Yandrel

22/02/2007 23:32:51

Las estrellas iluminaban la joven noche mientras una temprana luna pugnaba por abrirse paso entre las copas de los arboles y las montañas del horizonte, tras unos instantes eternos la lucha entre la luz y las tinieblas se decantó por una lechosa luz que inundó todo el claro del bosque haciendo huir a la oscuridad que se creía dueño de todo.

Nada en el claro rompía la armonía de la naturaleza, aunque algo ajena a ella estaba en el centro, como un trozo mas de piedra un viejo enano estaba sentado inmóvil, mirándose las manos. Unas manos que, a la luz de la luna, eran la viva estampa de la fortaleza, grisáceas como roca madre, el viejo enano entendía la ironía de esta imagen pero no se reía, un hondo pesar atenazaba su alma.

Ya sabia las buenas nuevas, Corwin, su amigo y compañero de armas había conseguido llevar a buen puerto la campaña contra el mal que azotaba su cuidad, se alegraba de ello pero la victoria solo entristecía aun mas al enano. No había podido combatir a su lado cuando mas le había necesitado, sabia de sobra que el comerciante espadachín, y quizás algo mas, con el que había echo tratos negocios y con el que había vivido tantas aventuras no le diría nada por su ausencia en el campo de batalla. Era su propia vergüenza la que le impedía ponerse delante del hombre que había conquistado Vado de la Daga, miro de nuevo sus manos, ya nunca mas podría estrechar las de Corwin y beber una cerveza a su lado...

... ¿O quizás si? Rápidamente rechazo esa idea de su mente, sus manos estaban enfermas desde hace años, no se lo había dicho a nadie, como le dices a la gente que uno de los artesanos mas famosos de calimport no puede ni sostener una jarra de cerveza, y menos un martillo para dar forma a una armadura. ¿Como acudir al campo de batalla si no puedes blandir el hacha y parar las envestidas de los enemigos que acechan a tus iguales?

Un gruñido mezcla de rabia, tristeza y desesperanza pugno por salir de la garganta del enano, pero este siguió sin moverse y sin dejar de mirar las inútiles manos, tragándose cualquier sonido que su garganta intentase vomitar.

Pocas cosas podían alterar el estado inmóvil del enano, pero lo que vio acercarse a través de sus rígidas manos puso su viejo corazón a un frenesí imparable. Ante el estaba como surgido de la nada un hombre de piel oscura y rasgos calmishitas. Lo miro con desprecio, miedo y esperanza a la vez y dijo con voz ronca.

- Me prometiste que mejorarían.
- Y tu me prometiste que me encontrarías al mejor grupo de aventureros del desierto.

El enano miro al mago sin decir nada, pero sus hombros caídos hablaban de su alma hundida en la desesperación y la tristeza, había faltado a su compromiso y ahora sus compañeros pagaban sus culpas y recibían los golpes que debían ser para él. Sin mirarle y con los hombros aun mas caídos dijo.

- Esta bien, lo haré, los tendrás muy pronto, pero así no puedo hacerlo...

Alzo las manos para enfatizar sus palabras, pero el mago ya no estaba. Por un momento la rabia domino al enano, hasta que sus ojos se fijaron en una pequeña bolsa a sus pies. Con impaciencia y ansiedad recogió la bolsa con sus rígidas manos, gruño un momento al ver el nudo, instantes después lo mordía entre gruñidos y bufidos de impotencia. Por fin el lazo cedía, y un suspiro de alivio surgió al ver el contenido de la bolsa, arena. Arena como la que hay en el desierto, la que rodeaba todo lo que haces y que se te mete en los resquicios de la armadura y escuece al final del día.

Avidamente el enano metió las manos en la arena, y poco a poco sus hombros se fueron relajando, un brillo de alivio se filtro en sus desesperados ojos, mientras de esa arena sacaba las manos y las movía de nuevo. Con delicadeza cerro de nuevo la bolsa ahora mas ligera y la guardo como su bien mas preciado. Recompuso su gesto y salio del bosque como si nada de lo ocurrido hubiese pasado.