Dilvish

23/11/2009 21:19:15

[i:1db813c08b]Illyndar se despertó sabiendo que ese era su último día.

Trescientos años antes su mentor le había dado la fecha y el lugar de su muerte, dejando en sus manos la forma en la que el bardo caería... más, ¿como elegir el momento de la muerte, sin saber si la predicción del vidente es certera? ¿Como encaminarse hacia la muerte segura, sin saber que esa búsqueda te conducirá a la perdición? ¿Como no dudar, y pensar que las sombras pueden salvarte, como tantas otras veces?

Pero Illyndar no lo hizo. Pues su confianza en el juicio de Tarilonte y sus poderes adivinatorios era total.

En el Bosque de la Capa, cerca de su centro, hay una pequeña laguna de agua helada que Lathander jamás visita. En ella, fiel a su costumbre, Illyndar se sumergió y se vistió del blanco mas puro.

Cuando Tarilonte, trescientos años antes, le informó de su visión el bardo arquero pensó que áun tenía tiempo para decidirse, pero el destino no le dió la tregua necesaria para reflexionar en paz sobre la mejor forma de esperar la muerte.

Los ataques a los Duques de Puerta de Báldur. Las emboscadas en el Camino del Comercio. Los intentos por hacer ver al Pueblo lo que la plaga de humanos podría hacer con sus bosques. El recuerdo de Myth Drannor. Todo se unió para no dejarle preveer el momento de su muerte, que llegó de improviso. Como siempre llega ese no querido momento.

Asi pues, Illyndar se ciñó la aljaba lleva de las flechas petrificantes que se servían como firma, y pensó en el lugar donde le gustaría morir. Y tambien en el como. Y la respuesta llegó a su mente con inesperada facilidad.

Argluna. La Gema del Norte.

Crisol de razas. Capital de una nueva nación, la Marca Argéntea, donde las razas de Faerun pueden vivir en paz. Una ciudad enorme llena de humanos y semielfos que estudiaban el Arte en armonía en la Universidad de la maldita Alustriel Manargenta, esa entrometida.

Solo pensar en ello, hacía que su sangre pura de elfo dorado ardiera con furia. Hacía muchos años que no visitaba esa ciudad. Desde la inauguración de antigua Foclucán, la Escuela de Bardos. Muchos años si, pero aún recordaba el pequeño claro de bosque a la entrada de la ciudad.

El arquero vestido de blanco pensó en ello y se teleportó pensando en un lugar que ya no existía. Apareció cuatro metros mas allá de las nuevas murallas de la ciudad, pues como toda creación humana esta no dejaba de ampliarse devorando todo a su paso. Como la plaga que en realidad es la humanidad.

La sombra llamó a Illyndar, fiel consejera de sus muchos siglos de vida, buscando el anonimato y la seguridad de su lecho. Más no era el momento. No moriría como un asesino. Descartó esa idea y buscó a los guardias de las puertas con la mirada.

Sendas flechas volaron convirtiendo en estatuas a los dos Caballeros Andantes de Argluna que servían de vigilantes en la ancha calzada. Sin dar tiempo a sus cuerpos a asimilar que habían muerto, los dos humanos se convirtieron en piedra. Dos mudos testigos del paso de Illyndar por la Gema del Norte, y de su muerte.

La alijaba de flechas petrificantes tenía capacidad para sesenta flechas. El arquero arcano las disparó certeramente creando sesenta estatuas a su alrededor. Humanos, semielfos e incluso algún guerrero enano cayeron ante la puntería del oscuro bardo vestido de blanco. Pero las flechas se acabaron y con ellas la vida de Illyndar.

Cuando su mano dejó de encontrar flechas en su espalda, Illyndar pronunció una palabra arcana y un rayo relampagueante paralizó a dos Caballeros Andantes que corrían en su dirección. Con una pirueta esquivó la estocada de un tonelero que luchaba por su vida y, al caer, sintió una punzada de dolor en su espalda cuando el martillo de un albañil semielfo se hundió en su columna. De un revés le degolló con una de sus dagas, recibiendo una lanzada en el hombro derecho.

Rodeado, giró sobre si mismo empuñando una daga en la siniestra y con su otro brazo colgando inerte en su costado. Illyndar esperó el golpe final pero este no llegó. Sus enemigos se había apartado, dejando un círculo de diez metros de diámetro a su alrededor. Solo entre las estatuas, asi recibió la bola de fuego que Tern Filocorno lanzó a sus piernas.

El mago humano, Gran Mago de Argluna, avanzó en solitario hasta el elfo que tanta muerte había provocado sin razón. Para su sorpresa vio que se guía vivo. Ciego, sin piernas y con gran parte del cuerpo quemado... pero vivo.

-"¿Quien eres elfo? ¿Quien te envía?".- preguntó, haciendo una seña a la Guardia para que no se acercara a ellos.

-"Il... lyn... dar..., Illyndar... Starym".- respondió el bardo y murió.

Tern Filocorno sabía lo que significaba ese apellido. Tambien sabía que hacía muchos años que la antigua Casa noble de Myth Drannor no salía a la luz. Mas nada dijo. Solo Alustriel supo de lo ocurrido.

Para todos los demas un elfo loco sin nombre murió en las puertas de Argluna, dejando sesenta y tres cadáveres a su paso.[/i:1db813c08b]
_________

[i:1db813c08b]Tarilonte despertó en su lecho de Suldanesellar en el mismo instante en que Illyndar murió. Ya sabía que ese era el último día de la larga vida de su pariente, pero eso no consoló el dolor que sentía. Una única lágrima cayó de su ojo derecho, demostrando que llevar setecientos años sobre la faz de Faerun no te hace inmune a los sentimientos.

Con delicadeza despertó a las tres jóvenes elfas con las que compartía alcoba en la ciudad de Ellesimë y se vistió. No tenía equipaje. Solo su libro de poemas y su arpa.

-"Adiós queridas... decidle a quien quiera saberlo que Tarilonte no volverá a pisar Suldanesellar en esta vida. Más allá, ni mi visión es capaz de decirlo.".- dijo sonriendo. Siempre había sabido que por lo menos una de las tres elfas era una espía de Ellesimë y nunca le había importado.

Tras decir eso, se teleportó.[/i:1db813c08b]