M_v_M

06/10/2009 19:02:26



[i:48657dffd3]Hacía un frío de mil demonios. Eso, al contrario que casi todas las demás cosas, nadie lo habría discutido en aquella casa, ni en aquella ciudad de Aguas Profundas.

Se abrió con gran estrépito de madera húmeda y del viento que arreciaba la tormanta de fuera, la puerta principal. Un instante, después, se cerró. Y el ruido se apagó de nuevo. Un poco.

En el umbral, un tipo embozado con gran sombrero calado se desembarazaba de la capa con la que iba cubierto, y se limpiaba el barro de las botas que no había podido quitar del todo antes de entrar.

Échose el mugriento pelo hacia atrás después de dejar el sombrero en la mesa del recibidor y gruñó entre dientes, como toda señal de "cariño, ya he vuelto a casa".

Sin embargo, fue suficiente para que acudiera su mujer con el crío medio en brazos, medio correteando. Mujer ya de unos cuarenta, más ocupada en su vida de parecer de clase media que de intentar dejar de serlo de la baja.

-He oído que mandan otra partida a Luskan. Más te valdría quedarte en casa una temporada.

El hombre sonrió y se acercó, posando un beso fugaz en la mejilla de ella. Su mirada se fue después hacia su churumbél, al que él, Tom Dubrow, y su esposa Clara, tuvieron a bien llamar James. Como el abuelo.

-No te preocupes tanto por mí. Sabes que tampoco nos queda otra. Tú encárgate del zagalín.

Tom suspiró y revolvió el pelo del pequeño James, que a sus cuatro años todavía no hablaba demasiado. Eso es que va a salir soldado, habría dicho el abuelo. O eso, o que de tanto mover su culo inquieto de un lado a otro, se le van las fuerzas del hablar en eso.

Clara dejó al niño en el suelo y le dio una palmadita en el trasero, animándole a seguir jugando en el salón, como hasta ahora había estado haciendo.

-Tom...

Se abrazó a él, comprensiva. Apoyada y segura entre sus brazos.

-Sé que con el jornal de la herrería no nos da para darle a James el futuro que se merece... Pero un día te van a matar como sigas empuñando las espadas que forjas.

Habían tenido esa misma conversación todos los días durante los últimos dos años. Siendo amables, un día de cada dos. Y el señor Dubrow ya estaba cansado de justificarse. De todas maneras, quería a esa mujer como no había querido a otra en el mundo... Por fín había sentado la cabeza. Y estaba dispuesto a hacer lo que hiciera falta para que la situación no cambiara a peor.

-De eso quería hablarte, cariño... -le dijo Tom a su querida- Este último trabajo me ha llevado a conocer a alguien de la guardia. A alguien bien posicionado, creo... Y si no lo está, lo estará... Ese tipo tiene más cara que espalda...

Clara le miró, sin comprender a dónde quería llegar.

-Me ha estado explicando cómo funcionan ahora las cosas. O cómo funcionarán cuando James tenga unos cuantos años más... Los jefazos, al parecer, valoran mucho más que antes a los soldados que luchan contra Luskan, ahora que la guerra se empieza a sentir próxima...

La mujer sí empezaba a comprender. Pero no le gustaba.

-Se hará cargo de James, a su tiempo.

Hizo falta tranquilizar a la madre con ensayadas caricias en su pelo.

-Sólo unos años, a cuidado de este buen señor. Después, cuando derrotemos a esos perros luskanitas, habrá sitio en la Corte, tierras regaladas a los tenientes, a los capitanes... Tal vez a los soldados que hayan ayudado a estos.

Clara Dubrow se sobresaltó al oir un ruido a sus espaldas. James estaba apoyado en el marco de la puerta al salón, escuchando en silencio.

Tom asintió cariñosamente y se acercó a su retaco, posando una mano en su menudo hombro.

-Vas a tener el futuro que te mereces, te lo aseguro...

Siguió hablando, no muy seguro de si su hijo le entendía o no.

-Un lugar en la Corte, para ti, para nosotros... Hasta entonces no te faltará de nada que nosotros podamos darte...

Miró Tom a Clara, que aún no había digerido los planes de su marido.

-Sea como sea, haya o no que seguir con esto...

Me contó después el chico, que entonces hubo un silencio tan denso que se podría cortar con el estoque que llevaba su padre cubierto por la capa...

Y fue roto por él, por James, al tocar la barbilla de su padre y percatarse de lo que su madre no había hecho. Había sangre allí. Pero ninguna herida.

Se acercó los dos dedos ensangrentados por aquella sangre, de a saber quién, y habló:

-Yo no quiero ser como tú... Yo no quiero ser soldado.

Su padre recompuso su semblante y, serio, contestó:

-Tu padre no es ningún soldado.




Y así fueron las cosas aquel día de la niñez del chaval. O así me las quiso contar, entre tímidos sollozos, a la primera semana que lo tuve bajo mi cargo.

Claro que, para aquellas, ya era demasiado tarde.

Ya era un soldado. O casi.

Pero yo me había comprometido a hacer de ese crío un hombre con cabeza. No un soldado mentecato que no se cuestionara nada, no. Un guerrero. Un buen soldado. A mi modo de verlo, como yo lo era.

Sólo veía ante mí a un crío con más miedo que coraje en las venas. Pero algo en su mirada me decía que eso dejaría de ser así.

Y qué demonios, yo mismo me decía que eso no podía ser así. No por nada, sino por la gran estima en que me tengo a mí mismo.

Yo, que para entonces había comandado una banda de corsarios, con más o menos éxito.

Yo, que sobreviví a las intrigas que se tramaban en el imperio sureño de Cálimshan.

Yo, que era fiel a mí mismo, a mi espada y a mi oro. Como cuando aquel general Corwin que me quiso colgar por falsa traición y no pudo hacerlo.

Yo, que sabía cuánto costaba una de mis cuchilladas.

Yo, que por todo eso tuve que tenerme a refugiarme en esa ciudad de mala muerte que llamaron Aguas Profundas, y alistarme en la guardia, con más oficio que beneficio.

Yo, en definitiva, que para aquellas era conocido como Capitán Sadwin Earalister; yo iba a hacer, ya por tomármelo como algo personal, que aquel mocoso insolente y miedica fuera un digno sucesor a mi legado.



...Yo, que me equivoqué siempre, de principio a fín. [/i:48657dffd3]

M_v_M

06/10/2009 19:32:08

James sonrió y levantó la pluma del libro en blanco, cuya página ya había llenado con sus desvaríos y su aburrimiento.

Suspiró y se sirvió otro vaso de la botella de vino. No tardó ni dos segundos en vaciarlo, mirando a través de la ventana que daba a la calle, a los muelles de esa sucia ciudad, Cálimport.

Mientras se rascaba el mentón mal afeitado, pensó por un instante si sería o no conveniente atribuir aquella primera página a su antiguo mentor.

Sólo fue un instante.

Sin poder evitar sonreir, firmó aquel primer capítulo, con mayor o menor acierto titulado como "Yo no quiero ser soldado", en nombre del viejo Sadwin.

Que a saber dónde demonios estará ahora, pensó...

Tras rellenar otra vez la copa, que esta vez disfrutaría poco a poco, mojó pluma en el tintero y prosiguió, cambiando el tipo de escritura por la suya propia.




[i:d1396647ac] Recuperé aquella carta mal escrita, que nunca llegó a enviarse a quien fuera, de la tienda que el Capitán Earalister dejó vacía en mitad de la batalla que me costaría el exilio.

La uso como prólogo de este libro, que no tiene otro objetivo que el de matar el tiempo y acallar los fantasmas que me acosan cada noche. Acallarlos llenándolos de tinta. Mucho.

Decía el viejo lobo que me porté como un chiquillo detestable los primeros días que estuve a su cargo. Y quién sabe, lo mismo tuvo o no razón.

Que yo por aquellas contaba con muy corta edad, y casi treinta años después, hay cosas que se diluyen en la memoria.

Sí empiezo a acordarme de mis andanzas juveniles cuando ya llevaba un par de años como porteador en aquella tropa odiada por Tymora y olvidada por los demás dioses.

Todavía contaba con quince años, y nos habían enviado a asegurar el territorio que mediaba entre Aguas Profundas, ciudad cuya bandera yo solía portar, ignorante de la vida, y Luskan, basurero de hijos de perra que nos estaba jodiendo y bien todo el comercio.

Los veteranos no paraban de decir que de aquel año no pasaba de que se declarara la guerra abierta entre las dos ciudades. Claro que siempre decían lo mismo. Y la tensión duraba ya casi una década.

Que te mato un embajador y le echo la culpa a los salteadores, que te hundo un barco y le echo la culpa a los piratas. Hoy por tí, mañana por mí.

A mis quince años, yo odiaba con toda mi alma a aquellos perros luskanitas. No les entendía, y lo que más se teme es lo que no se entiende.

Había visto a sus soldados, sin vestir los colores que representaban, tomar a los nuestros como rehenes, torturarlos y, en definitiva, matarlos.

Ellos eran los malos. Nosotros éramos los buenos. Así lo entendía mi ingenua cabecita para entonces.

Bueno, que como decía, nos tocaba patrullar las tierras entre una ciudad y otras, y nos habíamos topado con lo que todos pensaban que nos toparíamos tarde o temprano.

Con un fuerte luskanita que nos recibió a flechazos nada más nos vio.

Miento. Yo hacía las veces aquel día de rastreador, y tenía por orden del Capitán el acercarme con la banderita de las narices al fortín, a ver si nos recibían bien o mal.

Y digo que miento, porque al primero que recibieron a flechazos fue a mí nada más me vieron.

Pero si me habían encargado eso, por algo sería. A poner tierra de por medio ninguno de los soldados de la tropa me ganaba en velocidad. Y es que pasarían algunos años más antes de que los luskanitas me vieran más la cara que la espalda.

Eso sí, cuando me vieron de frente, bien desearon haber podido seguir viéndome correr delante de ellos.[/i:d1396647ac]





Se ha acabado el vino, pensó James después de levantar la vista y la pluma del libro, sonriendo con la boca torcida al recordar la que se montó en aquel entonces.

Sopló sobre la tinta aún húmeda, y bajó un poco mareado los escalones a la primera planta de la Novena Campana.

Qué aburrido era hacer de guardia en aquella taberna, se dijo.

Al menos dejaba tiempo para escribir, para distraerse.

Cuando estuvo frente al posadero, reparó en que ya le tocaba hacer guardia.

Bueno, pues después seguiría escribiendo. Que no hay ninguna prisa.

Sólo esperaba que Sadwin estuviera bien, allí donde lo había dejado.