Fibrizo

12/11/2006 22:43:35

Primer Capítulo:

El Ascenso a Cultista

Así me llamaba mi mentor, mi maestro. No era mas que un chaval cuando empecé a recibir sus doctrinas, me instruyó en la fe Cyricista, como sólo un gran sacerdote puede hacerlo. Poco a poco, pareció apreciar mi potencial. Si, me convertiré en el Señor del Alcazar Zhentil. Nuestro Clero era joven, no había muchos creyentes originales, que siguiesen a Cyric. Yo era uno de los pocos. El Alcazar Zhentil, mi hogar, fue el sitio que vió nacer a nuestro señor. Y así nací yo; del encuentro entre mi padre, un simple porteador del culto, y mi madre, una pobre diabla, que murió ignorante. El culto se hacía fuerte en el Alcazar, todos seguíamos al principe; y entonces empezaron rumores, rumores de guerra, de herejías. ¡HEREJÍAS! ¡Aquellos que cometian herejía merecían la muerte! Nadie debe negar el poder de Cyric el grande. Se eliminaron muchas sectas, que diferían del pensamiento de nuestro gran señor Cyric. Y entonces estalló la guerra. Ése maldito de perdicion, parece que no murió en el alzamiento de Cyric como deidad suprema. Muchos de los supuestos fieles a Cyric, se levantaron contra nosotros, mi maestro onvirtió de nuevo a muchos, y muchos otros, herejes engañados por las promesas del falso dios, el señor de la tiranía, murieron a sus manos.

Yo era tan solo un chiquillo de 12 años entonces, y aún así pude ayudarle. Aniquilé a 3 herejes, que iban a atacar a traición a mi maestro (algo que habría resultado del agrado de nuestro señor). Los mas fuertes e inteligentes sobreviven, y eso hicimos. Llegó el momento, en que mi padre se puso en contra de mi mentor, mi verdadero padre. Su segregacionista secta se había vuelto contra Cyric, y su verdadero culto. Mi maestro entonces me dio mi primera misión, como recién ascendido adepto que había sido nombrado por mis trabajos de eliminación de los herejes: Matar a los herejes Dermannes y Satera (mi madre). Fue fácil encontrarlos, mi padre no se escondía demasiado, una rata, nunca se aleja de su nido demasiado como para perderlo. Y mi madre, allí estaba, durmiendo mientras mi padre se trabajaba a otra porteadora en la habitación contigua. Al verme entrar, se apresuró a ponerse su jubón, y los pantalones. La furcia aquella se quedó allí, mirándome semidesnuda.

Mi padre empezó a balbucear una excusa, cuando la espada larga que llevaba oculta al lado del camal interno de mi túnica le atravesó la garganta. Me el índice a los labios, esa furcia no devía alzar la voz. La calmé un poco, le dije que venía a acabar con un par de objetivos selectivos, que se largase. Y la muy estúpida se lo creyó. En cuanto se hubo girado de espaldas para largarse, le clavé la punta de la magnífica espada que para mi misión habia encantado mi maestro; el chasquido que sonó, me dijo que habia dado con el hueso, y debía dar una segunda estocada. No tardé mucho en acabar con el cuerpo de aquella furcia, que parecía sufrir un ataque, de tantos espasmos que daban sus piernas. Acabar con la pobre infeliz de mi madre, fu mucho mas sencillo. Una mujer dormida, y por la hinchazón de su vientre, embarazada, no representa una amenaza seria para nadie. Sentí al hendir mi espada, com una tras otra, las capas y capas de piel, músculo, y bolsas internas se rompían, se desgarraban para abrir paso a mi espada, que se hundió en el corazón de mi, seguramente bastardo, hermano no nato.

Volví triunfante, esperando una gratificación, no sólo por el excelente trabajo realizado, sino por la rapidez y destreza con que lo había hecho. Pero no fue así. Al llegar a nuestra capilla privada, noté que todo estaba mas desordenado de lo normal. Y el olor del incienso era distinto del que normalmente usábamos. Ése olor dulzón se me clavaba en la cabeza, no me dejaba concentrarme en nada. Empecé a seguir ese olor, embelesado, y al llegar a su fuente, cual fue mi sorpresa, al encontrar el cadáver de mi maestro, con un salpicón de sangre que llegaba al incensario, procediente del brutal golpe que había recibido en la cabeza. Una guantelete armado había provocado esas heridas, se veían claramente las marcas de los dedos y los pinchos a la altura de los nudillos. Eso no iba a queda así. Un Cyricista, siempre consuma su venganza; mi maestro había muerto como dictaban las normas, pero quien lo hubiese hecho, iba a pagarlo. Y mi recién adquirido rango de cultista, en sustitución de mi maestro, iba a ayudarme a ello.

Oculté un tiempo mi identidad, dejé de llamarme Karierto, y empecé a llamarme Derman, una burla hacia la memoria de mi adúltero padre; y así muchos me conocieron, antes de su muerte, y dejaba notas en nombre de “el seguidor de dermannes”, y aquello creaba muchos enemigos al culto hereje que seguía mi padre.

Continuará.