Ilinoth

03/03/2010 01:57:41

Los pasos eran tan ligeros que apenas se distinguían entre la infinidad de ruidos del bosque invernal: el susurro del viento helado al acariciar los abetos; el búho nival ululando en una rama cercana, esperando a que el ratón saliera de su madriguera por alimento o el aullido del lobo; el eco de la tormenta en la cima de la montaña y el crujir de la nieve de la criatura a la que seguía el rastro.

Parecía el relieve de las pisadas de un oso, pero sus huellas palmeadas eran diez veces mayores.

La tundra quedaba a un día de camino y todo cuanto veía estaba ya tapizado de un puro color blanco y Ârgolâth, decidió que era el momento de pasar más desapercibido o la criatura acabaría viéndolo y huiría.
Tomo la capa curtida con cal y arena, que le confería un color blancuzco y se cubrió con ella. Tras restregarse concienzúdamente con un abeto para encubrir el delatante aroma a curtiduría, prosiguió con la búsqueda.

Con la llegada de las nevadas y el frio polar, conforme ascendía, comenzó a perder la pista de las impresiones que dejaba la criatura con su marcha, de modo que el druída, creyó sensato resguardarse del temporal y esperar a que amainara la ventísca; había perdido el rastro.

Pasó dos noches más resguardado del hielo, el frio de los peligros que habitan en la montaña y por fín cesó el mal tiempo. El frio y el viento helado eran desgarradores, pero decidió intentarlo una vez más, sin embargo, el sonido de la ventisca no le impidió escuchar unas extrañas voces en lo alto de la montaña.

Alzando la mirada, vió lo que parecían humanoides de gran tamaño, vociferando y maldiciendo sin cesar en una lengua desconocida. Al cabo de unos instantes, uno de ellos fué arrojado desde lo alto, y pudo ver, cómo éste se precipitaba hacia el blanco vacío, estrellándose contra las rocas, a unos mil pies de donde se hallaba.

El druída se acercaba hasta el lugar para poder prestarle ayuda, si es que quedaba un ápice de vida en aquel desgraciado, pero algo le detuvo. Para cuando estuvo a suficientes pies del lugar, discernió una inmensa figura entre la niebla y el blanco invernal que movía fuertemente la mandíbula, tratando de engullir aquello que había caido.

La criatura de gigantescas proporciones masticaba el tronco de lo que parecía ser un gran orco.

Ya no importaba qué hacía ese orco allí o por qué había caído.

Se hallaba cara a cara con la enorme criatura cuya boca goteaba grandes chorros de oscura sangre; la había encontrado.


*Diario de Ârgolâth*