Masha

24/04/2008 22:45:30

La noche empezaba a desvanecerse cuando el cuerpo de una pantera salió de las sombras de Weldazh hasta el camino y se ocultó tras una roca, esperando a que el aire le trajera el rastro de alguna presa. Estaba cansada de las “emboscadas” del bosque de los elfos: cada vez que intentaba cazar un jabalí otros veinte la atormentaban con sus colmillos y golpes, evitando incluso, a veces, que pudiera hacerse con su manjar. No tuvo que aguardar demasiado, pues tras pocos minutos un jinete pasó al trote delante de ella montado en uno de esos grandes y jugosos caballos, cuya carne, si se mataban, podría ser su cena por días y días. Relamiéndose, se agazapó entre la hierba más alta y dando rápidos y cortos pasitos se deslizó por el lateral del camino en pos del viajero, más ansiosa a cada paso que daba. Su paciencia se vio satisfecha cuando, tras desviarse un poco de la senda, quien fuera quien estuviera sobre el caballo desmontó para dejarle descansar y pastar un poco, acomodándose a su vez entre las raíces de un gran árbol. La pantera se estremeció al sentir todos sus músculos comenzar a tensarse y agitó las orejas para situar bien cada sonido antes de intentar su arriesgada caza.

Estaba segura de que era su derecho comerse a aquel caballo. Si su dueño estaba sobre él, no, pero si lo había soltado era de quien antes se hiciera con su vida. No pudo evitar contraer los belfos y enseñar los colmillos arrugando el hocico, tal era la emoción que la recorría. Dio un par de sigilosos pasos entre la hierba, convencida de que pasaría desapercibida como siempre, hasta que sintió los ojos del jinete clavarse en ella. Su mirada no se posó por mucho tiempo en su cuerpo y al instante se desvió para estudiar otros objetos… pero ya la había visto. Intentó dar algunos pasos hacia atrás: debería atacar por otro flanco, pero el caballo estaba protegido por todos lados por la pared de un acantilado al que no sabía cómo acceder. Gruñó un poco por su frustración y volvió al punto de inicio de su ataque para seguir esperando. “Ya se marchará” pensó para sí y se relamió de nuevo. De repente su mirada reconoció un vació en el espacio: por algo que no alcanzaba a comprender el humano ya no estaba. Parte de su ser se regocijó en su buena suerte, celebrando que al fin podría comer, pero una voz en su interior, su instinto, la avisaba de que era extraño que hubiera desaparecido así y mejor era poner pies en polvorosa. Sin embargo, el hambre y el orgullo fueron más fuertes que su precaución y, recordándose a sí misma que cuando no había arriesgado no había comido, se atrevió a dar otro pasito al frente. Cuál fue su sorpresa cuando sintió la presencia del humano a su lado. Todo lo que había planeado cayó por su propio peso y cualquier pensamiento sobre lo que debería hacer se vio ofuscado por una indignación y miedo insuperables. Pegó las orejas a la cabeza e intentó apartarse de la presencia de aquel ser arrastrándose por la tierra, pero ya era demasiado tarde: para su horror comprendió que el humano se había enfadado, y eso siempre traía consigo un castigo que había que evitar a toda costa. El cuerpo del ser desapareció ante sus ojos como si se fundiera con las sombras para volver a salir a un lado, otro, delante, detrás… gruñendo con un sonido burlón. Por suerte tras asustarla la dejó en paz, sentándose de nuevo en la raíz del gran árbol.

La pantera siguió esperando hasta oír a su espalda el rugido de un orco. Saltó arqueando el cuerpo hacia su cuello para morder la yugular y caer sobre el monstruo con todo su peso al suelo, derribando con éste a otro orco que conjuraba a su espalda. Aprovechó su ventaja y mató al derribado mientras veía con enfado cómo el humano mataba a otros dos. “Eran mi presa”, pensó, “Ahora no puede negarme el caballo”. Más segura aún que antes intentó acercarse al animal. Ya apenas se preocupaba por esconderse pues sentía que estaba en su pleno derecho y nada podría impedirle cobrarse su botín. Pero el humano volvió a ponerse en su camino, bloqueando con su cuerpo al caballo, al parecer, proponiendo su muerte antes que la de su montura. La pantera dio un paso hacia atrás y bufó enfadada. El humano respondió de la misma manera mientras se quitaba la capa y la capucha que lo cubrían y los dejaba en el suelo para después hacer lo mismo con los guantes. Para sorpresa del felino: era una hembra humana. Le enseñó los colmillos aún más empezando a cansarse de las ofensas que su instinto y lógica sufrían y abrió los ojos cuanto pudo en el momento en el que vio a la mujer ponerse a cuatro patas en el suelo y emitir un extraño sonido: “jjjjj”. Intentó apartarse algo más, pero la humana se acercó a ella en el mismo momento. Seguía emitiendo aquel molesto ruido, el cual, a entender de la pantera, era sin duda hostil. Sus cuerpos se acercaron más y más y la pantera empezó a temblar ligeramente por la tensión de sus músculos. En un instante repasó el cuerpo de su adversario para localizar la yugular que recorría su cuello y decidió saltar impulsándose con sus poderosos cuartos traseros. Para su sorpresa erró el ataque y la humana pudo esquivar su golpe sin ningún esfuerzo, es más, logró atraparla por el cuello y tumbarla en el suelo. El animal comenzó a revolverse sin importarle nada, arañando, mordiendo y golpeando el aire y lo que en él hubiera. El forcejeo fue duro, pero al final la pantera no pudo hacer nada más que aguantar la presión y esperar al próximo movimiento de la mujer. Ésta acercó la boca a su cuello, provocando otra oleada de sacudidas inútiles, y mordió el abundante pelaje que lo cubría. Espantada, la pantera se agitó de nuevo, pero consiguió poco más que clavarse ella sola los dientes de la mujer quien, con un fuerte tirón arrancó el pelo que cubría la zona. El animal gruñó y se sacudió como pudo por el dolor. Pero éste no fue el último paso de la humana, pues volvió a acercarse a su cuello y respiró con fuerza en él sin dejar de emitir su particular sonido:”jjj…jjjjjj…” La pantera comenzó a entender: no le convenía hacer nada que desagradara a su captora si no quería morir y “jjj” parecía ser el sonido que indicaba que algo le molestaba.

Tras esto la mujer alargó la mano hacia su bolsa sin terminar de soltar el cuello de su presa y rebuscó en él hasta sacar un trozo de carne de jabalí algo cocinado. Lentamente se levantó, soltó al animal y dejó el pedazo de carne a sus propios pies. En cuanto se sintió libre la pantera reculó sin dejar de mirar a la humana, echando algunos rápidos vistazos al manjar que le ofrecía. Sabía que no debía cogerlo, esa era la “ley”, pero… ¿quién era ella para cuestionar el deseo de quien había podido en dos ocasiones matarla y no lo había hecho? Sin estar demasiado segura de lo que hacía se acercó a la carne, la cogió entre las mandíbulas y la volvió a dejar más cerca aún de los pies de la mujer. Ésta volvió a cogerla y la acercó al morro de la pantera, insistiendo hasta obligarla a dar un bocado.

En éste mismo instante se escuchó la voz de Golg que hizo sobresaltarse a la pantera y, sin pensarlo dos veces, colocarse detrás de la protección de la mujer. Su nombre resultó ser Cristina, pero a la pantera no le importaba demasiado, al igual que poco era para ella que se hubiera decidido llamarla Lune. Ella sólo observaba al recién llegado desde lo que consideraba el escondite más seguro del mundo.

Continuará…