M_v_M

14/04/2010 00:53:32

James Dubrow nunca fue una persona estable. Él mismo lo afirmaría sin apenas pensarlo. Hoy aquí, mañana allá, si te he visto no me acuerdo. A tanto la cuchillada, a tanto la información. La verdad es que muchas de las cosas que sus fantasmas, esos que de vez en vez le asediaban de noche, le recordaban incesantemente no eran agradables ni siquiera de ser oídas.

Sólamente amó dos veces en toda su vida. Lyanna rompió con lo único que le mantenía con los pies en la tierra. Sin apenas razones, sin apenas tiempo, sin un mísero consuelo.

Supe más tarde, y por fuentes que no es de recibo citar aquí, que incluso aconteció la ruptura quedando mi tío con los anillos de compromiso en la mano. En fín, tragedias de a tanto el saco, que se dice.

Por aquel entonces se empleaba James como capitán de la guardia de batidores del ducado de Bérrion. Un título bastante ampuloso de mentar, pero en la práctica poco menos que un cargo menor. Le servía para aparentar esa dignidad que siempre creyó arrebatada. En realidad era el trabajo ideal para una persona como el antiguo capitán agundino, pues le mantenía involucrado en los asuntos que fueran saliendo -como uno más del Puño, pero sin cobrar-, pero a su vez se le tenía lejos del Ducado, en el camino, donde no pudiera molestar con sus cosas, tan distintas del buen proceder y de la disciplina al uso.

En fín, que se le juntó en aquel 1470 lo uno con lo otro. Lo personal con lo profesional. Llegó a coincidir todo esto con la desaparición del duque de Bérrion por manos de un dragón, un semidragón, o vete tú a saber. El asunto nunca quedaría lo suficientemente bien explicado como para considerar alguna de las versiones como verdad absoluta, a pesar de los intentos de más de un historiador. A esas obras me remito para quien quiera iluminarse u oscurecerse sobre el tema.

Decía que se armó una buena, que se movilizó hasta a los taberneros, prácticamente. ¡Rescatar al Duque, rescatar al Duque! Mucho héroe de boquilla y mucho aprovechado es lo que había, por más que las crónicas quieran convencernos de lo contrario.

Vióse mi tío en la tesitura -y tal como estaba el pobre hombre de mal de amores- de tener que decidir sobre si jugarse la vida metiéndose en la guarida del mayor dragón que ha poblado la Costa de la Espada... O bien quedar como un cobarde. Que sí, que todo eran "nadie te va a juzgar por tus decisiones, tú tranquilo, que no me tienes que demostrar nada", pero eso es lo que se dice siempre.

De manera que, como siempre que le daban a elegir entre una u otra cosa, el bueno del hermano de mi santa madre decidió inventarse una tercera.

Cogió una noche, hizo el petate, montó a Silencioso, y se fue. Sin recados, sin testamentos y sin un maldito hasta luego. Simplemente se largó. Como solía hacer, vamos. Pero es que esta vez era de no tener cabeza.

En principio salió sin un rumbo fijo, aunque muchos afirmaron haber visto a un hombre que encajaba con la descripción del viejo James en alguna taberna del camino, esas en las que te cuesta más cara la compañía que la cama o la bebida.

Lo que nadie se esperaba es que sus intenciones fueran las de regresar al único lugar al que de forma manifiesta le prohibieran antaño la entrada. La ciudad que le vio nacer, la misma ciudad que le vio matar, y, dicen, la ciudad que le vio morir -aunque, a mi juicio, mi tío pudo ser algo imbécil en sus tiempos, pero no creo que llegara a tanto-.

James Dubrow volvió a Aguas Profundas.

//Ya iré continuando ^^