gatovengador

03/02/2010 12:18:21

La hembra avanzaba por los túneles con paso resuelto. Por delante un jaluk iba de avanzadilla, rastreando posibles peligros, detrás un espada sórtilega cerraba la marcha, y en sus manos la última adquisición de su colección personal, una espada de dos filos que crepitaban incandescentes. Con ella había dado buena cuenta de ese grupo de sanguijuelas mientras sus escoltas simplemente miraban.

Simplemente tenía pensada dar una vuelta de práctica, sin alejarse demasiado de la ciudad, pero conocía lo suficiente la antipoda como para no esperar ningún problema. Así que cuando el explorador volvió indicándola que había algo que tenía que ver, no le sorprendió demasiado, lo que sí le sorprendió fue lo que encontraron. Un varón yacía muerto en mitad de un charco de sangre. Sus ropas eran holgadas y negras, y una insignia que la hembra reconoció era visible entre ellas. Con cuidado, con un pañuelo recogió la insignia que no quería tocar directamente, y la guardo. El explorador le señaló cinco esmeraldas cerca del cuerpo. Robo no había sido.

Había dejado de ser una patrulla de práctica. Dio ordenes claras y precisas de formación y avanzaron, sólo para que el explorador cayese incinerado tras cruzar una esquina. El asesino les había dejado un regalo. La hembra musitó una plegaría en la oscuridad de los túneles, que la delató como la sacerdotisa que era, pero necesitaba a ese jaluk si quería aclarar esto. Sus ruegos se vieron respondidos y las quemaduras se desvanecieron y el pequeño drow volvió a respirar.

-No tendrás otra oportunidad -dijo la hembra cuando el varón se incorporó. Este simplemente asintió aceptando su posible destino y prosiguó con más cautela.

No tardaron en encontrar un segundo cuerpo, apoyado en la pared. Mismas ropas, y donde debería estar la insignia le habían arrancado la tela. La muerte le había llegado de un solo golpe, un corte en el cuello, preciso y letal; esto no era obra de ningún principiante.

Dio la orden de seguir y tras solventar un obstaculo en forma de ojo tirano encontraron otro indicio, un charco en mitad del pasillo. Al agacharse junto a él pudienron ver que era sangre y provenía de un goteo desde el techo. Y al levantar la vista ahí estaba, otro drow colgando del cuello por una soga a más de dos metros sobre ellos. Asintió al espada sortílega, que se elevó gracilmente y sin esfuerzo, y de un golpe de su cimitarra cortó la soga. El cadaver cayó a plomo, y el drow enfundado en pesada armadura aterrizó junto a él sin apenas ruido. Ambos observaron el cuerpo.

<Esté al menos presentó batalla> dijo metiante una serie de signos el arcano, aficionado como su maestro a la magia de la vida y la muerte. La hembra asintió, las heridas así lo probaban, eran númerosas en este caso.

No tardaron mucho en encontrar el cuarto cuerpo, apoyado en la pared. El asesino los había cazado uno a uno. Iba a dar señal de avance cuando oyeron una explosión a su espalda. Agarroó con fuerza la empuñadura de su arma, y dio ordenes de despliegue defensivo, pero sirvió de poco. Dos golpes precisos la golpearon por la espalda, que hubieran sido mortales si no contase con la bendición oscura de su diosa. Se dio la vuelta con el arma preparada mientras que vio a uno de sus hombres correr hacia ella.

Empezó a musitar una nueva plegaria, pero no llegó a acabarla, un filo entre sus costillas la silencio, y todo pasó a ser negro.