Chimichurri

06/05/2010 14:03:39

Nombre: Caranthir Ehtyarion (Lúthien Melíamne desde hace un tiempo)
Raza: Elfo (Solar)
Edad:289
Lugar de Nacimiento: Eterniôn, nacido primogénito (e hijo único) de la desaparecida casa nobiliar Ehtyarion.
Alineamiento: Legal Maligno.
Deidad (es): Lúthien es politeísta. Su deidad patrona suele ser él mismo, luego vienen las demás: las mujeres y el vino. Ah, sí, y Gargauth.

Descripción física: Lúthien es un elfo alto y extremadamente delgado. Su rostro está enmarcado por una mata de cabello blanco y levemente ondulado, muy bien cuidado. De rostro anguloso y nariz aguileña, representa todo lo que se supone que es la nobleza, o éso dice él. Tiene aspecto de ser bastante endeble, pero la frialdad de su mirada deja entrever que esconde más de lo que dice. No obstante, en ocasiones, se muestra sumamente amable y colaborador.



Prólogo:

El apacible oleaje rompía en aquélla paradisíaca playa de Eterniôn. A unos cientos de metros, una figura alta y delgada miraba el mar en silencio, sumida en sus reflexiones. Caranthir Ehtyarion observaba el amanecer, con los ojos entrecerrados, como hacía cada día desde hacía más de quince años, disfrutando de la belleza y la tranquilidad del lugar, de la soledad. Para él, ésos eran los mejores momentos de cada día.

No era un muchacho atractivo. De una altura considerable, incluso entre los elfos era fácilmente reconocible por su extrema delgadez, así como por el color blanco de su cabello y los ojos dorados pero fríos como placas de hielo, tan distintos a los de su gente. Odiaba y envidiaba a todos y cada uno de los apuestos soldados elfos, aborrecía a las muchachas risueñas, y sobre todo la primavera. Se autocompadecía cuando paseaba por las calles y ninguna joven se le acercaba, consumiéndose de celos al observar los ardides de las lolitas para coquetear con el soldado de turno, o a las parejas tomadas de la mano, mirándose con aquél brillo en la mirada, un brillo que sabía nunca sería para él.

Tras apartar aquél pensamiento de su mente con una mueca sarcástica, el elfo solar se encaminó a la cueva donde solía pasar la mayor parte del tiempo. Allí, Caranthir guardaba sus más preciadas posesiones tras una falsa pared. Había encontrado la puerta secreta unos quince años atrás, pero no le había dado uso hasta hacía unos once años, cuando había encontrado su tesoro, que con tantísimo celo guardaba en aquella cueva.

El aspirante a arcano se adentró en la oscuridad de la cueva, pronunciando una palabra mágica casi silenciosa. Al punto, un haz de luz apareció en su anillo, mostrándole la senda que debía seguir hasta su santuario secreto. Al llegar ante la puerta, miró atrás y a ambos lados. Sintiéndose más seguro, el muchacho penetró en la cámara secreta, una pequeña hendidura en la roca de la cueva con espacio para una estantería y una pequeña mesa. Con una sonrisa satisfecha, extrajo un libro de tapas azules, ribeteado con runas argénteas, de la estantería. Los recuerdos le asaltaron en ese momento, mientras una sonrisa irónica se dibujaba en su rostro.

Había encontrado el tomo de magia cerca de los restos de un barco que, once años atrás, había naufragado, quién sabía dónde. Las olas habían llevado hasta la costa de Eterniôn algunas partes del navío. Al parecer, un humano había sobrevivido al naufragio, el mago dueño de aquél volumen arcano. El elfo le encontró, exhausto y débil, sobre un gran pedazo de lo que sospechaba era el cabecero de una cama, finamente tallado y barnizado en madera de roble. Tras alimentarlo y darle agua en abundancia, Caranthir se limitó a escuchar la historia del debilitado humano y asegurarse de que ningún otro de los suyos había sobrevivido. El elfo asintió con levedad, con gesto pensativo, sonrió con amabilidad y se acercó al náufrago, despojándolo suavemente de su zurrón y aconsejándole que descansara en su morada esa noche.

Lo llevó a su mansión, dejándole en una habitación cómoda y sellada. El humano miró a su alrededor, y, ayudado por el elfo, se tumbó en la cama, un enorme y mullido lecho. A su alrededor, el humano solamente vio objetos de gran valor, así como un enorme acuario, alimentado sin duda con magia, en el que había multitud de pequeños peces, una gran variedad de razas y colores. El mago pensó que, sin duda, eran tropicales.

Caranthir le hizo un rápido reconocimiento médico, pero el humano, aparte del gran agotamiento, estaba totalmente sano. Dijo llamarse Ashe, y le contó la historia de cómo el navío en el que viajaba camino a Lantan se había introducido en un banco de niebla y había sido atacado por unas extrañas criaturas. Nadie excepto él había sobrevivido al ataque, y no sabía cuánto tiempo había pasado en el océano. Le comentó que sospechaba que la magia tenía mucho que ver con aquél suceso, pero el elfo había oído suficiente.

A una señal suya, su familiar, un méfit de hielo, salió del lugar donde solía descansar, una especie de pequeña hendidura en la pared. El humano sonrió con cierto alivio, al darse cuenta de que Caranthir también era arcano. Era una suerte, pensó, no solo sobrevivir, sino además tener la oportunidad de conversar con otro arcano, e incluso, tal vez, de ampliar su repertorio de conjuros.

- Espero que no os importe que os deje aquí, pero debo atender algunos asuntos, Señor Ashe - el elfo miró al humano y, luego, de reojo, al acuario, a sus amados peces. Sonrió con una extraña dulzura cargada de ironía, y clavó los dorados ojos en el méfit -. Tengo que ausentarme, Rílifein. Asegúrate de que no les falte alimento. Ya sabes que comen de todo.

Había ido, según recordaba, a dar parte a la guardia del naufragio, y de sus sospechas de que podría haber humanos pululando por el lugar. Rió, burlón, al recordar cómo los elfos habían buscado por todas partes, en la isla, al que suponían un nutrido grupo de humanos armados, aunque realmente Caranthir no dijo nada parecido en ningún momento. Jamás nombró al mago llamado Ashe, ni a su libro de conjuros, que ahora le pertenecía. Al fin y al cabo, el humano le había sido casi tan útil como el propio tomo.

El elfo apartó de sus pensamientos el pasado, con una risita. No merecía la pena preocuparse por lo que había pasado hacía más de diez años, en realidad. Ahora, debía ocuparse de copiar las palabras del encantamiento a su propio libro de conjuros, que poseía poco más que trucos y un conjuro de sueño que, por otro lado, en aquélla isla casi era inútil. Alzó la cabeza, con aire distraído, y rió con cierto alborozo. Sabía lo que iba a hacer, igual que sabía que no podía fallar.

Caranthir Ehtyarion nunca fallaba cuando se hablaba de magia.

Chimichurri

06/05/2010 14:04:27

Primera parte:

Ya de vuelta en la mansión en la que residía con su familia, Caranthir dedicó la tarde a escribir aquélla carta. Pensó en la bellísima muchacha, recibiendo la misiva con el corazón desbocado por el deseo, y sus ojos centellearon furiosos. Con un grito de rabia, arrojó el tintero al otro lado de la habitación, manchando la pared de tinta cuando el recipiente chocó contra ésta sin romperse, lo cual le enervó aun más.

No recibí una fuerza digna a ojos de mi padre, ni un físico apuesto y atractivo para todo ese montón de proyectos de mujer que pululan por las calles en busca de un joven con quien compartir el lecho. Pero me has dado una sapiencia superior, y éso es lo que voy a utilizar para mis conquistas. Romperé corazones, devolveré todo el daño que me has hecho, y así entenderán todas esas chiquillas lo que es arrastrarse ante mí, suplicándome un poco de mi tiempo. Todas me desearán, me amarán, me venerarán, y yo tendré de ese modo lo que por derecho me corresponde y tú me negaste.

Desechando los amargos y desafiantes pensamientos con los dientes apretados y los dorados ojos centelleantes, se aprestó a escribir la misiva. La escritura del elfo era apretada y angulosa, y la clara inclinación hacia la izquierda revelaba a ojos expertos que el mago era un joven solitario, que prefería su propia compañía a la de los demás. La petición fue sucinta y clara:

[i:92d7ea9b07]Estimada Eolandë:

Me gustaría encontrarme con vos a fin de mantener una amistosa charla sobre magia. Como sabréis, he conseguido algunos nuevos conjuros, que, aunque de bajo rango, tal vez os gustaría transcribir a vuestro libro. De ser así, os espero en mi mansión cercana a la playa, al ocaso.

Siempre vuestro:
Caranthir Ehtyarion.[/i:92d7ea9b07]

- Entrega ésto a Lady Eolandë, Rílifein. Dáselo en mano, y que nadie te vea excepto ella - ordenó, girándose para mirar al méfit de hielo que era su familiar. La criatura tomó la misiva y se puso en camino enseguida, obedeciendo a su amo, pues sabía que más valía no enfurecer al elfo. En cierto modo compadecía a aquella débil criatura, a decir verdad. El méfit conocía su debilidad, así como los múltiples complejos del elfo. Sabía, en lo más profundo de su ser, que no era tan malvado como parecía.

Con una sonrisa taimada, el joven elfo salió de la mansión de su padre, llevando con él su propio libro de conjuros, tan vacío que casi le avergonzaba en comparación con el que guardaba en su cámara secreta. Ésa sería una gran noche, su primera gran noche, y nadie podría impedirlo. Según creía, su padre estaba en una reunión de hacendados, mientras su madre, postrada en una cama debido a la enfermedad que la había llevado a las puertas de la muerte, se encontraba en el mismo lugar al que él se dirigía, pues la brisa del mar era beneficiosa para ella.

La mansión de Lúthien se encontraba en la propia playa, cerca de la cueva donde el muchacho había guardado aquel extraño libro de conjuros.

Pero, desde las oscuras calles de la tranquila ciudad de Eterniôn, una sombra, invisible y silenciosa, posó sus ojos en el elfo. Con curiosidad, le siguió durante casi todo el trayecto, hasta darse cuenta de adónde se dirigía. ¿Por qué iba a esas horas a pie por las calles? No es que pudiera pasarle nada, pero no era algo normal en Caranthir, éso era algo que aquél que le observaba tenía claro. Normalmente, el elfo habría tomado su carruaje. Sacudiendo levemente la cabeza, con una extraña opresión en el pecho, Arávilar Ehtyarion continuó caminando, procurando no perder de vista a su hijo.