tusubconsciente

21/01/2010 22:11:51

Pasó a revisar si habían contestado a su nota en los tablones públicos de anuncios cuando el semiorco pronunció:
- Quieres que saque el arma y me pasee.

Le extrañó en sobremanera el comentario pues las leyes de la ciudad eran claras y no quería imaginar el oro que haría falta para pagar un mestizo la ciudadanía. Entre susurros guardaban algún secreto que no tardaría en hacerse público.

Lo dejó pasar, se apoyó en la roca y esperó. El guardia fue hacia ellos: estaba claro.

Tras las acusaciones vertidas y un mestizo en el calabozo tras una tremenda paliza inmerecida, se volvió hacia el sacerdote y apoyó una mano en su hombro:
- Acompáñeme.

Le acompañó y ya en las afueras de la ciudad, dijo sin más preámbulos:
- Le desafío a un duelo.

Tras la duda inicial por el arrojo inusual en un penitente, el sacerdote sacó las armas y se enzarzaron en una lucha sin cuartel. Cada cual disponía todos sus recursos y la batalla no parecía decantarse de ningún lado, aunque suponía que no podría aguantar toda la batalla el sacerdote pecó y aludió a la nigromancia. Cuando el esqueleto se alzó, el penitente pronunció:
- Aliado por aliado -tras lo cual convocó a un elemental de tierra.

Se decantó la batalla y ahora si, hacia el lado del penitente, pues el elemental sacudió al sacerdote mientras este intentaba golpearle sin causándole gran daño, el penitente también le golpeaba pero sin éxito pues pese a que sus cortes eran certeros algo impedía que la sangre fluyera en su víctima y el esqueleto surgido de las arenas intentaba enzarzarse con el penitente. El cruce de golpes volvió todo a su favor y de un gran mazazo con su rocosa mano el elemental hizo vacilar al sacerdote y cayó de bruces.

El hombre de negro, que ya intentó frenar la batalla sin resultado lanzando una flecha entre los contrincantes apuntó desde lo alto de la caravana al penitente. Este quedó inmóvil y guardó sus armas ante el grito de "Asesino!", el trabajo estaba hecho, todo lo demás le daba igual.

Llegaron entonces varios hombres y mujeres de las arenas buscando la versión del vencido, aún inmóvil en el suelo. Este reconoció sus pecados. El asunto estaba más que resuelto y si necesitaba ayuda, el penitente sería el primero en prestar su mano y cargar también con sus problemas.

La ley era la ley, ahora el semiorco sufría lo que no merecía. Pero donde las leyes no conceden y un penitente observa, allí se hace justicia: cueste lo que cueste.



//Disculpad porque mi perro me hizo pagar la osadía de desafiar a duelo a otro sacerdote y después ya me llamaban a la mesa para cenar... mis disculpas por mis interrupciones!