M_v_M

12/12/2007 01:08:55

Genfard Samander Veldant... Un nombre que pocos conocen.

Nació hace sesenta y dos años, en la ciudad de Luskan, admirada por muchos y odiada por la gran mayoría. De familia de clase baja, y siempre a la sombra de su hermano mayor, el estudioso.

La juventud del muchacho coincidió con una época en la que los conflictos entre Luscan y Noyvern empezaban a cobrar forma. Siempre había existido aquella rivalidad entre las ciudades vecinas, que de cuando en cuando se acrecentaba y daba lugar a un pequeño conflicto bélico mínimamente organizado. Aquellos años presenciaban uno de esos conflictos.

El pequeño Genfard siempre había querido ser un gran mago. No tenía la fuerza ni el aguante necesario para ser un disciplinado soldado, ni la destreza requerida para ocuparse de quehaceres más propios de un rufián. Al igual que tampoco contaba con un talento carismático especial que lo hiciera destacar entre los bardos. Pero el joven era inteligente, lo suficiente como para poder convertirse en un aprendiz medianamente decente de algún mago de poca monta.

Pero lamentablemente, sus sueños se veían eclipsados por la figura de su hermano mayor, ya reconocido aprendiz de uno de los arcanos con más fama de la Torre de Luskan.

La inocencia e impetuosidad propias de la adolescencia, llevaron a Genfard a querer igualar las cosas entre ellos. No pensó en las consecuencias que desencadenaría el robarle el bastón a dicho mago de la Torre. Y ese fue el mayor error de su corta vida hasta entonces...

Su alocada forma de obrar le llevó a ser descubierto, en el peor momento en que podía haberlo sido. Con motivo del estado de guerra, las penas a su delito fueron más duras, y se vio separado de su familia al ingresar en prisión. Conoció de primera mano las apestosas cárceles luskanitas, y entre rejas poco le animó pensar de nuevo en sus sueños de llegar a ser un poderoso mago.

La confusión, el hecho de que las prisiones no daban abasto y, por qué no decirlo, el que a la ciudad de Luskan le importase bien poco el estado de sus presos, hicieron que su periodo en la cárcel se prolongase más allá de lo lógico... Diez años pasó Genfard entre rejas.

Cuando, tras el conflicto, revisaron las prisiones, quedó libre, so pena de muerte si volvía a pisar la ciudad, como hicieron con todos los presos liberados. La basura que se tira a la calle para que otro la tenga que soportar.

El muchacho que entró no era el hombre maduro que salió con lo puesto de la ciudad de los veleros, y no volvería nunca a serlo.

En sus años a la intemperie, ganándose la vida como mejor pudo, dio con un anciano errante, que lo acogió y le mantuvo con vida, dándole de comer y de beber, dándole ropa con qué vestirse...

Infundiéndole ideales que más adelante irían fraguando en la mente del errante. El equilibrio de la naturaleza, el ciclo de todo lo vivo... su particular papel en las vueltas del mundo.

Pasaron los años y la diferencia entre el maestro y el aprendiz fue acrecentándose a medida que Genfard aprendía los conceptos que le eran enseñados a su particular manera.

Fue por ello que el anciano, en sus últimos años de vida, decidió cobrarse el favor que una arboleda amiga le debía desde hacía ya décadas...

Samander fue entregado a los elfos de Weldazh, que enderezarían las ideas del impetuoso Genfard, intruyéndole en la armonía, en el lento crecimiento de las plantas, en la fuerza de las raíces.

Doce años pasó el hombre junto a los elfos, y aprendió de ellos el idioma y las costumbres del longevo pueblo. Pero ocurrió lo mismo que con su anciano mentor. Los cambios se iban haciendo más y más abismales.

Samander veía la naturaleza que lo rodeaba desde otro punto de vista, quizá fruto del rencor guardado por sus años como injusto prisionero.

Donde le enseñaban lento ciclo, él veía necesaria una renovación, una limpieza, un nuevo comienzo... más rápido. Al igual que las flores y las estaciones conformaban el equilibrio, las tormentas, los tornados y ciclones, los vendavales... lo devolvían a su cauce cuando algo iba mal.

En su alma comenzaba a tomar fuerza la idea de que la destrucción era una forma más de creación. Cuando la situación, por causas ajenas a la naturaleza, iba a peor, era necesario cambiarlo todo. Purgarlo.

Asustados de las ideas de Samander, los elfos decidieron que se reuniera con el jefe de la arboleda, que le planteó el dilema que de verdad resolvería con su respuesta, la decisión que se tomaría con respecto al druida humano...

Si una comunidad mercantil, asentada en su origen sobre unos principios armónicos y solidarios se viera pervertida por ideales venidos de fuera, basados en la codicia y la acumulación d poder personal, empezara a tomar más de lo debido de la naturaleza, excediendo su tala de árboles, su caza de venados, su pesca marítima... ¿Cómo habría de responder un sabio?

Genfard no acabó de entender la cuestión. Pero su respuesta no dejó atisbo de duda.

Conservar a los mejores entre los mejores, a algunos infantes no educados... Y que una tempestad se llevara lo demás. Para así poder regresar a esos principios armónicos y solidarios.

Samander fue repudiado por los suyos y expulsado del Weldazh. El incomprendido errante vagó de norte a sur por la costa, pasando por las ciudades y arboledas más importantes. Y no hayó respuesta a sus plegarias. Sólamente encontró motivos más que suficientes para pensar que lo más apropiado en esos momentos era que la mencionada tempestad del ejemplo, llegase pronto.

Porque lo que vio ahí fuera no le hizo reflexionar sobre lo que los elfos llamaban errores. Sino reafirmarse en su concepción del mundo.

Así, meditando frente al mar y rezando porque pudiera hacer algo por cambiar el mundo pervertido en el que había venido a parar, pasaba Genfard Samander los días, acompañado de un cachorro de lobo terrible que salvó de la tiranía de los elfos. Al fin y al cabo, el animal no tenía culpa de dicha corrupción.

Meditando frente al mar...

Hasta que un día, sus pensamientos cobraron forma y se elevaron. Y las olas parecieron hablarle, susurrarle, rugirle las respuestas. A forjarle sentimientos dentro de su ya anciana alma. De cambio, de purga. De libertad y esperanza.

Y así nació el tipo más lastimoso de persona. Aquel que obra de forma malvada, pensando que obra de forma benévola.

Aquél que destruirá con la furia de la peor de las tormentas todo lo existente...

O aquél que nos salvará a todos y creará un mundo mejor.