M_v_M

08/09/2006 18:55:57

Bueno, pues aquí empiezo la historia del pasado y presente de mi PJ... tengo intención de hacerla casi tan larga como un libro...Los que tengáis ganas y paciencia, espero que la disfrutéis

[color=darkblue:23488cb4ce][/color:23488cb4ce][size=18:23488cb4ce][/size:23488cb4ce]Prólogo

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El silencio imperaba en la vieja casa de los Vállorac. Antes una familia rica y poderosa... Pero los tiempos habían cambiado... Atrás quedó aquella época en la que el matrimonio de Karhen y Anria Vállorac, eran unos adinerados en la sociedad thayina... Demasiados años habían transcurrido desde entonces, lentos y arrastrando un dolor que no cesaba nunca...

Su nueva vivienda, ubicada en un pequeño suburbio en la metrópolos de Bezantur, se veía desde fuera como poco más que una mera chabola en mitad de un barrio marginal, donde la delincuencia y el asesinato eran sus más destacados miembros...

Por dentro, el lugar no era mucho mejor... El polvo y la tierra de la calle penetraban por cada rendija de la casa, cargando el ambiente y haciendo molesto el mero hecho de respirar... Una simple mesa, con dos taburetes a cada lado, parecía ser el único mobiliario que se veía al entrar... Luego uno reparaba en que había más, pero igual de penoso... una olla al lado de la chimenea, que hacía de cocina improvisada y un par de armarios...

El silencio fue interrumpido por una grave tos, proveniente de uno de los cuartos adyacentes. Allí sólamente había una cama y una pequeña palangana para la higiene personal... Y encima de la cama, tapada hasta la cabeza, una anciana de casi sesenta y cinco años... Una mujer humana y decrépita, con los grises cabellos cayendo sobre su pálido y arrugado rostro... Era la anciana Anria Vállorac...

Se oyeron unos pasos apresurados, que se acercaban a la mujer desde uno de los cuartos cercanos. La puerta de la habitación de la vieja se abrió y apareció tras ella un hombre de edad similar a la de ella, pero al parecer el tiempo había causado en él menos estragos que en la mujer.

-Karhen, cariño...por favor...traéme más poción... -la frase de Anria se vio cortada por un ataque de tos repentino.

El pobre anciano, vestido con una miserable camisa blanca y unos pantalones marrones con una cuerda como cinturon, no pudo hacer más que asentir, con la pena dibujándose en su rostro, y encaminarse pesadamente hacia la habitación de la que había venido.

Allí únicamente había estanterías con una ingente cantidad de libros en ellas...Y en el centro de la sala, un caldero, despidiendo un humo de color verdoso que impregnaba la estancia de un olor insólito. El anciano Vállorac, tras remover un poco el mejunje con el cucharón que había dentro, vertió parte de el en un frasco vacío que recogió del suelo, donde había tantos otros recipientes.

Al volver con su mujer, ésta cogió la poción y se la bebió como si fuera lo último que tragaría en su vida... suspirando después algo aliviada por sus efectos, remitiendo cualquier posible ataque de tos. Tras hacerlo, dedicó una mirada de agradecimiento a su esposo... Pero la expresión de aquél se tornó sombría en vez de agradecida... seria y serena... Ante la incomprensión por parte de ella de tal reacción, se apresuró a decir:

-Anria...ya casi no me quedan componentes para seguir elaborando el brebaje... Y me temo... que el oro que tenemos ya...sólo nos servirá para un par de dekhanas más...

La voz del anciano retumbó en toda la casa, atrayendo la fatalidad que sus palabras presagiaban, y su mujer no pudo sino imitar su estado de ánimo... Sugiriendo lo que ambos sabían en el fondo de sus corazones que algún día sería inevitable...

-Tenemos que venderlos... -sentenció la mujer, aunque quisiera suavizar la frase-.

Karhen sabía que tarde o temprano aquél momento habría que llegar... Si querían seguir viviendo, tendrían que hacerlo...

Apesadumbrado, y sin ganas de discutir con ella una afirmación que se veía tan obvia, volvió a la habitación de las estanterías y el caldero, quedándose durante unos segundos mirando una de las estanterías, pensativo o quizá melancólico...

Suspiró de impotencia, ensimismado... E intentó recordar las palabras y los gestos... El no usar la magia nada más que para tareas cotidianas, y su avanzada edad, hacían de la realización de cada conjuro menor un desafío...

Tras varios minutos de reflexión y otros tantos otros de intentos fallidos, el anciano logró recordar el sortilegio, y la estantería se despegó del suelo por arte de magia, levitando en la dirección que el anciano mago la indicaba. Y revelando tras la supuesta pared en la que estaba apollada, un pequeño cuarto oscuro, de no más capacidad de la necesaria para albergar dentro de él a tres hombres...

Dejando de concentrarse en el hechizo, la estantería se posó de nuevo en el suelo, alejada del cuarto, en el cual el arcano se adentró. Dentro de tan perdido y oculto rincón había dos cajas de un tamaño considerable, y una túnica de color escarlata dejada encima de una de las cajas.

Con total tristeza reflejada en sus facciones, el viejo señor Vállorac contempló la vieja túnica, resistente al paso del tiempo...Único recuerdo de un pasado glorioso...Único recuerdo...junto con el contenido de las cajas...

El anciano cogió todo lo que había es ese cuartucho, volviendo a repetir el conjuro que colocó a la estantería de nuevo en su posición original. Y tras ceñirse la capa y la capucha de la entrada a su enclenque cuerpo, cerró la puerta de su hogar y se encaminó hacia el bazar del centro de la ciudad...

Por suerte, en este viaje no se produjo ningún encuentro tan común... Ningún asesino o cazarrecompensas se había cruzado en el camino del arcano, que llegaba al mercado con las dos cajas en ambos brazos, dejando su mercancia en el puestecillo de un mago marcader; un conocido de hacía algún tiempo atrás...

El bueno de Joseph dejó de atender a los demás clientes que preguntaban a gritos sobre el precio de las varitas y demás objetos mágicos que allí se vendían, para atender al señor Vállorac. Éste, taciturno, emitiendo un gruñido que se perdió entre el alboroto del bazar, posó las dos cajas en el mostrador, dando a entender que esta vez venía a vender en lugar de a comprar.

Joseph esbozó una amplia sonrisa al ver tal gesto, chasqueando los dedos hacia uno de los jóvenes ayudantes que tenía para que se ocupara del gentío, dejándole a él tiempo para dedicarse a tasar la mercancía de Karhen.

-¿Qué tal está su hija Aruna, señor? -preguntó el avispado mercader, por educación, mientras habría una de las cajas del mago.

-Se fue con su marido al centro hará un par de meses, viejo amigo... -contestó fríamente el mago, mientras miraba a todos lados del mercado, desconfiado y alerta.

Mientras perdían el tiempo con conversaciones banales, el vendedor iba ordenando todos los objetos que había en las cajas: varitas, cetros, collares mágicos, herramientas, anillos; mercancía mágica de calidad. Antes de abrir la segunda caja, le dedicó al anciano una de sus sonrisas de sabueso.

-Con que haya el mismo material en la otra caja que en esta, me conformaré... Le daré por ambas treinta mil monedas de oro, amigo...

Vállorac, en el fondo, sabía que esa cantidad era una miseria en comparación con lo que le habrían dado en otro lugar, y en otras condiciones... Pero el hambre y la enfermedad llamaban a su puerta... y debía adquirir más ingredientes para la poción que mantenía a su mujer viva...

-¿Lo toma o lo deja? -repitió el mercader, intentando mostrarse simpático.

Él cerró los sus ojos verdes, suspirando largamente, mientras asentía con lentitud...tendiendo la mano. Al rato Joseph volvió con la cantidad acordada y con un bastón, que le tendió al anciano mago, quizá arrepentido por haberle timado de tan mala manera...

Tras dar sombríamente las gracias, Vállorac se perdió en la lejanía, en dirección a otra tienda de la ciudad... Aquella fue la última vez que el mercader supo de los Vállorac...





La noche hacía tiempo que había caído sobre la ciudad de Bezantur, y el agudo mercader descansaba del día, cenando frente a su chimenea, en una de las casas más prósperas del barrio más rico de la ciudad. Allí estaba trasteando con todos los objetos mágicos del mago... Varitas que se usaban como antorchas, otras que despedían bolas de fuego, cetros que expulsaban rayos, anillos que volvían invisible a quien se los ponía...Hasta que reparó, en la segunda caja, de un objeto que quizá estaba allí por error; se trataba de un libro de cuero, rojo y cerrado por un simple candado.

Interesado, Joseph lo cogió, quitándole el polvo que habría acumulado a lo largo de los años, pudiendo leer en una plaquita dorada de su portada:

Diario de Moreese Vállorac

La letra era fina, pero algo desigual, propia de alguien que acaba de empezar a escribir o algo así... Curioso, quitó cuidadosamente el cierre, cuando tal fue su sorpresa que sonó un pequeño *click*, y un chorro de fuego salió despedido del candado, incendiándole la camisa a la altura del pecho.

El gritó que profirió fue más de asombro que de dolor, pues pudo quitarse rapidamente la prenda y apagarla con ayuda de sus botas...

(Un conjuro menor, pero aún así, que susto me he dado....)

Retomó el libro, que ya podía abrirse con normalidad, y pasó sus hojas en busca de alguna otra trampa... Al no encontrar ninguna, volvió a sentarse tranquilamente frente a la chimenea, comenzando a leer...