uaeoi

07/08/2006 23:06:13

Había sido un día duro, muy duro. Regresaban del templo arrasado en lo profundo del bosque Ardeep, sólo para descubrir las torturas y vejaciones que un ilícido propinaba a los parroquianos del lugar. El sitio estaba plagado de trampas, pero los dos pícaros del grupo, formidables máquinas detectoras, dieron buena cuenta de todas. Laugrim, Melen, Ahzrael, Joganth y Ulurae habían luchado codo con codo para eliminar la maldad del lugar, hasta llegar al cubil del azotamentes y donde residía su cerebro-dios. Las aberraciones murieron sin apenas poder levantar un tentáculo en defensa propia.

Ulurae en aquellos momentos caminaba por las populosas calles de Aguas Profundas. Había dejado a Laugrim en una posada. Se sentía magullada, dolorida y frustrada. Había perdido algo de dinero, al igual que Laugrim, por culpa de los lagartos de las marismas. El viaje no había terminado demasiado bien para ellos dos. Melen, afortunadamente, había conseguido escapar. La elfa supuso que el humano estaría en Aguas. Así que ahí estaba ella, buscando entre las calles. Tenía... no, más bien, necesitaba hablar con él.

Recordó los momentos de combate. Como siempre, tenía puesto un ojo en el grupo, por si alguien necesitaba ayuda urgente. Y había visto a Melen fundirse en las sombras, desaparecer de la vista. Estar, y no estar. Y ese hecho la había fascinado. Se preguntaba constantemente cómo podía alguien llegar a conseguir ese grado de compenetración con las sombras. El hombre le había dicho que se lo diría... pero no había vuelto a verle.

Inmersa en sus pensamientos, llegó al distrito de los muelles. Aspiró el olor a mar, escuchó los gritos brabucones de los marineros, y decidió que era un bonito lugar para vivir. Mucho mejor que Puerto Calim. Esquivó a un par de estribadores, y se sentó en unas rocas cerca del tenderete de los artesanos. Fue entonces cuando alzó la mirada y vio al hombre al que buscaba.

Melen estaba de espaldas a ella, absorto en algún pensamiento. La brisa marina le hacía ondear los rubios mechones de cabello. Permanecía con los brazos apoyados con tranquilidad en las empuñaduras de sus armas. Ulurae le contempló unos instantes, maravillándose ante la calma que desprendía aquella postura, y parte de sus iras internas se disiparon. Incluso se permitió sonreír una pizca.

-Parece que al menos uno ha salido bien parado de esto.

Melen se giró, y al descubrirla, sonrió de medio lado. Una expresión curiosa, pensó Ulurae. Se aproximó a ella caminando a grandes zancadas, y se detuvo ante la elfa, tan alto como era. No había desviado la mirada de los ojos grises de Ulurae.

-Más o menos.-la sonrisa seguía ahí. El hombre tendió una mano de alargados dedos a Ulurae.

La elfa la tomó y se levantó grácilmente. Incluso erguida en toda su estatura, la cabeza de Ulurae no llegaba hasta los hombros del humano. Quedaron a pocos centímetros uno de otro, y se limitaron a mirarse en silencio. Ulurae enrojeció levemente, dudando de cómo pedirle a Melen que la adiestrara. Desvió su mirada hacia el suelo, incapaz de sostener la del hombre.

Al cabo de pocos instantes, la mano de Melen, la misma que le había tendido para ayudarla a levantarse, la tomó por la mandíbula, obligándola con dulzura a mirarle. Era una mano suave, más suave de lo que la elfa podría haber esperado nunca. Volvió a encontrarse con aquellos insondables ojos y esta vez no apartó los suyos.

-Ven. Sígueme.-susurró el hombre.

Ulurae asintió sin decir palabra alguna. Siguió a Melen hasta la posada de los muelles, un lugar no demasiado elegante, pero a resguardo de miradas indebidas. El hombre habló brevemente con el posadero y éste le indicó las escaleras hacia el piso superior. Ulurae siguió a Melen mientras éste subía, pensando qué querría y por qué buscaba tanta tranquilidad.

Una vez en el piso superior, Melen echó un vistazo a todas las puertas, y se decantó por una. Con su habitual paso largo y elástico, se plantó enseguida delante del umbral y esperó a la elfa. El silencio entre ambos no le resultaba desagradable del todo a Ulurae, aunque se decía que agradecería unas pocas palabras de su guía, al menos. Melen abrió la puerta y con un gesto, la invitó a pasar. El hombre entró tras la elfa y cerró la puerta pulcramente tras de sí.

Ulurae estudió la habitación. Como el resto de posada, era sencilla, rozando lo vulgar y mundano. Había dos camas individuales, un armario, y poca cosa más. El ambiente estaba algo cargado, como si hiciera poco que la habitación hubiera sido abandonada. No era demasiado agradable estar ahí.

La voz susurrante de Melen la sacó de sus divagaciones.

-Bien...-el hombre miraba fijamente a la elfa, como sopesando algo. Luego estudió su armadura atentamente, tal vez sacando conclusiones propias. La elfa se puso un poco nerviosa.
-Pasa algo malo?

Melen volvió a esbozar aquella pequeña sonrisa sesgada.

-No. Creo que aprenderás fácilmente la técnica, Ulurae.
-De verdad?-los ojos perla de Ulurae brillaban.
-Sí. Incluso mejor que yo.
-Oh, eso lo dudo, la verdad...-algo turbada, Ulurae bajó la mirada, aunque volvió a alzarla al cabo de poco tiempo.

Al levantar los ojos, volvió a encontrarse con la mirada escrutadora de Melen. Qué estaría pensando la mente tras aquellos ojos? Qué ideas pasarían por su cabeza? Ulurae sintió que la curiosidad atacaba; siempre igual, la condenada curiosidad, el gusanito colgando del cebo que ella siempre picaba.

Con una extraña sensación, que de ningún modo resultaba desagradable, notó la mirada del hombre descender por su cuerpo, estudiándolo, comparándolo tal vez, exáminandolo. La expresión de Melen era indescifrable: ni ira, ni enfado, ni alegría, ni satisfacción. Era desconcertante y hipnotizante a un tiempo. La elfa quería apartar sus ojos, y a la vez, no quitarlos de aquel rostro neutro.

Aquel intenso silencio fue roto de nuevo por el hombre. Al fin rompió aquella máscara de pétrea inexpresividad y se permitió algo cercano a una sonrisita.

-Tengo algo que tal vez te agrade.
-Eh?

Sin mediar más palabra, Melen rebuscó en sus petates hasta sacar una armadura negra de una bolsa mágica. Se la tendió con gesto firme a la pequeña elfa, mirándola en silencio. Desconcertada, Ulurae la cogió. Al instante, notó las reminiscencias mágicas que despedía la armadura. La contempló con mirada sorprendida: se trataba de un justillo de ropa acolchada, mezclada con parches de cuero. La prenda sin duda le permitía más libertad de movimientos que su restrictivo, aunque magnífico, cuero de cinco runas. Ulurae miró a Melen boquiabierta, con la armadura en su regazo.

-Vamos, pruébatela.-esta vez, la sonrisa de Melen estaba tanto en los labios, como en la mirada.
-Cla... claro!

Ulurae empezó a quitarse la propia armadura, hasta quedar en las ligeras prendas que vestía siempre bajo las protecciones, para evitar rozaduras en su pálida piel. Tras estudiar la acolchada unos instantes, se la probó con expresión ilusionada. Se ajustaba a su menudo cuerpo a la perfección, contorneando sus curvas con suavidad, sin acentuarlas o ocultarlas. El tono de la armadura era negro como sus cabellos. Le encantaba. Miró a Melen con ojos radiantes, y descubrió que él la observaba aún con la sonrisa danzando en su boca.

-Me encanta! Gracias!
-No es nada.

Ulurae dio un paso lateral, para comprobar la flexibilidad de la prenda, y entonces notó el verdadero efecto de la armadura. Su pie salió disparado hacia la derecha a mayor velocidad que la pensada por ella, haciéndola trastabillar. Haciendo gala de un impecable equilibrio, Ulurae se irguió.

-Pero...-se miraba los pies, extrañada.-Me muevo más rápido, verdad?-el tono de voz era de asombro.
-Así es. Esta armadura te confiere la capacidad de ser más veloz, y así esquivar mejor ciertos ataques.
-Me costará acostumbrarme a esto...-Ulurae se movía a un lado y a otro, intentando familiarizarse con tan rápido desplazamiento.
-Te sienta bien. Claro que eres libre de modificarla a tu gusto, si así lo deseas.

Ulurae observó el faldón de la parte de arriba de la armadura y asintió con disgusto. No era demasiado estético, y además, le entorpecía el acto de desenfundar. Se encontraba pensando en eso cuando sintió (porque sentir era la palabra; no pudo oírle, pues sus pasos eran más livianos que la brisa matutina) que el hombre la rodeaba, sin quitarle ojo de encima, y se situaba detrás suyo, cerca de su cuerpo. La respiración de la elfa se volvió ligeramente más rápida, aunque ésta no se percató de ello.

Melen observaba con calma cómo sentaba la nueva armadura a la pequeña elfa. La oyó comentar algo del faldón de la armadura con voz apurada y nerviosa, y se permitió otra de aquellas sonrisas. No era hombre de demasiadas palabras, sólo las justas y necesarias. Al cabo de un minuto, se apartó de Ulurae. Ésta sintió que la presencia a su espalda se alejaba un poco, y por fin se atrevió a girarse.

-No sé si encontraré nunca un regalo que esté a la altura de éste, Melen.
-No es necesario. Es un regalo, para que cosas como lo sucedido con los lagartos no se repitan.

Ulurae asintió. Miró a Melen fijamente unos instantes más, quizá tratando de encontrar algo que decir.

-Gracias por... acceder a enseñarme. Prometo esmerarme.-dio un paso hacia atrás, sin girarse.-Si no te importa... me gustaría probar esta armadura.
-Claro. Adelante, tú misma.-Melen le indicó con gesto amable la puerta.
-Volveremos a vernos.-no era una pregunta.

Por toda respuesta, aquel hombre tan parco en palabras asintió. Permaneció en el mismo sitio donde estaba mientras veía a la elfa marcharse (de forma algo divertida, pues aún intentaba acostumbrarse al cambio de velocidad).

Ulurae cerró con cuidado la puerta al salir. Había tenido muchísima suerte, en todos los sentidos. Y se sentía tremendamente feliz, más por las prometidas enseñanzas que por el presente. Acarició con aire ausente la manga de la armadura mientras salía de la sórdida taberna, preguntándose que iba a hacer el hombre a continuación, si aún estaría en la habitación, o si incluso estaría mirando por la ventana mientras ella se marchaba.

Armándose de valor, empezó a trotar hasta que se sintió segura de no partirse la crisma contra el suelo, y al final, terminó su trote en una exultante carrera.