Statico

24/01/2010 02:32:57

Los pasos sonaban lejanos, retumbando en los agrietados muros de la calle. Sonaban 2... no, 3 pares de botas. No era exactamente lo que le habían dicho, no hablaron sobre escolta. Pero si algo enseñaban esas oscuras calles es que hay que adaptarse a la situación, el que no lo hace, es considerado débil y eliminado por la ley del más fuerte.

Agazapado en un cruce unos 40 metros delante, Naut se apresuraba en trazar un plan improvisado que le permitiera librarse de la escolta. No podía haber derramamiento de sangre, esa era una de las cláusulas del contrato verbal al que habían llegado la víspera anterior. La mente debía ser tan rápida, o más, que las armas, conseguir los objetivos sin enfrentamientos, y sin que la víctima se percatase era lo que quería su contacto, más bien, lo que necesitaba.

30 metros lo separaban del hombre que iba a vender los secretos de la hermandad de uno de los señores de las bajas calles del Khanduq, pero su palabra no valía nada sin las pruebas que portaba encima, pruebas de las que nunca parecía separarse, almenos, no en las dos semanas que llevaba siguiendolo hasta que le dieron el ultimátum:

- Tienes que conseguirlo ya, no puede esperar más o no tardarán en derrocarlo por mostrar debilidad.

20 metros, los ojos cerrados durante unos segundos, atento a todos los sonidos, para luego abrirlos y volver a evaluar la posición estratégica de los callejones, tejados, bocas de alcantarillado y pasarelas superiores.

10 metros y una chispa de satisfacción apareció en los ojos de Naut. En escasos segundos se encontraba en uno de los tejados laterales de la calle, con un pequeño frasco en la mano. El frasco emanaba un olor bastante nauseabundo, y era caliente al tacto. Orina de rata. Volvía locas a las ratas de la zona que pensaban que se trataba de otro nido en su territorio.

No tenía tiempo para detenerlos antes de que salieran a las calles más iluminadas, en los muelles, debía desviarlos, así arrojó el frasco unos metros delante suyo. El cristal se rompió con un sonido sordo, acallado por el retumbar de sus propias pisadas. No pasaron dos segundos, antes de que los famélicos chillidos de una jauría de ratas comenzaran a oirse por la zona. De sobra es conocido que las ratas de las cloacas no son más que un puente de enfermedades infecciosas para los habitantes de la superficie, asi que, cuando la manada de ratas comenzó a desbordar el camino frente a la inusual troupe, no tuvieron más remedio que recular.

- ¿De donde demonios han salidos esos bichos infernales? - Preguntó uno de los matones.
- No lo se pero no dejeis que se me acerquen, a saber que enfermedades portan. - Contestó asqueado Tunmor.
- ¡Mire no dejan de salir del suelo y de los edificios! ¿Que hacemos? - Habló el otro matón.
- ¡Atrás! ¡Alejaros de ellas y que no se acerquen al patrón! - Replicó el primer matón de nuevo.

El ladronzuelo observaba la situación desde los tejados, mientras saltaba de uno a otro reculando en paralelo al pequeño grupo. Entre la confusión inicial, se las había arreglado para colocar una pequeña trampa de grasa en la calle, cruzaba los dedos para que alguno de ellos pisara el activador, y tras unos 10 metros pasó.

El suelo se lleno casi al instante de una sustancia pegajosa al tacto y resbaladiza con el peso de un humanoide. Los tres cayeron al suelo, podría haber ido en ese momento y terminar con ellos, realmente hubiera sido lo más sencillo, pero si Tunmor hubiera muerto, no hubieran necesitado mas pruebas.

Bajó de un salto al nivel del suelo, y esperó a que consiguieran levantarse, completamente cubiertos de esa sustanía, resbaladiza e inflamable. Fue entonces cuando sacó la varita que llevaba escondida en uno de los bolsillos interiores, tan solo esperaba que eso no los matara y que realmente funcionara como ese mago le dijo que haría. Una llama violeta surgió de la varita, envolviendo a los tres hombres, que presas del pánico pensando que estaban ardiendo se deshicieron de sus prendas en unos pocos segundos. Naut aprovecho la ocasión, y mientras rodaban en el suelo intentando apagar el Fuego Faerico se deslizó y tomó la camisa de Tunmor, metió la mano en uno de los bolsillos y extrajo un pequeño recipiente metálico, dejando la chaqueta en el suelo de nuevo.

Se fundió de nuevo en las sombras de uno de los callejones, mirando atrás y viendo como esas llamas de luz y sin calor se iban extinguiendo, y como los hombres se daban cuenta del engaño, pero ya era demasiado tarde, tan solo quedaban ratas.

Statico

31/01/2010 22:27:54

La paga no estubo para nada mal, no podía quejarse, ni ellos por el trabajo. El final era el esperado aunque no hubiera salido como estaba planeado.

- Será cuestión de acostumbrarse. - Pensó Naut para si mismo, y es que los días de ladronzuelo en el mercado se habían acabado, debía dar un nuevo paso. Y no tardó mucho en aparecer el peldaño.

La carta venía sellada, uno de los niños del Khanduq se la llevo corriendo en mano y mirándolo tras entregarla, Naut conocía los procedimientos típicos, a los mensajeros se les pagaba cuando entregaban el correo y luego, desaparecían. Así que sacó varias monedas de una pequeña bolsa de la cintura y se las entregó al chico sonriéndole. Su pasado fue igual, el también creció entregando mensajes para ladrones, asesinos, piratas y hasta señores del crimen. Cualquiera nacido en el Khanduq lo hubiera hecho para salir adelante.

Caminó unos metros con la carta escondida en la manga hasta que se deslizó por un callejón lateral, no convenía abrir esas notas con nadie cerca, ya que nunca sabías que podría contener. Esperaba encontrar el típico trabajo, colarse en un barco en busca de algún objeto mágico, sacarle información a algún escolta personal o birlar algún que otro contrato en los muelles. Pero su contenido le desconcertó. Era algo... fuera de lo común. La nota decía:

"Tres, Dos, Cuatro, Seis, Nueve, Uno".

Seguida por un sello rojo, hasta ahora todos sus trabajos iban estampados con un sello negro, el rojo indicaba que habría sangre de por medio.

La carta no tendría significado para cualquiera ajeno al Khanduq, los números, no indicaban un lugar, ni una combinación. Indicaban personas. Algunos de los informadores de la red en la que Naut andaba metido, estaban identificados por números. Cada uno de ellos era un número, desde el cero hasta el noventa. A mayor número, menor importancia tenían para la misión, y el hecho de que el numero Uno apareciera en la carta no parecía nada bueno.

El orden también era vital, al visitarlos, los informadores estampaban un sello en la carta original, si el orden era incorrecto su mensaje no se descifraría correctamente. Así que cualquiera ajeno a la red lo tendría bastante complicado para leer el mensaje, si no complicado.

Comenzó a visitarlos por el orden establecido, el número Tres se encontraba en los muelles, en una de las habitaciones comunes. Parecía un simple viejo ido de la cabeza para cualquiera, y eso mantenía a la gente alejado de el.

El numero Dos, estaba en el distrito de palacio, junto a una fuente. Un Calishita normal, bastante presuntuoso y con muchas posesiones. Tapadera o certeza solo el lo sabía.

El número Cuatro retozaba en un burdel, parecía un cliente habitual y todas las chicas le conocían, de belleza nada admirable, su bolsillo hablaba por él.

El seis se encontraba en el Gran bazar, comerciando con telas y varias productos locales, su puesto parecía tener bastante afluencia y eran muchos los que intercambiaban con él.

Número Nueve vivía junto a los templos, se mezclaba perfectamente con los eruditos y parecía tener un gran conocimiento del tema. De nuevo sería difícil asegurar si su conocimiento era real o solo una simple tapadera bien estudiada.

Finalmente, con la lista en la mano y sellada, la magia que escondía el mensaje comenzaba a vibrar, ansiosa por poder disiparse y con esa vibración bajo la capa marrón oscura llego al informador Uno, de todos los que había conocido, parecía el único que no disponía de una tapadera ni una cara distinta a la sociedad Calishita. Estaba en el Khanduq, acompañado de un humano y un mediano con oscuras capas y capuchas. Cuando Naut se acercó a ellos sus manos se posaron sobre las empuñaduras de las caderas y el ladronzuelo hizo lo propio con su mano derecha mientras sacaba la carta de su manga izquierda.

- Nunca te había visto por aquí. Barajo tres posibles opciones, eres bueno, no les quedan asesinos de verdad, o están desesperados. ¿Que opinas tu?. La voz del informador era algo áspera y profunda, cuando unos rayos de luz nocturna le iluminaron el torso pudo ver una cicatriz transversal en el cuello. Sobrevivir a eso parece más que un milagro.

- Espero que sea la primera, aunque las otras dos tampoco me disgustan. - respondió Naut.
- Bien bien, chico. No importan los motivos por los que te den una misión, siempre que la cumplas, claro está. -La voz sonaba distante aunque el hombre se encontraba a escasos metros - Supongo que no te habrán informado de los inconvenientes, ¿verdad? Oh, claro que no, eso no se lo cuentan a nadie la primera vez.
- No habrá inconvenientes, completaré la misión y me embolsaré la paga. Nada más.

El hombre no pudo reprimir una risa sincera mientras estampaba su sello en la misiva.

- En ese caso te deseo suerte Naut, la necesitarás.

Recogió la carta y la guardó marchándose sin despedirse, sabía su nombre, y sabía muchas más cosas de él, así funcionaban las cosas.

Sus pasos le llevaron hasta los muelles, entrando en la Novena Campana y sentándose en una de las mesas de la esquina, donde la luz de las velas se mantenía a raya, abrió tranquilamente la carta y comenzó a leer las escasas tres lineas descubiertas por los sellos. Una mueca se hizo con su rostro y cerrando las órdenes, dejando la cerveza llena sobre la mesa avanzó a grandes zancadas hacia la puerta de salida murmurando para si: "Será mejor que avise a Hormus".