tusubconsciente

12/01/2010 16:18:32

Su penitencia le llevaba al sur, la zona de colinas escarpadas conocida como los dientecillos se presentó ante él imponente como cualquiera de las veces que pasó por aquel lugar. Observó a su derecha la irreductible tribu ogra pero esta vez no sería lo que más le llamó la atención pues por encima de todo alguien emitía un rugido.

Raudo se dirigió en esa dirección y pudo ver a dos hombres, una serpiente y un gran licántropo que intentaban entablar conversación. Poco después se arrepentiría, pero al ver a ese ser dijo lo que provocara un ataque que causó dolor a quien no lo merecía:
- Ese hombre está maldito.

Con las garras adelante aulló y varios de sus congéneres aparecieron del frondoso bosque. El caos se creó ante el bullicio de la batalla y lo único que pensó era en defender a quien no debía nada, pues el ataque sobrevino cuando las palabras salieron de su boca.

Cubrió sus ataques, mantuvo distancias, defendió al que ellos atacaran, retrocedieron causando bajas en su enemigo, utilizando todas las tácticas de combate que buenamente podían. Pero entonces aparecieron los ogros trayendo más caos, pero los malditos atacaron también a los que llegaban acabando con ellos rápidamente. Pero ya eran débiles, sólo dos consiguieron escapar y uno de ellos cayó por las cuchillas del explorador, el otro... corrió a la espesura.

Siguieron sus pasos por un método que desconocía por completo y que tampoco entendió, llegando a las proximidades del bosque. Observaron el cuerpo asaetado por una flecha élfica. No tendría salvación, pero tampoco tendrían explicación. La guardia del bosque lo detuvo, no averiguarían que hacían en aquel lugar. Los cuerpos no tenían nada pues sus ropas se romperían cuando se transformaron y nada tampoco llevaban con ellos.

Traer sufrimiento para morir, cruel destino el de un maldito, cruel pues no merecía la muerte pero tampoco la maldición.