Chimichurri

14/04/2010 21:52:52

Cuenta NWN: Chimichurri
Nombre PJ: Alex Corvis.
Raza: Semielfo.
Edad: 21.
Alineamiento: Caótico Neutral.
Lugar de Nacimiento: Bosque de la Capa.
Clases: Mago/guerrero.
Deidad(es): Corellon y el Seldarine, Úthgard (tótem del Cuervo Negro, al cual respeta por ser el de sus antepasados humanos), simpatizante de Mielikki.
Familiar: Una pixie que responde al nombre de Shiphi.

Descripción:

Con una expresión normalmente sarcástica, el mago analiza todo y a todos cuantos le rodean, con sus ojos negros y perspicaces. Su voz está ribeteada por un leve deje seco, irónico y taimado, dándole el aspecto de un tipo temible, antipático y poco fiable. Su rostro es atractivo, aunque no hermoso. Sus ojos brillan inteligentes, cargados de cinismo, y su casi perpetua sonrisa irónica le da cierto aire misterioso e insinuante. Sus cabellos negros y largos cubren parte de su rostro en ocasiones, dando a la vista del observador un contraste atractivo e inquietante por igual.

De casi dos metros de altura, el cuerpo del semielfo está muy bien entrenado, más allá que el de la mayoría de los magos. No es el típico arcano que pasa las horas muertas en la biblioteca, algo que queda claro no solo en su corpulencia, sino además en la pericia que demuestra usando su espadón, extremadamente afilado, el cual lleva colgado a su espalda, cubierta su hoja por una venda que sobresale de su empuñadura. Suele repudiar y burlarse de aquellos que pretenden humanizar a la naturaleza pretendiendo utilizar en lo referente a los actos de ésta (no contra esta, los cuales odia aunque no castiga) conceptos como el bien y el mal. Por otro lado, no utiliza normalmente los recursos de su magia para crear muertos vivientes, por ir contra sus ideales. No obstante, en casos de extrema urgencia, no dudará en hacer lo que sea necesario para protegerse a sí mismo o a aquellos que aprecia.




Preludio: Encuentro atípico, verdades de un alma atormentada.

El aterrorizado niño corría a través del bosque, seguido de un hombre extraño, de piel negra y ojos rojos, brillantes como teas, cuyo blanco pelo daba pequeños y ligeros brincos sobre sus hombros. La caravana en la que el pequeño viajaba había sido destruída por muchos, muchos hombres malos como ese, sus acompañantes habían muerto, y el pequeño huérfano no podía más que correr. El niño no miraba atrás, sólo huía, temeroso del futuro que le esperaba si aquel extraño ser le alcanzaba...

Una mano agarró su pelo, dando un violento tirón, arrancando a Hiborn lágrimas de dolor y miedo. Vio al terrorífico hombre, con el látigo en la mano, sus orejas puntiagudas, sus ojos, rojos y vacíos, que, a su vez, estaban llenos de maldad y sadismo. El hombre levantó el látigo con una sonrisa de tiburón y lo descargó sobre el pequeño... O lo intentó, pues el látigo se había enganchado en algo... ¿Acaso un árbol?

El elfo oscuro se dio la vuelta, y, ante él, la imponente figura de un semielfo, de cabellos y ojos negros, de oscuros ropajes, ataviado con una elegante capa tan oscura como su mirada, que apenas ocultaba el enorme espadón que el arcano portaba a su espalda, le miraba, aferrando el látigo del elfo oscuro con su mano izquierda mientras la derecha sostenía un pergamino desenrollado. El drow se fijó en los ojos entrecerrados, centelleantes y furiosos, y el fuerte brazo temblando por la presión que ejercía sobre el látigo atestado de espinas aquél semielfo que parecía haber salido de una pesadilla.

Su mano enguantada en negro cuero sangraba por el furioso apretón sobre las metálicas púas del látigo del elfo oscuro, algo que el semielfo no parecía notar siquiera. Su piel era pálida como la muerte, y su sonrisa sádica y espeluznante incluso a ojos de un miembro de la abyecta raza drow. Los ojos del elfo oscuro se abrieron de par en par al ser señalado, al reconocer aquellas fatídicas palabras... Un conjuro necromántico, reservado por los faerns de su raza a aquellos que osaban desafiarles o contrariarles en gran medida, un sortilegio que daba al infortunado objetivo una muerte dolorosa, aterradora.

"Rashinarak ephismortem evanestium" - leyó el semielfo, descargándose el poder mortal del pergamino sobre el desdichado drow que se lo había encontrado.

Ante los incrédulos ojos del pequeño, aquel "elfo negro y malo" empezó a temblar entre agónicos estertores, mientras sus huesos se quebraban y retorcían, debatiéndose con desesperación mientras algo escapaba de él... No podía verlo, pero incluso el niño comprendió que el alma del drow era arrancada de su cuerpo, que, en medio de una tremenda agonía, caía en las profundas tinieblas de la muerte, se precipitaba espantosamente en las oscuras simas del abismo. Hiborn no sabía qué pensar... El "elfo negro" le daba miedo, pero el semielfo... era aun peor. El niño corrió como un poseso de regreso a la caravana, quería ver si quedaba alguien con vida, deseaba escapar del escrutinio de aquellos ojos oscuros y salvajes, ávidos de sangre. Al llegar allí, solo vio muerte, destrucción. A sus oídos llegaban tremendas explosiones, sin duda fruto de la magia de aquel que le había rescatado de la muerte y, a la vez, le asustaba más aun que esta, y gritos de agonía que no reconocía del todo, pero que bien podrían ser los de sus enemigos negros, a juzgar por su agudeza. El pequeño corrió a refugiarse en un barril, al oir pasos en la distancia.

Pasó lo que le parecieron horas en el interior del cálido barril, temblando como una hoja que está a punto de caer de una agonizante rama, mas, repentinamente, unas manos, fuertes aunque suaves, lo alzaron en vilo agarrándolo por los pequeños y ateridos brazos.

- Chico... - dijo la grave voz del mago - ¿Han matado a todo el mundo aquí?

El niño, aterrorizado por la espantosa voz, sólo pudo asentir.

- Bien... No puedo llevarte conmigo, por que me retrasarías con tus piernas cortas y tu lloriqueo. No obstante, no puedo dejarte aquí. Te matarían los lobos, o morirías de hambre. Dime una cosa, ¿quieres volver a ver a tus amigos? ¿A tus padres? - preguntó el mago, mientras extraía disimuladamente una daga de su cinto con la mano libre tras posar al niño en el suelo, sentándolo con suavidad, casi con ternura, manteniendo su mano izquierda en el hombro derecho del muchacho.

- Esos no eran mis amigos, señor, apenas les conocía. Y mis padres... Nunca he sabido nada de ellos excepto que murieron de cólera cuando yo aun era muy pequeño. No tengo a nadie ahora...

Asintiendo, el mago descargó la daga sobre el cuello del niño... O lo habría hecho, de no ser por que, en su mente, apareció el látigo del drow, el cual había aferrado para evitar que la historia se repitiese una vez más. No, Alex Corvis no actuaba por altruismo, no era esa su forma de hacer las cosas. Nunca pensó en salvar al niño: era algo personal.

Le asaltó el recuerdo de aquella noche, de aquella fatídica noche en la que su infancia había muerto, en la cual, la muerte de la esperanza y la inocencia habían marcado su pequeño corazón y le habían condenado, tal vez de forma irreversible, a la oscuridad de su propia alma y la incontenible tristeza de la soledad... Había dejado de confiar en la humanidad. El mago soltó al niño, retrocediendo con una mano en la cabeza como si le hubieran golpeado físicamente, más solo en su mente vivía esa brutal y sangrienta tortura, una agonía del pasado que ahora se marcaba en su piel en forma de espantosas cicatrices en su enorme y trabajado torso, en su ancha espalda y, en forma de surco, cruzaba en diagonal su musculoso pecho justo hasta su centro, muriendo en el principio de su abdomen, cubiertas ahora por las caras vestiduras que portaba. Chocó con una de las paredes de la carreta y cayó de bruces al suelo. En su cabeza, las risas de su padre, Kurt, y de Armand, el amigo de éste, resonaban junto al chasquido del látigo, el olor a sangre, el dolor de las múltiples heridas, ahora solo cicatrices en el recuerdo y en su propia carne, que esa noche se inflingieron a un inocente niño de ocho años.

El mago se levantó y miró al incrédulo Hiborn de hito en hito hasta que, inevitablemente, se cruzaron sus miradas, haciéndose de este modo la luz en la mente del torturado arcano. Se acercó a él y lo levantó del suelo, acariciándole el pelo, diciéndose que no arrancaría esa vida. No. Él no se convertiría en Kurt, no permitiría que los recuerdos le transformasen en aquello que más odiaba.

- ¿Y tu nombre, chico?

- S... Soy... Soy Hiborn Rattcliffe, se... señor...

- ¿Hiborn? Un nombre demasiado tosco. Tú serás un hombre inteligente, poderoso y con clase. A partir de hoy, te llamarás Sharem. Sharem Corvis.

- S... Sí... Sí, se... señor...

- No me llamo señor. Mi nombre es Alex, Alex Corvis. Dos reglas que no admiten discusión para que vengas conmigo. Primero, no tartamudees, canturrees, grites, lloriquees ni me retrases, y mucho menos protestes ni digas con esa típica voz quejumbrosa y patética de los críos que estás cansado.

El niño abrió los ojos de par en par. ¿Cómo se podía ser tan antipático?

- Y segundo... Tutéame. No soy tan viejo - refunfuñó el joven mago, arrancando una sonrisa al pequeño Sharem -. Ahora descansemos un rato, aquí mismo, en la carreta. Nos espera un viaje duro, y dormiremos a la intemperie en los próximos días - con un seco gesto, atajó las protestas que, irremediablemente, estaban a punto de aflorar de los labios del infante -. Los elfos oscuros no volverán, ya me he encargado de ellos. Y, aunque alguno hubiese sobrevivido, ya pensaba dormir aquí, así que he protegido los alrededores. Si alguien se acerca a menos de diez metros, créeme, me enteraré.

Dicho esto, prepararon la carreta y se acostaron. El pequeño Sharem dormía plácidamente a pesar de sus temores, exhausto, pero Alex no conseguía conciliar el sueño. Su mente no cesaba de acosarle, de enviar al arcano imágenes de su propia agonía, de la tortura y la vejación a la que había sido sometido aquella noche en la que...


// continuará 8)

Chimichurri

18/04/2010 17:13:19

"El Comienzo de la Pesadilla"

El grupo avanzaba entre los árboles, cerca de la salida del Bosque del Troll Ladrador, cuando el pequeño Alex se paró repentinamente. Se sentía exhausto, pero eso no era un impedimento para el estoico niño, que, aun a su temprana edad (tenía solo ocho años), era lo suficientemente inteligente para saber que no debía contrariar a su padre, Kurt. Éste le miró y, con voz ronca y amenazadora, le habló.

- ¿Qué demonios ocurre ahora, Alexander?

- He oído algo, padre... Pasos a nuestra espalda.

El hombre miró a sus dos compañeros, arqueando una ceja tras darse cuenta de que, al igual que él, ellos no habían oído nada. Agarró al pequeño por el pelo, levantándolo del suelo con brutalidad, y lo lanzó contra un árbol cercano.

- No intentes retrasarnos, si estás cansado, sigue caminando. Maldito crío... - masculló, tras la reprimenda, echando a andar sin más.

El pequeño Alex se levantó del suelo con dificultad, mirando a su padre, incrédulo. Nunca había sido un hombre cariñoso, pero tampoco había sido violento. Siguió a su padre, bajo la atenta mirada de Armand, que, extrañamente, parecía incómodo por la situación. Éste le dio un suave empujón, y le guiñó un ojo, sonriendo con ambigüedad.

- No creo que sea conveniente que vuelvas a pararte. Seguramente lo que oíste era algún animal, o trolls. Este bosque está plagado, Alex.

- ¡Chitón! - ordenó, repentinamente, el crío. El resto del grupo contuvo el aliento, y, tras lo que les parecieron horas (aun habiendo pasado solo unos segundos), fueron capaces de identificar la fuente de los ruidos que Alex había escuchado. Algo se acercaba a ellos, y Kurt sonrió con sarcasmo. Al fin y al cabo, el chico había escuchado algo realmente.

- ¡Muertos vivientes! - aulló Armand, desenvainando la espada, mientras el pequeño Alex ahogaba un grito, aterrorizado, y se escondía tras él, agarrándose al guerrero con tantísima fuerza que lo hizo trastabillar, cosa que no pasó inadvertida a Kurt, que sonrió con malicia.

- ¡Alto, no ataques, Armand! Creo que sé quién nos visita. Deponed las armas.

Los caballeros negros obedecieron a Kurt, mirando como el círculo de muertos se estrechaba a su alrededor, rodeándolos. Aun así, ni Armand ni Relnar apartaron las manos de las empuñaduras, si bien su actitud no era amenazante, parecía dejar claro que no iban a dejarse vencer ni acorralar sin luchar. Alex acariciaba cariñosamente el anillo mágico que Augustus le había hecho. Augustus era un viejo mago, un vecino de la pequeña aldea, que a veces se acercaba a visitar a su madre. Su pelo blanco como la nieve y sus ojos verdes e intensos miraban a su alrededor con curiosidad, escrutadores. Su rostro estaba tan arrugado como una pasa (o eso decía siempre Alex), y la redondez de su panza solo era equiparable a la de un tonel. Su nariz, chata y permanentemente roja y su luenga y cuidada barba blanca, que, según decía el anciano a los niños entre risas, le protegía el ombligo del frío, le daban el aspecto de un risueño y bonachón abuelete. Alex no pudo menos que sonreír, evocando una escena en la que el viejo mago perdió su sombrero, y, después de tener a medio pueblo buscándolo durante horas, se dio cuenta de que se había sentado sobre él. No obstante, un ligero empujón de Armand le devolvió a la realidad.

- Aparta - susurró el caballero oscuro -. Podríamos tener problemas y no quisiera pisarte. ¿Quién demonios habrá traído a este montón de escoria a molestar?

- ¡Déjate ver, criatura de la muerte, siervo de la Oscuridad! - gritó Kurt repentinamente - Nada has de temer de nosotros, los siervos de Bane.

Una risa se elevó, seca y aterradora, a su alrededor. Pocos segundos después, la risa se había convertido en auténticas carcajadas.

- ¡Temer! ¡Patético montón de estiércol, me dices a mí que no tema! ¡Que no te tema! ¡A tí, a un simple humano con ínfulas de superioridad acostumbrado a recrearse en su propia estulticia! Debería destruírte, a pesar de la sangre que nos une, inepta criatura - una vez más, la risa se elevó, enloquecida, hacia el cielo. No obstante, más bien parecía agarrar a todos y cada uno de ellos y arrastrarlos de un fuerte tirón al abismo. Ante los ojos de los caballeros, una figura delgada, de piel pálida como la muerte y unos ojos tan negros como el propio abismo apareció ante ellos. Su mano derecha estaba cubierta de pequeñas heridas purulentas que despedían un indescriptible hedor a putrefacción. La mitad derecha de su rostro aparecía desfigurada, descompuesta. Su espalda, arqueada, parecía haber cargado con un gran peso durante años, y sus hombros, hundidos y huesudos, daban a su cuerpo un aspecto débil y patético.

Los ojos de Armand se abrieron como platos, mientras se tapaba la nariz y la boca con un pañuelo intentando reprimir las arcadas. Relnar no pudo aguantar el olor, y vomitó hasta que su estómago quedó vacío, encogido y maltrecho por el asqueroso hedor que despedía aquella aparición. Alex pasó de la espalda de Armand a la de Kurt con la rapidez del rayo, demasiado aterrorizado para que su cuerpo reaccionase a los efluvios de los muertos que les rodeaban. Kurt, por su parte, mantuvo perfectamente la compostura, dirigiendo una mirada reprobatoria a Relnar y Armand. Sin embargo, al mirar a este último su mirada se suavizó. Al fin y al cabo, al menos se había controlado a tiempo. Su mirada regresó hacia la criatura que le había hablado.

- Así que volvemos a encontrarnos, Graym. Veo que, al final, has aceptado el trato. Te has convertido en... Uno de ellos, ¿verdad?

- Ahora soy más poderoso que cualquiera de vuestros patéticos nigromantes humanos, Kurt. Reichero me ha dado ciertas... Órdenes. Su cripta está cerca. Seguidme. Allí podreis descansar.

Aunque con reticencia, el grupo abandonó el lugar. Alex repasó la historia de Reichero, del cual le había hablado Augustus, como una vieja leyenda que corría en forma de rumor entre los magos. Se contaba que el Rey de las Sombras, un poderoso liche llamado Reichero, construyó una enorme ciudad subterránea a la que llamó "Cripta de Reichero". Con el paso de los siglos, el nombre fue pasando de boca en boca, deformándose, hasta adquirir el nombre popular de "Cripta del Hechicero". Ni que decir tiene que esta ciudad es, en realidad, una necrópolis llena de tumularios, incorpóreos, liches, vampiros y todo tipo de muertos vivientes. Según esta leyenda, además, este "Rey de las Sombras" es un superviviente del antiguo imperio netherino. Alex sabía que algo más le había contado Augustus, pero no conseguía recordar qué.

Se estremeció, no obstante, por el siguiente pensamiento que asomó a su cabeza: No tardaría en descubrirlo.