Kentara

12/07/2009 17:52:20

Uno hace filosofía sin túnica, otro sin libro; aquel otro semidesnudo dice: No tengo pan y permanezco firme en la razón. Yo, por mi parte, tengo los alimentos que proporcionan los conocimientos y no permanezco firme.

Kentara

12/07/2009 17:53:23

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-Herur... esta traducción es inexacta, no deberías haber fallado en ella. Si te das cuenta la aproximación más cercana sería "El que aguarda".
-Sin duda maestro... interpreté mal el contexto; Debí ver que tiene más sentido.
-No tiene importancia, yo también habría confundido aguardar con reposar si no fuese por el segundo pasaje... ¿Ves? Lo aclara todo.
-Maestro, ¿De qué época data estas ruínas?
-El estudio preliminar no es concluyente, quizá deba llevar algunas muestras al laboratorio.
-No detecto magia alguna.
-Tampoco deberías, aun así todo está por ver... el valor de este hallazgo no es pequeño.

El elfo sacudió la arena de sus ropas y se puso en pie con una de las tablillas en la mano. Acto seguido melódicas palabras surgieron de su boca hasta que su voz se perdió entre el aullído del desierto
y una fina membrana azulada envolvió la pequeña parte de las ruinas desenterradas haciendo que toda la arena que se depositaba sobre ella se deslizara hacia el suelo, repelida por la magia.

-Levanta, no quedan muchas horas para que el orbe de fuego de paso a la noche y para entonces debemos estar de vuelta.

Herur se puso en pie, haciendo inventario de sus objetos mentalmente.

-Está todo maestro, ¿mañana volveremos?
-Yo volveré, tu aguardarás en el laboratorio. Hay mucho trabajo por hacer... y tu lugar está copiando el último de los volúmenes.
-Estoy terminándolo, cumpliré con el plazo.
-Eso espero, mis colegas han de recibirlo a no muy tardar. No más allá de tres semanas para que el envío llegue por caravana.
-Me gustaría ver su cara si se enterasen de que es un hombre y no un elfo el que copia tus últimos estudios.
-¿Un hombre? -El elfo soltó una carcajada- Un joven aprendiz, no un hombre aún.
-Supongo que ahora viene la charla sobre que aún me queda mucho por aprender...maestro.
-No es así, aunque sea cierto la lección está aprendida, es tu obligación recordarla.

El joven frunció el ceño, molesto por las palabras cargadas de razón de su maestro. Ambos tomaron sus cosas, guardándolas en los fardos de tres camélidos que les acompañaban y emprendieron el regreso,
sumidos en sus pensamientos.


-¿Cuánto llevais con este proyecto, maestro?
-¿...Tiempo? Quizá sesenta o setenta años, algunos de mis colegas más.

Un escalofrio recorrió el cuerpo del joven al constatar que su maestro llevaba más años en la tarea que ambos compartían que los que el propio mago había vivido.

-¿Turbador? -El elfo sonrió.
-Verá y hará más de lo que yo podré ver y hacer, por mucho esfuerzo y empeño que ponga. ¡Claro que es turbador!
-¿No cabe pensar que el tiempo pacta las actitudes de cada criatura? Tu raza vive más intensamente de lo que nosotros podríamos, no te preocupes.
-¿Quizá no hay tanta diferencia?
-Eso mismo.


El orbe casi se había ocultado y las sombras recorrían el terreno, poco a poco vieron en la lejanía una torre sobre las arenas.
Conforme se acercaban en la torre se pincelaban detalles y relieves, runas que comenzaron a brillar súbitamente entre un leve zumbido.

-Herur, asegurate de que los animales tienen alimento y agua para varias semanas. Quiero que abras el pozo y los ates en el poste del comedero, yo vendré cuando prepare todo.

El joven asintió mientras observaba a su maestro internarse en la torre. Acto seguido dispuso lo necesario, entre pienso y hierba, abrió el pozo y se aseguró de que los animales
estuviesen bien atados y bajo la sombra constante de la torre. Poco después escuchó la voz de su maestro llamándole desde el último piso de la torre y subió a su encuentro.

-Todo está dispuesto, no te dejes nada y entra en el círculo.

Llamas azules brotaron de las runas talladas en la torre, deslizandose por los huecos de las losas fluídamente. Primero bajaron las paredes, y ya en el suelo serpentearon hasta los pies
de maestro y alumno. Cuando la sala estuvo cubierta del líquido ígneo éste comenzó a evaporarse y todo se volvió borroso.
La vista fue el último sentido en percibir el cambio, cuando Herur abrió los ojos se encontró en otro lugar de semejante arquitectura aunque con detalles totalmente distintos.
Su maestro se le había adelantado varios segundos y estaba recogiendo las tablillas e inscripciones que traían del viaje.

-...Nunca me acostumbraré.
-Lo harás si es a las artes arcanas a lo que te quieres dedicar.
-Recompensa.
-Desdeluego que lo hace, ahora descansa un poco y coge unas monedas. Quiero que vayas a las caballerizas y busques a algún mensajero que parta pronto hacia la costa de la espada.
-¿Mensaje a Xantor?
-Así es, informale de los descubrimientos de hoy. Ah...y procura cuidar la caligrafía, ya sabes que es poco tolerante con las diferencias entre razas. El élfico ha de ser correcto.
-Deacuerdo maestro.
-Y mañana, mañana partiré pronto. Quiero que dediques todo el dia a la traducción de la última tablilla, ya la sellaré mágicamente para evitar cualquier desperfecto.


Herur se dirigió a su habitación y arrimó la puerta tras de si. Con un movimiento de manos las velas de la estancia comenzaron a calentarse hasta que las mechas prendieron, alumbrando el lugar.
Tranquilamente el joven se sentó delante del escritorio y preparó mentalmente el mensaje que debía escribir. Pocos segundos después mojó la pluma en tinta y comenzó a hacer trazos sobre
el papel amarillento y arrugado y cuando hubo acabado, recogió las monedas que su maestro le había entregado y salió de la torre.

El viento topó con su cara, arropándole en el fino manto cálido y áspero que era el aire del desierto. Un remolino de olores invadieron sus fosas nasales, produciéndole cierto rechazo
casi reflejo en un primer momento. Era el olor de las especias de la región, el olor de los alimentos calientes, las frutas, las carnes y los pescados; el olor de los excrementos de todos
los animales que se movían por las angostas calles de la ciudad, y el olor de las personas que, siempre con prisa, iban de un lado a otro en sus quehaceres diarios.

Las votas del mago se arrastraron por el barro y la arena, callejeando, hasta dar con las caballerizas. Allí el olor a animal era más fuerte aún y tuvo que taparse la nariz, mientras buscaba
entre los animales a algún mensajero que fuese a partir a no mucho tardar.

-¡Busco a alguien que viaje con destino al oeste!

Varias cabezas tornaron hacia el joven buscando poner rostro a aquella voz, pero sólo una dijo algo:

-¿Qué necesitais? Yo parto con correo urgente al oeste, a la costa de la espada.
-Mi maestro requiere que esta carta sellada llegue lo más pronto posible a una de las arboledas de la costa, las señas están escritas aquí mismo y el sello asegurará que quien porte la carta
pueda entragarla donde se demanda.

El hombre asintió poco confiado.

-¿Qué hay de los honorarios?
-Aquí está la cantidad más razonable, siento decir que no es negociable.

Una bolsita de cuero voló de las manos de Herur hacia las del mensajero, quien recogió el dinero y dedicó un momento a contar el número de piezas de oro y plata.
Finalmente guardó el dinero y tendió la mano, el mago entendió y le entregó el mensaje dando media vuelta y marchándose de vuelta a la torre.

Kentara

12/07/2009 17:56:45

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-¡Han encontrado algo!
-¿De qué se trata?
-Una estructura, parece bien conservada... la han encontrado bajo las arenas al noroeste, a dos dias a camello desde Abu Gurab siguiendo la ruta solar que se abre entre las rocas del Sacat.
-Los dioses nos dan la espalda, ¿quién ha hecho ese hallazgo?
-El consejo ya ha recibido la noticia, se reunirá hoy cuando el orbe esté en lo alto de la cúpula celeste. Por lo que se comenta ha sido Tur de Comyr.
-Tur de Comyr -La sonrisa de Enor era agridulce- sabía que si alguien se me podía adelantar, sería él.
-Aun no todo está perdido, mi señor. El consejo...
-Sí sí, el consejo. Ten mi anillo, entregaselo a Herur y que acuda puntualmente a la sesión del consejo. Quiero saber todo lo que allí se diga.

El joven esclavo se inclinó y tomó el anillo con solemnidad y cuidado. Cuando lo tuvo entre sus manos lo cubrió con un trozo de tela de terciopelo negro y se lo llevó, saliendo por la puerta ovalada al final de la estancia y recorriendo los pasillos que conectaban la torre con la casa.

-¡Herur! ¡Herur!

La puerta de madera tembló varias veces a causa de los golpes. Herur se encontraba de espaldas al ruido, sentado en su escritorio y sumergido en algunas traducciones inexactas tomadas de la biblioteca de la ciudad.
Tan pronto como pudo el joven aparcó su tarea con cuidado y abrió la puerta.

-¿De qué se trata?
-¡Sanah! Los dioses han hablado y han agraciado a otros, os traigo el sello de Enor con instrucciones.
-¿Qué?
-Han desenterrado algo, parece muy importante y no ha sido la gente del maestro sino la de Tur. Enor te encomienda ir a la sesión del consejo con su sello y enterarte de lo que puedas.
-¿Qué hará él? -A Herur le costó creerse la situación, Tur era un arqueólogo afamado pero nadie esperaba que un mediano con sus consecuentes limitaciones hiciese mejor un trabajo de tanta dedicación que un elfo.-
-No lo se, no me ha dicho nada.

Herur asintió y tomó el anillo. La joya era el sello de Enor y su familia, tenía a sus espaldas cientos de años -El joven sospechaba, incluso, miles- y su talla era digna de reyes.
No se trataba de un anillo de grandes dimensiones u ostentoso; por lo que su maestro le había contado se trataba de una pieza de oro puro con el emblema engastado en lapislazuli,
una piedra semipreciosa que los pueblos antiguos tenían en gran estima, una joya de dioses. En torno al anillo una fina película de luz era perceptible si se le dedicaba la suficiente atención,
esta pelicula no era otra cosa que la muestra de la magia que contenía y que mantenía su estructura. Nunca acabó de creerselo pero decididió no comprobarlo, Enor le había dicho que era
magia antigua y entre otras cosas, tan solo toleraba que fuesen los de su sangre quienes lo portasen.

Así pues, con el anillo a su cargo, se vistió con su mejor túnica -abandonando el color arena y dejando paso a un vistoso verde esmeralda- y se dirigió a la calle.
Comenzó a andar por las callejuelas adoquinadas de la ciudad entre palmeras, animales de tiro y una muchedumbre muy ocupada en regatear y sacar el mejor precio a las mercancias.
Era el segundo dia del mes, y como era tradición la ciudad se había convertido en un mercado de grandes proporciones donde las familias hacían sus compras más importantes.
Herur huía de todo eso, le costaba mantener su túnica limpia teniendo que pasar a través de tanta gente lo suficientemente ocupada como para que lo último en lo que pensasen
fuese el valor de aquellas ropas. Sin embargo no pasó desapercibido, la marabunta solía abrirse a su paso dejando distancias, esto a Herur no le gustaba demasiado ya que desde siempre había sido
"uno más", ni rico ni importante... pero imperaba la obligación de presentarse ante el consejo como un enviado de alguien cuyo peso en la ciudad era más que notable.

Finalmente Herur llegó al palacio del Naib -Sede del consejo-, uno de los dos grandes palacios de la ciudad junto con el palacio del Sunab donde residía el Malik Sultán.
Ya cuando llegó fue consciente de la expectación que había causado el descubrimiento de Tur, la gente se agolpaba frente a las escalinatas que conducían al interior del palacio
y la guardia se esmeraba en mantener un cordón de seguridad.


Al fondo pudo ver al mismo Tur atravesar las puertas de bronce junto con sus ayudantes y sin perder tiempo hizo lo propio y les siguió.
Ya dentro el gentío había desaparecido, no era la primera vez que acudía a una sesión del consejo pero esto no era excusa para no sentirse maravillado con la explosión de arte y riquezas
que llegaban a agobiar al visitante no acostumbrado. Las paredes y el suelo estaban cubiertas de azulejos que conformaban figuras geométricas, el techo había sido pintado con motivos
del desierto con una habilidad inigualable y los tapices se sucedían cada pocos metros.
En ningún lugar del piso que conocía había ventanal alguno, en su lugar se encontraban cada ciertos metros lámparas de oro y cristal encargadas de dar luz a las de otro modo, frías y oscuras estancias.
De hecho Herur vió algo que le hizo sonreir, una corriente de viento había apagado las velas de una de las lámparas y un mozo mal ataviado y nervioso se apresuraba a encenderlas con un palo
de grandes dimensiones y una antorcha en su final.

Conforme cada persona entraba debía despojarse de su calzado, que era tomado con rapidez por los esclavos los cuales se encargaban de limpiarlo a conciencia y colocarlo adecuadamente para cuando
su dueño estuviese de vuelta. Herur hizo lo mismo y se adentró, como los demás, pisando la alfombra de pelo de camello que conducía por los pasillos hasta la gran sala del consejo.

-As-salamu Alaykum, hermanos sabios. Los jelifes de la región han acudido a las Puertas de Oro, atraídos por las buenas nuevas de Tur de Comyr.


El primer hombre del consejo había hablado, la sesión daba comienzo. La gente se reunía en silencio frente a la mesa de marmol blanco tras la cual estaban los siete consejeros,
cada uno vestido con ricas ropas y joyas y todos ellos sentados en sillas de madera noble con líneas y detalles en pan de oro. En realidad casi todo lo que estaba al alcance de la vista
en esa sala estaba cubierto por pan de oro, piedras preciosas y semipreciosas, y mucho cristal.

-Ahlan, mucho ha que no tenía el placer de anunciar un descubrimiento como este.

El segundo hombre, sentado inmediatamente a la izquierda del primero, habló. Y así sucesivamente todos los miembros del consejo dedicaron unas palabras hasta que el último llamó a Tur.
En ese mismo instante un hombre de pequeña talla y constitución delgada avanzó hasta encontrarse a pocos metros de la mesa del consejo, se inclinó y tomó asiento en el semicírculo de piedra
que rodeaba la mesa del consejo y se interponía entre este y el gentío.
Poco a poco el resto de nombres salieron a la luz, y cada uno de ellos fueron tomando asiento en su correspondiente lugar. Herur estaba incluído, Enor se había encargado de informar al consejo
sobre la presencia del joven en su lugar, con plena potestad para hablar y juzgar.

Tras varios minutos en los que los nombres se sucedieron, Tur se levantó y observó al consejo. Tomó la ausencia de respuestas como una respuesta de pleno derecho y habló:

-Mi nombre es Tur de Comyr, hijo de Amvos el resuelto, mediano de Comyr y sabio en la estrategia y el arte de la guerra. Conoceis mi trabajo tanto como yo conozco el vuestro,
han sido varios años los que hemos dedicado a estas arenas del desierto. Quisieron los dioses que fuese mi grupo de trabajo el que descubriese esas ruinas, pero el mérito ni es mio
ni me lo llevaré únicam...

Una de las personas que permanecía sentada en el semicírculo de piedra se levantó y habló enojado.

-¡Paparruchas de mediano! ¡Yo digo que ese territorio me pertenecía a mi por derecho otorgado, y sino que miren los planos!
-Desde el principio hubo un desacuerdo con las delimitaciones territoriales, vos os regís por el primer decreto del Sultán, que fue corregido por un segundo y es el que prevalece.
-¡Paparruchas digo! ¡Esto es intolerable! ¡Tur ha robado la gloria, no la ha encontrado!

El que hablaba con tanto temperamento era Lumir, un enano originario de Athkatla cuyo linaje se remontaba en el tiempo con un único título que le daba fama, eran enanos y cavaban hondo.
La discusión no se prolongó demasiado, uno de los miembros del consejó se levantó en silencio y tanto Tur como Lumir fueron obligados por la norma a sentarse.
Básicamente hablar ante una sesión del consejo era un privilegio para las masas y un derecho para los grandes pero siempre supeditado a la potestad del consejo.
Toda esta linea de acción se reducía en silencio al poder que se otorgaba a quien se ponía en pie. Si un consejero se ponía de pie imponía su poder, y toda disputa quedaba
inevitablemente zanjada pues los contendientes debían sentarse y olvidar sus problemas -por lo menos hasta que la sesión hubiese tenido fin-.

El consejero se sentó, y otro invitado se puso en pie.

-Tur aún no ha explicado nada sobre el descubrimiento. Creo que es el momento para ello.

Habló Ilenmer, un hombre ya bien curtido en la arqueología y las excavaciones y un afamado mago del este. Acto seguido se sentó y Tur se puso en pie.

-Como nuestro colega Ilenmer dice, ya va siendo hora de que os cuente los pormenores. El suceso ocurrió en la mañana de ayer, encontramos algo cuando apartabamos la arena de una zona
delimitada por las cuerdas y lo habríamos encontrado mucho antes de no ser por las tormentas de arena que azotan últimamente y que sin duda nos han dificultado el trabajo.

El hecho es que esa mañana desenterramos lo que parecía ser parte de una construcción, apuntaba a ser algún tipo de via o escalinata decorada con monumentos a su entrada pero no estabamos seguros.
Esa misma tarde otra tormenta de arena enterró casi todo nuestro trabajo, y por la noche tapamos la zona para evitar que más arena entrase.
Hoy por la mañana seguimos con nuestro trabajo y desenterramos algo más, una entrada tapiada con piedra caliza. Loa analisis previos indican una antiguedad nunca antes vista...

Herur se levantó y tras asentir Tur preguntó.

-¿Es lo que llevamos tanto tiempo buscando? ¿Ruínas netherinas?

Tur no pudo hacer otra cosa que sonreir.

-El joven aprendiz de Enor es inteligente, pues esas son mis sospechas. Quizá nos encontremos ante las primeras ruinas netherinas totalmente intactas en apariencia.

Los susurros de la gente que acompañaban la sesión aumentaban y se hacían más fuertes, la gente discutía sobre si esto era realmente verdad y posible.

-¿Y qué espera el mediano? ¡Ha robado el trabajo de otros y se llevará el mérito, brrrr! - Lumir había vuelto a ponerse en pie y protestaba.
-Eso no es así. El descubrimiento parece lo suficientemente importante y complejo como para que nadie deba hacer esto solo por ello, con el placet del Consejo y del Sultán,
Os pido a todos vosotros que participeis en la excavación.

Uno a uno, aquellos que estaban sentados en el semicírculo de piedra se levantaron y votaron. Llegado el turno de Herur este se levantó y habló.

-Comunicaré los pormenores de esta sesión a mi maestro y entonces tendrán una decisión, como simple representante no estoy en la posición de decidir nada...
-¡Brrr representante! ¡Ese orejas picudas envía a un jovencito huesudo en su lugar! ¡Un insulto!- Lumir volvió a quejarse, aunque acabaría por callar y votar.

El último en mostrar su decisión fue Ilenmer, finalmente de la veintena -aproximadamente- de arqueólogos de la región dieron su voto a favor diecisiete, Lumir incluido.
Quienes desecharon la idea esgrimían la razonable cuestión de la peligrosidad de dicha empresa.





Finalizada la sesión alguno de los grandes hombres del lugar se reunieron para tomar té de menta y seguir hablando de los acontecimientos, sin embargo Herur se disculpó y regresó
a la torre portando el anillo de su maestro y todas las noticias y detalles de lo que había ocurrido en aquella sesión.