Vinduil

16/12/2008 00:33:13

Arandil recogió su espada del suelo. La hoja llevaba mas de medio combate ahí, pero eso apenas había influido en el desenlace. Al fin y al cabo su enemigo (o mas bien víctima) era inmune a los poderes de la espada. Tras evainarla se dirigió al ataúd que estaba sobre un altar en el centro de la sala. Esperó a que la nube de gas empezara a tomar forma y acabó con toda la escena con un estallido de luz solar.
Había sido una enorme decepción, Arandil había acudido a esta pequeña guarida con la esperanza de encontrar a un poderoso nigromante con la intención de destruirlo, pero el poderoso mago resultó ser un aprendiz convertido en vampiro apenas unos años antes. Al comenzar el combate, los muertos vivientes levantados por el vampiro habían conseguido desarmar a Arandil por sorpresa, pero el clérigo no necesitaba armas. Unos minutos después, todo había terminado. Era el segundo fracaso en su búsqueda, eso sin contar las infructuosas horas en las bibliotecas que tenía a su alcance. Como casi todo con Arandil, su deseo empezaba a convertirse en una obsesión: quería ese libro y lo conseguiría a cualquier precio.

Vinduil

27/01/2009 20:39:53

El clérigo avanzaba con dificultad por el cansancio y la pérdida de sangre. Había conseguido frenar la hemorragia de lo que quedaba de su brazo izquierdo usando unas vendas y algunos pergaminos. Nunca usaría los poderes de su Señor para curar ninguna herida. Hacia rato que había perdido la noción del tiempo, no recordaba cuanto tiempo llevaba huyendo de sus perseguidores ni mucho menos cuanto hacía que había entrado en aquellas catacumbas. Paró un momento para revisar el vendaje, sabía que estaba lejos de sus acosadores ya que no los oía. Sabía que avanzaban con mas lentitud, pero también sabía que no se detendrían. Los zombis no necesitan comer y no sienten cansancio. Mientras reemplazaba las vendas impregnadas en sangre por unas nuevas no podía evitar pensar en como había llegado hasta esa situación....

[i:2628f9f26d]Hace tiempo había oído hablar de Izark, un siervo de Doresain, Rey de los Ghouls. Izark se hacía llamar Señor de los Zombis y se decía que sus conocimientos sobre la nigromancia habían sido aprendidos directamente de Doresain. Pasé meses recorriendo bibliotecas y asaltando a nigromantes de poca monta en busca de su guarida, ya que alguien con tales conocimientos debía poseer el libro que tanto deseaba. Finalmente la descubrí en las Colinas de las Almas perdidas, un nombre adecuado para esconder las catacumbas de un poderoso no muerto. Me aprovisioné con comida y agua para varios días, no tenía ni idea de cuanto tiempo estaría ahí abajo. Nada mas entrar allí, el olor a muerte penetró en mi nariz. De no ser por el peligro en el que me encontraba me hubiera encontrado como en casa. Ahora tengo claro que es hizo que bajara un poco la guardia. Los primeros túneles disponían de antorchas encendidas, supongo que para que los curiosos entraran. Una buena forma de proveerse de cadáveres. Pronto me encontré en la mas absoluta oscuridad, por suerte eso nunca ha sido un problema para mi, así que podía avanzar sin problemas. Encontraba los túneles bastante silenciosos y desiertos, había esperado topar con zombis cada pocos metros debido al título que se había auto impuesto el dueño de las catacumbas. Cometí el error de pensar que era mas la leyenda que la realidad. No sabía exactamente donde estarían las estancias privadas de Izark, pero supuse que tenderían a estar en los túneles centrales. Para orientarme iba manchando las paredes con tinta, así podría salir sin mayores problemas.
Finalmente encontré al primer zombi. La criatura parecía devorar el cadáver de un niño, pero por las armas que colgaban de su cinturón estaba claro que se trataba de un mediano. Un mediano cazado al intentar robar en las catacumbas, le estaba bien merecido. Intenté pasar sin ser detectado, pero mi armadura no ayudó demasiado. El zombi me oyó y se volvió hacia mi con la intención de atacarme. Antes de que diera el primer paso ya lo había puesto bajo mi control. Al menos iría acompañado durante el resto del viaje.
Continué adentrándome en el complejo. Encontré otro zombi e hice que luchara contra el que tenía bajo mi control. Cuando solo uno quedó en pie lo derribé sin mayores problemas. Un poco mas adelante encontré un grupo de tres zombis inmóviles sobre un esqueleto. Tampoco tardaron mucho en caer.
No se cuantas horas estuve recorriendo los túneles, ni con cuantos zombis acabé, pero finalmente llegué a una zona que volvía a estar iluminada. Convoqué un espectro y lo envié a inspeccionar la zona iluminada. Cuando volvió me dijo que se trataba de una biblioteca con enormes candelabros. Una decena de zombis especialmente bien armados custodiaban el lugar. Fui estúpido. Conjuré unas pocas protecciones mágicas y entré en la sala como un enano en la batalla. Lancé una descarga de llamas sobre los zombis, lo que los redujo a 7...y medio. Uno de ellos había sido partido por la mitad y su trozo superior avanzaba arrastrándose con los brazos. Insuflé mi espada con llamas mágicas y puse a otro zombi bajo mi control. Me limité a golpear una vez a cada uno mientras se entretenían con mi compañero y a esperar a que el fuego hiciera el trabajo. Pronto yo era lo único que se movía en el lugar. Sin perder un momento me a buscar el libro que había venido a conseguir. Tratados sobre los planos, estudios sobre la energía negativa, un atlas de las capas del Abismo y finalmente: Viajes Astrales. Cogí el libro y me di la vuelta para salir cuanto antes. Entonces vi a Izark. Había tres cosas en él que lo distinguían de un zombi normal y corriente. Para empezar medía casi dos metros, seguramente había sido un humano en vida. Además vestía una lujosa túnica azul y sobre su cabeza parcialmente descompuesta descansaba una corona plateada. La maldita criatura se limitó a soltar una enorme carcajada. Todavía no se muy bien lo que pasó, supongo que los zombis que yo creía destruidos no lo estaban tanto. Uno agarró mi bolsa de viaje, otro....[/i:2628f9f26d]


....En ese momento miró lo que quedaba de su brazo izquierdo y escuchó un ruido a su espalda. La pared cedió y sintió un fuerte golpe en la cabeza.
Cuando abrió los ojos se encontraba tirado a los pies de Izark, su bolsa de viaje detrás de él. La criatura sostenía en su mano izquierda el brazo amputado del clérigo, que a su vez sostenía el libro.

Izark: Al fin despiertas clérigo de Orcus. Empezaba a pensar que tendría que empezar tu transformación sin tu....conciencia.
Arandil: ¿Transformación?
I: Te convertirás en uno de mis zombis, serás mi esclavo para toda la eternidad.
A: No tengo madera de esclavo.
I: Quizás deje un poco de inteligencia en tu cabeza, me haces gracia. ¿Tus últimas palabras?

En un arrebato de furia y pánico Arandil cerró los ojos y gritó con todas sus fuerzas.

A:¡Algún día reclamaré el título que ostentas de forma falsa y ocuparé el lugar que tu amo dejó vacante!
I: Como ya he dicho, me haces gracia. Vas a morir a manos de Izark, siervo de Doresain. No eres mas que un débil clérigo.

En ese momento, sin apenas esperanza, el pánico desapareció por completo de la cara del clérigo, siendo sustituido por pura locura.

A: Ahí es donde te equivocas. ¡No soy un débil clérigo!

Haciendo acopio de sus últimas fuerzas, Arandil conjuró un hechizo que detuvo el tiempo. Tenía unos pocos instantes antes de que se desvaneciera y decidió aprovecharlo al máximo. Recogió su bolsa de viaje e invocó el poder de su señor. Podía sentir la energía divina recorriendo su único brazo. Desenfundó su espada y gritó con todas sus fuerzas mientras el tiempo volvía a su normalidad:

A: ¡Por Orcus!

Asestó un golpe sobre la mano izquierda de la criatura cercenándola a la altura de la muñeca. Izark gritó también, no por dolor sino por rabia. Arandil cogió su propio brazo amputado con el libro y sacó un pergamino de su bolsa de viaje. Izark lanzó un andanada de energía negativa, pero el clérigo terminó de leer el pergamino y desapareció en la nada. Las catacumbas temblaron con la furia de Izark.
Arandil reapareció a la orilla de un lago. Quedó inconsciente al momento. Cuando despertó le dolía todo, especialmente el muñón de su brazo izquierdo. Había conseguido lo que buscaba, había aplacado su obsesión, pero había pagado el precio con cantidad de sufrimiento. Además había ganado un enemigo que seguro que buscaría venganza. Guardó el libro suspirando y se dispuso a solucionar el problema del brazo.