Sangrededragon

30/08/2012 02:38:08

Aunque había conseguido crecer entre el resto de los humanos como uno más, nunca logró pasar totalmente inadvertido, sus profundos ojos dorados lo delataron desde bien pequeño. Bran creció con su hermana y su madre en un pueblo pequeño gracias a la sastrería que dejó su marido en herencia y que ahora regentaba ella.

Pronto corrió la voz de que un niño especial vivía allí, y venían de casi toda la región para comprobar sí los rumores eran ciertos. Su madre intentaba evitarlo, pero cuando fue creciendo se hizo imposible, tenía que relacionarse con los demás, y obviamente aquellos profundos ojos no eran los de un chico normal, mucho menos cuando se ganó su apodo, "el niño pájaro", porque alguna vez le había salido una pluma, que el resto de chicos trataban de conseguir cómo un premio.

Paladines y clérigos querían comprobarlo con sus propios ojos, pero no eran los únicos. Ya le habían advertido que gente de corazón impuro trataría de acabar con su vida, porque representaba la esencia del bien. No en una ni en dos ocasiones le habían ofrecido hacerse cargo del pequeño, protegerlo hasta que pudiera hacerlo por si mismo, pero el amor de una madre no siempre hace lo correcto, aunque se haga por el bien del niño.

Así pasaron los años para Bran, en una tierra que no sentía su casa y con una gente que a pesar de ser a los únicos que conocía, no sentía los suyos. Ellos se habían encargado de que no encajara, de que nunca hubiera sentido que era su lugar, y de querer correr a encontrar su camino, algo dentro de él se lo pedía, pero su madre y su hermana lo necesitaban.

Él nunca conoció a su padre, su madre le contó lo poco que sabía de él una vez él niño empezó a hacerse preguntas, pero jamás lo vio, ni siquiera sabía si seguía vivo o ya había muerto, ni siquiera sabía que era realmente.

Bran se despertó sobresaltado al ver entrar a su madre, miró por la ventana para comprobar qué todavía era de noche. El gesto de su madre era serio y triste, avanzó rápido hasta la cama y se arrodilló junto a su niño.

- Quería creer que este día nunca llegaría, pero por desgracia mis peores pesadillas se hacen realidad - hizo una pausa para aclararse la garganta-. Por suerte tenemos amigos que nos ayudan. Debes marchar ahora, entrega esta nota en la iglesia de Kelemvor de Noyvern, ellos sabrán lo que tienen que hacer.

- Pero ¿por q... - su madre puso un dedo en los labios de Bran para que guardara silencio.
- No hay tiempo, sólo tienes que saber que vienen a por ti, porque temen el poder que tienes dentro, y no pararán hasta acabar contigo. Haz lo que te he dicho, tienes que prepararte para lo que está por venir.

- ¿Y vosotras?

- No te preocupes por eso ahora, simplemente haz lo que te he dicho, estaremos bien. Tendrás noticias nuestra pronto.

Le cogió de la cabeza con las dos manos y le dio un beso. Esa fue la última vez que vio a su madre con vida. Lo que no sabría hasta los 18 años fue el terrible destino que corrió su madre, que después de entregar a su hija a una familia aristócrata de Aguas Profundas para que la criara, tomó un barco, y en alta mar, mientras la tripulación dormía, se tiró en las negras aguas para acabar con su vida, ya que era la única manera de que no la buscaran para dar con el niño.

Según cuentan en la aldea, a la noche siguiente de que la familia partiera, muertos, sombras y otras criaturas caminaron alrededor de la casa, rompieron puertas y ventanas y no se marcharon hasta el alba.

Llevaba cuatro años entre los adeptos de Kelemvor, aprendiendo sus costumbres y creencias, y preparándose para defender al bien, pero no había dejado atrás esa sensación de ser diferente, y aunque ya no hubieran bromas ni apodos, se esperaban demasiadas cosas solo por su linaje, y no sabía si él era todo aquello que esperaban. Esas lecciones le habían preparado durante estos años para poder aceptar la muerte de su madre.

Días antes había superado la prueba de iniciación, cayendo únicamente en una de las tentaciones, fue considerado apto y nombrado paladín de Kelemvor. Así pues, como parte de la iniciación, para demostrar su capacidad de vivir sin bienes materiales, partió con unos meandros de pan, una bota de agua, diez monedas de oro, su armadura, espadón y el corcel que su maestro había estado reservando para cuándo superara su iniciación.

Con ese equipo partió, con la misión de transmitir el verdadero proceso de la muerte y ayudar a aquellos que en su camino necesitan de un guía para poder descansar en paz, sin poder imaginar siquiera las aventuras que estaban aún por venir.