ioker

26/04/2006 03:44:20

El desierto resplandecía. La luz del sol se reflejaba en la arena, como durante tantos años había estado haciendo. El declive de centenares de años anteriores había creado aquellos parajes de arena. Desde el cielo se podía ver como la arena se extendía casi a las mismas puertas del agua del mar, pero si en ese preciso momento uno se acercara a casi la entrada de la ciudad, más allá del oasis de la ciudad portuaria de Calim, podría ver a dos figuras. Éstas eran completamente diferenciales: un mediano y un humano se encontraban entablando una conversación, allí donde el camino "seguro" se bifurcaba en dos senderos, uno que conducía directamente a las llanuras de Tezhyr, y otro el cual si seguías, acababas en el bosque de Mir.

Si alguien hubiese estado cerca de ellos, habría notado que no hablaban simplemente, sino que estaban negociando algún trato. Comerciando en sí es lo que hacían. El mago le estaba enseñando las mercancías que le interesaban al mediano y éste las observaba con sumo cuidado. Parecía que le agradaban y estaba ciertamente interesado en ellas, ya que más tarde las compraría. Pero bueno, eso es otro tema y no hay que desviarse. Mientras charlaban de los precios y demás, bajo la sombra de la señal que indicaba los distintos caminos a escoger y hacia donde conducían, algo extraño ocurrió. Fue así que la señal prendió en llamas, sin previo aviso. Nadie por allí lanzó ningún conjuro para que ocurriese tal cosa, es como si por el abrasador calor prendiese sin previo aviso.

Las dos figuras se asustaron y dieron un salto para apartarse de aquello, el fuego casi les había alcanzado, pero por suerte no fue así. De tal modo, al moverse de su sitio, el mago vio al fondo a una figura que reconoció, pero que no le hizo mucho caso, ya que en él tenía confianza como para culparlo por tal acto. Fue así que con su magia buscó a quien había provocado aquello, no veía normal que aquel poste se hubiese incendiado porque sí, ya que durante mucho tiempo había estado allí plantado sin inmutarse. Pero también podría haber sido una coincidencia. Lo habría pensado así el mago de no ser porque de repente el suelo empezó a temblar. La arena, como en otras ocasiones había ocurrido, empezó a moverse en forma de terremoto. Aquello le dio mala espina, pero más mala espina le dio que de repente las montañas colindantes empezaran a derrumbarse. Decenas de piedras, pedruscos, rocas, chinas, etc., empezaron a desprenderse de ellas cayendo sobre los allí presentes.

Salieron corriendo despavoridos nuevamente para que no fueran víctima de los derrumbes. En cambio, los trasgos, que intentaban crear una emboscada a los 2 hombres y el mediano que allí se encontraban, no corrieron la misma suerte y fueron aplastados bajo las enormes piedras que se resquebrajaban de las montañas. Caían por doquier, y parecía extraño, pero lo hacían por donde se veía que había alguien bajo. Alzaron sus miradas al cielo y no vieron nada, excepto algo que el mago y el mediano vislumbraron momentáneamente. Una sombra, un reflejo, un espejismo, o algo por el estilo surcó por espacio de décimas de segundo. Intentaron seguir la pista de aquello pero su visión se perdió, por lo que tomaron aquello como un espejismo producido por el incandescente sol y la humareda producida por la caída de los cascotes.

A medida que el tiempo transcurría e iban evitando la caída de más piedras sobre ellos, más gente acudió a la escena. En un momento se congregaron en la salida de aquella garganta que daba acceso a la ciudad de Calimport poco más de una decena de personas. El mago se olía algo muy extraño, pues hacía tiempo, algo similar le había ocurrido. A su mente acudieron temores lejanos, temores que había sufrido antaño y que ahora volvían a su mente. Haría aproximadamente un par de años, sufrió un ataque parecido a aquel. Su enemigo se presentaba de la misma forma. Primero el suelo temblaba, pero después muchas más cosas lo precedían. El mago clamaba para que todo aquello no pasara. No quería sufrir de nuevo las inclemencias que tiempo atrás sufrió, y por eso su cuerpo se llenó de magia protectora para lo que él creía que se avecinaba.

Miraba a todos lados. Según llegaba más gente, más piedras caían por donde iban. Parecía que alguien las tiraba desde arriba, o que provocaba aquellos desprendimientos. Pero muchas veces alzó su vista hacia las cumbres de las montañas sin ver a nadie que hiciera tal cosa. La ira empezó a recorrer su cuerpo. No permitiría que un nuevo ser como aquel, o Él mismo volviese a destruirle la vida. Así pues, su ira, rabia, temor, dolor y demás sensaciones se manifestaron como otras veces habían hecho. En el fondo de la capucha, donde se podrían encontrar los ojos, dos fulgores purpúreos aparecieron. Brillantes, incandescentes, a la vez que singulares, se movían vigilando todo aquello que le rodeaba. Su compañero se le acercó y le preguntó qué deberían hacer, mientras anteriormente, éste había estado dando algunas recomendaciones para asegurarnos de posibles males. El mago aceptaba aquellas indicaciones, pues le parecían de lo más acertadas. Realmente no sabían qué hacer ni como actuar, por lo que sin mediar palabra, decidieron esperar a ver qué ocurría. Se separaron y siguieron oteando el desierto que les rodeaba. De vez en cuando más piedras caían desde las alturas, y de nuevo las esquivaban. Algunas veces con más precisión que otras, pues alguna que otra herida se llevaban los que allí se congregaban. ¿Qué sería lo que estaba ocurriendo? Sin duda era la pregunta más frecuente que se les pasaba por la mente a todos ellos. Pero ninguno tenía la respuesta.

En la mente del mago seguían pasando los recuerdos de aquellos enfrentamientos. Recordó paso a paso lo que venía. Lo tenía grabado a fuego en su mente y jamás se le olvidaría. Rezaba a su Señor para que no ocurriera nada más, pero equivocado estaba, pues sus temores se hicieron ciertos. La tierra se resquebrajó y grietas aparecieron en el suelo. De ellas empezó a salir un humo verdoso. Un aroma a podredumbre y muerte emanaba de ellas sin cesar. Los temblores se seguían sucediendo y el mago cada vez se desquiciaba más. Todo volvía a ocurrir. ¿Había empezado de nuevo o simplemente era una coincidencia? No lo sabía por lo que siguió en guardia, avistando continuamente a su alrededor. Un grito ahogado de negación salió de su garganta. Odiaba a aquel ser y todo lo que le había hecho. Ahora era la última cosa que deseaba, pero el frenesí de la situación le hizo recapacitar. Su poder había aumentado considerablemente, y ahora sí deseaba un encuentro con Él. Por lo que mentalmente incitaba a su enemigo a que apareciese.

Mientras estaba inmerso en sus cavilaciones, la tierra continuaba moviéndose. De tal magnitud eran los terremotos que las grietas se cerraban, nuevas se abrían y las piedras que habían caído se destruían hasta casi convertirse en arena como la que plagaba por todo el desierto, dejando a la vista los cuerpos de los trasgos aplastados y ensangrentados. La paranoia de la gente seguía en aumento, pero en mayor medida era la que sufría el mago. Hasta que de pronto, todo cesó. No más piedras cayeron desde el cielo. No más grietas se abrieron, y las que permanecían abiertas se cerraron. Nadie entendía nada y el mago finalmente, pasados unos instantes, se calmó. ¿Qué habría pasado? ¿Por qué de nuevo había vuelto Él, si es que de verdad había vuelto de entre los muertos? No entendía nada de lo sucedido, pero como antaño, investigaría al respecto. Aunque por aquel entonces no tuvo mucho tiempo, y tampoco sus investigaciones dieron muchos resultados. La gente poco a poco se fue alejando de la escena, pero el mago se quedó allí, observando lo que había sucedido. ¿Qué sería todo aquello? Quien sabe, puede que pronto lo sepan, o jamás se descubra…

ioker

27/04/2006 20:48:42

El desierto resplandecía. La luz del sol se reflejaba en la arena, como durante tantos años había estado haciendo. El declive de centenares de años anteriores había creado aquellos parajes de arena. Desde el cielo se podía ver como la arena se extendía casi a las mismas puertas del agua del mar, pero si en ese preciso momento uno se acercara hasta el Distrito de la Magia, a las puertas de la torre que albergaba la Escuela de Magia, vería como el mago salía por las puertas de ésta. Una extensa conversación había tenido con aquel sabio que habitaba, y que solo unos pocos y afortunados, podían ir a visitarlo. Esta charla le había sumido en nuevos pensamientos, por lo que caminaba en silencio, pensativo, y en dirección al mercado. Un guardia le saludó y le abrió las puertas de la muralla que conducía al mercado. Bajo éstas la arena se colaba, procedente del desierto, y cuando fueron abiertas, una ráfaga de aire caliente las atravesó.

Delante de él se extendía aquel mercado rebosante de gente comprando y vendiendo artículos. Hacía no mucho, dos de los más famosos comerciantes habían vuelto a la ciudad. Nadie sabía como, pero de nuevo se encontraban vendiendo sus artículos. Bunus, aquel simpático (aunque a veces un tanto gruñón) enano le saludó también, aunque rápidamente volvió a sus enseres y tratos, pues una mujer estaba allí a su lado comerciando con él. Sus pasos se pararon bajo la palmera y miró a su alrededor. Parecía que lo acaecido el día anterior, fue algo extraordinario y que poca repercusión tendría hoy. El desierto había sido azotado por otros terremotos, y parte de su fisonomía actual había sido formada por estos. El cielo estaba despejado, como la mayoría del año se encontraba, y hacia allí dirigió su vista. Reinaba una tranquilidad solo alborotada por los constantes tira y afloja de los mercaderes, los paseantes que miraban los artículos, la guardia que vigilaba que nada extraño sucediese por allí y que ningún pillastre se aprovechase de la gente que había ido a vender o comprar. Era un día más en la ciudad de Calimport, pero no un día como tantos otros. Pues de pronto, aquello que un día antes había sucedido comenzó de nuevo. La tierra se estremeció y rocas de gran tamaño caían desde el cielo. ¿Cómo podía ser aquello posible en el mercado, que no tenía ninguna montaña cercana?

El mago corrió y se ocultó bajo el edificio medio derrumbado que usaban los vigías para observar desde las alturas el camino a la ciudad. Las piedras continuaban cayendo por todos lados, y observaba como la gente también corría por ponerse a cubierto. Los mercaderes cerraron a toda prisa sus tenderetes, otros los dejaron allí a su suerte, pero sin duda, todos corrían para esconderse y que esas piedras no les cayesen encima. Todos no pudieron escapar, pues mucha gente pereció bajo aquellas piedras que llovían del cielo. Extraño suceso era, pues al menos el día anterior las montañas se encontraban cerca, y parecía que fuesen éstas las que se derrumbaran. Algo se pasó por la mente del mago y miró al cielo. En primera instancia no vio nada, por lo que, esquivando las piedras que se le venían encima, salió corriendo hacia el oasis.

Cuando llegó allí cadáveres se extendían por el suelo. Loinar corría de un lado a otro y comandaba a un par de guardias que retiraban los cadáveres, alzando las piedras que los aplastaban. Éstos los llevaban hasta el templo, para que el Sumo Clérigo de Calimport y sus adeptos cuidasen de ellos. La ciudad existía gracias al comercio, y perder compradores o vendedores no le interesaba, por lo que los guardias se afanaban en llevarlos lo más rápido que podían. Entre la gente que aún se mantenía en pie y que observaba como las piedras continuaban cayendo, al igual que hacían equilibrios para mantenerse en pie, por los constantes temblores, vio a una persona que le parecía conocida. Al principio le costó reconocerla, pero más adelante algo en ella le hizo recordar quién era. Se acercó hasta su lado y entablaron una conversación. Todo aquello no olía nada bien, y menos aún cuando empezaron a abrirse grietas en el suelo, por donde la arena se colaba hacia su interior. A cambio, éstas lo que hacían era devolver olor a podredumbre y muerte. Náuseas provocaba ese hedor y la gente se apartaba de éstas para no caer en un reguero de vómitos e inconsciencia.

La extraña lluvia no cesaba por lo que la gente intentó vislumbrar de dónde procedía. Muchos alzaron la cabeza, pero solo unos pocos vieron lo que realmente estaba surcando los cielos: una montaña flotante. Los gestos de sorpresa entre los que allí se habían percatado definían mejor lo inconcebible de la situación. Una montaña estaba sobrevolándolos, y parecía ser que de allí procedían las rocas, pues otra explicación no parecía haber. El mago llegó a aquella conclusión.

Las sorpresas aún no habían terminado, pues algo más se avecinaba. Mientras la gente comentaba lo que estaba sucediendo, a la otra parte del oasis el enemigo se presentó. Parecía ser que los causantes de todo aquello se presentaban por fin ante los que querían aniquilar. Una enorme horda de slaads, de todos los tipos había aparecido de la nada. A un solo grito, todos se lanzaron al ataque contra la gente que se encontraba en los exteriores de la ciudad. El mago retrocedió unos pasos y se puso en guardia, mientras el resto de los presentes se lanzaba al ataque. Su poder reinaba en la magia, no el estar en primera línea luchando como un guerrero, y apartado su poder y eficacia sería mayor. Hordas y hordas de Slaads aparecían cuando algunos de los suyos caían. Era algo sin ton ni son, pues parecía que cuando uno de esos engendros demoníacos caía, 2 aparecían, y cuando estos 2 yacían en el suelo muertos, 4 los sustituían. La persona que conocía parecía ser la más avezada de todos los que allí estaban luchando por lo que creían era la defensa de la ciudad. Pero no era así realmente, aunque al principio no lo sabían, no defendían a la ciudad, sino que estaban protegiendo otra cosa, algo que no se les habría pasado por la cabeza ni en sueños: un perro. Allí, en medio de toda la batalla había un perro. Y todo se descubrió cuando los slaads empezaron a gritarse unos a otros: “Ya lo tenemos, coged al perro, él nos otorgará el poder!”. La gente reaccionó de inmediato, y varios rodearon al perro protegiéndolo de los demonios. Entre ellos un mediano que no se apartó en ningún momento del perro.

La batalla continuaba, y al final, al fondo de todos las huestes de Slaads, aparecieron los dos comandantes que los guiaban en el ataque: un Slaad de color blanco y otro Negro, que les gritaban a sus secuaces lo que tenían que hacer. En medio del fragor de la batalla, apareció el líder de los paladines del Bastión: Joganth. El cual se sumó a la guerra que se había producido sin previo aviso. Uno a uno, fueron cayendo los enemigos hasta que al final todo pareció calmarse. El silencio posterior a una gran contienda reinó por aquel oasis ahora ensangrentado y lleno de cadáveres. La gente miró al perro sin entender lo que ocurría, pero en la mente del mago, ciertos cabos empezaban a juntarse pero lastimosamente, no le llevaban a ningún sitio en concreto, debería investigar al respecto. Su conocida se le acercó y ambos se fueron con el perro hasta un lugar seguro donde hablar.

Después de descansar y hablar todos, cada uno se fue por su camino, y el mago volvió al terreno del combate. Allí observó el lamentable estado en que había quedado todo y recogió una piedra perteneciente a una gran roca que había caído del cielo, una de tantas. La observó con cuidado y se la guardó, puede que algo averiguase al respecto. Allí se quedó, pensando en lo que le habían dicho en la Escuela de Magia y en todo lo que estaba sucediendo durante aquellos días. Muchas cosas habían sido reveladas, pero nada tenía sentido por el momento, por lo que tendría que seguir investigando. Parecía que algo le había quedado claro: Él no había vuelto...