OjoRojo

21/02/2009 18:47:19

RATAS.


La oscuridad acompañaba al frío y al hambre en el transcurso de los ciclos, mientras el bullicio de las gentes en el mercado mellaba la rabia y la frustración del joven drow, que acallaba el ruido de su estómago mordisqueando los restos de un hongo recogido a los pies de un grupo de esclavos, distraídos entre los gritos de su patrón.

Llevaba años en las calles. Había aprendido cuando dejarse ver y cuándo esconderse. Sabía que era un milagro seguir vivo dadas sus circunstancias, y por ello agradecía a la Tejedora por cada bocado que se llevaba a la boca. Por cada cabezada que conseguía dar, siempre demasiado nervioso y alerta, escondido en cualquier esquina perdida.

No recordaba mucho de su procedencia. De hecho, no recordaba nada en absoluto. Su vida en la décimo tercera casa. La caída de ésta. De cómo nadie dio con él durante el transcurso de la cruenta batalla. Sin embargo, extraños sueños le asaltaban cada vez que conseguía dormir. Sueños en una oscuridad aún más profunda que la misma Antípoda Oscura. Sueños donde el frío se hacía sólido, inmerso en la más absoluta negrura, y sin embargo, no era desesperación lo que sentía, sino sosiego. Podía sentirse observado. En ocasiones, como si unas manos lo agarraran fuertemente y lo zarandearan. Entre el espeso silencio, y en muy raras ocasiones, el susurro de otras voces llegaba hasta él. Voces que hablaban en su mismo idioma unas veces, en lenguas que desconocía otras, pero ininteligibles siempre.

Entrecerró los ojos y examinó desde su posición todos los recovecos bajo los puestos de la plaza, entre los pies de los viandantes, tras las cajas apiladas de los mercaderes. Al fin atisbó lo que estaba buscando. El espectro infrarrojo le mostró perfectamente las marcas del paso reciente de una rata de buen tamaño tras el puesto de uno de los mercaderes y se incorporó levemente para poder seguirlo.

A la suficiente distancia de las miradas de los nobles que se entretenían examinando, entre maravillados y escandalizados, un surtido de armas y reliquias mágicas que uno de los mercaderes había conseguido haciendo tratos en un puerto lejano y, al parecer, tratando con algún asqueroso y bárbaro ser de la superficie, el joven comenzó a seguir el fresco rastro de las pisadas, que lo llevó hasta las ruinas de lo que antiguamente fue una poderosa casa.

Más nervioso de lo habitual, se adentró en el lugar, tan prohibido como maldito, a la persecución de su presa, y avanzó agazapado entre los muchos cascotes y trozos de roca, restos que eran testigos de la antigua riqueza que la casa había poseído. Decenas de mosaicos y exóticas tallas yacían destrozados a sus pies, ventanas y cristaleras, meramente ornamentales, hechas añicos y desgastadas por el paso del tiempo, y un silencio sepulcral que de repente fue roto por el murmullo de un par de voces que susurraban un poco más adelante.

El joven reconoció el lenguaje de los esclavos, sin entender palabra alguna, pero por el timbre de la voz y el tamaño de la pila de restos tras la que se ocultaban pudo imaginar que se trataba de una pareja de trasgos. La rata había corrido en la misma dirección en la que estaban éstos, y el hambre que sentía le impidió razonar de otro modo. Avanzó rodeando los cascotes y se agazapó tras lo que un día fue la subida de unas recargadas escaleras, para poder ver a los dos goblinoides desde una distancia prudencial. La rata yacía muerta a los pies de uno de ellos, y ambos parecían discutir por la propiedad del valioso bocado. Durante un momento calibró la situación, mirando sus manos desnudas, y sin pensarlo más, se acercó sigilosamente a la pareja. Una vez estuvo seguro de la distancia y, como si de un felino se tratara, el drow se lanzó saltando justo entre ambos seres, que debido a la repentina aparición casi se caen de espaldas.

Un codazo lanzado en el centro de la cara del que tenía a la espalda y un rodillazo hacia la barbilla del que tenía enfrente acabó rápidamente con la discusión. Ambos trasgos cayeron de espaldas, uno inconsciente, el que tenía detrás, sangrando profusamente por la nariz, gateando de espaldas y sin quitar la vista del joven. El elfo oscuro entonces agarró una piedra con el mismo tamaño que su puño y se acercó al trasgo que trataba ahora de levantarse por todos los medios, pero fue demasiado tarde para él. La roca impactó contra el cráneo de éste varias veces hasta que el pequeño goblin dejó de moverse.

Ocan rebuscó rápidamente en los cuerpos de los caídos y en las inmediaciones en la búsqueda de algo de utilidad, totalmente en vano, y recogió la rata del suelo. Al menos hoy comería algo más que hongos secos.

Se alejó del lugar y se internó un poco más entre las ruinas, en busca de un sitio donde disfrutar del bocado y acaso descansar un poco.

El ruido de pasos le alertó mientras descansaba, escondido entre los cascotes de aquella arruinada casa. Un grupo de cuatro trasgos, seguidos de un enorme orco, todos ellos esclavos evadidos de sus quehaceres diarios se internaron en las ruinas, y adoptaron una actitud bastante poco discreta una vez desaparecieron de la vista de las gentes del mercado. El drow rápidamente reconoció a uno de ellos. Era el mismo trasgo al que había dejado inconsciente unas horas antes, y ahora venía acompañado y, con toda seguridad, buscándolo a él. Ocan miró a su alrededor en busca de algo con lo que defenderse, pero no encontró nada. Reviso las posibles salidas, pero el grupo se había dispersado rápidamente, dejando tan solo al enorme orco salvaguardando la salida principal, mientras los más pequeños rastreaban el área. Estaba claro que no podría escapar, y ésta vez el número de enemigos era bastante grande. Había cometido un error del que aprendería una lección muy valiosa. No volvería a dejar un solo testigo vivo.

Observó desde su escondite y localizó al que sería su primer objetivo. El trasgo que escapó y reunió al grupo de esclavos. Lentamente descendió entre los cascotes, tratando de dar la espalda a su enemigo, pero un par de piedras sueltas delataron su descenso. El goblin gritó y rápidamente los pasos de los otros se aceleraron, seguidos de unos pasos más pesados, claramente los del orco. Si por un momento Ocan pensó en poder vencer a algún enemigo para poder lograr una ruta de escape, la esperanza se desvaneció en cuanto vio aparecer a la compañía de esclavos.

Se incorporó del tropiezo y el primero de los trasgos se le echó encima, agarrándosele de los hombros y pateándole el pecho mientras trataba de morderle en la cara. Un ataque absurdo que cumplió perfectamente con su cometido, ya que cuando el drow se deshizo del pequeño agresor, dándole un cabezazo y lanzándose contra las rocas para aturdirlo, el resto del grupo ya les había dado alcance, rodeándolo por completo.

El grupo de baile estuvo unos segundos observándose en los restos de lo que fue un gran salón, los trasgos armándose con piedras, el orco sonriendo ante el oportuno entretenimiento, proyectando todos los latigazos y castigos recibidos por parte de sus señores en la visión de aquel incauto descastado. Tras emitir un seco gruñido, el bruto fue el primero en avanzar hacia el elfo. Estaban seguros de su victoria, por lo que el resto del grupo permaneció cerrando el corro, para evitar que el drow pudiera escapar. Esto alivió un poco a Ocan, aunque estaba seguro de que si lograba vencer al enorme orco, el resto se abalanzaría sobre él, así que optó por defenderse de los ataques a la espera de un error que le permitiera salir de la situación.

El orco, Gardok, según vitoreaban los trasgos, lanzó los primeros golpes. Una serie de puñetazos que solo acertaron al aire, mientras el drow esquivaba a duras penas, con los músculos entumecidos por haber estado escondido durante tanto tiempo. A cada fallo, los trasgos lanzaban maldiciones al aire, mirando por encima de sus hombros tras cada grito, temiendo ser descubiertos. Por su parte, Ocan intentó un par de patadas, directas al cuello del agresor, sin poner mucho empeño en ello, tratando de mantenerlo alejado más que de derribarlo. El orco dio un paso atrás y los trasgos apretaron los dientes, pero se recompuso rápidamente y se abalanzó sobre el drow, que a duras penas pudo esquivar el envite rodando hacia un lado. Una patada en el costado por parte de uno de los trasgos lo devolvió al centro del improvisado ring, y el orco se le acercó lentamente.

Gardok se agachó y lo agarró rápidamente por el cuello, alzándolo en peso, haciendo gala de una fuerza que el drow no podía pasar por alto, y lo lanzó a un lado, llevándose por delante a uno de los trasgos, que quedó atrapado pataleando bajo el cuerpo del drow, el cual a su vez aprovechó para hundirle la nuez justo antes de levantarse y quedarse mirando al resto del grupo. Ahora estaba de frente a los agresores restantes, que de inmediato se dieron cuenta del error y se lanzaron a por el elfo oscuro.

La precipitada carrera que se inició acabó tan rápido como el elfo llegó a la salida de las ruinas, donde un grupo de Drows, ataviados con los colores de la casa Vandree, esperaban preparados para recuperar a los esclavos evadidos. Los perseguidores se convirtieron en perseguidos en el mismo instante en que los Drows se lanzaron a la carrera, ignorando por completo al descastado que precipitadamente se escabulló hacia el mercado, y lo último que escuchó Ocan fue el sonido de varias cimitarras al desenvainar.

Otra lección afloró en su mente, cuando por fin tuvo un rato de respiro, si seguía estando solo, acabaría muerto de una u otra forma. Tenía que buscarse un aliado.

OjoRojo

21/02/2009 18:48:19

UN LUGAR EN EL MUNDO.



Pasaron varios ciclos, y el drow no había tenido señales de la patrulla Vandree, nadie le perseguía , sin embargo, él si rondó la casa de éstos, curioso por saber qué tipo de guardianes eran los que dejaban escapar de ése modo un grupo de cinco esclavos, entre los que se contaba un nada discreto orco.

La casa había resultado ser una de las más bajas de la ciudad, alejada de las academias y con una envergadura realmente escasa. Los esclavos entraban y salían del edificio, sin amurallar y sin vigilancia, cargados de cajas o cualquier otro enser, sin control alguno. Claramente, esa casa no duraría mucho dada las circunstancias, resolvió.

Pasaron docenas de ciclos, y el joven drow seguía vigilando la entrada de la casa. La escena se le antojaba caótica, y una idea comenzaba a rondarle la cabeza. Con tanto descontrol, quizá podría colarse en el interior y conseguir algo de comida y quizá, con un poco de suerte, algo de ropa o un arma para defenderse. Sabía que no sería fácil, pero no había visto ni rastro de los esclavos con los que se enfrentó en las ruinas de la casa caída, y tenía confianza en que los esclavos no lo reconocerían.

Decidido, centró sus esfuerzos en localizar el número de esclavos de su raza que constara entre las filas de la casa, vestimentas características o incluso marcas o cicatrices de castigos. Un ciclo tras otro vigiló la entrada y salida de la mercancía que los esclavos portaban, llevando cajas cerradas a un par de las casas mayores y trayendo a cambio otras, éstas últimas llenas de comida. Un intercambio lógico ante la falta de terrenos para que la casa pudiera autogestionarse mediante plantaciones de hongos o rebaños de rothes. No veía señal alguna acerca de esclavos orcos. Seguramente era más barato mantener alimentado a un puñado de trasgos que a un orco, de todos modos, que los goblinoides sufrieran de dolor de espalda por cargar con aquellas cajas no era algo que debiera preocupar mucho a sus amos, como era lógico. Respecto a los esclavos Drows, Ocan llegó a una conclusión: los únicos Drows que trabajaban con los trasgos, y que recibían exactamente la misma cantidad de respeto que éstos, en forma de latigazos y otras caricias, eran varones que habían deshonrado a la casa, y siempre servían durante un tiempo limitado, cuarenta ciclos. Después de eso, no los volvía a ver.

Vestidos con harapos del color negro más absoluto, con una cicatriz en el hombro con la forma del emblema de la casa y con un ojo de menos. Ésa era la uniformidad de aquellos esclavos, sin embargo, el corto periodo en el que servían como porteadores le preocupaba, y, si se iba a hacer pasar por uno de ellos, sería mejor averiguar cual era el fin de éstos, aunque ya se hacía sus propias ideas. Al menos el disfraz sería fácil de conseguir...sus mejores galas ya eran bastante peores que la ropa de aquellos esclavos.

Rasgó sus ropas y se ató el jirón de tela en la cabeza, tapando su ojo izquierdo y tintó de un color aún mas profundo sus negro atuendo. Faltaba el detalle de la cicatriz. No estaba dispuesto a hacerse la herida, ya que, si tuviera que huir del lugar, podrían identificarlo fácilmente, así que tuvo que agudizar su ingenio. Avanzó por las calles de la ciudad, con el improvisado parche atado a la cintura, a la espalda, hasta llegar a las ruinas dónde se encontró por primera vez con los esclavos y rebuscó entre los escombros hasta dar con el rastro de otra rata, a la cual dio caza, usando el parche a modo de honda, y asestándole un disparo limpio y preciso. Con un trozo de una de las muchas cristaleras rotas la abrió en canal y le sacó las tripas, que guardó en un pequeño saquito. Acto seguido recogió de entre los restos varios trozos de madera de entre los restos de varias ballestas destrozadas, dejadas al olvido como muertos testigos de la cruenta batalla que se tuvo que librar en la caída de la casa, y volvió al lugar donde se escondió la primera vez, casi cubierto por completo, y apiló varios trozos de roca para asegurarse de no llamar la atención. Machacó los trozos de madera podrida y consiguió tras varios intentos infructuosos encender un pequeño fuego, que le hizo perder la visión durante varias horas. Una vez la madera se hubo consumido, y sólo cuando recuperó la visión por completo, guardó las cenizas en otro saquito, y se marchó de las ruinas.

De uno de los enormes hongos que poblaban una de las paredes más orientales de la enorme caverna que albergaba la ciudad recogió una pequeña cantidad de resina, altamente pegajosa y, tras guardarla y limpiarse las manos debidamente en un pequeño charco, volvió a lo que era su escondite habitual, dentro de las ruinas. Dispuso los tres sacos frente a él y comenzó a machacar lentamente las tripas de la rata muerta, usando una de las cavidades de la roca y una piedra, que hacían las veces de mortero. Cuando no había más que una pasta, añadió unas gotas del tinte oscuro que había usado en las ropas y la ceniza recogida, dándole una tonalidad gris oscura, pero manteniendo el aspecto natural de la carne. Por último añadió la resina a la mezcla, y comenzó a extenderla por su hombro, formando el dibujo de el emblema de la casa, y poniendo especial cuidado en el grosor de la improvisada cicatriz. Una vez hubo terminado, con la cicatriz ya seca, realizó otra mezcla, ésta vez tan sólo de resina y ceniza, y cubrió la marca con una fina película, para evitar brillos innecesarios y dotarla de un aspecto más crudo.

El disfraz estaba completo, y ahora tan sólo necesitaba ponerlo en acción. Pensando en las posibles ganancias que podría obtener de su visita a la casa, pero sin menospreciar el riesgo que correría, encaminó sus pasos una vez más hasta el lugar desde el cual observaba la entrada y salida de esclavos y, recogiendo un paquete de encima de otro que portaba un trasgo bizco y con una sola oreja, siguió al pequeño grupo al interior de la misma.

OjoRojo

21/02/2009 18:49:17

MENOS QUE UN ESCLAVO.


Una patada en el estómago mandó drow y paquete rodando por el interior del pasillo, y otra serie de impactos de igual magnitud lo encaminaron hasta las dependencias de los esclavos. El enorme varón drow que lo golpeaba entre gritos, ataviado con una cota de mallas con los colores de la casa, se giró sobre sus talones y se marchó entre carcajadas, bromeando con un par de guardias armados con espadas cortas, mientras el resto de esclavos recogían el paquete tirado en el otro extremo del pasillo, apartándose del paso con celeridad.

-¡Cuarenta y dos ciclos a partir de hoy!- gritó entre risas el varón, lanzando una última mirada al joven.

Recuperando la respiración con dificultad, y ayudándose de ambos brazos, el drow se incorporó y miró a su alrededor. Un grupo de unos veinte o treinta esclavos lo miraban atónitos mientras murmuraban algo en su brusco e ininteligible idioma.
Uno de ellos se acercó lo suficiente a Ocan y se le quedó mirando al ojo “sano” durante unos segundos. Acto seguido se puso en pie y dijo algo en voz alta, cuya respuesta fue una serie de gruñidos ahogados y susurros. Un pisotón en el suelo bastó para silenciar al resto de esclavos, que volvieron a sus tareas de inmediato.

-Cuarenta ciclos-. Sentenció el trasgo, bizco y con una sola oreja, y hablando en perfecto Drow.

Ocan , ya menos aturdido por la paliza, reconoció en aquel esclavo a una especie de líder entre los trasgos. No solo hablaba su mismo idioma si no que era respetado por el resto de la comunidad.

-¿No ha dicho cuarenta y dos? Y, ¿qué es lo que ocurrirá exactamente cuando pase ese tiempo?

El trasgo se giró, con una sonrisa que era más una mueca.

- Solo te interesan los cuarenta primeros...de los otros dos, no tendrás constancia ninguna.- Y se adentró entre el grupo de trabajadores.

Las palabras del goblinoide se hicieron eco dentro de la cabeza del drow. Los trasgos apenas intercambiaban miradas con él. En ningún momento se dirigieron a él, limitándose a apilar cajas y más cajas cerca de la entrada de la casa. A decir verdad, Ocan no sabía demasiado acerca de esa mercancía, ni su destino. En sus horas de vigilancia tan sólo había controlado la entrada y salida de los esclavos, pero en ningún momento había seguido la ruta de la mercancía, ni mucho menos su naturaleza.

El ajetreo del trabajo se sucedió un ciclo tras otro, y cada vez que el drow sentía hambre, tenía que enfrentarse con algún otro esclavo en una pugna por un bocado. Conforme pasaba el tiempo, la idea de infiltrarse entre las filas de esclavos le parecía más errónea. El duro trabajo robusteció sus músculos, y las pugnas por la comida, que se convirtieron en una lucha diaria, le sirvieron para aprender a defenderse como no lo había hecho hasta ahora. La estancia en la casa también le sirvió para comprender el funcionamiento de ésta. Una casa en la que las traiciones se sucedían a una velocidad pasmosa, y a la que el favor de Lloth le había sido retirado casi con toda seguridad. Apenas en un par de ocasiones pudo ver a una de las sacerdotisas de la casa, que normalmente estaban dedicadas por completo a la adoración de la Reina Araña, dejando la mayoría de las tareas de la casa y su funcionamiento a los varones de ésta. Éstos a su vez, pese a haber sido entrenados en la academia de Meleé, no destacaban especialmente por su destreza en el combate, y durante bastantes ciclos, la duda de cómo habían logrado perdurar pese a tal descoordinación le corroía. Hasta que llegó el ciclo número veintisiete.

Una pequeña revuelta de esclavos dio lugar a una sangrienta corrección del comportamiento, como a los varones nobles les gustaba llamar, que no era otra cosa que una matanza indiscriminada de esclavos, con el fin de calmar los ánimos revolucionarios. Una vez calmados, un grupo de trasgos y él mismo fueron encargados de recoger los cadáveres y llevarlos a una planta inferior, donde, con un tratamiento casi ceremonioso, eran recompuestos y embalados en cajas. Las cajas que apilaban en la entrada y que posteriormente era llevadas a un lugar que aún desconocía. Uno de los guardias, que había cometido el error de intentar mitigar solo la pequeña rebelión, yacía muerto en una caja de mayor tamaño, aún provisto de su coraza, pero sin emblema alguno de la casa. Sus armas en el cinturón, y sus escasas joyas aún en su lugar. Pero lo que llamó la atención de Ocan fueron unos guantes, de una manufactura magnífica. Un par de llamas finamente bordadas en el dorso de la mano adornadas con símbolos mágicos, que, por el momento, no supo comprender. Justo antes de cerrar el enorme arcón, el drow se cubrió las manos, y tapó los guantes, enrollándolos en jirones de tela. Con la ayuda de otro esclavo, llevaron el cadáver a la entrada de la casa, junto a cajas menores con cuerpos pertenecientes a los esclavos muertos en la revuelta.

Una vez acabaron de apilar las cajas, Ocan se dirigió hacia donde estaba el trasgo bizco, rodeo de manera poco delicada sus hombros y lo invitó a seguirlo algo más apartados del grupo de esclavos, que no les quitaban ojo de encima y, tras varios intentos en los que no faltaron amenazas, el trasgo le descubrió la oscura verdad.

Sin el beneplácito de la Reina Araña de su parte, sin un gran poder económico que les permitiera comprar la protección de una casa superior o incluso de la compañía mercenaria ,que según rumores sueltos, había escuchado que operaba en la ciudad, la matrona de la casa había tenido que buscar la manera de no caer en la desgracia absoluta con lo único de lo que disponía: las vidas y las muertes de sus esclavos y los traidores atrapados de la propia casa.

En éste último grupo entraban los Drows marcados, y por ende Ocan. Sentenciados por traicionar los intereses de la casa la mayoría de las veces, o sin motivo alguno otras, los varones que eran atrapados cometiendo algún acto deshonroso eran desechados por la matrona y, tras la humillación durante cuarenta ciclos que representaba el vivir un peldaño más abajo que los esclavos trasgos, eran sacrificados y llevados a una de las casas superiores, al parecer, para las prácticas nigrománticas que en secreto llevaba a cabo uno de los más poderosos arcanos de la ciudad. Un esclavo trasgo era un elemento valioso para poder practicar, pero sin duda alguna, un elfo oscuro resultaba lo suficientemente valioso como para garantizar el sustento de la casa durante periodos de tiempo bastante amplios.

La revelación no pudo ser más agotadora. Ya había sobrepasado más de la mitad del tiempo límite establecido, y era hora de marcharse de la casa. No había logrado mucho a decir verdad. Los botines que anteriormente se le habían antojado fáciles de conseguir, resultaron estar encerrados en los aposentos de la Madre Matrona y, por lo tanto, fuera de su alcance por completo. La comida, escasa, y las posibilidades de hacerse notar lo suficiente como para ascender dentro de la jerarquía, completamente nulas, principalmente debido a su disfraz y su identidad falsa., así que, una vez los esclavos se echaron a descansar, el drow aprovechó para comenzar su huída.

Caminando en silencio entre los camastros se dirigió hacia la entrada de los aposentos de los esclavos, muy cercana a la salida de la casa, y se asomó para comprobar que , como casi siempre, la vigilancia en la entrada de la casa era nula. Una vez seguro de esto, salió de la casa y se encaminó hacia las ruinas donde ciclos atrás había fijado su guarida.
Apenas avanzó unos metros cuando un virote fue a rebotar junto a su pie derecho y, alarmado, se lanzó detrás de unas rocas para ponerse a cubierto. Se paró a escuchar y, una vez calculó la distancia entre su atacante y él, lanzo un globo de oscuridad entre ambos y salió a la carrera, atravesándolo y situándose frente a su atacante en cuestión de un par de segundos, haciendo gala de una velocidad pasmosa.

El cazador se convirtió en presa de manera tan repentina como fatal, ya que unos metros antes de llegar al lugar donde un drow vestido con los colores de la casa Vandree cargaba de nuevo la ballesta, Ocan dio un salto y proyectó una patada que fue a hundir la garganta del desprevenido tirador, que cayó un par de metros hacia detrás, y murió al cabo de unos segundos, asfixiándose con su propia nuez.

Un par de pisadas sonaron detrás suya, pero el drow fue incapaz de vislumbrar a nadie en las cercanías. Conocía bastante bien esas ruinas a estas alturas, y controlaba todas las entradas, mayormente, porque él mismo había movido escombros y demás para garantizarse entradas estrechas dónde poder defenderse de grupos de atacantes en caso de ser descubierto. Allí no había nadie y, sin embargo, el ruido de las pisadas era tan real como el cadáver que yacía junto a él.

-Nada mal para un esclavo...- Una voz se alzaba en el vacío y por más que miraba no pudo dar con su invisible enemigo, aunque tenía claro de que la voz provenía de unos metros enfrente suya.

-No se cuales eran tus intenciones cuando entraste en la casa, pero un esclavo es un esclavo, y hoy no escaparás de aquí.- Ocan reconoció la voz de inmediato. Sin duda alguna, éste era el enorme varón que lo había recibido a patadas. Había llegado el momento de ajustar cuentas.

El joven se despojó del falso parche y sonrió de medio lado, adoptando una pose defensiva y concentrándose tanto como podía en escuchar cualquier movimiento del invisible atacante. De repente surgió uno que no daba lugar a equívoco. Un clic, y un virote salió silbando hacia su dirección. Sin embargo, y para sorpresa del atacante, Ocan desvió el proyectil con un grácil golpe con la palma de la mano, haciendo que se estrellara varios metros detras de él. En el mismo momento en que el atacante disparó, el hechizo que lo mantenía invisible dejo de funcionar, y se lanzó tras el virote mientras de su espalda desenvainaba una espada larguísima, del tamaño de un espadón, pero fina como una cimitarra. Desde luego, no iba a ser fácil acercarse a su enemigo con una hoja de tamaña envergadura entre ambos.

Con un par de saltos hacia detrás, esquivó los primeros mandobles, lanzados con el fin de poner a prueba la habilidad de su rival y un último descendente que si fue lanzado a matar, que esquivó rodando hacia un lado. Pese a su tamaño, el arma era lo suficientemente ligera como para ser blandida a una velocidad considerable, si bien era demasiado larga como para realizar maniobras complejas para defenderse de un enemigo que se acercara demasiado. Y Ocan era más rápido. Había aprendido a analizar los gestos de un rival a la hora de combatir, a observar el movimiento de los músculos y escuchar la respiración de su rival, con el fin de adelantarse a un ataque y, pese a que el varón Vandree había sido instruido en la academia de combate y representaba un peligro mucho mayor que los trasgos con los que tuvo que luchar para poder comer, la agilidad pasmosa del joven drow hacía muy complicado que ésta espada probara sangre.
Uno tras otro, el elfo oscuro esquivaba los mandobles lanzados y, de repente y tras una suave letanía casi inaudible, la velocidad y la fiereza del atacante armado se duplicó. Concentrado como estaba en esquivar, el drow no se dio cuenta de la aparición en escena de otro visitante, esta vez más pequeño, bizco, y al que le faltaba una oreja que, sonriendo maquiavélicamente, murmuraba letanías mientras gesticulaba señalando al varón Vandree, claramente conjurando en su favor.
Los conjuros del trasgo cumplieron su cometido y el joven drow empezó a verse superado por el espadachín, y en un par de ocasiones tuvo que desviar el filo de la hoja, usando sus manos, para evitar acabar ensartado. Mientras combatía, sin embargo, se percató de que sentía una paz que no había experimentado antes. Controlaba todos y cada uno de sus movimientos en una grácil danza, esquivando o desviando los golpes del atacante, y sintiendo una calidez hasta el momento desconocida.
El guerrero lanzó una estocada directa hacia el pecho del joven una vez consiguió hacer que retrocediera hasta una pared medio derruida, seguro de su victoria, pero el drow, que había adivinado el movimiento de éste, giró sobre sí mismo, dejando la hoja seguir su camino hacia la roca de la pared y, con otro giro más, descargó un puñetazo con el dorso de la mano en el rostro del contrincante. Una pequeña llamarada surgió de sus manos y quemó las vendas que recubrían los guantes del cadáver, así como la cara del sorprendido drow. Ocan sonrió un segundo, antes de proseguir su ataque.
El otro luchador, desprovisto ahora de su espada, que permanecía clavada en un perfecto ángulo recto contra la pared, hacía cuanto podía por defenderse, pero el aluvión de golpes que se le vino encima era demasiado para alguien acostumbrado a combatir armado. Una tras otra, pequeñas llamas surgían de los puños de Ocan cada vez que conseguía acertar un golpe, en una sucesión de puñetazos a lo largo del pecho y rostro del rival que acabaron por hacerlo caer derrotado en el suelo, y casi inconsciente.
Miró sus manos un segundo y acto seguido se lanzó a la carrera tras el trasgo bizco, al que atrapó sin mucha dificultad mientras trataba de ejecutar otro pase mágico. Alzándolo por el cuello, volvió al lugar donde había dejado al drow, que seguía tendido en el suelo, se acercó a la espada clavada en la pared, y paseó la garganta del pequeño brujo por la hoja.

OjoRojo

21/02/2009 18:50:14

MATICES.


Maravillado por el descubrimiento del uso de los guantes que había robado, remató al drow con un giro brusco del cuello hasta que escuchó el inequívoco sonido de éste al romperse. Lo registró y le requisó todo cuanto le parecía de valor. Un amuleto, un par de anillos, y las ropas que llevaba bajo la coraza. Acto seguido, se aseó en unos pozos cercanos, se vistió con las ropas y se recogió el pelo en una coleta alta, dejando atrás su identidad como esclavo. Una bolsa llena de monedas en su cinturón, unas buenas botas, una daga y los guanteletes, un amuleto que albergaba algún tipo de poder mágico, y la seguridad de que, además de todos esos bienes, la experiencia le había endurecido. Había aprendido mucho acerca del funcionamiento de aquella casa y sabía que tenía que encontrar algún tipo de alianza que le ofreciera protección, así que comenzó a pensar, de camino a la taberna, en el modo de labrarse un hueco en alguna de las casas de la ciudad.
Tumbado en una cama de la taberna, disfrutando de los placeres que una de las esclavas le ofrecía, sonrió ante el cambio que había sufrido su fortuna. Seguía sin contar con lel favor de los colores de ninguna casa y era muy consciente de lo que ello significaba, sin embargo, la calidez de las mantas y del suave cuerpo desnudo de la esclava contra el suyo propio, lo reconfortó en cierta manera. Por otro lado, el recuerdo de la paz que sintió al luchar contra el drow, la perfecta comunión que surgió durante el combate, el placer con cada golpe asestado...nunca antes había sentido una experiencia asi, nunca antes se había enfrentado a un enemigo tan formidable, pero, sin duda, volvería a hacerlo. Buscaría enemigos más fuertes con los que luchar, y entrenaría para ello. Necesitaba sentir el éxtasis de la victoria, disfrutar como había disfrutado, viendo a su enemigo reducido a un cuerpo inerte.

Alejadas de allí, un puñado de ratas se daban un festín, escondidas entre las ruinas de una casa ya olvidada, devorando los cadáveres de un varón drow y un trasgo bizco al que le faltaba una oreja. De hecho, como bien se había propuesto el joven drow, no cometería el mismo error. No dejaría ni un testigo.