kosturero

07/04/2010 12:40:31

Tras el paso de las estaciones cálidas, los árboles comenzaron a tornarse dorados, y el suelo se cubrió con una alfombra de hojas pardas. El ánimo de la gente comenzó a decaer conforme el frío se acercaba. Sin embargo la joven avanzaba con paso presto por las calles. La ciudad nunca le había parecido tan espléndida como ahora, marchita su naturaleza. Le encantaba el invierno y la blanca desolación de las nieves, promesas del viento del norte que mecía su cabello y helaba su tez, pálida de por si.

Al final de un callejón, cercano a una de las calles mas transitadas de la ciudad, había una pequeña tienda regentada por el viejo herbolario Thaneas. Empujó la puerta lentamente e hizo sonar la media docena de cascabeles que sobre ella estaban tendidos colgando de finos hilos de seda tres veces consecutivas.

-Adelante, joven veneno- Dijo una grave y quebrada voz desde el fondo de la tienda. El aroma del incienso y la hierbabuena se mezclaban en el aire, la penumbra daba un toque melancólico a los doscientos frascos de hierbas y demás componentes que estaban ordenados cuidadosamente en las estanterías, repartidas en todas las paredes del local, dejando libre así el resto del espacio central, como si de un salón se tratase.

-¿Vienes en busca de un perfume, quizá, para agradar a algún joven mozo?- Interrogó la voz.

De un bolsillo oculto en el forro de su capa, la joven sacó un cascabel mudo, vacío en su interior,y lo depositó sin mediar palabra en un cuenco que estaba rebosar de ellos, y avanzó hacia el anciano.

Éste, al ver el gesto, torció media sonrisa y giró uno delos frascos que salvaguardaba tras él.

-Avanza pues, hija de la Santidad.

Con esto, la muchacha entró tras una cortina que, junto al mostrador del anciano, tapaba un estante con frascos vacíos, y traspasó el ilusorio muro, descendiendo durante un par de minutos por una angosta escalera hasta llegar a un corredor algo más amplio, decorado con multitud de tallas que representan a varias deidades. Khauntea, Mielikki, Silvanus, Sune, Leira, Kelemvor o tyr eran algunas de ellas, puras mofas de la cierta intención de esas paredes.

Tres veces la muchacha escupió en el suelo, y un nuevo tintineo resonó por el pasillo. Y prosiguió su avance con paso decidido pero lento.

Una amplia sala se abrió ante ella como si nunca hubiera estado allí, y pasó de la penumbra de los corredores a la iluminada estancia donde mas de una docena de personas encapuchadas y vistiendo túnicas de diversos colores se sentaban en círculo. En esa mesa estaba su padre, Santidad Más Debilitante, título ganado por propios méritos hacía ya una década, y que gracias el beneplácito de su señora, supo mantener. Ocupo su lugar junto a él. Tras ella, un gnomo, enteramente vestido de negro apareció de entre las sombras y, cruzando los brazos sobre las empuñaduras de dos dagas que llevaba al cinto, permaneció tras ella.

La reunión estaba a punto de comenzar. Clérigos de Máscara, siempre problemáticos envueltos en sus grises capas susurraban entre sí. La gente de Loviatar esperaban en silencio. Su padre, como representante de Talona, expectante, cruzó los dedos en la mesa y permanecía sereno.

El Hombre de Blanco apareció, por la misma puerta por la que ella había entrado, y todos se pusieron en pie para recibirlo. En ese justo momento, su padre deslizó un sobre en el mismo bolsillo del que salió el cascabel, asegurándose de que ella se percatara. Pretendiendo que solo ella se percatara. Y dio comienzo la reunión.

kosturero

09/04/2010 15:29:46

-II-


La reunión no había salido como ella esperaba. Sin embargo, su padre estaba más que satisfecho. Una vez en el hogar, la celebración fue por todo lo alto. Talona estaría satisfecha con su actuación, ya que de una sola tacada habían conseguido eliminar a los principales dirigentes de las facciones rivales en la ciudad. Era curioso como un par de gotas de los preparos de su padre podrían obrar maravillas. Tras años de estudio y dedicación a las artes mortales, y ruegos a su señora, el humano había logrado el mayor favor de la diosa de los venenos.
Oscuras pretensiones se arremolinaban en el corazón del hombre, así como un oscuro futuro se tornaba cada vez más cercano. Habían conseguido la fuerza necesaria para poder hacer frente a las cofradías rivales y este acto había supuesto una declaración de guerra.
Sin embargo, sin sus dirigentes, actualmente tardarían en recomponerse lo suficiente como para presentar una amenaza inmediata. Sin embargo sabía que era necesario hacerse con un buen respaldo, que garantizara el futuro de la organización, y sabía que ese futuro recaería en las manos de su hija. Por ese motivo había dispuesto su partida esa misma noche, sin previo aviso. Cuando la joven veneno despertara, estaría muy lejos, bajo el castigador sol del Calimsham.

Le había enseñado bien. La había criado tan astuta como despiadada. Tan bella como letal, y tan devota su señora como él mismo. Con la esperanza de que se labrara un futuro en la ciudad del mar de arena, y aprendiera allí, como él mismo hizo en sus inicios. Y así rogó a su señora, dueña de enfermedades y dolencias. Tranquilo, porque no la había enviado sola.

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El vaivén del carromato la adormecía tanto como la droga que su padre le había dado a tomar una semana antes. Sabía de sus planes, pero no esperaba que fueran a llevarse a cabo con tanta antelación. Junto a ella estaba sentado Xiarglim’inn, un gnomo de edad media, cuyos conocimientos de las sombras eran tantos como su apetencia por la mutilación, propia o ajena, le era indiferente.

El tipo parecía disfrutar con la mera contemplación de una herida abierta. De hecho, en aquellos mismos instantes se entretenía clavando el extremo del garfio de su brazo izquierdo en las puntas de los dedos de la mano derecha, hasta hacerlos sangrar, momento en el dejaba salir un suspiro y sonría de forma enfermiza. Si no le conociera de tanto tiempo y confiara en la lealtad que profesaba hacia su padre y hacia ella misma, estaría encogida en una esquina observando la macabra escena. Sin embargo a ella le gustaba gozar de su compañía. Le parecía graciosa la manera en que disfrutaba del dolor y las expresiones que reflejaba en su cara, sin confusión alguna. Sus ropas, negras como la noche.

Había sido enviado como escolta de la caravana, para asegurar la llegada de la joven a su destino, y así había hecho, pues en el horizonte ya se divisaba la magnífica ciudad de Calimport.

kosturero

26/04/2010 16:05:25

-III-

Pasaron semanas. Había conseguido conocer a ciertas figuras que ostentaban cierto poder dentro de la ciudad, desde un sultán, a un famoso mercader, pasando por la capitana de la guardia arcana, que a su vez ostentaba algún cargo más.

Trabajo de supuesta guardaespaldas de un tipo que manejaba el estoque con mucha más destreza que ella, pero un trabajo era un trabajo y, de hecho, estaba aprendiendo muchas cosas de unos y otros.

Examinados todos ellos, tuvo la certeza de a quién dirigirse en busca de lo que necesitaba, conocimientos y contactos. Mercader y adivinador. De un plumazo había conseguido acercarse a él y que le tramitaran la ciudadanía de forma directa, por le mero hecho de estar cerca de él. Hasta ahora su tarea había sido sencilla. Para colmo, había encontrado una manera bastante simple de conseguir dinero rápido y fácil, experimentando dolor y placer a partes iguales. Había encontrado reflejado en la lujuria de los hombres de la ciudad un placer inesperado. El dolor la hacía sentir viva, y sus rezos fueron poco a poco tornándose de una a otra señora, sin abandonar sus estudios y habiendo encontrado un nido de arañas dónde conseguir glándulas para sus pruebas, otra fe comenzaba a abrirse paso en su vida.

El tiempo pasaba y cada vez se encontraba más segura, y más cómoda allí, pero como bien le aconsejó el mercader, para sobrevivir en esa ciudad necesitaría ojos en la nuca.

kosturero

27/04/2010 00:26:40

-IV-

Todo marchaba sobre ruedas. El mercader le había dado crédito para comprarle a una mediana socia suya, extasiado como estaba pensando en las obras del nuevo Coliseo que se había empezado a construir en la ciudad, de una manera bastante explosiva.

En los ratos en que el hombre se marchaba, Jess se dirigía a la tienda del enano, donde gustaba de coquetear con la clientela. No pocos se habían fijado en sus encantos, y la clientela del local era bastante como para que la mujer no se aburriera.

No sabía como había entrado en esa vorágine en la que su cuerpo primaba sobre su persona, pero poco le importaba, aunque bajo el sol del mercado, con el roce de la gente, le gustaba recordárselo de vez en cuando.

Una cortina aquí, el ruido de la ropa allá...sabía que la imaginación de aquellos tipos que, sin duda no se esperaban algo así dentro de la tienda de Bunus, le daría horas de diversión.

Las horas de diversión se tornaron ideas de negocio, una vez vio las caras que los hombres ponían al verla. Comenzó a ver en su cuerpo como algo deseable, y lo que es deseable, da dinero.

La ciudadanía le iba a salir gratis. De hecho, desde que aceptó el trato que Isabella le propuso, no solo había ganado ahorrarse toda la tramitación y mas de la mitad de los costes, si no que además, había ganado confianza con el mercader, del que sospechaba no era tan transparente como podía parecer, si no que ademas estaba entrando poco a poco en su círculo social. Si ser su consorte significaba aquello, bien podía prolongar todo aquello pese a cobrar la documentación prometida.

Estaba deseando ver la cara del viejo cuando la mediana fuera a pedir que le rindiera cuentas...

kosturero

05/05/2010 01:34:10

-V-


Pasaban los días y se acercaba el momento de abandonar la ciudad de las arenas. Su voto a las damas se había consolidado durante el ritual al acabar con la negra sierpe y había conseguido un par de buenas ventas al llegar a Calim. Cuando recibiera el pago, tendría de sobra para gestionar su viaje , quizá, para no regresar.

El futuro se antojaba incierto, pero apetecible. Si el mundo era una manzana, no dudaría en darle un buen mordisco.

//me encanta narrar pero me veo obligado a resumir las cosas mucho ¬¬ via privado iré enviando a los DM lo que vaya avanzando

kosturero

10/05/2010 16:02:27

El enorme semiorco prometía, y cada vez más. Tras su duelo en la arena, sabía que tenía que probarlo un poco más. si bien algo tosco en sus movimientos, su determinación y fuerza eran complemento perfecto para su falta de sesera, lo que le convertían en una herramienta a la par útil como peligrosa.

Tenía el permiso de Isabella para usarlo como guardaespaldas, y no dudó en así hacerlo. Al fin y al cabo, alguien tenía que hacerse cargo de que no se echara a perder ese potencial.

Tras pertrecharse y busca a Saamülk, con quien también pretendía compartir camino, marcharon hacia el norte con buen paso. No se cruzó amenaza digna de ellos y supieron acabar con cuanto bandido se les cruzaba. Un par de jornadas más tarde, el cubil de los gigantes, en los bajos de la loma, se presentó ante ellos.

El semiorco merecía un enfrentamiento entre auténticos titanes. Medirse con seres de fuerza mayor, le otorgaría seguridad y confianza y, viajando solos como iban, la mujer podría aprovechar para ahondar un poco más si cabe en la cabeza del bruto.

Sin embargo, lo que les esperaba dentro no acabó siendo un mero examen. La guardia de la guarida había sido reforzada y así lo sufrió el mestizo, apedreado nada más asomarse. Jester, en cambio, esquivando las andanadas y saltando de un lado a otro consiguió llegar a las piernas de los gigantes, cortándolas con rapidez y apuñalándoles al caer.

-"¿Jess estar bien?".

En ocasiones, la inocencia del mestizo hacía gracia a la mujer. Era de agradecer el trato y asi lo haría. Con más cautela, avanzaron por las enormes galerías, dando buena cuenta de un par de grupos de deformes Ettins, que entre gritos y aullidos quisieron cortarles el paso.

Por una abertura pudieron ver un grupo enorme de gigantes, mayor de lo que habrían esperado. Al menos veinte de ellos y, tras la siguiente galería, parecía haber otros veinte más. Algo estaba sucediendo allí, pero daba igual. Serían una ofrenda hermosa para sus damas.

Instó al mestizo a quedarse detrás y agarró un par de varitas. apuntó con fría serenidad y las descargó enteras enmedio de los gigantes que, entre confundidos y furiosos comenzaron a lanzarles cuanto se les ponía a tiro.

Tras hacer polvo las varitas, juntos acabaron con los moribundos que aún trataban de acertarles. Uno tras otro, la agilidad de la mujer le permitió cortar tantos tendones como gargantas se le ponían a tiro.

Malherido, el semiorco se apoyó en la pared y musitando unas plegarias, la mujer curó sus heridas usando un ungüento que si bien las haría cicatrizar deprisa, haría el proceso más que doloroso.

-"Siente el dolor...compréndelo... acéptalo en ti, pues te mantiene con vida..y cuando estés listo...¡Compártelo!"

El semiorco asentía y gritaba por igual y una vez estaba al límite de sus fuerzas, con medio cuerpo rabiando, la mujer terminó:

-El dolor es tu señora, tu señora es Loviatar!! tu señora es Talona!! tu señoras te darán fuerza, como a mi me dan, hónralas y haz que el dolor se transmita, compártelo y que tu hacha sea su palabra, su deseo tu destino!

Armados de valor, avanzaron aún más. En la siguiente galería encontraron algo distinto. Un grupo de gigantes del fuego estaba apartado del resto de gigantes, parecía que el resto de ellos les temían, o respetaban por algún motivo. Claramente, entre razas así, el motivo era una mera cuestión de fuerza. Una sonrisa se dibujó en el rostro de la mujer y e lanzó, girando y danzando sobre sí, de cabeza al centro de la estancia. Un par de plegarias hicieron aparecer junto a ella una letal Súcubo, ayuda presta de sus señoras, que conjurando un mar de negros tentáculos, inmovilizó a la mayoría de los enormes adversarios.

El mestizo repartió golpes sumido en un frenesí imparable mientras ella acababa con los dos últimos apuñalándoles las espaldas.

En la estancia pudieron observar inmensos grabados con formas de gigantes adorando a uno, especialmente grande y de aspecto temible. Algún tipo de líder se encontraba en la guarida en aquél momento y, los problemáticos gigantes de fuego que habían abatido debían de ser su guardia personal.

Jess miró al Mestizo, inseguro al ver los enormes grabados, y sonrió de medio lado. Aquel enorme gigante sería una ofrenda digna para su señora.

Cuando alcanzaron la enorme sala, la mujer avanzó sigilosa, habiendo usado el conjuro de invisibilidad de uno de sus anillos en ambos, observando en la sala a dos enormes guardianes, custodiando a un gigante de negra piel que les sacaba varias cabezas, cabezas de gigante, a ambos custodios.

El escándalo que les antecedía había hecho a los gigantes estar en guardia. El combate sería duro, pero la ofrenda lo merecía.

Convocó una pantera con la que atrajo al primero de los guardias, con el que acabó con bastantes dificultades, justo cuando el segundo guardia y el otro, enorme e imponente, se abalanzaron sobre ella. Dos rápidos giros sobre sí y un giro de su anillo la pusieron a salvo de los enormes espadones.

Herida como estaba, aprovechó el descanso otorgado por el anillo para curar sus heridas, aguantando y apretando los dientes por el dolor del ungüento. Era una prueba de fe. era una prueba de valía. Los gigantes acabarían muertos.

De entre sus pergaminos rebuscó uno que reservaba para momentos de ésta índole. Nunca había sido capaz de descifrar uno tan poderoso, si bien esa era una situación de vida o muerte donde solo un superviviente podría alzarse. El mestizo se había interpuesto entre los gigantes y ella y, las risas que le llegaban desde la galería le indicaban que no había tenido un buen final. Una herramienta útil, se recordó.

Tras leer las runas del pergamino frente a ella se materializó una enorme espada bastarda, negra como la noche y, con un gesto de su mano, la lanzó hacia los gigantes. El arma encantada no tuvo problema alguno de deshacerse del guardaespaldas de un solo mandoble. Un par más necesitó para hacerse con su líder, pero acabó con él de igual modo.

Satisfecha con el resultado, mandó la espada de vuelta a la nada de donde salió y trepó sobre el pecho del gigante. A Unos metros, el semiorco yacía con el pecho abierto en canal. Podía esperar. Las damas esperaban expectantes su tributo.

Desenvainó una espada con el filo con un imperecedero veneno y comenzó con ella a dibujar signos y runas en honor a sus señoras en el pecho de la bestia, alzando ruegos, y agradeciéndoles y brindándoles ésa victoria. De su cuello descolgó una piedra que ardía como si de ascuas se tratase, motivo por el cual su enemigo era tan duro, pues su contacto podía curar las heridas, la guardó en un turbante encantado que portaba y la metió en su bolsa mágica, tratando de no quemarse.

La ofrenda había sido realizada. El semiorco yacía muerto a sus pies. Una herramienta que le resultaría más útil de lo que parecía. Sacó el amuleto del gigante y lo colocó en el pecho del mestizo, y al tiempo en que sus heridas se cerraban, iba quemándole la carne. Finalmente, el pecho recompuesto y la respiración devuelta, la piedra cerró la herida de la misa quemadura que su contacto provocaba y se apagó casi por completo.

El gigantón se puso en pie, algo confundido, pero al ver el cadáver del gigante no dudó en acercarse y arrebatarle el enorme espadón de la mano. La espada de un héroe que bien había ganado con su sacrificio. Un grito y brindó y agradeció el presente a sus nuevas señoras.

Sin duda, una herramienta de la que disfrutaría, Pensó la mujer. El viaje había sido fructífero. Sus señoras debían estar orgullosas. La guarida apestaba a su aroma. El enorme gigante se descompondría, como el resto de sus hermanos. Y tan solo la justa muerte reinaría allí. Tardarían mucho aquellos brutos en olvidar la lección.