ioker

12/02/2007 18:52:55

EL PASADO Y EL PRINCIPIO, CAMINO A LA SUPERFICIE:


El Narbondel estaba dando ya fin a éste ciclo. El bazar empezaba a estar más calmado, aunque aún habían algunos comerciantes vendiendo sus últimas mercancías del día. El explorador se encontraba allí, vigilando a todos aquellos que pasaban por allí. A muchos les conocía, a otros nunca los había visto, pero por su mente sólo había un pensamiento que le preocupase realmente: no tenía nada que le protegiera, y eso en Menzoberranzan era la muerte.

Hacía poco que había salido de Tier Breche como graduado en Melee-Magthere, pero su casa había decidido al final abandonar Menzoberranzan y volver a Undrek’zhoz. Él había decidido quedarse, al amparo de las academias, aunque con el problema de que cuando saliese de allí su casa se habría marchado y se quedaría sólo.

Durante su estancia en Tier Breche había trabajado bajo las órdenes de otras casas. Misiones que Baenre había realizado con la ayuda del resto de Casas de la ciudad. Salidas o expediciones en los túneles, infiltraciones en asentamientos duergars, etc. En la mayoría fue designado como el explorador que se adelantaría para buscar posibles peligros en los túneles y gracias a ello se había surtido de un buen puñado de mapas de los túneles de la Antípoda Oscura. Con ellos había hecho un nuevo mapa, juntando túneles y añadiendo aquellos que él había explorado para así tener referencias en el futuro por si volvería a salir por ellos. Durante todas las misiones intentó dar lo mejor de él para que las otras casas intentaran llevárselo bajo su protección. Kanar así lo quería, puesto que en ningún clan mercenario le habían aceptado y necesitaba el amparo de una casa. Las misiones fueron sucediéndose una tras otra. Cada vez tomó más experiencia en sus movimientos e incursiones, y cada vez también conocía mejor los túneles colindantes a la ciudad y los que se extendían más allá de ésta.

Al final terminó su aprendizaje en Tier Breche y salió a la ciudad. Era enorme, nunca la había sentido tan grande y a la vez tan peligrosa. Veía peligros en todas las esquinas. Veía que los demás drows le miraban con altivez. Veía que no estaba seguro allí. Pero este peligro constante le ayudó en su carácter y sigilo. Caminaba entre las sombras, cubriéndose con sus atuendos y capa para que los ojos de los demás no le vieran allí por dónde caminaba. Y aquellos que le veían por las zonas más inhóspitas de la ciudad terminaban cubiertos por un montón de basura, con un tajo en el cuello y sin ojos.

Sus días de mercenario se fueron sucediendo y volvían a contratarlo para hacer distintas misiones a cargo de algunas casas. La que más le contrató fue la tercera casa de Menzoberranzan: Oblodra. Así fue que fijó su atención en ésta y supo cual sería su destino: debía hacer que la tercera casa le tomara bajo su protección. Por tanto esperó y esperó hasta que en una misión vio la oportunidad. El Maestro de Armas, Ilkar Oblodra, le contrató para una tarea. Ésta consistía en llevar a algunos de sus hombres, con un paquete, hasta la salida que llevaba bajo aquella ardiente y cegante bola de fuego: La Superficie. Luego Ilkar se deshizo en cenizas y el colgante que portaba estalló en varios trozos, de los cuales Kanar se quedó uno, en el que se apreciaban unas runas. Pensaba que era alguna treta de un enemigo y que habían acabado con la vida del Maestro de Armas.

El pago de esta misión sería que Ilkar le apoyaría y lo llevaría delante de la Matrona Oblodra para presentarlo a ella, e intentar que ésta lo aceptara bajo la tutela de la Casa. Además, recibió unos ropajes que le serían útiles en sus trabajos.

El día llegó, y con ello vio a aquellos que debía acompañar hasta el exterior. Su sorpresa fue que el paquete no era lo que se esperaba, sino que era una cría de rivvin, que estaba en los brazos de un mago que conoció como Zedar. Sus órdenes eran llevarlos, pero si se retrasaban, hacer llegar el paquete sólo en sus brazos, y no le importaría haberlo hecho si no hubiesen sucedido ciertos hechos en los túneles.

Empezaron su travesía, dejaron atrás la ciudad de Menzoberranzan y poco a poco se internaron más y más en la Antípoda Oscura, en dirección a cielo abierto. Los túneles estaban llenos de peligros y Kanar se adelantaba al grupo para observar qué les deparaban más delante de su posición. Las distintas criaturas salieron a su paso, les atacaban sedientas de sangre y comida, pero unas tras otras fueron o bien aniquiladas o ignoradas y esquivadas. Pero algo extraño pasaba, no eran ellos quienes iban aniquilando las criaturas, sino que muchas caían al suelo muertas. Estaban tan vivas en un momento y al siguiente se quedaban sin aliento ni movimiento en el suelo tiradas. Algo no iba bien. Algo ocurría y Kanar observó a sus acompañantes, buscando alguna explicación, pero ninguna le dieron. ¿Qué estaba ocurriendo allí?

El viaje continuó durante varios ciclos, todos igual. Andar y andar, esquivar o que quien fuese aniquilase los peligros, y así hasta que llegaron a su destino. Durante el camino se averiguó que quien realmente estaba haciendo aquellas matanzas era la cría rivvin. Nadie se explicaba por qué, pero parecía que cuando se sentía amenazado desplegaba poder mágico. Como cuando Kanar le pidió visión mágica al mago, y la cría se la otorgó. ¿Qué criatura era esa y cómo podía, siendo tan pequeña, tener aquel poder? Es algo que a día de hoy aún no lo sabe…

Llegó el momento en que se acercaron a la salida de los túneles de la Infraoscuridad. Kanar se adelantó y dejó a sus acompañantes tras un recodo. Allí vio a quien le contrató, al lado de un animal de la superficie, algo llamado Caballo, el cual al igual que los lagartos podía ser montado para recorrer largas distancias. Kanar dialogó con Ilkar sobre que al fin habían llegado y le contó lo sucedido en el camino. Ambos luego se dirigieron hacia donde se encontraban el resto.

Para sorpresa de muchos, cuando Ilkar se acercó con un collar que despedía una luz roja con intesidad al bebé, hubo una reacción y una explosión se originó, dañando a todos los allí presentes menos a la cría y a quien la portaba, Zedar. No se podían acercar entre ellos, por lo que a partir de entonces, ambos caminaban bien separados, para no exponerse a una nueva reacción. Kanar pensó que allí su trabajo concluía y podía volver de nuevo a la ciudad, y que pronto pasaría a formar parte de la casa Oblodra, pero estaba equivocado.

El cuerpo de Zedar, sus brazos, estaba lleno de tatuajes, de símbolos rúnicos que algunos decían saber qué eran, pero que no estaba nada claro. Esos símbolos coincidían con los del trozo de collar que Kanar había guardado de Ilkar, que ahora estaba allí presente, con el colgante completo. Parecía que todo había sido un truco de magia o algo por el estilo. Ese colgante y el bebé tenía algo que ver.

Ilkar hizo que Kanar les acompañase aún durante más tiempo, ofreciéndole un nuevo pago. El Explorador aceptó. Salió a reconocer la salida y vio que nada estaba allí para hacerles frente, pero cuando todos salieron algo pasó. Una barrera mágica cubrió la entrada a la Infraoscuridad. Todos miraron de inmediato al bebé, a sabiendas que otras ocasiones anteriores había hecho cosas por iniciativa propia. No tenían vuelta atrás, y ahora debían buscar a alguien para encontrar otro objetivo. Sólo Ilkar en un principio sabía de qué se trataba, y hasta mucho tiempo después nadie supo nada.



//CONTINUARÁ…

ioker

05/03/2007 18:26:31

LA SUPERFICIE: ANDANDO CERCADOS POR LA MUERTE

De nuevo allí se encontraba, en ese mundo sin nada sobre la cabeza más que el cielo infinito y aquel aire sin viciar, que tan extraño se le hacía para el explorador. La bola de fuego, la cual había sufrido en sus ojos y piel durante muchos ciclos anteriores, estaba escondida. Otra bola, esta blanca y que no producía aquella quemazón, destacaba en el cielo oscurecido, tan sólo iluminado por ella y por puntos aislados. La barrera tapaba la entrada a los túneles que le vieron nacer y crecer, y ahora no tenían otro camino que el quedarse allí y buscar lo que Ilkar deseaba.

Mientras maldecían su suerte, el explorador se dio cuenta de que el entorno estaba cambiando. Cada vez la luz estaba siendo más intensa a su alrededor y los ojos empezaban a resentirse. La bola de fuego se estaba alzando. Las órdenes fueron rápidas y concisas: habría que buscar un lugar donde esperar hasta que el engendro de fuego volviese a esconderse y así poder caminar tranquilos por aquellas tierras. Todo lo tranquilo que se podía estar en aquellos parajes inhóspitos y peligrosos, ajenos a ellos. El explorador salió al encuentro de algún lugar. Sus ojos hacía tiempo que se habían acostumbrado en cierta manera a aquella elevada cantidad de luz, pero aún así le seguía dificultando sus movimientos, puesto que tenía que caminar con los ojos entrecerrados, viendo algo borroso a su alrededor.

Se ocultó en el entorno, por las sombras que aún quedaban y la luz de los últimos momentos de la noche. Caminó hacia el sur… De pronto, tras cruzar un puente, se encontró en un terreno fangoso y maloliente. Aquel hedor venía de todos lados, y pronto descubrió quien lo producía en cierta manera. Trolls y gigantes se encontraban por todos lados, y el explorador sabía bien qué tenía que hacer: esquivarlos y pasar inadvertido para que no le viesen. No era nada necesario un enfrentamiento, puesto que su número era muy elevado y estaba sólo en esos momentos. Además, el resto pronto estaría cegado y no serían más que una carga. Siempre habían sido una carga. Odiaba tener que ir acompañado o que le asignaran a alguien. No conseguía que los demás fuesen sigilosos y tampoco le hacían mucho caso. Algo normal pensando que él estaba en una situación harto complicada y los demás pertenecían a la Tercera Casa de Menzoberranzan. Aunque si todo iba bien, pronto cambiaría su suerte, puesto que sabía qué pago le ofrecería el Maestro de Armas Oblodra.

Caminó por el terreno pantanoso, con dificultad y dando muchos rodeos para esquivar los asentamientos de gigantes y trolls. Le parecía que la caminata era eterna y que en aquel lugar sólo lleno de árboles y agua apestosa no encontraría nada. Al final, una pequeña montaña se alzaba hacia el este. Tal vez allí encontrara algo, aunque al menos fuese un pequeño cobijo. Se acercó silenciosamente, observando que otro grupo de gigantes cubría la entrada. Se coló entre ellos y llegó a lo que parecía una obertura. No le gustó nada, puesto que la entrada a lo que parecía una cueva estaba ornamentada, lo que significaba que podría estar habitada o que alguien fuese a visitarla, pero era lo único que había encontrado.

Se adentró al interior y observó que era una cueva toscamente escavada. En su interior nació un sentimiento de bienestar al encontrarse en un lugar parecido a donde había vivido durante sus largos años. Pero no debía fiarse, así que examinó el suelo de la cueva buscando algún rastro o pista que le indicase que alguien había estado allí recientemente. Nada. Ningún rastro o pista delataba que alguien hubiese pasado por allí recientemente, así que pensó que sería un lugar idóneo para esperar a que la bola de fuego se ocultara y ellos poder viajar de nuevo hacia su destino. Cuando alzó la cabeza, vio que un túnel se adentraba más aún en la roca, por lo que se acercó hasta él y examinó durante muchos metros a dónde se dirigía. Le habían entrenado para eso, para explorar y buscar, pero nada encontró, pero por si acaso, plagó este túnel de trampas.

Se dio la vuelta y salió de la cueva, pero de pronto, como un azote mágico, sus ojos se nublaron por una intensidad lumínica desproporcionada. La Bola de Fuego había hecho acto de aparición y allí se encontraba, dominando el cielo con su poder. El explorador se frotó los ojos y adaptó su vista a aquella intensidad. Una vez restablecido, aunque con los ojos achinados, esquivó de nuevo los gigantes y trolls, y se fue hacia dónde le estaban esperando. Salió de aquel lugar hediondo y deshizo el camino que había recorrido hasta la cueva.

Allí estaban, quietos, en silencio, pero notablemente afectados por la luz que en la superficie dominaba. Todos menos el Maestro de Armas, lo que le hizo suponer al explorador que no era la primera vez que subía y pocas veces tampoco. Le dijo lo que había encontrado y le pareció que la idea era buena, aunque ambos no confiaban en los gigantes y trolls. Aquella cueva debía tener algo para que ellos no se refugiaran allí, y era algo que no querían descubrir. Usaron la magia para ocultarse y dirigirse hacia la cueva, guiados por Kanar. Sortearon algunos gigantes, pero hubo que luchar contra otros ya que se dieron cuenta de que allí estaban los drows, por lo que mejor aniquilarlos y que no dieran la voz de alarma.

Al final, no sin problemas, llegaron a la cueva y se adentraron. El explorador revisó las trampas y vieron que seguían todas en su lugar. Buena señal pensó. Pero no sería así… El guerrero y el mago se sentaron a descansar, frotándose los ojos para poder ver de nuevo en la oscuridad de la cueva. El Maestro de Armas y el explorador vigilaban ambas entradas a la cueva: el túnel y la que daba al exterior. Era un lugar seco, en comparación con la humedad que reinaba en el exterior. Descansaron un poco para poder continuar el viaje cuando la esfera de fuego se ocultara. Pero algo no entraba en sus planes, y pronto se hizo patente el qué era.

El suelo tembló. Partes del techo se desprendían y tenían que esquivarlas. Unos miraron hacia el interior de la cueva, otros hacia el exterior. Esperaban que algo ocurriese o que algo apareciese, y al final fue lo segundo. Un ser que desprendía luz por sí mismo, un ser que parecía un rivvin con alas blancas y piel verdosa apareció ante ellos. Portaba un enorme espadón que blandía con la mano derecha, apoyándolo sobre su hombro y los miró fijamente. Empezó a hablar una lengua que el explorador no entendía, pero Ilkar sí lo hacía. Luego descubrió que aquella lengua era la que normalmente se hablaba en la superficie. El ser se les quedó mirando y empezó a hablar, preguntando qué hacían allí y qué intereses tenían. El maestro de armas le contestó que eran simples viajeros que buscaban un sitio para descansar y cobijarse. El ser no parecía muy contento de verlos, y esto se hizo aún más patente cuando vio la cría de rivvin que el mago portaba en brazos. Su cara se tornó en un gesto de auténtico pavor, empezó a acercarse gritando algo sobre la criatura y de pronto... se desplomó en el suelo. Estaba muerto.

El explorador se acercó hasta él y observó que en su armadura tenía un símbolo, el cual anotó en sus pergaminos. Era una especie de C invertida con un rayo que la cruzaba. Nadie conocía el significado de ese símbolo ni a qué se debía, pero no les hizo mucha gracia el cómo había muerto ese ser. La cría parecía disponer de un poder casi ilimitado y peligroso. Este poder ya lo había demostrado y se ponía a llorar cuando alguien pensaba en matarle o intentaba atacar al portador, desplegando su poder, con graves consecuencias.

La noche al fin llegó y dejaron allí al ser muerto. Su camino era seguir hacia el sur, y debían aprovechar las horas en que la Bola de Fuego estaba oculta para viajar. Quedarse en medio del camino sin poder ver absolutamente nada sería peligroso, puesto que allí parecía que la muerte les acechara por todos lados. Así fue que empezaron su camino de nuevo, saliendo de ese pantano apestoso y dejando a su diestra una enorme ciudad: Aguas Profundas. Pronto se encontraron en un camino que tenía pinta de ser muy transitado y por órdenes de Ilkar, nadie hablaría excepto él. Todos debían tomar el porte de mercaderes, puesto que eso sería lo que él diría si se encontraban a alguien que preguntara. Los días y las noches seguían transcurriendo y pronto llegaron a una nueva ciudad: Vado de la Daga, que dejaron a su izquierda.

Cuando pasaron esa ciudad, el día se acercaba y se escondieron en una cueva al sur de esta población, que estaba poblada por kóbolds, los cuales la abandonaron sin vida. Allí descansaron después de otra noche agotadora de caminata incesante. Estar en la superficie les estaba pasando factura gravemente. Pero según Ilkar, aún teníamos que seguir viajando hacia el sur, hasta llegar al lugar donde debíamos encontrar lo que buscaba. Se fijaron en que la noche empezaba a llegar, pero antes de eso, alguien vio en la pared algo. Un nuevo símbolo. Representaba un cetro y el trazo del dibujo intentaba darle una presencia majestuosa y misteriosa. El trazo del cetro estaba realizado con azufre y las runas que se distribuían por todo éste en carbón. Cuando todos se acercaron, el amuleto del Maestro empezó a brillar. A su lado apareció un humanoide de unos 4 metros de altura que tenía en su mano derecha el cetro y en la izquierda un látigo. Estaba cubierto por una túnica de pieles y la cara tapada con una capucha. Luego la imagen desapareció y el amuleto dejó de brillar. Todos miraron extrañados al Maestro pero él no dijo nada, más se quedó pensativo.

Nadie entendió tampoco el significado del símbolo ni del humanoide, pero por si acaso, alguno lo copió en sus anotaciones. Surgió la idea de intentar experimentar con el símbolo y el mago lanzó un hechizo de fuego contra él. La consecuencia fue que el símbolo empezó a arder, pero allí se quedó. Viendo que nada sucedía ni podían sacar nada en claro, decidieron retomar el viaje hacia el sur. Ahora Ilkar les dijo que buscaban un bosque. Un bosque donde los árboles andaban. Kanar había visto a hongos caminar, así que en cierta manera no le extrañó que en la superficie eso ocurriera con los árboles, aunque no dejaba de ser algo asombroso. En ese bosque, había alguien, una rivvin, con la que debían hablar y les dijo su nombre.

Salieron al exterior y la noche les acompañó en su camino. Se cruzaron con algunos rivvens y les preguntaron hacia donde estaba ese bosque, y algunos intentaron sacar tajada por la información, otros simplemente les indicaron el camino.

Así que sus pies siguieron caminando hacia el sur en busca de ese bosque…


//CONTINUARÁ

ioker

07/03/2007 16:04:44

EL CAMPAMENTO DEL EJÉRCITO: EL JINETE ENCAPUCHADO

Los días pasaban y el grupo de drows continuaba su marcha hacia el sur. El camino parecía no terminar nunca y siempre debían estar buscando cuevas o lugares cerrados donde pasar el día, puesto que la bola de fuego continuaba atacándoles con su quemazón. Ésta tarea correspondía al explorador, que siempre iba ocultándose en el entorno que le rodeaba para pasar inadvertido y así buscar mejor.

Alguna que otra vez se cruzaron con rivvins, pero poco sacaban en claro, hasta que uno al final, al llevar los drows las identidades de unos mercaderes, se interesó y pidió unas excelentes botas que poseían magia que hacía que uno caminase mucho más rápido. Les indicó que yendo hacia el sur, encontrarían un asentamiento de un ejército, y que les conduciría allí. Así pues, se encaminaron durante un día hasta llegar a las cercanías del campamento. El rivvin dijo que no les seguiría acompañando, puesto que no quería pasar hacia el sur, ya que debía pagar unas tasas de peaje.

Ilkar, decidió entonces que el trato no era justo y con una seña ordenó a Kanar que le devolviese las botas. Las sombras se separaron del cuerpo del explorador y atacó con ambos kukris los pulmones del rivven por la espalda. Éste cayó al suelo y las botas volvieron a su anterior dueño. El cuerpo fue arrastrado y llevado hasta tirarlo dentro de un bosque, entre los árboles, por un acantilado. Extrañamente, alguien había oído algo y se acercó desde el campamento. Encontraron el cuerpo y los drows tuvieron que retroceder en el camino, puesto que seguramente habrían dado la voz de alarma.

El explorador, al ciclo siguiente, se acercó usando sus dotes para el subterfugio y examinó cuantos y cómo estaban distribuidos los soldados de aquel ejército. Una gran muralla impedía el paso por el camino, y muchos guardias estaban vigilando desde las alturas y la entrada al campamento, así como situados en otros puestos. Usar la magia sería peligroso, además que todos ellos no podían hacerlo, y montar una batalla más aún puesto que había una cantidad bastante considerable de rivvins. Sólo había una solución.

El camino por el que venían se encontraba situado sobre una colina y descendía adentrándose en el campamento. Hacia el oeste del camino, había un acantilado que el explorador había estado examinando, y que dando un rodeo se podría evitar el ejército, aunque debían ser muy silenciosos y no llamar la atención, porque sino, estarían perdidos.

Volvió hasta la cueva donde los demás esperaban y les comentó lo que ocurría. Todos aceptaron que era la única medida posible para continuar su viaje, así que decidieron hacerse invisibles y bajar mediante cuerdas el acantilado. Esperaron a la noche, que además de no tener la molestia de la Bola de Fuego, además les serviría para ocultarse mejor. Aunque sobretodo por lo primero. Una vez la oscuridad llegó, salieron de la cueva y se dirigieron hacia el lugar que les decía Kanar, invisibles y con las cuerdas preparadas. Allí el explorador ató la cuerda a unos árboles y bajó, esperando que nadie cometiese un error. Bajó por la cuerda mientras observaba que el Maestro de Armas usaba su levitación para descender. Luego hizo señas a los demás y éstos bajaron usando la cuerda. Pero algo ocurrió. Uno de ellos hizo demasiado ruido y no cayó demasiado bien, por lo que los guardias se giraron a ver qué ocurría. Claro era que no verían nada, puesto que iban todos invisibles, pero se quedaron mirando fijamente hacia el lugar.

Como distracción para poder escapar, alguien convocó al lado de los guardias un ser que empezó a atacarles, y ellos se pusieron a correr. Al final, consiguieron dejar el campamento detrás y se separaron del camino por si les seguían. Así fue, pues hombres montados a caballo les iban pisando los talones. Vieron pasar a lo lejos la tropa, que se dirigía hacia el sur, y entre ellos alguien destacaba. Un ser encapuchado con ropajes oscuros y un bastón lleno de runas en su mano diestra. Esperaron allí quietos, y pasados unos instantes, para su sorpresa, la caballería volvió hacia el norte, hacia el campamento. Todos se fueron hacia el norte, excepto aquel encapuchado que se quedó parado a la altura en que ellos se encontraban. Su caballo relinchaba y el hombre miraba donde se encontraban. El explorador usó uno de sus cetros para conseguir que no saliese ningún sonido desde dónde se encontraban. Si les veían u oían estarían perdidos, por lo que su nerviosismo era patente. El corazón les iba acelerado, tanto por la carrera como por la situación, pero el jinete no tardó en espolear a su caballo y seguir hacia el norte.

Respiraron tranquilos, pero no había tiempo que perder. Además que sabían que les estaban siguiendo, el día empezaba a despuntar. Caminaron velozmente hacia el sur, alejándose tanto como podían del camino para no cruzarse con nadie. Una vez llegados a un entrante de una montaña, el explorador los dejó allí y volvió sobre sus pasos para borrar las huellas que habían dejado, por si enviaban algún explorador a seguirles los pasos. Terminada su tarea, volvió donde les había dejado, y se los encontró hablando con algo que parecía un niño drow, pero de piel blanca. Hablaba con el maestro de armas, y una vez terminada la conversación se dirigió hacia el norte. Si avisaba a las tropas del campamento, estarían perdidos, puesto que volverían a ir tras ellos. Por tanto, Kanar decidió seguir al pequeño, con el consentimiento de Ilkar. Siguió sus huellas y cuando alzó la vista, saltó de inmediato tras una roca. Algo al frente estaba hablando con lo que después sabría que era un mediano.

El jinete encapuchado, que portaba el bastón, estaba hablando con el mediano. Como sospechaban, les contaría a alguien que había visto a un grupo hacia el sur, y por esta información parece que el rivvin canijo recibió una recompensa, puesto que el jinete le entregó una bolsa tintineante. Kanar salió raudo hacia donde había dejado a los demás, para avisarles del peligro y se pusieron de nuevo en marcha con los primeros rayos del Sol. Hasta que al final encontraron una cueva donde pasar la noche. El explorador plagó la entrada con trampas, que le avisarían si alguien entraba o les había seguido hasta allí, pero antes de entrar borró las huellas que les llevaban hasta allí, para que no les siguieran…

//CONTINUARÁ

ioker

07/03/2007 16:48:06



Los drows esperaron en aquella cueva tanto tiempo como la bola de fuego se situaba sobre sus cabezas y cegaba sus ojos. Parecía que el peligro había pasado y que habían dejado de seguirlos o buscarlos. Tal vez los hubiesen tomado como unos pillastres tan sólo y se habían olvidado del tema. Salieron nada más ocultarse el Sol y se encaminaron hacia el sur, de nuevo, siempre al sur. Volvían de nuevo a ir por el camino marcado por el incesante paso de las gentes. Parecía un camino muy transitado, pero había días en que no veían una sola alma, para su desgracia, o no. Al final, encontraron a alguien que les indicó dónde se encontraba el bosque que estaban buscando. No se encontraba demasiado lejos hacia el sur, y encontrarían una señal que les indicaría el cruce a tomar para llegar hasta él. Al fin tenían algo de información útil.

Siguieron su camino y a poco de que la noche terminase, llegaron al cruce que el rivvin había señalado. Al este se extendía aquel bosque, un bosque que apestaba a naturaleza y a elfo. En medio del cruce se detuvieron y empezaron a pensar cómo entrar en el bosque sin levantar sospechas. Pero no podían estarse quietos mucho tiempo en aquel lugar o se quedarían cegados, así que el explorador los dejó allí para buscar algún lugar donde cobijarse mientras los demás se quedaron allí pensando qué hacer. Bastante hacia el sur, la vegetación terminaba y empezó a aparecer lo que sería un enorme desierto. Era algo extraño este lugar, puesto que aún conservaba algunas montañas, sobre todo en su parte norte, y en una de ellas, el explorador encontró una cueva que les vendría bien para descansar, ya que tenía algunas bifurcaciones que les servirían para defenderse, si lo necesitaban. El explorador memorizó el camino para llegar hasta allí y volvió hacia el norte, para buscar a los demás. Por aquel entonces, Kanar ya empezaba a mosquearse de siempre estar escuchando al Maestro de Armas hablar común con los rivvins y no entender nunca nada de lo que se decía, por lo que no sabría si luego al contarles lo que habían estado hablando, les mentiría u ocultaría alguna información.

Llegó hasta el cruce que llevaba al bosque y allí estaba ellos, aunque pegado a la pared de una pequeña colina, puesto que el Sol estaba saliendo y empezaba a molestar seriamente a algunos de ellos. Estaban hablando por signos y entendió por fin qué estaban buscando y quien lo tenía: Aurora, una rivvin, tenía el objetivo que les había llevado hasta allí. Otro bebé, pero éste era un drow. Uno de los suyos. Parece que este dato se les pasó por alto, o es que con la verborrea que iba soltando Ilkar, convenció a los demás de que era otra cosa. Pero el explorador estuvo atento e hizo patente que a él no se le había escapado ese dato, cosa que a Ilkar le despertó la curiosidad en algún sentido por Kanar.

Cuando iban a ponerse camino a la cueva en el desierto, donde descansarían. Unos rivvins vinieron del sur y se situaron frente a ellos. De nuevo, nadie más que el Maestro, hablaban en la lengua de los rivvins. Esa lengua era realmente horrible y sonaba fatal, pero el explorador sabía ya cual sería el pago añadido cuando volviesen, si es que lo hacían algún día, a la ciudad de Menzoberranzan. Ilkar les comentó que eran comerciantes y que estaban buscando a Aurora, que se encontraba en lo que podría ser un poblado dentro del bosque, para hacer tratos comerciales con ella, puesto que parecía que era una comerciante que tenía interesantes objetos, además de lo que ellos estaban buscando. Era una buena coartada pero los rivvens no parecían, o no querían demostrarlo, que la conocían. Ilkar les dejó el mensaje de que la estaban buscando, por unas botas, y que pronto volvería para ver si ella estaba disponible.

Una vez esto, tuvieron que ayudar a alguno de los drows a caminar, puesto que la Bola de fuego se había alzado definitivamente y los cegaba. A tientas y de forma tambaleante, los ayudaron hasta llegar a la cueva que había encontrado el explorador. Esa sería su hogar durante bastante tiempo, puesto que saldrían y volverían varias veces allí.

Los días pasaron y numerosos planes para entrar en el bosque y buscar a la rivven serían trazados, pero ninguno de ellos parecía ser seguro y todos tenían numerosas posibilidades de fracasar. Por ahora, lo único que podían hacer era enviar a alguien para que se adentrara en el bosque y mirase qué les esperaba allí. Tras deliberar algunas cosas, el explorador salió hacia el bosque y se internó en él, pero le acompañaba también el Maestro y ambos, lo más sigilosos posible que podían, dieron un vistazo a aquel lugar. Lo que vieron no fue nada agradable para ambos. El bosque sí tenía como un pequeño poblado entre los árboles, incluso en la parte alta de estos, con casas de madera y arcilla, pero estaba plagado completamente de su enemigo directo, elfos. Además, pudieron observar aquellos árboles que caminaban como humanoides, aunque eran lentos y sus movimientos muy pesados, pero ambos pensaron exactamente lo mismo. Un golpe de aquellos seres los estamparía contra una roca con mucha fuerza y si los chafaban, quedarían de la misma forma que cuando un drow aplasta una rata. No encontraron a la rivvin, pero al menos tenían algo de información y sabrían cómo actuar allí dentro, si es que lo hacían.

Salieron del bosque y dieron la vuelta a la pequeña colina, hasta llegar donde estaban los demás, en un entrante. El camino recorría la colina, pero desde allí, no se les podía ver, pues estaban más bajos y metidos en el entrante. Allí comentaron qué habían visto y sobre todo que no habían encontrado nada. Empezaron a pensar, mientras de vez en cuando alguien se asomaba por si alguien se acercaba demasiado para poder escucharles o verles. En una de las idas y venidas, el explorador se dio cuenta de algo. Arriba, en el entrante, a unos 10 pies de altura, había un símbolo. Un símbolo extraño que no veía bien hasta que aguzó la vista. Pero no pudo copiarlo ni fijarse bien para recordarlo, puesto que en ese momento, todo oyeron cómo un gentío se acercaba hacia el camino. Uno de los drows se asomó a ver y vieron que como 10 rivvins se encontraban en el camino de entrada al bosque. Era momento de irse de allí, y así lo hicieron, excepto el Maestro, que se quedó con ellos a conversar sobre aquella que buscaban, pero de nuevo, nada en claro obtuvieron. Así pues, volvieron a la cueva con las manos vacías de nuevo, pero al menos con algo de información sobre lo que dentro del bosque había.

Durante los días que se encontraron en la cueva, pensando planes de cómo entrar y sacar a la rivvin de allí, y sobre todo de llevarse a la cría de drow, fueron apareciendo más drows que vinieron a ayudar en la causa. Entre ellos 3 mercenarios: el que ya conocía Kanar como Ratzkin, una mercenaria que no recordaba el nombre, y otro llamado Wu’suul. Raztkin fue el más activo de todos ellos, puesto que ayudaba a Kanar en las tareas de exploración ya que también era muy hábil en el subterfugio. Nunca lo hablaron, pero parecía haber una relación entre ambos de respeto mutuo, y que se habían mantenido en las veces que ambos se habían encontrado.

Ilkar, que dejó patente que no era la primera vez que estaba en la superficie ni que se encontraba por aquellos lares, dijo que había contactado con unos mercenarios de una ciudad al sur, llamada Calimport. Estos mercenarios serían una distracción para los elfos, esos malditos elfos, y mientras armaban escándalo, ellos aprovecharían para entrar y llevarse a la rivvin, aunque parecía que estaba desaparecida, puesto que nadie decía que la había visto, o eso es lo que les contaba Ilkar a ellos. Parecía ser la única opción, o tal vez la más viable, o simplemente la única algo coherente que se les había ocurrido. Estar demasiado tiempo en la superficie empezaba a pasarles factura.

Ese era el plan, salvo que al final se truncó por algo inesperado. Algo que sabían que podía pasar, pero no lo tenían muy presente, salvo quizá un par de ellos. En una de las salidas de Ilkar, Ratzkin y Kanar (los 3 que aunque molestos, no se cegaban) en busca de pistas, información o algo que les sirviera para encontrar a la rivvin, uno de esta escoria se adentró en la cueva y fue cazado por el guerrero y el mago. Allí lo dejaron maniatado y amordazado, a la espera de que los que habían salido, regresaran. Cuando lo hicieron, vieron que allí estaba e Ilkar intentó dialogar con él, pero el rivvin estaba muy asustado y no sabía más que balbucear. Lo dejaron descansar durante un tiempom a ver si se tranquilizaba, y luego volverían a interrogarlo, para sacarle información o simplemente para usarlo como cobaya.

Mientras dormía, o hacía que dormía, los drows se reunieron para hablar sobre lo que sabían. Y entonces fue cuando ocurrió lo que no tenían planeado. De pronto, entre el rivvin que estaba descansando al fondo del tunel y ellos, se formó una barrera y un círculo rojo como sangre apareció de la nada. Una barrera parecía rodear además el círculo y en el centro de éste apareció un infernal, un ser enorme que no hacía más que reírse de ellos: “pobres mortales” y que demandaba que le dijesen quién le había convocado. Ellos no lo habían hecho, aunque habían pensado en hacerlo, y así que no le dijeron nada al respecto, pero querían saber quien era y qué hacía aquí. Ante las negativas de contestarle, el infernal enfureció y empezó a arremeter contra la barrera que rodeaba el círculo de convocación, al final destruyéndola.

Se rió de nuevo de todos ellos y para demostrar su poder, y tal vez algo más, simplemente lanzó un enorme sortilegio que sumió a todos, incluido el rivvin, en un profundo sueño… Un sueño que podría ser mortal y tan real como la vida misma…

//CONTINUARÁ

ioker

08/03/2007 21:28:37

EL SUEÑO: CONOCIENDO AL VIEJO LOCO

A su alrededor, todo parecía envuelto en una bruma onírica que empezó a desaparecer hasta que todo se volvió nítido, como normalmente veían sus ojos, por lo que aquello era todo lo real que el mundo podría ser. Se encontraban en lo que parecía una fortaleza, en su interior, y las paredes estaban excelentemente labradas. Hacía un calor insoportable. Éste provenía de concentraciones de magma que habían en ciertas salas. Dónde aparecieron, a su espalda se encontraba una pequeña sala con un cofre, y 2 pasillos más llevaban uno a un puente, y el otro a un monolito con inscripciones.

Se acercaron al monolito, pero nadie lograba descifrar la escritura que allí se encontraba, así que lo dejaron para más tarde. Unos vigilaban el puente y otros la sala. Después de abandonar el monolito se acercaron a la sala. Ésta tenía al fondo un gran cofre y se acercaron a examinarlo. El explorador vio que tenía una trampa conectada a la tapa, por lo que se puso de inmediato a desactivarla, por si acaso. Pero antes de que lo hiciera, vio que esta se caía en pedazos, puesto que alguien había lanzado un conjuro para esto. El rivvin se encontraba con ellos, aunque bastante aturdido y asustado, ya que los que le rodeaban no hablaban su lengua, o simplemente movían manos y dedos para comunicarse.

Decidieron abrir el cofre y ver qué contenía. Por el tamaño de éste, suponían que allí dentro o habían muchas cosas, o simplemente era algo de gran volumen. Pero no fue ni lo uno ni lo otro, puesto que dentro sólo había una daga. Una daga tan labrada como nunca había visto, con inscripciones que el explorador no lograba descifrar. Cuando fue a cogerla para enseñarla a los demás, una descarga eléctrica recorrió su brazo y salió despedido hacia atrás. Parecía que esa trampa no la había visto. Cuando otro se acercó a hacer lo mismo, ocurrió lo mismo. Parecía ser que esa daga no aceptaba que cualquiera la tocase, así que se acercaron varios a examinarla sin rozar ésta. Al final descubrieron que las inscripciones estaban en el lenguaje más utilizado en la superficie: la lengua de los rivvens.

Tras mucho dialogar e incluso llegar a discutir, decidieron que intentara cogerla el rivvin que les acompañaba, puesto que tal vez fuese algo importante relacionado con el sitio en que se encontraban. El Maestro le ordenó que cogiera la daga, y cuando lo hizo, su brazo cobró una fuerza sobrehumana, casi la de un dios. Sus músculos crecieron y se fibraron como nunca alguno de ellos había visto. Tal vez aquella situación era producto del infernal que los había llevado hasta allí, para burlarse de la raza superior de los drows. Se designó a varios para vigilar al rivven, puesto que ahora parecía ser mucho más peligroso que cuando le cazaron. Parecían estar solos, aunque el peligro les llamaba desde todos lados, era mejor ir con mucho cuidado, puesto que algo les decía que si morían allí, lo harían para siempre.

Volvieron al monolito, pero tampoco el rivvin sabía qué había allí escrito. Estaban encerrados a no ser que pasaran por el puente. Pero de pronto el guerrero habló. Decía que había soñado con aquel sitio, que había estado antes allí. Comentó que aquella vez salieron por una puerta escondida en una pared, por lo que todos se pusieron a buscarla hasta al final encontrarla. La atravesaron. Al otro lado había un nuevo puente, paralelo al que habían estado custodiando, y no hicieron otra cosa más que avanzar hasta llegar a un portal. Hablaron sobre qué hacer y al final lo cruzaron.

Cuando pasaron al otro sitio, se vieron que lo que les rodeaba era completamente distinto al sitio de donde venían. Allí era como estar en la superficie, pero no había la maldita Bola de Fuego que les abrasaba los ojos. El cielo tenía el color de la ceniza. Todo a su alrededor parecía cubierto también de esta tonalidad, y el calor estaba patente en la atmósfera. A saber en qué lugar se encontraban ahora. Aquel sitio parecía una montaña, pero no como las que habían visto, sino que la vegetación brillaba por su ausencia. Todo estaba muerto allí, y el camino sólo conducía hacia delante. Así que empezaron a caminar.

Al cabo de varios metros, se encontraron con un muro. Un muro que parecía inquebrantable, pero que debían superar si querían seguir el camino. Podría haber tenido alguna puerta oculta, así que la buscaron, pero no dieron con ella. Lo que sí descubrieron era que aquel muro, era toda una puerta en sí. Con su mecanismo de apertura, pero no sabían cómo activarlo. Buscaron por todos lados y no había forma. Algunos dieron la posibilidad de teleportarse al otro lado, pero no se veía la otra parte, por lo que no sabían si aquel muro sería muy ancho. Si lo fuese y usaban la magia, podrían aparecer dentro de la piedra, por lo que morirían asfixiados.

Mientras debatían qué hacer, cómo atravesarlo y llegar al otro lado. Un ser apareció cerca de ellos. No parecía verlos y se encaminó hacia el muro. Alguno pensó que si era de allí, tal vez viera cómo activaba el mecanismo y así atravesaba la pared. Pero no hizo anda, simplemente caminó recto, sin pararse, y atravesó el muro sin más. Era todo una ilusión. Aquel muro no existía realmente. Cargándose de valor, todos respiraron hondo y atravesaron el muro, sin pararse. Llegaron al otro lado, sanos y a salvo. Aunque no sabían qué les esperaba más adelante.

Caminaron durante un largo tiempo. No había otras sendas, era todo recto, y así iban ellos, aunque atentos a todos lados, por si acaso les atacaba alguien o veían algo que les ayudara a salir de allí. No parecía haber nada hasta que de pronto se toparon con un montón de piedras enorme, pero de color distinto al que los rodeaba. Se extrañaron de ver aquello allí, fuera de lugar, pero pronto supieron qué era, pues el montón de piedras empezó a levantarse formando una figura humanoide, de tamaño colosal. Era un elemental de tierra como nunca había visto el explorador. Conocía esos seres, pero ninguno así se le había puesto nunca delante. El elemental empezó a atacarles y los drows se defendieron. Era increíblemente fuerte, resistente y para lo grande que era, ágil. Esquivaba muchos golpes y él repartía muchos más. La batalla fue larga y agotadora, pero tenían que conseguirlo si querían salir de allí. Tras mucho esfuerzo, consiguieron abatirlo, pero no contentos con hacerlo, otro apareció allí para darles más guerra. Esta vez todo fue más rápido, puesto que ya sabían cómo moverse contra el ser, aunque no por ello menos agotador.

Después de recuperar el aliento, volvieron a ponerse en marcha por el sendero entre aquellas montañas de color ceniza, y a respirar aquel aire abrasador. Caminaron y caminaron hasta que llegaron a un puente. Sospecharon de éste y el explorador se acercó a él para examinarlo. Miró si ocultaba alguna sorpresa desagradable, pero no era así, aunque no por ello pasó lentamente el puente hasta llegar al otro lado. Una vez allí, les hizo una seña a los demás para que lo cruzaran. Volvieron a la senda interminable, cuando sus fuerzas empezaban a agotarse. Recorrieron numerosos senderos entre las montañas hasta que llegaron a uno serpenteante que descendía de aquella en que se encontraban.

Mientras algunos observaban el final del sendero, unos seres bajaron del cielo: infernales. Empezaron a atacarles en mitad de la sorpresa y alguno se llevó una buena tunda, pero consiguieron resistir y eliminarlos. No eran tan poderosos como los elementales, pero aún así, sabían como luchar y hacer daño a sus enemigos, sobre todo cuando morían, que explotaban y quemaban la piel del contrario. Volvieron a recuperar el aliento, pero nada más hacerlo, sintieron la presencia de alguien. Alguien que les estaba observando desde las alturas. Uno de ellos se fijó en quién lo estaba haciendo. Arriba, en un saliente de la montaña, un rivven de aspecto anciano les estaba observando entre risas. Estaba muy tranquilo, aparte de la constante risa, y el Maestro le preguntó quien era. El anciano no contestó, pero descendió de allí hasta su altura en un abrir y cerrar de ojos.

Ciertamente parecía en mal estado, aunque su porte era de alguien tranquilo. El explorador pensó que para estar así en ese lugar sólo podía ser dos cosas: o es que habitaba allí, o simplemente tenía un poder descomunal. Empezaron a dialogar, más que nada el Maestro, pues conocía la lengua del anciano rivven. Kanar estaba hartándose y mucho de no entender nunca lo que se hablaba, por lo que decidió vigilar tanto al viejo, como a lo que les rodeaba, por si habían nuevos ataques. El viejo estaba completamente tarado, decía cosas incoherentes o salía por la tangente con otras cosas menos lógicas aún. No podía dejar de hablar, y hartos de aquello le preguntaron si conocía la salida. El viejo dijo que lo sabía, y empezó a señalar a todos lados diciendo: “Aquí, allí, allá, ahí,…”. Y dónde había señalado empezaron a aparecer distintos portales. Había quedado demostrado que su poder era muy elevado. Sobre todo los que tenían conocimientos arcanos se sorprendieron ante aquel despliegue mágico.

Parecía que aquel viejo tenía la forma de que pudieran salir de allí, así que empezaron a negociar con él. Le ofrecieron objetos, y se interesó sobretodo por el estoque de Ilkar, pero éste no iba a deshacerse de él. Así que al final aceptó otra arma, una espada larga, que el mago le ofrecía. Se fijó en la cría que ellos portaban y decía que había visto otra parecida, aunque de otro color, portada por otro grupo que había estado también por allí. ¿Sería el bebé drow que andaban buscando? Seguramente lo sería, pero no podían llegar ahora hasta donde ellos estaban. Le preguntaron al viejo si sabía dónde se encontraban los que lo llevaban, y él contestó que estaban de camino a su casa. Al final, tras mucho aguantar los desvaríos del anciano, él les abrió un portal para llevarlos de camino a su casa. Algo después supieron quién era este viejo tarado: Halaster.

Todos entraron en el portal y aparecieron al otro lado en lo que parecía una serie de túneles, de aspecto parecido a los que se encontraban en su lugar de nacimiento, la Antípoda Oscura. Allí el viejo no estaba, y se encontraban en lo que parecía un ensanchamiento de la cueva, con varias entradas distintas. Empezaron a examinar los túneles que accedían donde ellos estaban pero ninguno presentaba huellas. Para su sorpresa, se dieron cuenta que algunos muros que veían, pronto no existían dando lugar a otros túneles, y aquellos que estaban abiertos, de pronto se cerraban como si nunca hubiesen existido. Se encontraban en una especie de laberinto y debían salir de allí…

//CONTINUARÁ