TrolloLOL

14/04/2010 20:50:15

[color=green:85566200d2]Cuenta NVW[/color:85566200d2]: TroloLOL
[color=green:85566200d2]Nombre pj: [/color:85566200d2]Delia Mellen
[color=green:85566200d2]Raza: [/color:85566200d2]Elfo (Solar)
[color=green:85566200d2]Edad: [/color:85566200d2]110 años
[color=green:85566200d2]Alineamiento:[/color:85566200d2] Caótico bueno
[color=green:85566200d2]Lugar de nacimiento:[/color:85566200d2] Bosque Alto, inmediaciones de los Montes de las Estrellas.
[color=green:85566200d2]Deidad:[/color:85566200d2] Corellon Larethian, el Panteón Seldarine. Afín a Mielikki.

[color=red:85566200d2]
Descripción:[/color:85566200d2]
De aspecto delicado y frágil, el cuerpo de Delia Mellen es, no obstante, fibroso y atlético. Alta para los patrones de su raza, muchos de sus rasgos denotan la mezcla que corre por sus venas. La piel, broncínea e inmaculada, se ruboriza con un suave destello azulado. Los cabellos, alborotados y trenzados con múltiples abalorios, caen en descontroladas ondas trigueñas sobre sus hombros. Unos profundos y serenos ojos jade plomizo confieren a su expresión juvenil y desenfadada una seriedad y madurez que sólo puede ser captada por los más observadores, pues se cuida bien de ocultarla. No parece prestarle excesiva importancia a su aspecto físico, siempre ataviada con ropas funcionales y discretas aunque, pese a ello, está dotada de una gracia natural que se manifiesta en sus elegantes y ágiles movimientos.



[color=red:85566200d2]PRELUDIO.-[/color:85566200d2]

[color=red:85566200d2]De cómo Marath Beaugeste de Sainte -Solange hizo un alto en su Camino.[/color:85566200d2]

Aquellas manos, quebradizas y firmes al mismo tiempo, se abrieron paso entre la maleza, descorriéndola como si se tratara de un espeso cortinón de terciopelo verde. Ambos cruzaron sus miradas durante un instante. El elfo lunar ofrecía un aspecto salvaje y descuidado, que contrastaba con la fragilidad enfermiza de su cuerpo. En sus pálidos labios se dibujó una leve sonrisa irónica y dulce, un regalo para reconfortar a su hallazgo, consciente de la gravedad de su estado.

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-Una gacela herida...
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Podría haberse tratado de una visión. Los cabellos rubios, sucios y enmarañados, se pegaban a su craneo y la piel reflejaba un sensual resplandor dorado. Respiraba agitadamente, apurando con desesperación los que probablemente serían sus últimos sorbos de oxígeno. Pese a que una blanquecina pátina recubría sus vidriosos ojos, luchaba por mantener la mirada fría y la graciosa barbilla aristrocrática alzada. Su atuendo, hecho jirones, era masculino, y a todas luces costoso, a juzgar por los sobrios brocados que ornaban su chaleco de terciopelo grana. El varón posó los fardos que con dificultad cargaba a la espalda y avanzó hacia ella, mostrándole la palma de las manos en señal de paz.

-Los elfos solares no sois una especie frecuente por estos bosques....Me pregunto....de dónde habrás escapado...-sin dejar de sonreir con cierta socarronería, el elfo se sorprendió a sí mismo al descubrir la dificultad con la que las palabras afloraban desde su interior...hacía tanto tiempo que se había consagrado al silencio...Terminó por destrozar la pernera de sus calzas de cuero negro y depositando una mano sobre su pierna desnuda, consiguió cerrar algunas de sus heridas con el simple contacto.

Ella se limitó a sonreir de medio lado, de forma cínica y defensiva. La sensación que el hombre le transmitía era agradable pero sin lugar a dudas, inútil. "Aquí termina mi camino", pensó. Nunca se había detenido, su vida había sido una desenfrenada huída, un absurdo viaje a ninguna parte. Pero a costa de ello, había conquistado la libertad. Le pareció irónico que, en unos instantes, todos los recuerdos desfilaran por su mente, confirmando la más tópica de las muertes. Ella amaba la extravagancia y el artificio. Una infancia en Eterniôn, la vida como diplomática en la corte de Argluna, los pesados y complicados vestidos, sus frustrados estudios de magia, aquel apuesto y desvergonzado bardo humano que cubría sus vuluptuosos labios con promesas de amor y cantos bohemios. La había engañado, sí, ¿y qué más daba? Un buen día, la díscola y caprichosa hija menor de la Casa Súrinen se despertó sola en una barata posada de Aguas Profundas. Todo respondía a los planes de Tymora. La diosa le sonreía. Un desengaño, pero también un pretexto para abandonar su antigua vida, para sentirse libre. Las imágenes se aceleraron conforme sentía que las fuerzas la abandonaban. Un agudo dolor la trajo de nuevo a este mundo.

-Malditos cazadores furtivos, y malditas sean sus trampas...- ¿y quién era ese elfo lunar que manipulaba su herida mientras hablaba lentamente, con voz ronca, como si tuviera que pensarse las palabras? No recordaba cuánto tiempo había permanecido allí, tirada, pero se sentía vacía de sangre, como si su cuerpo estuviera hueco por dentro.

Las pestilentes calles, los pequeños hurtos, la picaresca del día a día, el rápido ascenso, las traiciones, la larga lista de amantes, apenas sí era capaz de retener el rostro de unos pocos, siempre hacia adelante, siempre corriendo, siempre en movimiento...Un espía no tiene identidad, puede ser lo que desee...Había cumplido con éxito su última misión, poco importaba entonces que en la huída un cepo hubiera conseguido detener por fín a Marath Beaugeste de Sainte-Solange.

Tranquila, yo cuidaré de tí...

Se desvaneció en sus brazos, como un pájaro con las alas rotas. Un rubor azulado tiñó las mejillas de Eliel Mellen cuando posó sus labios sobre la sudorosa frente de la elfa. La apretó contra su cuerpo, despertando muchas sensaciones que creía enterradas en su memoria. Hacía siglos que no sentía el cálido contacto de una mujer. Buscaba la soledad, había renegado de su raza así como de todo lo que las ciudades representaban. Desde hace mucho tiempo pisaba tierras que no tenían nombre. Alzó el inerte cuerpo de Marath del suelo y miró en derredor, con ella en brazos. El verano llegaba a su fín y las ruinas de Karse, primitivas y misteriosas, se engalanaban con los reflejos cobrizos y exhuberantes de la vegetación otoñal. Una melancólica manifestación de vida. A lo lejos, Eliel pudo distinguir el berrido de reclamo de unos ciervos en celo. Negó lentamente con la cabeza y sonrió para sus adentros, internándose en la espesura de la foresta. "Es la naturaleza...", pensó.

[color=red:85566200d2]De cómo Marath Beaugeste de Sainte-Solange reanudó la marcha.[/color:85566200d2]

Terminó de machacar unos pétalos de camomila en el mortero hasta conseguir una papilla uniforme y entralazó con destreza las flores sobrantes, creando con ellas una corona. Marath yacía en el mullido jergón de paja, ojeando sin demasiado interés lo que parecía un antiguo tomo de magia. Eliel avanzó en silencio hacia ella y replegó lentamente sobre su cuerpo la tosca túnica de lino, trepando por sus piernas. Se detuvo a la altura del vientre. Una vez más, se apoderó de él una profunda emoción, incapaz de ser aprehendida de modo racional. Posó la corona sobre aquel abultado y maduro fruto de suaves y redondeados perfiles. El sobresaliente ombligo se erigía como centro del universo, inscrito en una circunferencia perfecta. Observándolo ensimismado, Eliel se sentía en comunión con los dioses. Había comprendido por fín en qué consistía el misterio de la vida y se había entregado a él de forma intuitiva, uniéndose sin más al inexorable flujo que arrastraba todas las cosas.

-Recogeré flores en tu vientre, Mhäriel...

Ella sonrío y acarició la pálida mejilla del elfo con un amor y una ternura sobrecogedoras. Aún existían personas que bien merecían un alto en el camino. No dejaba de resultar paradójico que lo hubiera hallado en lo más recóndito de un apartado y milenario bosque. El estímulo intelectual y físico que Eliel Mellen ejercía sobre ella nacía tanto de la complementariedad como de la oposición. Durante todo aquel tiempo...¿Cuánto había sido? Fuera de las ciudades, la noción temporal desaparecía, la vorágine de la medida acelerada se transformaba y cedía paso a un movimiento cadencioso y cíclico. Ni siquiera los nombres tenían importancia. Habían sido -eran- simplemente un hombre y una mujer que se amaban.
La simiente de su unión manifestó jubilosamente el acuerdo golpeando las entrañas de Marath. Posó la mano sobre su vientre y entrecerró los ojos, ligeramente molesta. Solía salir así de su estado de felicidad amoral y desprejuiciado. Cada patada recibida repiqueteaba en su conciencia como un recordatorio y una penitencia. Y la sensación no hacía más que aumentar.

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La libertad del bosque agonizaba y las frondosas copas arbóreas dejaron de ser motivo de escape, adquiriendo a ratos matices verdaderamente espantosos, amenazando con asfixiarla entre sus ramas. Hacía un rato que Eliel había salido en busca de frutos silvestres. No tardaría en regresar a la cabaña.
Los fríos y penetrantes ojos de Marath revoloteaban nerviosos por toda la humilde estancia, incapaces de posarse más de un segundo en ninguna cosa. El pequeño ser que respondía al nombre de Delia, sonrosado y menudo como una alimaña, se aferraba a su exhausto pecho, succionando con desesperación hambrienta. Una incontrolable sensación de repulsa sacudió a Marath en su lecho. Le parecía que aquella extraña criaturilla de manitas como zarpas intentaba beber de su alma. La misma sensación que había tenido minutos antes, cuando Iulara, idéntica a su hermana, y que ahora reposaba pacíficamente en una rústica cuna de madera, había reclamado su alimento. La misma sensación que día a día se apoderaba de ella, desde el preciso momento en que las había alumbrado.
Sintió repulsa por los bebés pero, sobre todo, por ella misma. Cualquier excusa, cualquier factor externo que justificase lo que estaba a punto de hacer hubiera conseguido ser suficiente para acallar su conciencia. Pero no, la verdad era cruda y no había más culpabilidad que la suya, la que había elegido en plenitud de facultades. Separó a la niña de su pecho con un leve tirón. Delia boqueó por instinto, como un pez fuera del agua y, anhelante de la piel de su madre, irrumpió en un suave llanto similar al del maullido de un gato. No consiguió retenerla a su lado con su llamamiento desconsolado. Jamás se había sentido conectada a ellas, era un monstruo, un ser mezquino y egoísta. No se lo merecían, amaba a aquel hombre, probablemente aprendería a amar a sus pequeñas, pero sabía que no era eso lo que deseaba. Volvía a sentirse atrapada. Por encima de todas las cosas, Marath Beaugeste de Sainte-Solange, se amaba a sí misma. No estaba dispuesta a adquirir compromisos con nadie más que no fuera ella. Era libre.

Una lágrima se deslizó por su mejilla cuando depositó al bebé en la cuna junto a su hermana. Las observó un instante, como si tratase de descifrar un complejo mecanismo.
"Jamás hubiera sido buena madre" Puede que repetir eso en voz alta consiguiera ensordecer sus remordimientos. Abrió el arcón en el que Eliel guardaba sus escasas pertenencias y extrajo un objeto alargado, envuelto en un fino paño de seda. Su estoque. La discreta insignia plateada con el emblema de los arpistas se mantenía intacta en su jubón de cuero. Poco a poco, conforme desempolvaba sus antiguos pertrechos y se iba equipando con ellos, Mhäriel, desnuda e insignificante, desaparecía bajo el arrollador disfraz de Marath.
Su último gesto antes de atravesar el umbral de la puerta fue el de ajustarse los guantes de cuero negro con un seco chasquido. No quiso mirar atrás y así retomó de nuevo su camino.

//Pequeña introducción a la folletinesca historia de mi pj... :roll:

TrolloLOL

17/04/2010 22:09:17

[color=red:278e2d44cb]CAP I.- Bosque Alto.[/color:278e2d44cb]



Los primeros rayos de la mañana se filtran tímidamente a través de la opaca y miserable pantalla que ejerce la función de ventana. Sentada en el camastro, Delia Mellen, conjunto de contornos difusos, ataviada únicamente con un amplio y elegante blusón masculino, parece fijar la vista en un punto indeterminado, más allá de las paredes que conforman la habitación. Sonríe levemente. Es una sonrisa de desconcierto y melancolía. Vuelve al libro abierto, semioculto en un mar de ásperas sábanas. La tinta se derrama como sangre oscura, modelando palabras y pensamientos.

"El vínculo que a une a los padres con los hijos es indisoluble. Ahora lo comprendo.

Todavía lo tengo tan presente... alto y pálido, incorpóreo, como un fantasma, atado a este mundo tan sólo por un poderoso acto de voluntad, sonriendo, de brazos cruzados, apoyada la cabeza sobre el quicio de la puerta mientras me observaba, silencioso, jugar.

-Podría pasarme una eternidad contemplándote, mi pequeña- entonces yo tiraba mi sucia y maltratada muñeca de trapo y madera al suelo, un mullido y esponjoso manto de hojas, y corría hacia él. Porque, pese a todo, sus manos eran fuertes y firmes.

Aquellas manos habían traído a la luz de este mundo muchas vidas. Me permitía acompañarlo cuando trabajaba y yo, feliz e inconsciente como sólo una niña puede serlo, veía en esos viajes la oportunidad de reencontrarme una vez más con los bulliciosos asentamientos élficos que se dispersaban por toda la geografía de Bosque Alto. Intercambiábamos materias primas por productos elaborados y, en ocasiones, ejercía de sanador. Era el único contacto que tenía con la civilización. No me percataba de las tensiones que su sóla presencia causaba aquí y allí, un elfo invasor con olor a ciudad y dioses humanos, tan sólo me inquietaba el hecho de que todos esos niños tuviesen madre -muchos, la mayoría- y yo no. Había muerto de parto, fue esa la escueta información que recibí de boca de mi padre. Cada vez que recogía a un recién nacido en sus brazos, me sentía más próxima a él e intuía que él se sentía más próximo a mi madre.
Cierto es que las novelas que atesoraba en nuestra cabaña, junto a incontables tomos de magia, alimentaban mi desbordante imaginación y a veces me soñaba el producto de los amores de un mortal con una ninfa. Necesitaba justificar el extraño resplandor de mi piel. En otras ocasiones, simplemente pensaba que no se podía echar en falta aquello que jamás se había conocido. No necesitaba nada más.
Un pequeño promontorio cerca de nuestro hogar marcaba el lugar en que reposaban los restos de aquella a la cual Padre consideró una madre para mí. Ainúriel, una loba blanca a quién Eliel Mellen dio nombre y la única criatura por la que le ví derramar lágrimas. Padre siempre había aceptado el orden natural de las cosas. Aunque no la recuerde, su leche y el calor de su vientre forman parte de mi esencia.

Pasábamos la mayor parte del tiempo solos, allá en nuestra humilde choza, en un claro del profundo bosque, al pie de las montañas. De vez en cuando recibíamos visitas de antiguos amigos que revelaban una vida diferente en Padre. Eran breves intuiciones de un pasado lleno de impetuosa juventud. En esos momentos, se alejaba de mí. Tan pronto como se iban, volvía a ser Él para los ojos de la Hija. Me enseñó a sacar provecho de todo cuanto nos rodeaba. La belleza, según sus palabras, estaba en las cosas útiles. Solía decirme que todo formaba parte de la naturaleza e iba hacia ella y, como tales, habíamos adquirido un compromiso y una responsabilidad. La primera y única ley era la de la supervivencia; las dos fuerzas que modelaban al mundo en un ciclo eterno, la destrucción y la conservación. Nosotros, los seres racionales, vivíamos en frágil equilibrio entre caos y logos, entre instinto y cultura, éramos depredadores y víctimas, pero al mismo tiempo, guardianes. Poseíamos la capacidad de transformar la materia. Era complejo y sencillo al mismo tiempo, consistía en cerrar los ojos y percibir el latido universal, fundiéndose con él. Desde pequeña fui capaz de canalizar este torrente natural y de poder comunicarme con todos los que lo conformaban.
Tallaba viejas y enfermas ramas de árboles, dándoles una nueva forma con una comprensión y suavidad propias de un amante. Así puso en mis manos mi primer arco, a una muy temprana edad. Tuve como únicos maestros la necesidad y la experimentación. Mi padre no era bueno con el arco, y sus estrictos códigos le impedían usar gran cantidad de armas. Mientras veía cómo en los poblados entrenaban unidades enteras de batidores y arqueros, con una actitud marcial que me resultaba geométrica y divertida, yo aprendía del error y del cálculo. Mis blancos siempre fueron móviles.
Especialmente en invierno, cuando las nevadas cortaban las comunicaciones y enterraban los frutos, nuestra alimentación dependía del éxito de mis disparos. Poco a poco, el arco se convertía en prolongación del brazo, y comencé a sentir la madera como hueso.
El viento jugaba en mi contra o a favor, el sigilo siempre aumentaba la posibilidad de acertar. Los olores, sonidos y marcas del suelo, valiosa información a tener en cuenta. Vigilaba las especies más abundantes y elegía el ejemplar más anciano. Un certero y único disparo dirigido a uno de sus puntos vitales. Actuaba como un lobo dotado de conciencia.

¿Cuáles eran mis referencias? Un anillo más en el tronco de un árbol, la muerte de un animal, el paso de las estaciones. El punto de partida era final, y el final, punto de partida. Desconocía el significado del tiempo lineal. Mi padre no envejecía y, aquellos que morían, se reencarnaban en la semilla que previamente habían depositado. Mi frágil cuerpo de flor se iba desplegando en consonancia con el lento palpitar del bosque.

Las experiencias son marcas en la memoria. Y la memoria es la construcción del ser. Mi Pueblo vive del Pasado. La niña Delia creció fascinada por las sonrisas de aquellos hermosos elfos de piel cerrada como la Noche que danzaban bajo la Luna en un tiempo Presente. Esquivos e irreales como venados argénteos, inflamados por una dolorosa necesidad de amar.

¿Cómo echar en falta aquello que se desconoce? Lo sueños eran cada vez más recurrentes. Un presentimiento de mar y de sol bañaba mis trances.
El día en que comuniqué a mi padre la noticia de mi partida, él se limitó a asentir levemente. Una corriente subterránea nos unía, como si hiciese tiempo ya que fuera consciente de mis inquietudes. La libertad de elección había sido la enseñanza más valiosa de todas cuantas había depositado en mis manos. Jamás me hubiera frenado. Una vez, Eliel Mellen, devoto de Corellon, decidió emprender un largo viaje desde la civilización a la naturaleza. Casi trescientos años después, su hija, se preparaba para realizar el camino inverso. Probablemente, la necesidad de comprender la otra parte fue el impulso que nos movió a ambos.
Ahora, a la luz de tantas y tan reveladoras experiencias como he ido acumulando a lo largo de este viaje, creo poder descifrar la mirada de mi padre, aterradoramente vacía, cuando me despedí de él.
Me hizo entrega de su viejo tomo de conjuros, en el que garabateó sus primeros hechizos cuando no era más que un joven y prometedor aprendiz de mago en la ciudad de Aguas Profundas. En ese preciso instante me hice a mí misma una promesa. También me regaló un objeto que nunca había visto antes.

Siempre has estado en el viento (1). Delia, tu nombre es cambio.

Claro que lo entiendo, padre. Él deseaba vivir allí, conmigo, para siempre, retenerme como no pudo hacer con ella. Era su hija, sí, pero también el recuerdo del ser con el que había compartido el secreto de su amada soledad. Poder ver a mi padre bajo ese prisma, desvelar su egoísmo, logra que su sacrificio me emocione aún más si cabe".
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(1) Sùrinen se traduce por "en el viento" en quenya[/quote]