radabar

24/03/2008 05:15:06

En las tierras de Zhindol, al norte se haya Lúndehz. Si nuestro ojo a visor se explaya hacia el noroeste, quizá sea consciente de una pequeña y modesta aldea, al borde de las montañas. No más de setenta y cinco adultos y una treintena de niños rondan por esta tierra, alimentándola, cuidándola y disfrutándola. Así como modestos eran los habitantes, su eterna salud era envidiable, su rapidez admirable y la sabiduría les precedía. La dedicación que mostraban a Ilmanter y sus sendas, hacía que tuvieran de buen grado su beneplácito, aunque ningún clérigo habitaba en la aldea; como puede deducirse, era una aldea de monjes.

Si no estuviéramos tan obcecados en desparramar la vista hacia la aldea, también quizá, nuestro oído aletargado se percatara de la conversación que mediaba un pequeño ejército de mercenarios, apostados en unas de las montañas Hazur, a la distancia necesaria para que la aldea, convertida en presa, fuera inconscientemente observada. Quién sabe cuánto decidió pagar el Sultán Roth a semejante grupo de mercenarios, cegado por la envidia, pensando que lo utópico de la aldea era algo material.

La escucha nos otorgaría la información necesaria para avisar a la aldea del ataque inminente que se avecina, pero no somos más que meros espectadores.

Tania jugaba con Reghis (por supuesto no oía sus nombres, por tanto yo se los atribuía), algo adentrados en las montañas. Tantas jornadas corriendo entre esos árboles, esquivándolos, agarrándose de sus ramas e impulsándose para saltar y seguir con la carrera, daban a entender lo bien que se conocían el terreno. Reían afables y cómplices a la vez, y paraban para descansar e intimar. Fue en una de estas ocasiones, inclinándose Reghis sobre Tania, cuando el chico se percató de lo que sucedía, sólo le fue necesario ver el brillo del sol sobre armas y armaduras.
Su temor se hizo tangible, tanto que Tania enmudeció, cambiando por completo el semblante, antes hermoso y sano, ora espectral. Se dejó llevar cuando Reghis la agarró del brazo y comenzó a correr hacia la aldea. El aviso de Reghis fue oído por los aldeanos tanto como pude yo oírlo (mero espectador), pues una flecha atravesó la garganta que tan preciadas palabras de complicidad le había dedicado a su compañera. La misma suerte corrió el grito de Tania, otra flecha, en la misma zona (pocos comprenden la alegría que reinaba en los corazones de los muchachos al compartir destino, en el seno de Ilmanter… pero el terror estaba al llegar).
A pesar de que no se oyera, el mensaje llegó alto y claro, pero ya era tarde. La batalla no se pudo considerar como tal, un genocidio habría descrito mejor la situación.

Cuál fue mi sorpresa cuando fui consciente del trío familiar superviviente, corriendo en busca de refugio en una pequeña formación montañosa, situada entre las Montañas Sanrakh y Hazur.
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Papá corría conmigo a la espalda y mamá, aunque menos atlética, igualaba el ritmo. Aún soy consciente del sabor salado de las lágrimas que me llegaban del rostro de mi padre, por ende, a muy temprana edad supe lo que era llorar por pena y rabia. Antes incluso, de entender la razón por la que me había quedado sin amigos, sin mi zona de juegos, sin saber incluso porqué mi padre decidió embarcarme en la disciplina del desarrollo del ki.

Mejoré mucho en poco tiempo, cosa normal en nuestra raza. Por otro lado, supe cuál sería mi camino a seguir, Ilmanter guiaría mis pasos más adelante, ayudándome a digerir el dolor y a aceptar el ajeno como propio, así como castigar al que lo infunde.

Una vez concluidas mis lecciones, partí con mis progenitores lejos de esas tierras, fuimos en barco hasta Puerto Castigliar. Hicimos vida en esta zona de Faerum, de forma, como era obvio, modesta y sin llamar la atención. Ahí viví hasta que padre y madre murieron. Fue entonces cuando, salí en busca de (…) (bien pueden imaginarse lo perdido que iba), y así me embarqué una vez más en Puerto Castigliar, pero esta vez con destino a Puerto Cálim.
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De esta manera fue como, a través de mi esfera de adivinación vi las hermosas tierras, la alegre escapada de los muchachos, el deleznable asedio y la esperanzadora huida, que más tarde, dio cabida al andar del joven Loan.

Llamadme cotilla si lo deseáis, pero este pobre anciano no pudo redimir el deseo de curiosear un poco más en la vida de los pocos supervivientes de la aldea. Días y días sonreí-lloré al ver las buenaventuras-penurias de esta pequeña familia. Ahora, en mi lecho de muerte, espero que ese joven encuentre un sitio en este mundo, no tan horrible como él puede percibirlo.