Naurdin

26/02/2005 21:14:29

La figura femenina, enfundada en una armadura de cuero, se alejaba por el camino. Laeramil, sumo sacerdote de Corellon y padre de la viajera, contemplaba la partida con rostro severo. Su tunica blanca y dorada contrastaba con el verdor circundante. Daliana, su mujer, le cogió suavemente de la mano.
- Volvamos - dijo suavemente. El rostro del clérigo mostraba un atisbo de furia
- Esto es una necedad. No sé como me convenciste para dejarla partir -

Daliana se daba cuenta de que su marido se arrepentía de dejar partir a Edora, pero había hecho la promesa públicamente y un sumo sacerdote no rompe su palabra. Ella sonrió para sus adentros y condujo a Laeramil de nuevo al poblado. Y es que el bello asentamiento élfico era poco más que un poblado, por lo menos en cuanto a habitantes, aunque en belleza superaba a cualquier aldea o ciudad humana de los alrededores. Para encontrar algo comparable, había que viajar unos 50 kilómentros al norte, a LunaPlateada.
Cuando la pareja llegó al hogar, Laeramil se dirigió con paso decidido al patio privado.
- Yandrel, tengo una misión para tí

El joven elfo estaba entrenándose con su maestro de armas. Con el torso desnudo y la melena castaña oscura sujeta con una melena, practicaba las fintas con su maestro. Éste se volvió para ver quién interrumpía la sesión, pero al ver la cara de enfado del sumo sacerdote, declaró la lección finalizada y recogió sus cosas. Cuando se hubo ido, Laeramil comenzó a hablar.

- Coge enseres para viajar y sal de inmediato, debes seguir a tu hermana. A partir de ahora, su seguridad es responsabilidad tuya. No te dejes ver, pero debes protegerla de los peligros.

Yandrel no contestó inmediatamente. Enfundó el arma despacio y comenzó a ponersela camisola. Daliana, posiblemente extrañada por la partida del maestro de armas, se acercaba al patio

- No creo que sea una buena idea, padre. Edora quiere buscar su propio destino, y al parecer necesita hacerlo por sí misma
- Un paladín de Corellon no debe discutir las órdenes de su sumo sacerdote
- Pero yo soy aprendiz de paladin, padre. Me lo recuerdas cada vez que miro con deseo la salida de una expedición de paladines. Y creo que si esto es una decisión de un padre y sus hijos, la madre tendrá algo que decir....

El joven aprendiz se volvió hacia Daliana, que ya había llegado junto a
ellos. Ésta sonreía. Siempre tenía la virtud de calmar los ánimos
- Yandrel tiene razón. No podemos imponer el futuro a nuestra hija. Lo tiene que buscar por si misma, incluso aunque pensemos que se equivoque

Laeramil apretó los dientes. El asunto se le había escapado de las manos, y ahora todos se volvían contra él. La rebeldía de su hija se había comenzado a manifestar hace muchos años, pero no era la típica lucha por las normas establecidas esperable en cualquier elfa adolescente, que se pasaba en pocas décadas. No, era un rechazo "pacífico" del destino que parecía esperarle en la colonia élfica. Se le estaba haciendo pequeño ese entorno de belleza, paz y tranquilidad. Tenía alma de aventurera, y quería conocer el mundo, las otras razas. Su hermano también tenía la inquietud de las aventuras, pero su caracter era mucho más adaptable a las normas, y acató perfectamente la recomendación de no salir de la colonia hasta que no estuviera preparado.

Pero el sumo sacerdote sabía que el problema era más profundo de lo que parecía. Yandrel tenía buen corazón, quizá un poco rígido con las reglas, pero su bondad era percibida claramente para un sacerdote de Corellon Larethian como él. De hecho, esa era lo común de los habitantes de la colonia. Los elfos, criaturas de luz, encarnación del bien.

Pero Edora........
No era malvada, Laeramil lo sabía. Pero no era generosa ni solidaria. No buscaba el bien común. No es que no creyera en él. También creía en los Seldarine, aunque apenas los adoraba. Digamos que estaba más ocupada pensando en sí misma, en sus ansias de ver mundo, en soñar con aventuras. Eso era lo que a su padre más le frustraba. Durante años trató de contagiarle e inculcarle la bondad, pero no lo logró, sólo conseguía que Edora se refugiara más en sí misma. Se comportaba como los demás y simulaba sentir lo mismo que ellos, al fin y al cabo era muy inteligente, pero no engañaba a la percepción sobrenatural de su padre.
Ahora al irse, Laeramil temía por su alma. ¿Se corrompería?

Finalmente, relajó su semblante. Su esposa y su hijo tenían razón, no podía imponer nada a su hija. Si enviaba a Yandrel a vigilarla, no respetaría su decisión. Tendría que confiar en los dioses para que la proteguieran. Mientras entraba de nuevo en casa, elevó en silencio una plegaria a Corellon: "Por favor, ampárala y protege su alma inmortal"