/2005 13:01:13



[i:96f76b9efd]Un gran semicírculo de piedra inscrito con runas verdes palpitaba casi como si estuviese vivo por detrás de un gran trono tallado también en piedra.
El cornugón se acarició su protuberante mentón. El hechizo de desvío con el que había construido aquel portal extradimensional funcionó a la perfección.
Ese refulgir verde fue el aviso de que alguien o algo había atravesado el portal, alguien no deseado, y por ende, fue desplazado a algún otro sitio de Phlegethos, la cuarta capa de Baator. Alguien que sin duda sabía de la existencia de sus adorables criaturas.
Aunque no le entraba en la cabeza que primario podía ser tan idiota como para meterse en un Plano Infernal, a no ser que fuesen un ejército de millares de combatientes. No. Eso no podía ser en la vida. Ningún ser vivo que estuviese en sus cabales intentaría algo por el estilo.
Él era Thoxkriazder, el encargado de la primera planta de los Pozos, designado por ese asqueroso y odiado kathour que lo controlaba todo.
Dos kocrachón, unos diablos con aspecto de escarabajo de metro y medio se acercaron a Thoxkriazder.
-La máquina ya está a punto, el ritual puede comenzar -le dijo uno de ellos.
El cornugón asentó con la cabeza.
Sus queridos jawalis estaban por toda la sala. Éste era los aposentos privados de Thoxkriazder, donde a aparte de dirigir aquella planta por órdenes de Delagetti, también trabajaba en un secreto proyecto personal. Éste era uno de los que si resultaban darían jugosas golosinas, uno muy ambicioso.
La sala era bastante grande, y nadie podía entrar en ella salvo él mismo y sus dos leales kocrachones.
Tenía máquinas y aparatos de todas clases con los que realizaba sus raros experimentos.
Hace algo más de treinta días, a base de secuestrar a diferentes criaturas de diversos Planos Materiales y muchas horas de experimentación y conjuros degenerativos y regenerativos, el cornugón y los dos kocrachones obtuvieron al primero de sus jawalis. Fue uno de los pocos momentos felices que había en su vida.
Conseguido ese primer paso decisivo, pusieron en marcha sus planes.
Delante del cornugón se apilaba una montaña de cadáveres traídos del Plano conocido como Abeir-Toril. Todos los cadáveres eran originarios de una zona concreta, conocida como la Infraoscuridad. Allí la maldad se concentra en mayor proporción.
Los dos baatezus menores cogieron uno de esos muertos, ese resultó ser una extraña criatura con poderes mentales conocida como azotamentes. Ésta criatura, aunque no desconocida para los baatezus, si era bastante rara. Hace tiempo, capturaron a un ejemplar vivo, y llevado por la curiosidad, los diablos intentaron comprender las motivaciones de estos reservados seres. Después de una sanguinolenta operación, en la cual extrajeron el cerebro completo del azotamentes, se lo implantaron a un kocrachón. Al principio, dio signos de cordura, pero en un violento espasmo, su autocontrol se anuló y atacó al resto de diablos que completaron el transplante mientras barbotaba y gritaba unos sonidos ininteligibles. Aún tienen esa pizca de curiosidad sobre los azotamentes, saben que sus motivaciones como una sociedad está basada en complacer a su cerebro-dios, pero que individualmente no comprenden nada, no saben que los mueve, que los impulsa a actuar y a ser como son, una raza muy cerrada y peligrosa.
Lo tendieron boca arriba, extendiendo los brazos y piernas en lo que parecía ser un potro de tortura. A continuación sujetaron las extremidades con unos grilletes y uno de los kocrachones agarró el brazo mecánico de una máquina y colocó la parte más externa del brazo a medio metro del cadáver.
La punta del brazo acababa en un gran diamante azulado sujetado por un par de pinzas metálicas. Pulsó un interruptor y el diamante comenzó a proyectar un cono de luz verde sobre el pecho del cadáver. El ilícido comenzó a convulsionarse a pesar de estar muerto.
Al terminar la exposición del haz de luz, una sobra oscura uniforme brotó limpiamente del pecho del azotamentes.
¡Tenía su alma!
Esa, junto a la de los demás muertos, será el comienzo del batallón de lémures, la larva de diablo mas baja que existe, y jawalis que tenía pensado Thoxkriazder crear para lanzarlos sobre parte de aquel rincón de la esfera de Toril que tanto le había gustado, la cálida e impenetrable Infraoscuridad.
Para poder obtener aquellas almas, los cadáveres debían de ser recientes, no más de cinco o seis días después de su “muerte”, antes de que las almas se desprendiesen de sus cuerpos putrefactos y fuesen a parar al Plano de la Fuga, lugar a donde van a parar las almas de todos los seres vivos, primarios o planares, de los mundos conocidos.
De esta maravillosa manera que diseñaron los baatezus, consiguen quitarles siervos y condenados a Myrkul, el actual señor de los muertos.
La primera fase del plan de conquista había comenzado.

Lo que vio a continuación de atravesar la rolliza puerta de resistente lignina lo dejó anonadado. Hasta se le escapó una exclamación de asombro, pero gracias al estado de su cuerpo fue apenas audible, aunque hubiese dado lo mismo, porque con el trasiego y el parloteo que llevaban los baatezus y otras criaturas que no eran tales, ni se habrían percatado.
Lo primero que se encontró los ojos físicos de Xhas’azeb y el ojo mental de Kimmuriel fue un inmenso vestíbulo circular. Justo en el centro había un pozo bastante grande flanqueado por cuatro grandes columnas de piedra, una en cada punto cardinal. De esa abertura no paraban de entrar y salir los baatezus y khatour que trabajaban allí hacia el nivel inferior.
Todos iban muy atareados con algunas tablillas en las que anotaban las pruebas de sus experimentos, los que salían bien, ya que muchos de ellos eran cancelados por su peligrosidad, o porque el sujeto no aguantaba y moría antes de tiempo, algunos llevaban y traían tarros de cristal, botes con potingues brillantes y varios recipientes alquimistas con nuevas sustancias mágicas o cultivos de implantes de células.
Después, cada uno tomaba dirección por algunos de los diferentes pasillos que había, un total de seis en la inmensa sala.
Entre pasillo y pasillo en la misma sala redondeada donde el espía observaba todo, había unos pequeños fosos semicirculares, provistos de dos poderosas columnas a cada lado de la entrada de los seis pasillos. De los fosos relucía un intenso resplandor anaranjado, sin lugar a dudas del pozo de lava que se hallaba en el fondo.
De vez en cuando una explosión más fuerte de lo normal salpicaba los bordes de los fosos con ardiente lava. Los diablos que pasaban por allí pisaban estos rescoldos sin más, pero los khatour se cuidaban mucho de no sufrir dolorosas quemaduras por estos salpicones.
La puerta por la que el espía pasó se encontraba justo en medio de un foso, en la parte oeste de la sala. Delante de la puerta se extendía un pequeño puente hasta pasar por en medio de las dos columnas que había a cada lado del pasillo.
Ponte en marcha, le espetó Kimmuriel gracias al enlace mental que tenía con Xhas’azeb. El espía tragó saliva y comenzó su búsqueda.

-Espero que no nos delate a los diablos -le dijo Ost’jil a Jarlaxle con una voz cargada de resentimiento y temor.
-En ese caso será el final de nuestra odisea -comentó un soldado.
-Espero no acabar el resto de mis días aquí -intervino otro.
-Tranquilos -intervino el psiónico. Ahora que estaba más fresco y descansado, el sudor comenzó a causar estragos, levantando unos efluvios sospechosamente olorosos-. No se le ha pasado por la cabeza tal cosa, además, sabe que si nosotros acabamos muertos o apresados, él iría rápidamente tras nuestros pasos.
-Por todos los pelos de mi cabeza, espero que tengáis razón -comentó Jarlaxle irónico, como siempre, aún en los momentos más peliagudos. A pesar de esas palabras, era el que más tranquilo de todos estaba, parecía un bálsamo de aceite.
Algo se traía entre manos, y no faltaba mucho tiempo para que los demás se diesen cuenta.

Xhas’azeb comenzó a buscar por el pasillo que tenía a su derecha, en dirección suroeste. Cada pasillo desembocaba en una gran habitación.
Después de esquivar a varios baatezus despistados, llegó a una arcada que daba paso a la habitación.
Era una sala dedicada a la creación de objetos mágicos. Varitas, parches, cintas y los más variopintos cachivaches allí expuestos, cubrían docenas de mesas.
Vio a un kathour discutir acaloradamente con un baatezu, un kocrachón, por haber colocado las piezas de una máquina en otro lugar que no le correspondía. La verdad que los más de dos metros, el aspecto verdoso y los cuatro poderosos brazos que tenían el kathour impresionaron al diablo, y mucho, ya que este fue desistiendo en su empeño poco a poco.

-Ha entrado en una sala llena de objetos mágicos y otros artilugios -informó el psiónico. Captó por un momento cómo el ojo que tenía Jarlaxle libre centelleó de alegría. ¿Sería esto lo que realmente buscaba, más objetos mágicos de los que ya poseía?

Como no encontró nada parecido a un portal, Xhas’azeb se dio la vuelta y fue a otra habitación a probar suerte.

Suspiró de cansancio frente al arco que daba la entrada al último pasillo que le quedaba por visitar.
Atisbó en cinco salas, yendo en contra de las agujas del reloj, y espiando en las salas suroeste, sur, sureste, nordeste y norte. Le quedaba la sala noroeste. Si no encontraba nada útil allí, tendría que escarbar en los niveles inferiores, mejor protegidos y vigilados.
Los que llevaba visto le quedaría visto le quedaría marcado en su memoria el resto de su vida, y por consiguiente también a Kimmuriel, que veía y pensaba todo lo que hacía el espía.
Asqueado, repugnado y agotado, Xhas’azeb fue hacia la última sala de ese nivel. Los pasillos eran tremendamente largos y siempre atestados de feos baatezus. Hasta ahora no se había fijado en que la mayor parte de las paredes de todo el lugar estaban recubiertas por una pátina de mugre y sangre. Esto, junto a los huesos y trozos de carne en descomposición que habían esparcidos aquí y halla, hacían del aire una espesa mezcolanza a putrefacción, azufre y humedad, mucha humedad a causa de los fuegos. Hamatulas que hacían guardias en cuadrilla, kocrachones que iban y venían presurosamente para informar o preguntar resultados de pruebas, y los kathour, que siempre acompañaban a unos u otros.
Mientras se dirigía hacia la nueva habitación, iba pensando en lo que había visto.
Salas con armas “vivas”, implantes biomecánicos y otras aberraciones tecnológicas que eran usados en los baatezus que voluntariamente se presentaban a tales actos con tal de algún diablo más importante que ellos los promocionase a un nivel superior con el que obtener más fuerza y poder torturas a otros infelices, eran puestos en marchas sin ningún pudor.
Así sala tras sala, viendo en las siguientes cosas peores. Esperó fervientemente que esta última le deparase mayor suerte.
Cuando llegó al final del pasillo apenas se fijó en las dos moles de piedra apostadas en cada pared del pasillo. Lo que sí le llamó la atención fue que ésta última sala si poseía puertas. Puertas que debían guardar algo valioso como un portal extradimensional.
El espía tenia el estómago revuelto después de ver tantas atrocidades contra un ser vivo. Aún su propia y retorcida mente drow llegaba a ciertos límites, pero lo que vio lo superaba con creces.
Traspasó la puerta y entró en una sala hexagonal.
Había cinco kocrachones y varios hamatulas. Los diablos escarabajos se encontraban alrededor de una esfera enorme de energía blanca. Como no pudo ver que es lo que era el centro de atención de los baatezus, se deslizó por la izquierda junto a la pared para tomar un mejor ángulo de visión.
Gracias a Lot que le habían dado esa habilidad temporal de traspasar puertas y paredes y ser seminvisible, si no, estaba seguro de que habría perecido hace mucho bajo las garras de algún diablo. Si no fuese por el estado de su cuerpo, habría dejado tras de sí un rastro de sudor causado por el calor y los nervios.
Aún no veía lo que estaba encerrado en la esfera, pero si lo que había un poco más a su izquierda. Una enorme máquina en forma de “U” con poleas, engranajes, piñones y ruedas que chirriaban, en la parte superior había unas antenas gruesas de metal con unas anillas a su alrededor y una pequeña bovina de lo que parecía ser cobre redondeado estaba en su extremo posterior. Emitía una luz blancoazulada que salía en forma de crepitantes rayos.
Avanzó hasta la mitad de la sala, encubriéndose con parte de la maquinaria y entonces lo vio, o mejor dicho, la vio.
¡Una márilith! ¡Tenían a una caótica tanar’ri encerrada!
El demonio tenía seis brazos, tres en cada costado, el torso desnudo, enseñando sus pechos, y con la parte inferior como la de una gran serpiente.
Incapaz de usar magia ahí dentro, cerraba los puños y golpeaba violentamente la esfera, barbotando obscenidades y juramentos de muerte a los baatezus, claro está sin ningún resultado salvo la sequedad en su ruinosa garganta.
Pero al final, nada de portales mágicos, que era lo que le interesaba.
Los baatezus hablaban entre sí con entusiasmo, pero como no entendía su lenguaje, ignoraba lo que decían. Pese a ese handicap, algunos de los hechos hablaban por sí solos.
Mediante un sofisticado mecanismo, los baatezus conjuraban poderosa magia y ataques contra la márilith. Ésta se estremecía de dolor y gritaba enfurecidamente. Mientras eso ocurría, un kocrachón enchufaba su probóscide en la máquina por el mismo sitio que arrojaban la magia y secretaba un líquido cálido y de color claro que restablecía y curaba todos los daños hechos a la tanar’ri, todo ello para volver a empezar con ese maquiavélico ciclo.
La márilith estaba muy enfurecida, pero no le extrañaba lo más mínimo lo que le estaban haciendo, ya que ella, en numerosas ocasiones había hecho lo mismo a desdichadas criaturas que se encontraban en el Abismo o a otros demonios menores para simplemente torturarlos y jugar con ellos.
Lo que los retorcidos diablos intentaban era encontrar un ataque que rozara la perfección contra esa clase de demonios, de manera que en cada ataque analizaban mentalmente las secuelas y consecuencias que producían y utilizaban algún que otro pergamino para reforzar tales hechizos. Sería el ataque que, de una sola vez, la dejara más maltrecha el que pondrían en práctica en próximas confrontaciones contra las huestes de sus antiguos y acerrísimos enemigos.

Kimmuriel ladeó la cabeza ensombrecidamente.
-Nada -dijo-, no hay ningún portal.
Jarlaxle apretó con fuerza los puños contra sus rodillas. Era la primera vez que se le veía realmente preocupado, por no decir nervioso, desde que llegaron a ese Plano.
-Lo que hay en la última sala no es otra cosa que una márilith apresada -continuó explicando lo que veía-. Está encerrada en una esfera de magia y parece que está muy furiosa. Su encarcelamiento lo produce una máquina.
El mercenario levantó la vista y lo miró a los ojos con nuevas posibilidades.
-¿Una tanar’ri presa por una simple máquina? -inquirió Jarlaxle.
El psiónico asintió dubitativo.
-Están haciendo algo, pero no consigo entenderlo, no hablo esa lengua -terminó encogiéndose de hombros.
-Haz que escuche lo que dicen -Jarlaxle se quitó aprisa el parche del ojo. Kimmuriel volvió a asentir algo intrigado y se concentró en tejer un nuevo enlace mental para Jarlaxle.

Se escuchó una risotada proveniente de un kocrachón que miraba con aires de superioridad a la márilith.
Pese a que eran tres los drow que escuchaban la conversación, sólo Jarlaxle la entendía, gracias a que acariciaba una pequeña bola de cristal que tenía guardada en su capa, gracias a la cual podía entender casi cualquier leguaje hablado. Siempre tenía algún truco escondido, siempre.
-¿A sí que ésta es una de los generales de los tanar’ris?- preguntó el kocrachón.
-Así es -respondió un hamatula-. Se llama Belliscarn. La capturamos mientras hacíamos una incursión en el Abismo para hostigar a unos pocos demonios. Se estaban volviendo muy osados y había que pararles los pies. Controlaba una horda entera de asquerosos demonios. Aún nos preguntamos cómo consiguió meterse en una de las trampas que pusimos. Muy de sorpresa deberíamos de haberlos cogidos para llegar a tal extremo-. El hamatula estaba muy interesado en la pieza que habían cazado, pero aún no creía posible que hubiesen capturado a uno de sus generales.
Estupendo, pensó el mercenario, podemos crear un pequeño follón en la sala, con el fin de despistar en la sala central y poder colarnos sin levantar sospechas. Si estamos todos juntos allí tendremos más posibilidades de encontrar ese dichoso portal.
Kimmuriel estaba de acuerdo, pero no Xhas’azeb. El emprender alguna acción sería el fin de su protección invisible y por consiguiente su inevitable fin.
Tú eres el elegido para llevar a cabo este plan, siguió el mercenario, espero que tengas suerte. Jarlaxle “habló” a través de la red mental que el psiónico había creado, condenando al espía.
¡Maldita seas Jarlaxle, maldita seas tú y toda tu ruinosa banda de patanes!, Farfulló Xhas’azeb.
Kimmuriel sintió una punzada de culpa en su cuerpo por abandonar así a su suerte al drow, pero era él o todos ellos.
Sirve bien a nuestra causa y alcanzarás un gran puesto junto a nuestra Reina Araña, continuó hablando el mercenario sin ni siquiera oír los insultos. Ese era el único consuelo que le quedaba al psiónico.
Después de prorrumpir en una risa cínica, el espía contestó sarcásticamente:
¿Y por qué estás tan seguro que voy a cumplir tu dictamen? ¿Por qué no mejor descubrirme y delatarme? Aunque yo caiga, tú vendrás detrás de mí.
Ese era un buen planteamiento, y el mercenario tenía que rebatirlo rápidamente si quería que la situación no diese un vuelco fatal en su contra.
Pobre iluso, ¿crees que los diablos te matarían tan rápidamente como te viesen? No. Ellos te capturarían y te torturarían durante toda la eternidad. No sabes ni por un momento lo que estás diciendo. La muerte sería la liberación más dulce que tendrías. Sé que no me tienes nada de aprecio, aunque yo sólo intento ser práctico, y en vez de combatirte, saco provecho de tus malos deseos hacia mí. Te estoy dando la oportunidad de hacer algo sin precedentes en tu vida, vanagloriarte y subir hasta la altura de una sacerdotisa para toda tu eternidad junto a nuestra diosa, solo si no consigues escapar con vida. Sólo te podrás apoyar en tu habilidad para salir ileso de ahí. ¿Qué me dices? Esto es más de lo que podrías esperar.
Ten por seguro que si te vuelvo a ver... dijo Xhas’azeb con tal cantidad de veneno en la voz que casi se oyó el chirrido que hacia con los dientes.
¡Uf! Había picado. Se había tragado parte de la mentira que le había soltado. Jarlaxle su pudo relajar por un momento.
Por supuesto que nos volveremos a encontrar; ahora ve y actúa con honor.
Esta sería la única oportunidad que tendrían.
Xhas’azeb deseaba mas que cualquier cosa en el mundo en ese instante que poder arrancarle la vida al mercenario.
Jarlaxle sabía que si Xhas’azeb salía con vida de esa sala y lo encontraba, tendría que luchar por su vida.[/i:96f76b9efd]

Dilvish

03/11/2005 13:04:28

[size=18:0f27599396]Capitulo 15

[i:0f27599396]El elfo oscuro estaba drogado y desnudo, permaneciendo boca arriba y en cruz en el altar de sacrificios, en una habitación especial para ello en la tercera Casa de Menzoberranzan.
A lado del altar había un pequeño pedestal que aguantaba el orshal, el cáliz de sacrificio.
Las dos elfas miraban con lujuria e indiferencia al drogado drow.
-Será un desperdicio -comentó Ka con una mordaz sonrisa.
-Desde luego -contestó K’yorl pasándose un dedo por los labios al contemplar la ingle del varón-, pero es necesaria.
El drow al que contemplaban tumbado había pasado por los lechos de ambas elfas. Era un criado guapo y vigoroso. Se divertían mucho con él.
-Comencemos -dijo la Matrona de la Casa cogiendo con una delicada mano la orvelve, la daga de araña de sacrificios.
Ambas elfas comenzaron a canturrear una letanía mientras se arrodillaban al suelo junto a un brasero con forma de araña. Éste se componía de un trípode que sujetaba a un plato hondo y grande de metal. Dentro de él ardían unas ascuas rojizas.
Después de estar varios minutos, K’yorl fue hacia el altar mientras que su hija seguía rezando.
K’yorl empuñó la mortífera daga que teína semejanza a una araña y la fue deslizando suavemente y con delicadeza por el pecho del varón drow. Finalmente se paró encima del corazón, y la afilada hoja penetró limpiamente hasta atravesarlo, poniendo fin al instante la vida del elfo oscuro.
Seguidamente continuó rezando.
Las ascuas rojas del brasero comenzaron a relampaguear y a crecer mediante llamaradas azules y purpúreas.
Bajo la escrutadora mirada de las dos sacerdotisas, una puerta dimensional hacia los planos inferiores se abrió con un estruendo encima del llameante brasero.

Había que apostar fuerte y a una única jugada.
Consciente de que la habilidad que le transfirió Kimmuriel estaba a punto de agotarse, el espía permaneció oculto en un hueco de la máquina, a la espalda de donde estaba la márilith encerrada en ese globo mágico. Los pocos baatezus que había estaban absortos en su tarea de lanzar conjuros y regenerar al demonio.
Bien, al menos tendría alguna posibilidad de salir airoso. Habría sido más fácil descubrirse y delatar a los demás drow, y la única duda que le asaltaba era que, aunque lo intuía, no sabía que sería de él.
Pero recapacitando, sería mejor si hacía algún destrozo y se escabullía de ahí para poder pescar al maldito embustero y embaucador Jarlaxle y ajustarle las cuentas. Fuera como fuese, tenía que intentarlo.
Su cuerpo parpadeó varias veces y se tornó sólido. Se abrochó más la piwafwi y se acurrucó más hondo en el hueco.
Era la máquina la que generaba la energía necesaria para crear y mantener la esfera mágica. Y sin esa esfera mágica, una poderosa y furiosa tanar’ri quedaría libre. El estropicio adecuado para la ocasión.
Inspiró hondo y se concentró en lo que tendría que venir.

-Va a liberar a una tanar’ri en tierra de baatezus. En pocos minutos esto va a ser un hervidero de diablos -les dijo Kimmuriel o todo el grupo.
Jarlaxle también era consciente de lo visto y oído, pero no de lo que pensaba Xhas’azeb, aunque uno no tenía por qué poseer poderes mentales para presumir lo que el espía opinaba del mercenario. Una lástima, pero obligatorio para salvar su pellejo.

La daga de Xhas’azeb se alojó entre varios engranajes, bloqueando las funciones de la máquina. Saltaron algunas chispas, y un sonido como a hojalata puso los pelos de puntas a los hamatulas y kocrachones.
La antena que emitía los rayos de energía parpadeó y con un apagado sonido que sonó muy mal a odios de los baatezus, la antena dejó de dar la energía necesaria para mantener a la esfera mágica.
Belliscarn vio venir su liberación. ¡Por fin!
Los rostros de los baatezus eran unas feas máscaras de miedo y terror.
Con un rugido triunfal, la márilith comenzó a crear un conjuro, en tanto los hamatulas se abalanzabas para detenerla y los kocrachones ejecutaban algunos conjuros defensivos.
La explosión más grande que el elfo oscuro había visto jamás sacudió los Pozos de arriba abajo. Pese a que el fuego no dañó a los diablos, la tremenda onda expansiva los envió a todos volando contra la pared, y sirvió también para interrumpir los conjuros de los baatezus.
Cascotes de piedra, trozos de máquinas y un primario que estaba escondido fueron lanzados al fondo de la habitación.
-¡Pagareis esto! -tronó Belliscarn.
Con la habitación despejada, la tanar’ri abrió un portal infernal al Abismo.
Demonios menores, quásit, súcubos e incluso algún que otro glaberzu eran vomitados por la recién abierta entrada al Abismo.

Algo empezó a emerger del portal que se había abierto encima del brasero. La dueña de la Casa Oblodra y su hija mayor tomaron las debidas precauciones por si algún ser planar indeseado se colara por la puerta mágica.
Una cabeza que se asemejaba a una bola de cera derretida era el preludio de que el demonio-araña estaba atravesando el portal.
La yochlol apareció en todo su terrible esplendor.
Instintivamente, las dos mujeres arrendaron y se arrumaron una con la otra, mientras no dejaban de acariciar el mango de su látigo de cabezas de serpiente.
Con una mirada inexpresiva, la sirvienta de Lot la posó en Ka y luego la pasó hacia K’yorl.
-Saludos K’yorl Odran Oblodra, ¿qué deseas? -preguntó la yochlol sin rodeos.
Esta titubeó antes de responder. Estaba sinceramente impresionada.
- Bueno, yo... -inspiró y se mostró más segura- Nosotras te invocamos para pedir un favor divino -dijo mirando por encima del hombro a la intimidada Ka-, a cambio de este sacrificio que hemos realizado.
-No es más que un varón -dijo desdeñosa la enorme aberración.
-Sí -convino K’yorl-, pero se trata de un sacrificio a la diosa que ambas veneramos -intentaba poner sus palabras en su contra, ya que estos seres era muy dados a castigar a quienes las invocaban por un asunto sin importancia, y pronto buscaban la manera de entrevesar y confundir sus propias palabras. A pesar de su menuda estatura, K’yorl Odran tenía una gran fuerza de voluntad y coraje.
-¿De que se trata? -preguntó escéptico el monstruo, al contemplar todos los objetos destinados al sacrificio.
En realidad, tales rituales por lo general no necesitaban esos sacrificios, pero para obtener la visita de una de estas Doncellas había que rezar fervorosamente al menos durante un día entero. El sacrificio indicaba una mayor urgencia y un favor más allá de la simple obtención de información acerca del favor de la diosa sobre casas rivales.
-Mi hijo... -antes de que siguiera continuando la drow, la yochlol para meter lo que se suponía que era la cabeza en el portal unos segundos y la volvió a sacar.
-Kimmuriel, tu vástago menor, continúa -intervino por ella.
-Sí... er, se ha perdido -K’yorl parecía enfadada por la interrupción, pero se mordió la lengua, acostumbrada a que nunca la interrumpía cuando ella hablaba. Ka reparó en ese detalle, y tuvo que reprimir una sonrisa.
-¿Perdido? -la voz pasó a ser muy estruendosa y uniforme, como si procediese de todos los lados de la sala-. ¡Mortal! ¿Osas llamarme para semejante trivialidad? -ahora parecía muy encolerizada.
Ka vio que la criatura estaba apunto de saltar sobre su madre mientras que permanecía ahí suspendida en el aire. Su expresión se aflojó y tomo el cariz normal. Esto era un aviso de que con ellas no se juega.
-Explícate- le espetó con sequedad a la Matrona de la Casa.
Ésta no se fue por las ramas.
-Como sabrás, nuestra familia posee poderes mentales -la yochlol asintió-, y yo poseo un vínculo telepático muy fuerte con todos mis hijos con el que puedo comunicarme con ellos. Pues bien -se apresuró a aclarar K’yorl a ver la expresión confusa del demonio-araña-, ese vínculo se ha roto.
-Pues entonces puede que haya muerto -repuso lógicamente la Doncella.
-Eso no puede ser, si no hubiese dado con su cuerpo.
La yochlol permaneció pensativa unos instantes.
-Espera -dijo antes de volverse y desaparecer por el portal.
Las dos elfas se miraron mutuamente y echaron un aliviado suspiro.

Tras la tremenda explosión que vieron Jarlaxle y Kimmuriel a través de Xhas’azeb, y que también sintieron todos ellos en la pequeña cámara donde estaban, la conexión mental que tenía el psiónico con el espía se interrumpió bruscamente, quedando conectado solo con Jarlaxle.
El mercenario trazó un rápido plan.
-Kimmuriel, utiliza ese truco tuyo de atravesar paredes y avísanos cuando esté algo despejado. Vosotros -dijo a Ost’jil y a los seis soldados que quedaban-, preparaos, a mi señal seguidme.
Todos los drow asintieron obedientes y dispuestos, pues en ello les iría la vida.
El psiónico agitó los dedos y se desdibujó, caminó por el puente y desapareció tras la enorme puerta.

Thoxkriazder alzó de improviso de su asiento sus casi tres metros de estatura al sentir la sacudida en todo el complejo. También los dos kocrachones dejaron el cadáver de un elfo oscuro al que iban a colocar en la máquina para conseguir su alma, y giraron sorprendidos sus enormes cabezas con probóscide hacia la puerta de la sala.
Ya habían conseguido crear veinte lemures gracias a las almas de otros veinte cadáveres.
A cada lado del portal dimensional de piedra había unos fosos que comunicaban con el pozo de lava en el que se hallaban instalados. Éstos eran usados a veces como sumideros del cornugón y ahí es a donde fueron a parar los cuerpos de los primarios ya inservibles.
-Por todos los demonios del Abismo, ¿qué ha sido eso? -gruñó el encargado de la primera planta de los Pozos.
Los jawalis que había por allí se pusieron algo nerviosos, y comenzaron a emitir silbidos y a azuzarse unos contra otros.
-Parece una explosión -dijo un baatezu.
-Gracias por tu explicación, no se que haría sin ti -la carga de burla y sorna en su voz eran evidentes. El kocrachón agachó la cabeza ruborizado, y esperando no desatar la terrible cólera del diablo, que se encontraba ya entre las leyendas negras del lugar.
Thoxkriazder hizo un gesto desdeñoso con la garra, tenía cosas más serias de las que preocuparse.
-Id a ver que ha ocurrido -ordenó.
No tuvieron que tener ningún incentivo más para que los baatezus se quitaran de en medio. Hicieron lo propio, rodearon la pila de muertos, atravesaron la habitación esquivando a algunos molestos jawalis, caminaron por un largo pasillo iluminado por el resplandor de los fosos y unas débiles antorchas. Al final del pasillo una puerta invisible se materializó. La abrieron y la cruzaron.

Kimmuriel ya sabía lo que iba a encontrarse al pasar la puerta.
La gran sala con los seis pasillos, los fosos, las columnas y el agujero central flaqueado por las cuatro columnas donde los diablos y khatour pasaban.
Lo que no esperaba encontrarse era justo frente por frente donde él cruzaba el foso, en el otro foso de la simétrica sala, una puerta invisible se materializaba, se abría, y dos kocrachones cruzaban velozmente un puente invisible debajo de esa misma puerta, para dirigirse a la sala donde se había producido la explosión.
Creo que ya empiezan a cuadrar las piezas de este rompecabezas, aquí hay algo que buscábamos, exclamó con júbilo al mercenario telepáticamente, es la única sala que nos quedaba en este nivel, continuó, esperad, vienen muchos diablos.
Bastantes baatezus salieron de todos los pasillos y se dirigieron hacia la entrada nordeste. Mientras, el psiónico iba escondiéndose entre las columnas, dando medio rodeo al amplio salón, y pararse cerca de donde aparecieron los dos kocrachones.
Pisó con un pie el aire de foso desconfiado, y comprobó que era tan tangible y sólido como el suelo que tenía debajo del otro.
La cabeza le dio vueltas de repente al mirar inconscientemente hacia abajo. La profundidad donde estaba el rugiente pozo era mucha, y las explosiones saltaban cerca del etéreo cuerpo del drow. Kimmuriel sacudió enérgicamente la cabeza para despejarse del vértigo y atravesó la falsa pared.
Asomó la cabeza y se aseguró que ningún ser viniera del largo corredor que se abría ante sus ojos.
<<Espero que esto nos lleve a algún sitio, si no... >>, pensó para sí mismo el psiónico, terminando con un resignado suspiro. Eran tantas las cosas ocurridas, que no quería ni pensar en las que estaban por venir. Es idea le daba miedo.
Abrió la puerta desde dentro y su cuerpo se materializó al instante.
Podéis venir, avisó Kimmuriel al mercenario, cuando salgáis, veréis en la pared de enfrente, donde hay un foso, el resquicio de una puerta, yo estoy ahí. Cruzad sin temor el espacio que hay delante de la puerta, es un puente invisible.
Intenta atrancar la puerta, vamos hacia allá, le pidió Jarlaxle.
-Preparaos, salimos de aquí –comunicó el mercenario al resto de drow. Estos se animaron algo y empezaron a estirarse para desentumecer los músculos.
Salieron de la pequeña, cruzaron el pequeño puente blanco y empujaron de los goznes de la pesada puerta. Una delicada cabeza con un largo y peinado pelo blanco grisáceo espió por la puerta en busca de enemigos. Hizo una señal a los demás elfos oscuros y salieron. Ahora el jefe mercenario iba en cabeza.
Cuatro drow se escondieron en las columnas que tenían más a mano. Los que estaban más cerca del pasillo nordeste oyeron todo tipo de chillidos, gruñidos, ladridos, sonidos guturales y explosiones del combate que estaba teniendo lugar allí.
Jarlaxle actuó sin perder tiempo con el código manual.
<< Id todos a ese pasillo de allí >> -señaló el mercenario a donde estaba Kimmuriel- << reunios con Kimmuriel y averiguad se está ahí ese dichoso portal. Ahora os seguiré yo. No toque nada hasta que vuelva>>
Todos los drow levantaron las cejas sorprendidos. ¿Qué nos seguirá ahora? ¿Adónde, por todos los avernos de los diablos, se dirigía este misterioso personaje? Esa era la pregunta que se hacían todos.
¿Conocía anteriormente la existencia de esto que llamaban los seres planares los Pozos? ¿Qué sería lo que buscaba?
<<Ost’jil, confío en ti>>, le dijo a su lugarteniente. Éste le miró a los ojos y los cerró a modo de respuesta.
Cuando el último de sus soldados rodeó la inmensa habitación y atravesó la puerta señalada, Jarlaxle dijo a Kimmuriel por el enlace mental que les unía:
Id con cuidado, tengo el presentimiento que habrá alguna comitiva de bienvenida ahí dentro. Ahora tengo que hacer unos “recados”, pero volveré enseguida.
Antes de que el psiónico le contestase, el mercenario se dirigió hacia el pasillo suroeste, y poniéndose nuevamente el parche mágico, cortó el enlace mental.

Mientras intentaba desesperadamente librarse de los restos humeantes de la destrozada máquina, el magullado elfo oscuro sintió a sus espaldas el retumbar de las puertas contra el suelo cuando aparecieron por la entra las dos estatuas que vio al entrar, que no eran otra cosa que dos descomunales gólems de piedra.
Ya tenía medio cuerpo afuera, e intentaba dar tirones con la pierna para liberarse de un pesado rodamiento que la tenía aprisionada.
Una nueva explosión volvió a sepultarlo entre los cascotes. Xhas’azeb lanzó un grito medio frustrado y medio dolorido.
En esa habitación comenzó una multitudinaria batalla, la peor que se recuerda en los Pozos en mucho tiempo.
Ya era antigua cuando Baator fue tomada por las fuerzas de diablos, lo que se conoce como la Guerra de Sangre. Una vieja disputa entre tanar’ris y baatezus.
Un desagradable olor a azufre inundó la habitación.
Demonios y más demonios seguían apareciendo, y un tropel de diablos venia en camino por el pasillo a espaldas de los dos gigantescos gólem.
Los hamatulas que ya estaban en la habitación consiguieron disparar unos rayos antes de verse rodeados por una maraña de quásits. Electrocutaron a cinco de ellos, pero otros reemplazaron sus lugares y se abalanzaron sobre los hamatulas. En pocos segundos solo se vio un torbellino de garras, colas y dientes.
Tres de los cincos kocrachones sucumbieron bajo los hechizos de Belliscarn, a la vez que los dos gólem se batían con un glabrezu y dos súcubos.
Las dos súcubos eran bastante rápidas, y atacaban por el flanco del pesado gólem, pero sin mucha efectividad, mientras que el bestial glabrezu aguantaba con cierto resignamiento los duros golpes que le propinaba el otro gólem, para luego devolvérselos con ferocidad. En una de esas arremetidas, la pinza del tanar’ri se cernió sobre el hombro del gigante de piedra, y con una lobuna mueca expresada en la cara del glabrezu, apretó con fuerza y seccionó el brazo del gólem.
La márilith conjuró cuatro espadas de energía y se dispuso a acabar con los dos kocrachones restantes.
Uno de los gólem cayó derrotado bajo el poderío del demonio con cara de perro.
También los baatezus iban ocupando los puestos de sus compañeros caídos. Si alguien no ponía remedios, esta confrontación iría para largo.
De un fuerte empujón, el espía se liberó por fin de las piedras y el metal, sacudiéndose la arena y el polvo, se quedó sobrecogido por la escena que presenciaba.

Justo cuando cierto primario con sombrero de ala ancha se escabullía por un pasillo, apareció un altivo kathour, ataviado con finas y centelleantes ropas, y varios collares, colgantes y amuletos al cuello. Los anillos que tenía eran si cabe más deslumbrantes que su ropa.
-Elfos oscuros -masculló Delagetti. Sus hechizos de detección los captaron cuando dejaron su escondite y se dirigieron a la búsqueda del portal, portal cuya existencia desconocía el khatour- espero que ese inútil de Thoxkriazder se encargue de estas alimañas.
Mientras él salía del pozo de la habitación central, una horda de camorristas diablos lo seguía ávidos de machacar demonios.
No era que considerase a esos mortales un problema, pero sí un incordio.
Esos seres eran de lo más peligro si no se tenía especial cuidado con ellos.
Al escuchar mas explosiones, los gritos de insultos, maldiciones y juramentos de odio eterno, Delagetti apretó el paso. No tenía tiempo de pensar cómo habían podido entrar esos primarios a los Pozos. Ya haría las averiguaciones pertinentes.

Cuando Jarlaxle llegó a la sala donde suponía que estaban los objetos mágicos, casi gritó de entusiasmo. En la alarmada salida de los baatezus por los altercados de la sala de al lado algunos de los objetos estaban desparramados y tirados por el suelo.
Antes de poner manos a la obra en su particular expolio, vio a un diablo, un kocrachón que tenía herida una de sus deis patas.
Jarlaxle fue acercándose con mucho sigilo por su espalda mientras sacaba dos dagas que se convertían mágicamente a una orden de éste en poderosas espadas.
Se detuvo antes de ensartarlo. Vio en uno de sus escalpelos que sostenía un pequeño frasco de cristal, un orbe de un color ambarino, que soplaba dentro de él. Una estela de brillo y embriagador aroma envolvía la pata del diablo-escarabajo y se la curaba.
El mercenario se quedó maravillado. Ese objeto tenía que ser para él.
Dejó una espada con sumo cuidado en el suelo, se acercó hasta ponerse dos metros a su espalda y taconeó ruidosamente haciendo sonar las campanillas y cascabeles que llevaba. Para poner la guinda al pastel, carraspeó.
El kocrachón dio un respingón y volvió lentamente la cabeza. Se encontró con un jovial primario vestido de unas maneras muy extrañas que alzaba la mano a modo de saludo y sonreía alegremente diciendo “¡Hola!”.
Lo último que vio el baatezu fue un centelleante resplandor dirigiéndose a los ojos. Tras el espasmo, soltó el orbe que tenía en la garra al tiempo que el mercenario lo recogía con la mano que tenía libre.
Tiró con fuerza de la espada para liberarla de la cabeza mientras se escurría a la izquierda para no salpicarse de los sesos del diablo. Limpió la espada y recogió la otra del suelo para convertirlas en dagas. Quería saber la efectividad de aquel frasco curativo.
El drow cogió una daga y se hizo un pequeño corte en el antebrazo. Goteó un hilillo de sangre. Alzó el orbe a su cara y lo observó. Era de un bonito color, y casi hipnotizaba a la vista.
A continuación sopló. ¡La estela de brillo envolvió su antebrazo, cortando la hemorragia y cicatrizando la herida! ¡Servía también para los primarios!.
Lanzó el orbe al aire alegremente, lo cogió y lo hizo desaparecer por entre su piwafwi mágica.
Luego siguió buscando entre las mesas cosas como estas, cosas que realmente les servían.
A la izquierda del cuerpo caído del baatezu había una mesa algo destartalada. Sobre ellas había colocadas varias varitas. Una de ellas era muy pequeña, plana y con una pequeña piedra verde hexagonal en la punta. Empuñó la varita y la miró fijamente. Sabía que era lo que lanzaba. Algo que seguro le vendría de perlas para después.
Antes de irse vio un disco negro en otra mesa cerca del pasillo. Se detuvo a inspeccionarlo. Se rascó la mejilla, ¿un adhesivo?.
Fue a cogerlo por el centro cuando pasó algo sorprendente. ¡Su mano traspasó la mesa a través del disco!
Una sonrisa de júbilo se pintó en la cara de Jarlaxle, y con lo apetitoso que le parecían todas las cosas cargadas y fabricadas mágicamente, esa alegría se multiplicaba por mil.
Eso era un disco de atravesar materia. Al pegar ese disco sobre cualquier sustancia sólida, la magia generaba un vacío tremendo que salvaba el espacio entre la superficie donde había sido colocado y el espacio con el que comunicaba.
Ideal para pasar entre habitaciones y cuevas sin ser detectado.
Lo cogió con cuidado por un extremo y lo despegó. Lo podía estirar y contraer como quisiera. Sencillamente fabuloso.
Con un gran pesar en su corazón por no disponer de más tiempo para poder estudiar todos los artefactos y objetos que había allí, pues sabía que no tendría otra oportunidad como ésta, se dispuso a marcharse, ya que también era consciente de que por su exceso de tiempo lo podrían estar pagando muy caro los otros drow, sobre todo con quien se imaginaba que los estaba esperando junto al portal de regreso a Toril.
Se abanicó irónicamente con el sombrero y masculló irónico:
- Que condenado calor hace en el Infierno.
Con un repiqueteo de sus botas de caña alta, y un tintineo de sus cascabeles y campanillas, corrió cautelosamente por el pasillo para reunirse con su lugarteniente y compañía.
Por su dilatada carrera de aventurero y mercenario, Jarlaxle sabía que al final de tales correrías desembocaban generalmente en una batalla a muerte.

La doncella de Lot apareció nuevamente por el umbral abierto en su mundo. Lo que parecía una sonrisa asomaba por su derretido rostro.
Madre e hija arrugaron la nariz a la vez.
Con una risa que asemejaba más a un gruñido, la yochlol habló:
-Parece que tu hijo está hecho todo un aventurero planar.
Los ojos de Ka se abrieron como platos, pero no más grandes que los de su madre. ¡¿Como?! ¿Planar había dicho la yochlol?
Con razón K’yorl no hallaba a su hijo, pues no se encontraban en el mismo plano.
-Él se encuentra en compañía de un grupo de drow muy “selectos”.
-Ya -escupió la matrona-, ¡malditos granujas descastados!
Al monstruo le divirtió el enfado de la elfa.
-Si -prosiguió el demonio-araña-, se encuentra en los Nueve Infiernos, Baator si lo prefieres, –añadió para regodearse-, en la cuarta capa llamada Phlegethos, en un complejo subterráneo utilizados por los baatezus al cual asignan los Pozos.
Las dos mujeres drow no daban crédito a lo oído. <<En Baator>> susurró para sí K’yorl Odran Oblodra.
-Intentaré abrir un portal extradimensional en donde se encuentra ahora tu hijo para que lo llames y regrese. Es algo muy difícil a causa de la gran barrera mágica que hay en ese plano contra intrusiones de este tipo. ¡Que sepas que estas en deuda con la reina Araña!- vociferó el ente mientras que su cuerpo comenzaba a tomar un intenso brillo rojo.
Si era cierto lo que decía la yochlol, en este instante la mismísima Lot esta con ella.
La doncella se concentró y comenzó a canturrear un rezo mientras un aura de energía en forma de ondas subía por todo su cuerpo.
Unas cantidades de energía jamas sentidas se concentraron en esa sala. Era un espectáculo digno de presenciar. La mano de Ka cogió a la de K’yorl, y juntas esperaron muy atentas a ver que ocurría.
La mismísima Lot estaba allí.

Kimmuriel y Ost’jil iban en la retaguardia, por detrás de los seis soldados. Llevaban una formación en cuña, tres por cada flanco. El silencio era sepulcral, hasta oían los latidos de sus corazones.
Unas amenazadoras sombras se proyectaban cuando el grupo de elfos oscuros pasaban por delante de las antorchas que iluminaban el largo pasillo.
Los soldados más adelantados pasaron a la visión normal para asegurarse que no había nadie esperándoles escondidos en los recovecos del pasillo.
-Esto no me gusta, reina una quietud muy sospechosa -apenas si se oía la voz del psiónico.
-Sí -apoyó el lugarteniente de Jarlaxle-, es muy raro. Preparad vuestras armas -mientras hablaba iba desenfundando una espada. Kimmuriel solo tenía el puñal de emergencia, y no pensó hasta ahora que le haría falta un buen filo. Los demás drow desenfundaron las espadas, y los dos más retrasados de las filas amartillaron y prepararon las ballestas de mano–. Y todos los trucos de que dispongáis, los necesitaremos -miró a Kimmuriel mientras decía esto último.
Terminaron de andar el pasillo sin ninguna novedad, hasta que llegaron al final y se encontraron con otra de esas pesadas puertas. Ésta estaba medio abierta.
<<¡Kyon!>>, les avisó Ost’jil en código drow.
La puerta chirrió y se abrió ante sus narices de par en par como si les invitase a entrar.
La sala estaba a oscuras, solo tenuemente iluminada en el fondo gracias a dos fosos de lava que resplandecían con una luz rojiza. Entre medio de estos dos fosos y un poco adelantado, un gran círculo de piedra con serpenteantes dibujos palpitaba luz verde. ¡El portal! ¡Habían encontrado el portal de regreso a casa! Ahora solo quedaba cruzar la ovalada sala y llegar a casa. Parecía un lugar tranquilo, sin ningún signo de ajetreo.
Nunca tan lejos de su intención. A los primeros pasos ocurrió algo angustioso y fatal.
Decenas de penetrantes y sanguinarios ojos amarillentos empezaron a aparecer por toda la sala. Unos reflejos verdeazulados comenzaron a agitarse delante de los elfos oscuros, y un agudo silbido los envolvió. Éstos se reagruparon inmediatamente en un círculo defensivo.
Delante del portal, dos llameantes pupilas se abrieron.
La sala se inundó de luz blanca inmediatamente después gracias a un globo de luz mágica que pendía del techo, dejando al descubierto lo que esa sala guardaba realmente.
Algo más de un centenar de aquellas extrañas y asquerosas criaturas de aspecto humanoide, con piel de reptil, afiladas púas, larga cola de pinchos remachada de pinchos y un aguileño pico parecido al de un pájaro cuyo nombre no sabían, estaban por todas partes.
Si eso puso muy mala la perspectiva de salir de allí a los drow, el imponente cornugón que estaba sentado en un trono de piedra delante del portal terminó por dejársela pisoteada por los suelos.
Se levantó de su asiento, y sus casi tres metros de estatura dejó a mas de uno intimidado. Tenía los brazos extendidos hacia abajo, y las correosas alas enganchadas una sobre la otra entre los hombros, dándole la apariencia de una capa. Poseía un musculoso cuerpo cubierto de escamas y una cola larga y prensil que no paraba de moverla.
La fea cara de un ser típicamente infernal mostraba una mueca de satisfacción y triunfo.
Si la voz del hamatula al que esclavizaron les parecía ronca y cavernosa, ésta la superaba con creces. Cuando comenzó a hablar, media sala retumbaba y para sorpresa de ellos, lo hizo en drow:
-Bienvenidos a mis dominios, mortales -la sonrisa que tenía el cornugón inspiraba poca confianza, si es que un diablo podía inspirar alguna-. Soy Thoxkriazder, el encargado de la primera planta de los Pozos, ¿a quien tengo el placer de conocer?- se burlo el baatezu.
Los elfos oscuros de Bregan D’aerthe se miraron nerviosos.
-A nadie importante -respondió precavidamente Ost’jil.
-¿Ah, no? -inquirió Thoxkriazder- ¿Y nadie importante es capaz de penetrar en un lugar tan vigilado, seguro y secreto como son los Pozos de Phlegethos y poner en jaque a medio complejo? Dime, ¿todos tus semejantes son iguales de poco importantes? -Ost’jil tragó saliva-primario, veo que te interesa mucho este portal, ¿no es por esto por lo que habéis venido?- preguntó a todos -¿Y por qué no hacemos un trato?.
Con una estruendosa risa, dio un salto desde su trono y desplegó sus inmensas alas que aletearon un par de veces para planear por delante de la pila de cadáveres y posarse delante de los drow a una distancia poco prudente.
Entonces todos los drow repararon en la cantidad de seres mutilados y asesinados que había en la pira. Todos pertenecían a la Infraoscuridad. Desde ex compañeros drow, pasando por svirfneblis hasta los temibles desolladores mentales.
Levantaron la vista un poco más y vieron que detrás del asiento de piedra aparecieron unos veinte seres amorfos de color naranja.
Al percatarse de sus miradas, el cornugón les explicó:
-Vuestros parientes primarios de Toril me están ayudando mucho para crear mi ejército de lemures -decía mientras señalaba a los muertos y a éstos últimos, baatezus menores- el primer tipo de diablos, las larvas, por así decirlo.
Los jawalis comenzaron a moverse ansiosos, con la vista siempre puesta en los elfos oscuros. Solo gracias a la telepatía de Thoxkriazder, ayudada de una herramienta mágica, con sus creaciones vivas, controlaba sus acciones y evitaba que los jawalis saltasen sobre los drow.
Parecía como si los ojos de los jawalis demandasen una importante ración de sangre.
Mientras el cornugón hablaba, Kimmuriel pudo hacer algunas averiguaciones haciéndole un pequeño sondeo mental. Le costó mucho más que con cualquier ser hacérselo, había algún tipo de barrera mental que lo protegía de tales intrusiones. Sin embargo, entre tanto bullicio de ideas, pensamientos y tramas, pudo saber qué se tría entre manos este diablo.
Quería hacer acto de presencia en Toril, en la Infraoscuridad, tomando por la fuerza bajo legiones de lemures y esas criaturas un extenso territorio.
-¡Ah! -se le olvidó al cornugón-. Os presento a mis pequeños hijos, ¡los jawalis! -exclamó cerrando el puño.
-Jawalis -musitó Ost’jil. Así que para eso habían venido. Para parar los pies a la conquista de esos baatezus. Pero, ¿y por qué ellos? ¿Por qué no algún aventurero de la superficie, de los que tanto abundan? ¿Por qué no uno de esos malditos darthiir, un elfo de la superficie?
Bueno, así era el destino, caprichoso como el mismo. Una cosa si era segura, y Ost’jil ponía la mano en el fuego, de que fuese cual fuese la resolución de este problema, Jarlaxle sacaría algo, y algo que él tendría en mucha estima.
-Basta de chanzas, vayamos a cosas serias -Thoxkriazder poseía un cinturón de piel humana, del cual colgaba un látigo acabado en púas. Lo desabrochó y lo empuñó-. Os propongo el siguiente cambio. ¡Vuestras almas a cambio de este portal! -una risa demente comenzó a brotar de todo su ser, mientras un aura de miedo lo envolvía y empezaba a dirigirse hacia los elfos oscuros.
Sólo por su condición de seres malignos, los drow soportaron quedar atenazados por el miedo y volverse medio locos.
Este era uno de esos diablos que poseía una labia excepcional y unos medios muy provechosos para sacar partido a todas las situaciones.
-¡No! -le chilló a duras penas Kimmuriel.
-Está bien, en ese caso os dejaré un tiempo para que lo discutáis con unos “amigos” -el risueño baatezu se volvió a la pila de cadáveres y realizó un conjuro de reanimar muertos. Éstos, lenta pero constantemente, se iban poniendo de pie.
Un tintineo sonó a espaldas de los drow. La capa de quién la portaba reflejaba todos los brillantes colores del espectro luminoso y del infrarrojo. La capa para los jawalis fue como un faro, que les llamó tremendamente la atención, y empezaron a agolparse todos en el punto más cercano al pasillo donde había hecho la aparición el recién llegado.
Se quitó su llamativo sombrero y su pelada cabeza reflejó un destello del globo de luz mágica. Hizo una inclinación de respeto.
-Saludos, poderoso Thoxkriazder, nos volvemos a encontrar -las suaves palabras de un alegre Jarlaxle sonaron a oídos de los demás drow como el aullido de un dragón a escasos centímetros de las orejas de éstos. Todos los elfos oscuros se volvieron para verlo. ¡Por fin había llegado! Pero, ¿Conocía a este cornugón?
Una cosa ya se daba por sentada, y nadie que apreciara su vida, preguntaría por la conexión de estos dos elementos de cuidado. Una sonrisa tiró de la comisura de los labios de Kimmuriel, podía leer claramente todos los temores y miedos de los demás drow acerca de insistir demasiado en el tema.
Ellos nunca sabrían si la idea de Jarlaxle de cruzar ese portal había sido premeditada o solamente una casualidad de la vida.
Conocía al diablo, eso nadie lo ponía en duda, y posiblemente habrían tenido algún tipo de trato con anterioridad.
Thoxkriazder levantó la cabeza y lo vio. Nada como unas buenas palabras que hurguen en viejas heridas para empezar.
-¡Ja, ja, ja! Pero si es Jarlaxle B...
Antes de terminar de hablar, la furibunda mirada que el mercenario le dedicó fue acompañada por un disparo de su nueva varita que llevaba ya un buen rato empuñándola. Escogió un mal conjunto de palabras para empezar una conversación con el líder mercenario.
Una sustancia pegajosa de aspecto arcilloso y de un color verde semitransparente fue a parar al hocico del cornugón, que enmudeció de momento.
Éste aulló un ahogado murmullo que debería haber sido un terrible rugido de cólera.
Se llevó las garras a la boca para intentar despegar aquella masa. Ya tenía los ojos casi fuera de la cuenca ocular, a punto de salir disparados como pelotas rojas vivientes, cuando tuvo que parar por la presión antes de que se arrancase la cabeza.
-¡Preparaos para la lucha! -chilló Jarlaxle sin ningún titubeo. Esperaba poder sacar una situación de provecho de esta situación, pero aquel comienzo le había tocado su fibra. Además, Jarlaxle ya tenía lo que querría.
Thoxkriazder chasqueó el látigo en dirección al soldado drow más grande y corpulento. El guerrero ya lo estaba esperando, pues extendió su mano adelante, interponiéndola entre su cara y el látigo. El látigo se enrolló en su brazo, provocándole numerosas escisiones a causa de las afiladas púas que terminaban en el apéndice.
Esta acción no se lo esperaba el baatezu, y con un fuerte tirón el drow le quitó el látigo de sus manos.
Eso colmó la paciencia de Thoxkriazder.
Del cinturón, el baatezu desenvaino una daga muy extraña. Poseía una empuñadura muy grande como para tratarse simplemente de una simple cuchilla.
Con un brillo morado, la pequeña hoja se alargó hasta alcanzar una altura de casi cuatro metros.
Cuatro metros de un espadón muy peculiar.
A Kimmuriel y a los demás no se le escapó el detalle de la espada, que tenía la empuñadura ligeramente ovalada, pero a causa de las grandes garras del diablo no la pudo apreciar mas detalladamente.
La espada emitía destellos purpúreos.
Thoxkriazder separó un poco las manos del mango de la espada para equilibrar su peso y del centro se abrió de repente un ojo
¡Un ojo! Parecía una pupila azul y se representaban en ambos lados de la espada.
El ojo comenzó a buscar a alguien. Y se encontró con la mirada de Kimmuriel.
El psiónico se quedó boquiabierto. ¡Una espada mental! ¡Ese repugnante cornugón poseía una espada con poderes psiónicos!
Esa arma debía de ser suya.
Con un gesto obsceno, el cornugón dijo, o más bien intentó decir:
<<Moriréis todos, gusanos>>
Ese fue el comienzo de una épica batalla que nunca olvidarían.
Sonaron dos “clic”, y dos saetas envenenadas dirigidas a Thoxkriazder se le clavaron en un ala. Le escoció un poco, pero si las quitó de un zarpazo. Los drow esperaron un poco a que el narcótico surgiese efecto, pero fue una pérdida de tiempo, ya que a los seres de otros planos no les afectaba ese tipo de venenos.
El diablo señaló a los drow con determinación y todos atacaron. Jawalis, lemures y zombies se abalanzaron contra los primarios a la vez que el cornugón pegaba un gran salto y planeaba con la espada extendida sobre las cabezas de los elfos oscuros para probar el filo de su espada recientemente adquirida.
Todos los drow se tiraron al suelo, y un soldado alzó la ballesta para evitar que acabara trinchando a alguno mientras estaban en el suelo.
Brazo y ballesta saltaron por los aires a causa del tremendo impacto que recibió por parte de la espada del baatezu.
Mientras se levantaban, el que perdió el brazo chillaba agónico y se desangraba.
En una proporción de dieciocho a uno, los elfos oscuros estarían condenados en muy poco tiempo.
Como respuesta a ese inusual acto de valentía del elfo oscuro malherido, otro elfo oscuro le mostró la “gratitud drow”, cogiéndolo por la pechera de la capa y la espalda y arrojándolo hacia la marea de enemigos que se les venía encima. Al menos tendrían un momento para reagruparse.
Mientras era descuartizado y mutilado, el drow malherido no se sorprendió de lo que le hicieron sus compañeros, pues en la sociedad drow los lisiados no tenían cabida.
Con espadas y dagas preparadas, los guerreros drow aguantaron la primera oleada de jawalis.
Las malditas criaturas eran muy rápidas. Picotazos, dentelladas, coletazos. Todo valía. Además, esquivaban muy a menudo las estocadas bien dirigidas de los defensores.
El psiónico no podía hacer mucho con una daga, así que esperó una buena oportunidad para poder usarla.
Un jawali que se batía con un drow le dio la espalda a Kimmuriel, y éste aprovechó para clavarle la daga hasta la empuñadura. La estocada fue fulminante.
Una ráfaga casi continua de destellos plateados volaban rasgando el aire, librando el flanco izquierdo de las incordiosas criaturas. Jarlaxle era infalible en el lanzamiento de dagas.
El gigantesco soldado drow trazaba amplios arcos con su espada, pese a las dolorosas heridas del brazo que le impedía manejar la espada con mas soltura. Mantenía despejada una zona de dos metros y medios delante de él. Le costaba mucho esfuerzo mantener ese ritmo, y empezaba a cansarse rápidamente.
Detrás de todos esos jawalis venían andando los impávidos cadáveres y por detrás de éstos los seguían la masa amorfa anaranjada que eran los lemures.
Al fondo de la sala, el portal resplandecía con las runas verdes, como burlándose de ellos. Por qué poco no lo consiguieron.
-¡Maldita sea! ¿Qué hacemos? -gritó un soldado que acababa de librarse de un jawali.
-Lanzad globos de oscuridad cerca de vosotros -les dijo Jarlaxle mientras despachaba a dos monstruos más.
Ocho globos de oscuridad aparecieron envolviendo a los jawalis y cerca de ellos. Éstos sofrenaron su avance algo confusos.
Thoxkriazder apareció flotando en la otra parte de la sala. Lanzó rayos y bolas de fuego para intentar disuadir a los conflictivos primarios.
Jarlaxle vio venir toda esa cantidad de magia destructiva de la cual no saldrían vivos ningunos, y ocupados como estaban repeliendo a los correosos jawalis, no se permitían el lujo de darse la vuelta y correr, a riesgo de acabar como cena para los jawalis, o para cosas peores si Thoxkriazder podía evitar que fueran masacrados.
A una velocidad de vértigo metió la mano entre la capa, sacó un silbato y lo sopló.
Hubo un apagón de luz que pilló a todo ser viviente menos a los zombies por sorpresa.
De repente, toda magia que había en la sala desapareció. Bolas de fuego, rayos, globos de oscuridad, esferas de luces mágicas... hechizos de protección contra el fuego.
Jarlaxle, Kimmuriel y los demás pasaron a la visión infrarroja.
Cinco soldados y Ost’jil fueron afectados. Al principio no ocurrió nada, pero después unas volutas de humo envolvieron a los elfos que quedaron desprotegidos ante la defensa mágica de fuego de los Pozos y Phlegethos en general.
Poco a poco sus cuerpos comenzaron a coger temperatura, hasta que se hizo insoportable y comenzaron a quemarse por el calor y el fuego.
Una macabra pira funeraria iluminó la entrada de la sala, alumbrando toda esa parte por la combustión de los cuerpos de los drow.
Los angustiosos gemidos que profirieron helaron hasta el corazón del cornugón.
Después de recuperarse, el baatezu comenzó a reír como un poseso. Más víctimas del fuego de Phlegethos.
-¡Me has ahorrado mucho trabajo, estúpido! -le gritó el diablo desde algún punto de la oscura habitación a Jarlaxle.
Una lágrima se derramó por el apuesto rostro del mercenario. Le dolió mucho en el alma tener que haber recurrido a ese extremo, pero al menos él y el joven Oblodra se salvarían, aunque viendo el tórrido panorama, no iban a durar mucho. Él no era como todos los demás drow, malvados y egoístas en extremo. Tenía algo que lo hacía diferente a todos ellos pero sin sobresaltarlo mucho. Al menos, con la oscuridad que impregnaba la sala, Jarlaxle pudo padecer su sufrimiento solo.
Intentó despejarse y mantener al lado ese tipo de ideas, y se centró en lo que tenía por delante, ya poco podía hacer por los muertos, pero sí por los vivos.
Gracias al campo antimágico creado por el silbato encantado, consiguió formar una confusión mayor y ganar así algunos minutos.
Además, gracias a eso, disipó el hechizo de reanimar muertos, con lo que los cadáveres quedaron también fuera de juego, cayendo como fardos sobre la máquina que les extraería mas tarde el alma.

Entre el caos existente, una sombra se coló en la habitación, una sombra ávida de venganza y dispuesta a hacer pagar la traición que le habría condenado.
Su capa estaba hecha jirones, presentaba cortes por todo el cuerpo y la parte izquierda del cuerpo, desde la cara, el brazo y el costado, lo tenía quemado y derretido. Algunas costillas las tenía partidas, y varias arterias principales habían reventado y se desangraba poco a poco por dentro.
Tosió una vez escupiendo flema y bastante sangre. El sabor fuerte del hierro que es transportado por la hemoglobina se le quedó grabado muy bien en la memoria.
Solo los Dioses del Infierno saben cómo escapó Xhas’azeb con vida de aquel lugar donde tanar’ris y baatezus se enfrentaban en una titánica lucha.
A lo mejor por su consumado arte para pasar desapercibido en los sitios, gracias a la parcial borrosidad que le proporcionaba su piwafwi, a lo mejor por suerte, a lo mejor por el destino. Solo los Dioses lo saben.
Lo único que mantenía en pié al espía era la venganza. Podría morir más tranquilo después de haber acabado con Jarlaxle, el traidor.
Empuñaba su daga de repuesto, el mango estaba tallado con el hueso de un dragón negro, terminado en una hoja curva y aserrada de adamantita.
Estaba muy cerca de Jarlaxle, solo con acercar un poco la mano se cobraría la vida de ese mísero traidor.

Thoxkriazder estaba encima de los carbonizados cadáveres, con las llamas jugando y culebreando por entre las garras de los pies. Era una sensación tan satisfactoria...
Extendió las manos y conjuró una extensa llamarada de fuego. La llamarada se precipitó como un torrente en columna hacia el cuerpo del mercenario. Se arrojó al suelo y se salvó por los pelos. Jarlaxle ignoraba por completo lo que sucedía a sus espaldas.
Tan ensimismado estaba en su venganza Xhas’azeb, que cuando quiso darse cuenta de que el mercenario se lanzó al suelo y la llama pasaba por encima de él, estaba chillando y su cuerpo se convirtió en una columna de carne humeante.
Su daga repiqueteó intacta en el pedregoso suelo.
Jarlaxle dio un respingón al oír el grito del espía y se volvió para contemplarlo arder.
-Xhas’azeb... conseguiste escapar de la misión suicida que te impuse y viniste para reclamar tu venganza, y ya ves, has caído bajo el fuego de mi enemigo. Que ironía...
-Ya ha habido demasiadas muertes drow aquí -dijo el mercenario con resolución-. ¡Esto tiene que acabar!
Jarlaxle sacudió la cabeza y se dio dos palmadas en las mejillas. Mientras las cenizas que era Xhas’azeb se desmoronaban, el mercenario agarró la daga del espía y la arrojó con fuerza al diablo. Ésta se alojó en el ala derecha, imposibilitándolo para el vuelo, mientras que dio un gran batacazo contra el suelo terminado en un resignado gruñido.
La situación de Kimmuriel no era menos complicada que la del mercenario.
En cuanto los demás drow comenzaron a arder, el psiónico se zambulló de cabeza al suelo y rodó por la izquierda. Eso le costó algunas magulladuras.
No tuvo tiempo de coger ninguna arma del suelo, y empuñando solo una daga, no tendría mucha oportunidad de usarla.
El cansancio vino de manera inesperada, y la fatiga y la jaqueca nublaron su visión. Le costaba mucho esfuerzo mantener los párpados abiertos. Era como si a cada paso se fuera desgastando mas y más, hasta quedarse sin energías ni para respirar siquiera.
Cuatro jawalis se le abalanzaron.
No tenía fuerzas ni para producir ni un estallido psiónico más.
Presa del miedo, retrocedió rápidamente para esquivar a las aberraciones. Ante tanta prisa, trastabilló con su propio pie y calló de espaldas. Un par de ojos amarillos que avisaban de su muerte venían en su búsqueda.
Cerró los ojos, y en un instante una ráfaga de imágenes desfiló por su mente. Imágenes y emociones de toda su vida transcurrida, su infancia, su juventud y su corta madurez. Todo en una espiral de recuerdos que se iban fundiendo con su existencia.
Instintivamente agarró la daga con ambas manos y la alzó al frente, Si moría, al menos el jawali que le matara se llevaría un doloroso recuerdo. Al juntar los brazos sus brazales celestes de tela desgastada se tocaron y brillaron tenuemente.
Kimmuriel esperaba sentir un aguijonazo, una dentellada, un picotazo, maldita sea ¡algo!, pero no vino nada. Unos segundos de angustia que le parecieron eternos.
En cambio, sintió un hormigueo que le recorrió sendos brazos. Abrió los ojos poco a poco, intrigado. La estampa con la que se encontró lo dejó temblando de miedo y estupefacto:
A escasos diez centímetros de su nariz, el pico de un jawali babeaba entreabierto, enseñando sus curvilíneos y afilados dientes. El monstruo parecía eclipsado. Un gran cono de luz azulada salía proyectado de uno de sus brazales, manteniendo en su radio a mas de treinta jawalis inmovilizados. La luz llegaba hasta la pared, atravesando medio campo de los recién chamuscados drow. Lástima que Thoxkriazder se encontraran a solo unos metros de su radio de acción.
Unas pequeñas llamas danzarinas de color azul moteado de blanco aparecieron de improviso, entrelazándose con los cuerpos de esos jawalis. Empezaron a juguetear y a enrollarse por las colas y patas, y subieron en espiral hasta alcanzar la cabeza.
El psiónico no vomitó por la impresión que se había llevado.
Las llamas culebrearon por toda la cabeza y se introdujeron a la vez por bocas, narinas, ojos y odios. Con un crujido húmedo uniforme, todos los jawalis graznaron un estruendoso barboteo de silbidos y gruñidos y cayeron inertes al suelo. Una densa neblina se formó encima de cada uno de ellos y empezó a disiparse hasta desaparecer.
Tanto Jarlaxle como Thoxkriazder se quedaron rígidos como piedras.
Kimmuriel, asustado, tiró la daga al suelo y comenzó a recular como un loco, intentando apartar esa visión de su cabeza.
¡Un hechizo de cercenavidas en cadena, eso era lo que contenía los malditos brazaletes!
La mente del joven drow se le quedó en blanco.
-¡Nooo! -aulló el baatezu-. Mis pequeñas criaturas -musitó sombrío-, las estas matando. ¡Malditos insectos primarios, nunca saldréis de aquí! -la cara del diablo se enrojeció hasta tal punto, que el mercenario pensó que explotaría. Un aura diabólica envolvía a Thoxkriazder.
El cornugón se teletransportó junto al portal de piedra, cogió un legajo de papel que llevaba consigo y se apresuró a leerlo en una serie de ronquidos en dirección al portal. Las runas mágicas de éste se intensificaron por momentos, y se fueron apagando en un decrescendo hasta dejar de emitir cualquier tipo de luz. Los dos elfos oscuros que aún vivían se quedaron sin ningún portal.
El portal dimensional había sido inutilizado.
El grito de frustración del mercenario fue hasta más penetrante que el que lanzó el diablo momentos antes. Ninguno de los drow pudo reaccionar. Jarlaxle se veía rodeado por jawalis y lemures en el otro extremo de la sala, y Kimmuriel ni si quiera dio muestras de haberse enterado de lo que pasó.
-¡Aunque yo caiga, te arrastraré conmigo, lo juro! -una energía sobrenatural recorrió el enfurecido cuerpo de Jarlaxle. Kimmuriel pensó al fijarse en el mercenario que nunca más vería a alguien combatir tan elegante y letalmente que a ese misterioso drow. En eso se equivocaría en un futuro.
Jarlaxle era consciente de la expectación que levantaba su irisada capa entre los jawalis. Utilizando sus habilidades innatas proyectó un par de fuegos fatuos a su izquierda y derecha. La reacción fue inmediata.
Los monstruos más cercanos se abalanzaron hacia ambos fuegos mágicos, reduciendo considerablemente el número de contendientes.
Para enredar mas las cosas, el mercenario se pasó una mano por el sombrero, rozando levemente la pluma. Una nube de plumas voló de aquí para allá hasta que apareció un diatryma. El gigantesco pajarraco de plumas violáceas casi alcanzaba la altura del diablo.
Con unas alas pequeñas y atrofiadas a causa del desuso, pero con dos potentes patas y un tremendo pico, el ave de la Infraoscuridad comenzó a despachar a gusto a los jawalis y algunos lemures que se les tiraban encima. Al cabo de un momento la pluma volvió a crecer en el sombrero de ala ancha de Jarlaxle.
Jarlaxle solo se fijaba en Thoxkriazder, y corría hacia él mientras blandía dos espadas gemelas que aparecieron de improviso en sus manos.
Todo jawali o lemur que se cruzaba en su camino era aniquilado sin la menor vacilación. Molinetes tajos, estocadas, mandobles. Todo lo realizaba a la perfección. Cabezas, colas, brazos y cuerpos alfombraban el suelo por donde pasaba el furibundo drow. El negro fluido que era la sangre pronto encharcó el suelo.
Kimmuriel estaba horrorizado y maravillado a la vez.
Todas las emociones percibidas hasta el momento le dieron al psiónico el subidón de adrenalina que necesitaba.
Se levantó de un salto y buscó con la mirada al baatezu. Todavía permanecía junto al inactivo portal. ¡Gracias a todos los Dioses que le estuvieran viendo en ese momento que leyó los pensamientos del cornugón!.
-<<Me presentaré por la espalda de esa piltrafa y lo ensartaré con mi espada ahora que está tan ocupado en venir hacia mí>>.
Era el momento de poner toda la carne en el asador, se dijo para sí Kimmuriel.
Ahora que tenía la oportunidad, se concentró mentalmente para realizar una disciplina psiónica.
El psiónico juntó las manos y alzó sobre sí una barrera cinética.
Para entonces Thoxkriazder ya se había plantado a tres metros de la espalda de Jarlaxle, y éster no se percató a causa del duro enfrentamiento que libraba contra los jawalis y lemures. Se lo estaban poniendo muy difícil.
El diatryma hacía tiempo que había caído bajo la tormentosa acometida de zarpazos, púas envenenadas y mordiscos que le dedicaban los jawalis.
Algunas de estas siniestras espinas se dirigían también al drow mercenario, pero gracias a su capa de desplazamiento, erraban.
El cornugón alzó un brazo con la tremenda espada.
Kimmuriel usó una de las ciencias psiónicas más difíciles. Se teleportó y apareció cara a cara con Thoxkriazder. El drow tenía pintada una pícara sonrisa a pesar de su cansado rostro.
-¡Tú!- bramó ante la súbita sorpresa de la aparición de ese elfo oscuro.- ¡Serás el siguiente en probar el filo de mi espada!
En el transcurso de esas palabras fueron varios los impactos de púas y golpes de colas las que absorbió la barrera cinética del psiónico. El baatezu no se dio cuenta de nada.
La larga y morada espada centelló, subiendo y bajando varias veces por su cuello, hombro y torso. Fueron recogidas y almacenadas en la barrera cinética.
Gracias a que la adrenalina fluía libremente por todo su cuerpo e irrigaba abundantemente el cerebro, soportó los mortales golpes que sin duda le hubieran reventado a causa del esfuerzo.
Kimmuriel seguía impávido, mirándolo fijamente con los ojos llameantes.
Se inclinó sobre el cornugón y las siguientes palabras salieron melosamente de la boca de Kimmuriel Oblodra:
-Talinth xal tlu sreenen.
Thoxkriazder lo repasó mentalmente.
-“¿Pensar puede ser peligroso?” -inquirió con el ceño levantado. Comprendió enseguida cual era la naturaleza mágica de ese drow.
En el instante en que Jarlaxle se volvía al escuchar estas palabras, Kimmuriel tocó el pecho del diablo y desencadenó ciegamente la destructiva energía que pugnaba por salir de su interior.
La muerte fue veloz y brutal. Cuello, hombro y pecho se abrieron como un labio y reventaron, formando una bolsa de sangre y fluidos que empaparon al psiónico. La espada cayó al suelo, quedando bañada también y se encogió con su color morado hasta alcanzar la talla de una espada normal.
-¿Lo has matado?- dijo Jarlaxle más sorprendido que convencido- Pero ese era para mí.- protestó el mercenario.
Kimmuriel se encogió de hombros, expresando un <<que más da>>, mientras se limpiaba la sangre del rostro.
Jarlaxle se olvidó por un instante de los feroces jawalis y lemures, y se volvió para hacerles frente de nuevo. Tenía varios cortes y heridas por los brazos y muslos, y aún así, la vestimenta del elfo oscuro permanecía inmaculada.
Pero en el momento de la muerte de Thoxkriazder, el control mental que poseía sobre los jawalis desapareció, y éstos comenzaron a correr por toda la sala desbocados. Parecían haber olvidado a los drow.
Incluso los lemures parecían confundidos, y se escondieron de la presencia de estos dos peligrosos primarios.
Espada en mano, Jarlaxle se giró de nuevo para hablar con el joven Oblodra.
El psiónico se agachaba y recogía la formidable espada.
El ojo de la empuñadura se abrió de repente y un aluvión de imágenes y palabras fluyeron de la espada a la mente de Kimmuriel.
Una de esas palabras se le quedó a fuego grabado en la cabeza
<<Harvenzha’linth>>.
La espada era increíblemente ligera, hecha con algún tipo de material desconocido, y a su tacto parecía como si latiera. Tenía un gran potencial por descubrir. Si no fuese porque el baatezu no era consciente de su potencial, de la primera estocada lo habría hecho trizas. Suerte que él era psiónico y si “veía” la realidad de lo que le deparaba esa poderosa arma.
Acarició suavemente el pomo de la espada y se volvió a Jarlaxle para decirle:
-Te presento a Rompementes.
Jarlaxle enarcó una ceja y se rió.
Que la espada tuviera poderes mentales no lo ponía en duda, solo con haberla empuñado parecía más fresco y menos fatigado, pero necesitaría algún tiempo para poder averiguarlos por completo.
Y era en eso del tiempo en lo que temía, pues sin portal de regreso, no durarían mucho más en ese infernal lugar.
Los algo más de cincuenta jawalis que quedaron sin amo rompieron la puerta de lignina reduciéndola a un montón de astillas, avanzando en tropel por el pasillo secreto hacia el centro del complejo.
Jarlaxle y Kimmuriel se quedaron a solas en el inmenso vacío que era la sala, rodeado de docenas de los cuerpos mutilados y quemados de las distintas razas. El mercenario guardó las cambiantes dagas y le preguntó como si fuese un chiste,
-Bueno, ¿y ahora qué? ¿Aquí acaba esta <<pequeña aventura>>?.
Kimmuriel zangoloteó la cabeza como si le hubiese pegado un puñetazo.
Maldita sea, como si aún quisiese más, al final respondió.
-<<Pequeña aventura>> -replicó sarcástico-. Una pequeña aventura que le ha costado el pellejo a casi todos nosotros, pero no, tú aún quieres más. ¡Adelante!, Ve y enfréntate a todos los malditos diablos de este sitio, que seguro que hay más de los que piensas -gritó exasperado, levantando las manos y la espada-. ¡Mátalos a todos!
En el momento en que Jarlaxle iba a replicarle, una fisura rasgó el aire de la habitación, y creció hasta convertirse en un portal extraplanar.
Mercenario y psiónico se pusieron en guardia, preguntándose que nuevo horror infernal le aparecería ahora. Seguro que a estas alturas todo los Pozos estaban informados de su presencia e iban a por ellos.
Una voz muy iracunda y enfadada resonó en la cabeza de Kimmuriel, una voz que le resultaba terriblemente familiar.
Cruza ese portal ahora mismo.
¡Su madre K’yorl!
-¿Qué ocurre ahora? -el receloso Jarlaxle ya tenia las espadas en las manos.
Kimmuriel, con los ojos abiertos de par en par, no se paró en responder la pregunta mientras tiraba del brazo y se introducían por el portal, dejando por fin aquella tierra de pesadillas. [/i:0f27599396]

Dilvish

03/11/2005 13:08:34

[size=18:cd987a63cb]Epílogo

[i:cd987a63cb]Cuando Delagetti consiguió anular el portal abierto por la tanar’ri, Belliscarn consiguió escapar antes de que se cerrara por completo la vía al Abismo, jurando volver algún día para acabar con él. El resto de las fuerzas demoníacas que quedaron atrapadas en los Pozos fueron rápidamente puestas en jaque, sobre todo gracias a los nuevos baatezus creados genéticamente para combatir a los demonios. No opusieron mucha resistencia.
El sangriento encuentro se saldó con muchas bajas, tanto baatezus como tanar’ris.
El viejo kathour se llevó una mayúscula sorpresa cuando vio por primera vez tal cantidad de aquellas extrañas criaturas en el salón principal del primer nivel corriendo como locos como si aquello se tratase de una estepa.
Delagetti hizo algunas averiguaciones, y supo el por qué de todo este gran altercado. Su subalterno de planta, el cornugón Thoxkriazder junto a dos kocrachones designados por éste, tenían sus propios planes de conquista, pero subestimó a los primarios de Toril, y sus planes acabaron por torcerse de una manera cruel e ingenua.
Mediante su poderosa magia localizó a estos dos kocrachones muertos en el enfrentamiento contra los tanar’ri y al destrozado cuerpo del cornugón, vencido por los elfos oscuros, y extrajo sus almas.
Como pena, sus esencias vitales fueron aplastadas, quemadas, rotas y desangradas en tormentos y castigos sin fin.
Delagetti se replanteó mejor la defensa de los Pozos para que un incidente como este jamás volviera a ocurrir.
Los jawalis le dieron muchos quebraderos de cabeza. Con sus hamatulas, kocrachones y kathour, Delagetti consiguió eliminar a unas pocas de esas criaturas. Después de la pelea contra los demonios, no estaban para perseguir a nadie. Aún había que hacer recuento del destrozo ocasionado, que no era poco.
La mayoría consiguió escapar por pasillos y túneles que se dirigían al exterior, pasando de largo de los guardianes de las entradas.
Ahora en libertad, por los eriales y montañas rocosas rodeadas de ríos de lavas, los jawalis comenzaron el lento proceso de la evolución, adaptando sus necesidades fisiológicas al calor de Phlegethos y volviéndose totalmente inmune al fuego.
Consiguieron también desarrollar maneras de reproducción sexuada, diferenciándolos a machos y hembras solo por la forma de la punta de la cola. Las que acababan en un apéndice carnoso remachado con pinchos eran machos y la que acababan con punta larga y fina eran hembras.
Con el paso del tiempo los jawalis se convirtieron en una de las pocas razas de origen no baatezu.

Todo Bregan D’aerthe volvió a la normalidad con la llegada de Jarlaxle.
Dio pocas explicaciones, solo las precisas, a sus otros lugartenientes sobre lo acaecido últimamente.
Solo comentó por encima que Ost’jil y los demás soldados murieron con honor.
De todas formas él era el líder de la banda, el jefe, y no tenía que dar explicaciones a nadie de lo que hiciese.
Solo para tranquilizar a su maltrecha conciencia, se replicó así mismo que eran drow, su riesgo por vivir era muy alto, y además todos los días moría alguien.
La vida de un elfo oscuro siempre ha sido dura, y seguirá siendo así.
Tiempo después de que le informaran que capturaron al capataz duergar, Burreño, contempló indiferente cómo la cabeza de Riven rodaba por el suelo de una habitación-mazmorra, compartimentos separados del espacio y el tiempo, mientras el duergar relamía el filo del hacha casi apetitosamente.
Al final se cobró el juramento que hizo hace tiempo cuando ese retorcido elfo oscuro lo torturó por primera vez. Sus orejas, una vez embalsamadas con resinas para evitar que se pudriesen, serían un bonito trofeo como colgante, además de cómo advertencia para que se lo pensasen dos veces antes de meterse con ese enano gris peleón.
Jarlaxle se disculpó cortésmente a causa del “malentendido”, y dispuso una escolta para acompañar al duergar a Gracklstugh, su ciudad. Éste se mostró reacio en un principio, pero acabó aceptando finalmente, entre otras cosas porque no tenía elección.
Jarlaxle nunca hacía nada si no había algo a cambio para él. Esa fue una experiencia que jamás olvidaría. Cierto era que aquellas chucherías mágicas le habían salido muy caras, doce de sus mejores soldados, un lugarteniente leal y a ese espía que sin duda daría que hablar en la siniestra ciudad.
Tendría que conseguir algún día a ese psiónico para su genial banda.

Varias semanas después, Kimmuriel terminó de escribir un documento, una parte de sus sentimiento que se llevaría con él a la tumba.
Desenrolló el pergamino y lo leyó en voz alta.

[color=orange:cd987a63cb]No siempre salen las cosas como uno quiere. Esta fue una de esas ocasiones.
Pero como siempre, el destino suele jugar con nosotros designando caprichosamente unos sucesos a los que nos vemos irrevocablemente a tomar.
Algunas noches, mientras descanso y duermo en mis aposentos, me vienen imágenes de toda aquella muerte y destrucción.
A veces me despierto empapado en sudor porque sueño con los gritos de agonía, miedo y terror que resonaban en aquel maldito lugar, llanos lamentos de las almas suplicantes que eran capturadas o iban allí a parar después de la muerte. Un día incluso llegué a oler el hedor de la carne quemada de los drow que nos acompañaban. El calor que emanaba los Pozos. Todo.
Tardaré bastante tiempo en olvidar esos tormentosos recuerdos.
Pero entre tanto sacrificio, algo muy valioso se vino conmigo. Harvenzha’linth, mi espada.
Gracias a ella me libré de la ira asesina de mi madre matrona.
Tanto ella como mi hermana mayor Ka quedaron fascinadas por el poderío de la espada. Con la ayuda de nuestras dotes mentales, podremos potenciar la fuerza y la energía de Rompementes hasta cotas que ni siquiera ese diablo que la llevaba podría imaginar.
¡Lástima que ahora esté posando en una vitrina para mayor gloria de nuestra Casa!
Menzoberranzan entera sabe de nuestra reciente adquisición, y con los consiguientes rumores y palabras maquilladas de nuestra Casa, los errores que yo mismo cometí se hablan como una hazaña a respetar.
Solo por eso salvé la vida, solo por eso.
De la magnitud de mis palabras, ahora llego a apreciar lo que puede valer un trozo de metal bien afilado con unos pocos poderes mágicos.
Pienso en mis acciones y medito sobre mi futuro.
Algún día no muy lejano, la espada que yo conseguí limpiamente será de nuevo mía, donde no se esté luciendo inadecuadamente, sino en mi cinto, con mis manos acariciando su suave empuñadura y ese ojo mágico mirándome reconfortadamente.
Espero que ese día no tarde en llegar, y trabajar en una sociedad como Bregan D’aerthe podría repararme apetecibles beneficios.
Aguardaré pacientemente.
Porque la paciencia es una parte de mi mente, y mi mente es parte de todo mi ser.

Kimmuriel Oblodra [/color:cd987a63cb]

Cuando acabó de leer se rió en voz alta de tamaña estupidez que había escrito. Él era un drow, que otra cosa se podía esperar de él.
Enrolló el papel, y se aseguró guardándolo en un cajón sellado mágicamente, para evitar que algún curioso pudiese ponerle en un apuro.
Se reprochó a sí mismo por haber sido tan imprudente a leer la carta en voz alta.
En esta casa, se dijo, pensar si que puede ser realmente peligroso.
Había que pasar página y seguir luchando por sobrevivir en aquellas tinieblas que eran el hogar de los elfos oscuros.[/i:cd987a63cb]

Dilvish

03/11/2005 13:52:43

//Ya esta joder mira que es largo, pero creo que merece la pena.

Si lo preferis por escrito en la pagina de d20, hay versiones para imprimir, pero no estan en pdf o sea que muy cómodo no es.

Vuelvo a agradecer al autor, "Kimmuriel Oblodra", el relato, que por lo menos a mi me gusto mucho en su dia cuando lo lei.

1saludo

Braxle

04/11/2005 14:23:27

//muy buena como toda historia en la que aprece Jrlaxe y su banda(aunque por ahora solo voy por elc apitulo 5), y no esas en las que estan llenas de drows gayss(que eso no son drows ni meirdas, son elfos chamuscados)

REO-Auron

04/11/2005 18:30:19

[quote:69e203087d]Vuelvo a agradecer al autor, "Kimmuriel Oblodra", el relato, que por lo menos a mi me gusto mucho en su dia cuando lo lei.[/quote:69e203087d]

Alguno de los REOs que pululamos por aquí ya nos ocuparemos de darle tu agradecimiento a nuestro colega REO-Kimmuriel Oblodra :wink: .

Por cierto, creo que falta el prólogo :P .