pastoretpastor

29/10/2009 21:43:32

Cuando un hombre muere toda su vida pasa por sus ojos, pero con los ojos cerrados sólo ves una cosa.

Agarró sus pocas pertenencias y marchó desde la casa de acogida "Las manos encintadas" de Aguas Profundas, las despedidas no eran su punto más fuerte, así que marchó y sólo dejó una nota. Ya tenía todo previsto: había cambiado las vendas de los que peor se encontraban, limpiado el almacén, aliviado a la señora Cornwood para que hiciera resposo, llevado al pequeño Dim con el hermano Eddard para que cenara caliente, molido la jalea junto a la semilla de jade para aliviantar al pobre "bala perdida" Mick (quizá así podría no pasar toda la noche gritando) y, por último, cubrir al herrero Reck con una manta (aún sentía el calor de la forja dos años después de perder su dedo pulgar... y su otra mano). Cansado, pero con sus deberes cumplidos miró al cielo encapotado y negro como la paz interior de un malnacido, subió al carro sin siquiera toldo llevado por dos mulas que portaban bastantes víveres, todo lo que una familia puede llevarse a una vida nueva y la misma familia Pettersen, que quizá encontrara una mina en la que le dieran trabajo.

El camino fue largo, pero no corrieron más peligro que el habitual en la noche abierta. Cuando las puertas estaban al alcance de sus ojos se despidió y dio todo lo que tenía al hijo de Twain mientras se apartaron un trecho del carromato, pues su padre no hubiera permitido que su pasajero se quedara sin más que sus ropas. Caminó solo impregnándose de la humedad que corría y su vista se fijó no lejos de las cuadras en el brillo del metal bien pulido. Avanzó hacia ellos y los observó bien de cerca, eran uniformes, no tardaron en saludar al viajero y ofrecer un asiento a un pobre anciano sucio por el viaje.

Lo recibieron con los brazos abiertos, trajo su palabra a los benditos y calmó sus ansias al presentarse como palabra de la Tríada, pues deseaban con ansias tener entre ellos un ministro dichoso por la respuesta del señor a sus palabras. Le informaron de la situación de la Orden y hablaron durante horas.

Unos días más tarde sabía que sus nombres eran Kian, Jeanna y Tomas... y ya formaban parte de su nueva familia.

...


Encintó la cincha bajo la hombrera metálica, el sudor le caía por todos los lugares habidos y por haber, el camino se hizo largo y su trabajo era lo suficientemente provechoso tanto con unos como con otros, las arenas del desierto no eran las mejores aliadas para un hombre que vestía armadura. Los demonios atacan cuando menos lo esperas y allí estaba él, aunque las leyes le impidieran seguir todo lo adelante que necesitaba, conseguía su objetivo a pasos cortos y cumpliendo con su deber.

Preparó el último informe, habló con varios calishitas y fue a descansar en los muelles a las habitaciones comunales llenas hasta los topes de refugiados, gentes que habían perdido sus casas ante la avalancha que suponía el asedio que sufría la ciudad. Puso el sello familiar de su familia, el último sello Von Florit que quedara, cerró la misiva y se internó en la sombra más profunda de la habitación en la que podría descansar lo suficiente.

Dos hombres entraron por la puerta sin previo aviso, sus túnicas revestían colores que no llegaba a discernir ante la calamidad que suponía a sus ojos acostumbrarse a la reciente luz, las habitaciones públicas de Calimport presenciaron como Ser Kian escoltado por Ser Tomas ordenaba guía espiritual de la orden al viejo arrodillado a sus pies. Sus hermanos premiaban su trabajo, llevaba lo que merecían las gentes al lugar adecuado, así debía ser y así sería mientras una gota de sangre corriera por sus venas.

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A las puertas de un recinto fortificado cercano a la ciudad de Baldur, un tal Arthur de la Magne le mostró el camino que debía llevar un caballero. Fuerte, altivo, casto, puro, de armadura brillante así era Ser Arthur. Pobre de aquel que con su jubón del Brazo pasó por su lado pues le relató lo que de verdad es la justicia ante las compañías que hacen el bien... muchos hablaron sobre su muerte, algunos intuían cosas imposibles pero allí estaba y se comportaba como digna "espada", nunca preguntó porque no lo volvió a ver, quizá fueran visiones de su demencia senil, pero a él le parecía que sus sentidos nunca le engañaban... a él le parecía que a lo que sus sentidos se presentaba no estaba presente de calumnias y falsedad.

La verdad está ante tus ojos, la historia nunca deja de escribirse, tú eres quien debe portar la espada para que la verdad se reproduzca y venza.

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Un guardia apareció de la nada, su insignia de Palacio resplandecía ante el brillante astro que ese día caía con la fuerza de un titán. Muchos pasos tras él, la zona más rica se presentaba ante sus ojos. Pasó por los adinerados mercantes, dejó de lado varias villas de grandes familias del sur, se internó hasta el mismo palacio de grandes techos y negó varias veces ante la propuesta, pensó...

...y aceptó. Sabía que desde ese momento debía su alma a Ser Kean, no hay secretos entre hermanos y este debía prevalecer fuera como fuere. Con dificultad pero con paciencia se pasó la túnica por su cuerpo para tapar sus intimidades ante aquel emperador, le ofreció un anillo, lo tomó y se lo puso.

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¡Gran compañero, fiel batallador! Haz tu ronda por los caminos! ¡Vigila la impaciencia de los viajeros nerviosos, vigila que no teman por los males venideros! ¡Sólo los dioses nos dan un camino y hay que recorrerlo con voluntad infinita!

Ser Kerfen, Vasile y Wilhelm recorrieron caminos y veredas, valles y pueblos, torretas y puentes, pantanos y fértiles campos, abismos y montañas: nada se resistía a su paso constante, al aleccionar costara lo que costara.

Tiamat, témenos, pues traemos el fuego divino que no puedes resistir, el fuego que quema tus pecados y incendia hasta tu ignífuga piel. Ante las colinas de Thezyr, en el bosque de Mir: gloriosa lucha!

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Entró en el bosque acompañado de sólo uno de ellos, su escolta Ser Kerfen no dudó, él tampoco: sabían a que venían, sabían a que se exponían.

En un templo desconocido, sagrado para otros, encontró un cáliz que corrupto por el maldito poseían sus legítimos dueños. Canalizó todo lo que sabía, todo volvía a ser lo mismo... aunque eso no acabaría con la guerra.

Sacó varias flechas de su espalda, sus ojos se posaron en el tirador sólo después de cumplir su trabajo.

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La política no funcionó, el emperador no le trajo lo que quería ni él podía hacer lo poco que podía. Un ofrecimiento tribial se le presentó, pero rechazó volver a esa ciudad, no le ataba nada... aunque sabía que tendría que volver, aunque sabía que allí murió Ser Arthur.

Viajó al norte, el gran ejército a las puertas no cumplió con su cometido. No habría más derramamiento de sangre, no por ahora.

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Nuevos horizontes... nuevos retos. La ciudadela crecía piedra a piedra, ahora Amn lloraría a la hija del gobernador, ahora Amn se complacerá de tener el oeste bien cubierto: los dioses nos dan un camino, debemos aceptarlo.

Un hospital, un diácono que no hacía más que recordarle a otro "Manos encintadas", Tomas, Kian, Kerfen, Jeanna, Servant... Thearos... ¿por qué el maestre Thearos no persenció el levantamiento de la ciudadela? Sólo él lo sabe.

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A toda velocidad, las tropas avanzaban entre juncos, grandes troncos, helechos, lo que fuera. Allí no se podrían establecer, en ningún lugar lo harían. Miró a su alrededor y observó los rostros de tan diferentes aliados. Sanó a más gente que no conocía que rostros amigos, ese día la diosa dragón perdió, ese glorioso día la alianza triunfó sobre la desdicha.

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¡Vienen por Isis! -gritaron tras descubrir sus intenciones.
Bajaron las escaleras, llegaron al pórtico y vieron una marabunta de curiosos todos ellos incumpliendo nuestras leyes.

Pretendieron enseñarnos lo que es la justicia... esa maraña de caóticos pretenciosos y tergiversadores. Pocos conocedores de la verdad hablan con tanto desdén, sólo los curiosos lo hacen...

En el ducado, sólo los que de verdad merecen condena la reciben. Una gran explosión retumbó en la sala. No quedaba nada...

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Los meses pasaban, más rápidos y más lentos. El fénix renacía: un secuestro en vano, Elena, Renthor, Ania, Dan y Dana, Seroul, Martell, Barister, Hayon. Y los que luchaban a su lado y tenían ganado un lugar en la misma Celestia: Duzdin, Arlas, Golg, Wilhelm, Lilian, Loander, Mer, Farben, Nyrnael, Ankor... la gloria está con quien lucha por ella, los dioses conocen todos nuestros secretos, los dioses nos guiarán por el camino que nos plantearon.

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En las puertas de la ciudad de Baldur, observó a la hueste venir en su dirección. Palmeó las manos, sacó su escudo y conjuró. Creo que sólo unos pocos se acordarán de su función en aquella batalla, creo que no recordará ningún orco haber matado tantas veces a tantas personas y que se volvieran a levantar con el mismo vigor... la ciudad cayó, pero los dioses no tenían planteado ese camino para los que ese día lucharon. No morirían así.

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Una elfa recordó, mientras charlaba con el duque Zyrustine, que las heridas no cierran. No recuerdaba su nombre, pero su último consejo en la orden fue interrumpido por él mismo. Corrió con rabia contenida, con la rabia de quien verdaderamente recuerda quien es y lo que ha hecho.

El trabajo estaba por hacer, pero en posición de firmes aceptó lo que le trajeron. Demonios, anarquía, complacencia... Ninguna sociedad se sustenta sobre esos valores, sólo volvió a ver a los ojos al tirador Sulocasó antes de recibir su pena, antes de acabar su trabajo.

Llevadme con vosotros, mi camino ha acabado aquí, el monte Celestia ahora ya no espera.