uaeoi

30/08/2006 02:34:23

Ulurae trotaba por las Colinas de Alerce, abatiendo algún que otro ettin junto a su pareja, el guerrero mago Laugrim. Era un día radiante, el Sol brillaba en el cielo azul con alegría, y a pesar de que la diminuta elfa habría preferido la luz de la Luna para lo que había de suceder, no le importó que el brillante astro fuera el mudo testigo del fin del engaño.

Todo había empezado hacía un par de lunas. Un pájaro, convocado por el misterioso arcano Moreese, se había posado en su hombro. Portaba una nota manuscrita por el conjurador, citándola en una casa del distrito de los templos de Puerto Calim. Cuando se hubo presentado al lugar (después de forzar la cerradura de la puerta, y comprobar la expresión de estupefacción de sus anfitriones), Moreese y Zack le explicaron lo que sucedía con una tal Kashirath, y que los quería ver muertos a ella, a Laugrim, y a Earyl. Sin embargo, Moreese y el joven innato le ofrecieron una alternativa, una alternativa para vivir: mentir a una sierva de las mentiras, urdir un engaño, morder la mano del verdugo. Engañar a la clériga, hacerla pensar que los tenía en el bote... y en el último momento, liquidarla.

Incluso en aquel momento, un par de lunas después, Ulurae no se sentía del todo cómoda con el hecho de matar a alguien. Remordimiento, culpa? Qué más daba? Se obligaba a recordar que aquella arpía los quería ver muertos: a ella, que no tenía nada que ver con el tema de la magia, y a su pareja. No iba a permitirlo, de ningún modo. Iba a luchar hasta la muerte para protegerse a sí misma y a Laugrim.

Y no iba a luchar sola. Sonrió de lado al pensar que posiblemente, el trío de asesinos debía estar pisándoles los talones, invisibles, estudiando sus movimientos en combate, buscando puntos frágiles, tejiendo estrategias. Aquel día, en casa de Zack y Moreese, habían quedado entendidos. El punto y final tendría lugar en los Páramos Eternos, un sitio solitario y peligroso, infestado de trolls. Ningún curioso metería las narices en aquel truculento asunto. Después de pactar con los dos conspiradores, Ulu acudió a explicarle el plan a su pareja. Cuatro posibles portadores de muerte, jugando con fuerzas quizá demasiado poderosas como para ser entendidas. Pero qué opción les quedaba? Matar, o ser muertos. La suerte estaba echada, y no habían podido escoger opción alguna.

La pareja terminó con escalofriante rapidez con todos los ettin de la zona, intercambiando de vez en cuando palabras y bromas, tanto para relajar el ambiente (pues el corazón latía con fuerza y lentitud en el pecho de la elfa) como para aparentar normalidad. Se notaban observados y era primordial aparentar una total ignorancia ante los hechos.

Tras los ettin, llegaron a los Páramos. La elfa notó un sudor frío descendiendo por su espalda. Agarraba con fuerza las empuñaduras de sus espadas cortas gemelas. El momento se acercaba. Los Páramos serían el fin del camino, no sabía de quién, pero esperaba furiosamente que fuera de la clériga. Arremetió con persistencia contra un grupo de trolls, seguida de cerca por Laugrim. Necesitaba asestar golpes: la tensión del momento casi podía con ella.

El caos empezó al abatir al último troll, un chamán con muy pocas ganas de morir. Tras rajarle el cuello con facilidad, una silueta ataviada con negra armadura surgió de la nada, salmodiando siniestramente. Todos los sentidos de la elfa se dispararon al notar una inmensa carga de energía negativa que le arrebataba la vida dolorosamente. Contra ese tipo de energía no tenía defensa posible, y era algo que estaba dispuesta a asumir. De todos modos, cuando vio que la mujer sacaba un arco y apuntaba hacia ella, reunió las pocas fuerzas que quedaban en su maltrecho cuerpo y empezó a moverse en zig-zag para esquivar los proyectiles. No iba a morir ante aquella desgraciada, no señor. Fue entonces cuando oyó salmodiar de nuevo a la clériga, y un inmenso dolor estalló en su pecho, aunque sin mayores consecuencias: el colgante que portaba la diminuta pícara había cumplido bien su trabajo; un calor agradable la envolvió mientras el collar la protegía contra el conjuro mortal que Kashirath había lanzado contra ella. Mientras corría con la cabeza gacha y vislumbraba a Moreese y Zack salmodiando en pleno apogeo del combate, Ulurae oyó a Laugrim cargar hacia la clériga, y proferir un grito de dolor. Fue entonces cuando se giró, asustada por la suerte de su pareja, y vio a Laugrim pálido y medio muerto, igual que ella, y a la clériga derribada en el suelo y apresada por una mano espectral.

Ya había visto el conjuro con anterioridad, pues Moreese lo había estado provando con ella en su casa, para pulir posibles detalles que salieran mal. Por fin, siguiendo lo pactado, Zack había inmovilizado a la clériga. Sacando fuerzas de la ira, Ulurae se aproximó a la sierva de Shar con las espadas prontas. El odio nublaba su juicio: aquella indeseable la había atacado con saña, y había intentado liquidar a su pareja. No fue el juicio, sinó el rencor, lo que impulsó a sus brazos a asestar un par de dolorosas y mortales puñaladas al cuerpo inmovilizado. Una infernal frialdad la invadía por dentro, mientras observaba la sangre caer de las profundas heridas letales, mientras observaba a Moreese asestarle una puñalada en el cuello a la mujer, mientras observaba a Laugrim golpearla en el abdomen con su espada doble de mithril. Y mientras contemplaba todo eso, las palabras de Ramán vinieron a su mente: mata, o sé eliminada; haz lo que haga falta para asegurarte la supervivencia, pues recuerda, quien golpea primero, golpea dos veces. Un sabio consejo, dado el caso.

Finalmente, la mujer murió. Un gran charco sanguinoliento manchaba el lodazal de los Páramos. Ulurae se dejó caer de culo, agotada ahora que la adrenalina había abandonado su cuerpo. Los cuatro conspiradores se miraron unos segundos en silencio. El peso de sus actos se asentaba en sus mentes, pero Ulu no sintió remordimiento ninguno. Para qué? Se había limitado a defenderse de alguien que no la conocía y la quería ver muerta. Mirando el cadáver, la elfa se tomó una poción de curación. Al instante, empezó a sentirse mejor.

-Está muerta... del todo?-Zack miraba también el cuerpo con una expresión que rozaba el desdén.

Moreese se agachó pesadamente para tomarle el pulso a Kashirath. Tras unos solemnes instantes, asintió. Luego, sonriendo taimadamente, añadió:

-Cortar la cabeza dificulta mucho resucitar un cadáver...
-Sí?-la elfa, aún desde el suelo, se llevó mano a Chispa, la espada corta eléctrica. La otra, llamada Mata-Trolls y cuyo filo era ácido, descansaba en su vaina, cumplida su macabra función.
-Ajá. No dañes el cuerpo, me interesaría quedármelo...

Asintiendo, Ulu se arrastró hasta situarse junto al cadáver. Lo miró de hito en hito, dejando que toda la ira, rencor y furia se diluyeran en una ácida sonrisa, y habló al cadáver secamente.

-No soy partidaria de estas cosas, sabes... Pero te lo has buscado bien. Y aunque me repugna hacer esto...-diciendo estas palabras, posó a Chispa en el cuello de la mujer.-creo que te lo tienes bien merecido

El estómago se le encogió dolorosamente mientras realizaba la siniestra tarea, pero una vez la hubo finalizado, se sintió mucho mejor. En realidad, se sintió perfectamente. Limpió la centelleante hoja en las ropas oscuras de la clériga, y envainó. La cabeza rodó un poco por el pantano. La expresión de aquel rostro era inescrutable; asombro, sorpresa, comprensión, frustración y resignación.

Tras esto, Ulurae se tomó otra poción curativa. Las fuerzas acudieron de nuevo a sus extremidades, y se puso en pie. Laugrim también se había reestablecido de sus heridas, y observaba el cadáver decapitado con interés apagado. Un problema menos, decían aquellos ojos.

-Me extraña que una diosa como Shar haya tomado como elegida a alguien tan poco competente como ella...-la voz rasposa de Moreese hendió el silencio.

La elfa se encogió de hombros.

-Hasta los dioses se equivocan... y de todos modos, quizá no haya sido más que una prueba. Shar es la diosa del engaño, no? A lo mejor lo hizo para deshacerse de ella. Es decir... al darse cuenta de que hablaba demasiado, decidió acabar con su servidumbre... y no hemos sido más que el instrumento pensado para ello.

Tras unos instantes en silencio, Moreese asintió pesadamente.

-No se me había ocurrido esa opción... en fin... el tiempo dirá. Ahora sólo falta hablar con Vara Negra.

Los tres asintieron. Iba a ser complicado concertar una cita con el mago. Concentrados como estaban, ninguno de los cuatro oyó a la manada errante de trolls que les atacaron desordenadamente. Pese a ser pillados por sorpresa y superados en número, el cuarteto luchó con diligencia y pronto la mayoría de la manada estaba muerta o bien huía caóticamente. Y mientras Ulu revisaba unas heridas de poca consideración de Laugrim, Moreese gritó:

-Se han llevado el cuerpo!

Efectivamente, el cuerpo de Kashirath había desaparecido. Vieron, ya muy lejos como para iniciar una persecución, a un par de trolls fornidos que cargaban con el cuerpo y la cabeza. Sin duda, iba a ser un delicioso almuerzo. Ulurae reprimió un estremecimiento, y deseó buen provecho a las bestias. Les iba a hacer falta estómago.

Después de lo sucedido, y lamentando no poder llevarse el cuerpo, Moreese se marchó a Puerto Calim con la intención de contar la verdad sobre Kashirath a cuanto arcano pudiera. La versión de sus hechos iba a ser que los trolls habían terminado con la clériga. No era del todo verdad, pero tampoco era mentira, y a nadie le interesaban los pormenores de la situación. De todos modos, pensaba la elfa, más de uno se habría alegrado de que hubieran sacado de enmedio a la sacerdotisa. No había sido muy hábil en forjar amistades.

Zack se marchó poco después de Moreese. La pareja quedó sola en los Páramos, por fin libres del peso de una muerte incierta en sus espaldas. Tras besarse con cariño, emprendieron el camino de regreso a Aguas Profundas, dispuestos a disfrutar de un merecido descanso y de la compañía de la pareja. Por una vez, los planes habían salido bien.