Reb

28/08/2012 15:04:14

-Tu vida en el monasterio ha terminado. Parte ahora con mis bendiciones y descubre para qué estas hecho.

Con estas palabras, el abad, que era su director espiritual, le indicaba a Leb el camino a seguir.

Había pasado su vida en el monasterio. Pero había sido un bicho raro entre sus paredes. Tenía innumerables cualidades, que hacían pensar a muchos que pronto o tarde ocuparía un puesto de responsabilidad: director de novicios, responsable de la administracion... quizá incluso abad... Era inteligente, le gustaba el estudio, piadoso y buen compañero. Era apreciado por sus consejos, su prudencia y sabiduría. Pero carecía de eso que los hombres llaman ... encanto personal. Carecía por completo de tirón. En broma el mismo Leb decía que sus hermanos no le seguían ni cuando les avisaba de que era la hora de comer.

Así, llegó a cierta edad en la que perdía el cabello y su poblada barba lucía blanca. La vida de los monjes no le llenaba por completo, así que solicitó permiso para estudiar las ordenes mayores y servir a Helm como clérigo. Todo le fue concedido, pero el abad le señalo la puerta. Y lo hizo por su bien.

-Tienes cualidades que aquí no están siendo aprovechadas e inquietudes que aquí no se pueden cumplir. Busca un señor, encuentra un lugar en el mundo que satisfaga tu espíritu. Regresa aquí cuando quieras, pero no antes de que descubras tu camino.

Y con esa idea partío.
-Debo buscar un señor que aprecie mis servicios como consejero. Un lugar en el que pueda servir a Helm y sanar a los que precisen curacion.
Leb estaba determinado, pero sabía bien que una cosa es lo que uno quiere de la vida y otra lo que la vida quiere para uno. ¿Qué cosas sucecerían en los próximos meses?

Reb

04/09/2012 00:22:06

La ciudad del desierto le desagradaba. Aunque permanecía tiempo en ella pues no necesitan de médico los sanos... Además, estaba llena de contrastes que hacían que no fuese fácil juzgar rápidamente Calim. Sí, había esclavitud, se comerciaba con seres humanos de forma pública. Las prostitutas abundaban (como en muchos otros lugares, no había que ser estúpido) pero aquí lucían su mercancía en las calles, no muy lejos de guardias. Sí, todo eso era Calim, pero también se podía encontrar un templo en el que un gran clérigo sanaba a quien se lo pedía, sin hacer preguntas y sin cobrar por ello!! Que ejemplo!! No pocas veces se había descubierto pensando en establecerse allí. Pero el dogma de Ilmater le impulsaba a ir a otros lugares. Mientras lo encontrase, la enorme biblioteca de la ciudad y el trabajo manual en la fragua le absorvían su tiempo.

Reb

20/09/2012 09:32:27

Algunos sueños empezaban a cumplirse. La disciplina extricta aprendida en el lejano monasterio de la Rosa Amarilla se revelaba muy útil. También algunas de las cosas que allí aprendió.

La diplomacia, unida a un gran tacto pero con firmeza de criterios le reportaban ahora el beneficio de poder relacionarse con muchas personas. No necesitan de médico los sanos era uno de sus principios vitales.

Por otro lado, haber pasado años copiando los libros que pertenecían a la sección de "objetos mágicos y con propiedades" hacía que sus amigos le trajesen todo tipo de trastos para que Leb los identificase. Era bueno ser alguien a quien los demás acuden cuando tienen un problema, aunque no sea de caracter espiritual o moral. Una cosa lleva a la otra, si uno es medianamente hábil.

Mas allá de esas cosas, empezaba a conocer a las personas adecuadas, así como los lugares. Darromar era un nombre que empezaba a cautivarle. Veía allí su futuro, pero no quería ni necesitaba precipitarse.
Allí conoció a Sir Leobald del Quebrado. La sintonía fue casi inmediata. Supo rapidamente que se encontraba ante un lider, alguien acostumbrado a tener mando y ejercerlo bajo unos grandes principios morales.
Sir Lucien era otro hombre de honor. Sus brillantes ojos le inspiraban paz. Ademas, parecía bien relacionado en palacio. Como siervo de Helm, el dios vigilante, sus credos eran plenamente compatibles.
Un amigo al que pudo tratar en la ciudad del sur era Bran. No hacia falta ser un genio para hacer rapidamente planes. En cuanto tuvo oportunidad, lo llevó a Darromar y le presentó a Sir Lucien. Bran era otro paladín, al servicio de Kelemvor. En la larga vida de Leb, había algunos días que estaban grabados en su memoria. El que presentó a ambos paladines era un firme candidato a serlo! !Que satisfacción! La idea de juntar a todos esos hombres bajo algún tipo de... paciencia Leb.. paso a paso....

Combatir a los no muertos había sido otro de sus proyectos. El azar le deparó unos compañeros inesperados. Buenos amigos, grandes amigos! pero movidos por intereses diversos a los de Leb. El bueno de Delal, el inquieto semielfo uno de ellos. Finwe, de poderoso brazo y la señorita Kaleanna. El barrio de las criptas en Calimport había sido el lugar de una gran batalla, que no sería la última.

Algunos sueños empezaban a cumplirse.

Reb

12/10/2012 20:26:19

Ilmater seguía bendiciendo a su siervo. Tras un intenso periodo de oración, Leb notó que sus capacidades crecían. Un inmenso don le había sido otorgado; era capaz de volver a unir el alma al cuerpo moribundo. Lleno de humildad pero también de un sano orgullo, no paraba de dar gracias.

Eso compensaba un poco la tristeza y la preocupación por la pequeña Miralwis. Tanto tiempo pasado a su lado y no haber descubierto su naturaleza auténtica, era un fracaso para el clérigo. Encontrar y sanar a la pequeña era primordial. Junto con Lucien e Isis, hablaron con el elfo Edelgar. El sí tenía experiencia en estos casos. Aun cuando sus remedios fueran naturales y no por el favor de los dioses, Leb solicitó ayudar en el ritual de sanación que haría Edelgar si eran capaces de encontrar a la niña.

Los largos años pasado en el monasterio habían sido muy tranquilos. Las relaciones personales, estables. A un día le sucedía otro, que en poco se diferenciaba del anterior y del que llegaría tras la puesta de sol. El trabajo disciplinado, el estudio de las relaciones entre los pueblos y los tratados de moral. El exigente ejercicio físico y no menos el intelectual; la constante copia de libros, que ahora le daba tantos conocimientos apreciados por sus amigos... Tantos años en apariencia oscuros se revelaban ahora muy útiles. La decisión de dejar el monasterio y entrar al servicio de los dioses, a una edad tan avanzada como la de Leb no había sido nada fácil. No pocos días se levantaba y tardaba unos instantes en reconocer donde estaba, añorando la sencillez y austeridad de su celda monacal. Pero sabía, en lo mas hondo, que estaba en el buen camino. En el monasterio se buscaba a sí mismo, ahora buscaba algo mas elevado. Pero todo lo que tenía en la mochila le ayudaba en vez de pesarle.