M_v_M29/01/2007 14:20:36Kailenia le pasó el mendrugo de pan. Le faltaba levadura, y quizá fuesen los restos que algún marinero no se había querido terminar.Pero era comida. El niño sonrió a su amiga cuando le hincaba el diente a lo que sería su único bocado a lo largo de todo el día. A la tierna edad de trece años, Sadwin Earalister se preguntó cuánto tiempo podrían sobrevivir su hermana y él en ese estado, y en la ciudad sin misericordia que era Luskan. Mientras los dos se maravillaban juntos al ver como el sol del atardecer se reflejaba en las aguas del puerto, a la cabeza de los dos hermanos Earalister venían multitud de imágenes del pasado. De cómo esos esqueletos entraron dos años atrás en las fronteras del pueblo. De cómo masacraron la aldea, de cómo murieron sus padres. De cómo tuvieron que salir de allí, con lo que en ese momento encima llevaban. Y era sobre todo rabia. Las posadas del camino les dieron cobijo a cambio de cortar un poco de leña, o de limpiar lo que nadie quería limpiar. Una cama caliente y un poco de comida, era lo más que iban obteniendo de taberna en taberna, hasta llegar a la ciudad de los puertos. La ciudad de los bandidos, aunque también la ciudad de las oportunidades. Si bien es cierto que día a día, tenías que jugártelo todo a una carta, allí. -Psst, Sadwin, mira... -su hermana, un año mayor que él, lo sacó del ensimismamiento. El chaval dirigió la mirada hacia donde Kailenia le indicaba. Al parecer, a alguien se le había olvidado el plato de judías en un lugar demasiado a la vista de alguien hambriento. Sadwin asintió, y al momento se levantó y miró alrededor, sin ver a nadie que reclamara el botín. Por si las moscas, como siempre, aferró la empuñadura de la daga que guardaba entre las ropas. La niña, mientras tanto, velaba porque nadie les viese, levantándose también, y perdiéndose entre el gentío de marineros y prostitutas que conformaban el puerto con olor a pescado crudo. Pero esta vez, la dama fortuna no estaba de su parte. -¡Chaval, qué diablos haces! Un tiparrón, fornido y robusto (un marinero, pensó Sadwin), le había sorprendido con el plato ya en sus manos. Por su expresión y su tono de voz, el chico comprendió que no iba a ser tan fácil salir de allí indemne. -Yo...lo siento, crei... Sólo salieron de su boca esas cuatro palabras, luego, vió las estrellas con demasiada nitidez. Sadwin cayó al suelo empedrado de espaldas, tal fue el puñetazo que ese gorila le sacudió. Las judías se volcaron sobre su cuerpo, quedando el plato roto al lado de él. -¡Voy a enseñarte a no robar la comida, sucia rata! Mientras pataleaba por soltarse, el gigante alzó al pícaro por las solapas de la vieja camisa, a un metro del suelo, mientras le miraba con furia, pensando en qué mejilla abollarle primero. Kailenia, mientras tanto, observaba horrizada, caminando hacia su hermano, como tres hombres más, amigos del marinero rabioso, se acercaban a ver qué pasaba y a quién había que enseñar la justicia de los puertos. No tardaron en llegar, entre risas, junto a su amigo y el pobre Sadwin, que estaba cogido por la cabeza. La mano del fortachón la aferraba como si de una sandía se tratase. Una sandía a punto de reventar. -¡Suéltame! Lleno de ira, y viendo que se acercaba la paliza de su vida, al muchacho ya le daba igual ocho que ochenta. Sacó de un rápido movimiento la daga de la camisa, y propinó un corte a ciegas, que justamente incidió en la muñeca del marino. La sangre manó como si de un río se tratara, y el joven Sadwin cayó al suelo, sin la daga, que había quedado clavada firmemente en la mano que lo sujetaba. -¡Maldito hijo de perra! Armario Jackie, que era como le apodaban sus compañeros, dio un paso atrás, quitándose como pudo el arma de la herida, y avanzando después hacia el muchacho en el suelo tendido, con intenciones de rebanarle el pescuezo y acabar con el tema. Pero otra daga se hundió en su espinilla, y cayó al suelo, cagándose en la madre de aquellos dos chavales, mientras Kailenia corría a ayudar a su querido hermano. Grande fue la sorpresa de Armario Jackie cuando los amigos que venían en su ayuda no hacían sino reírse del incidente. -¡Pero no os riáis, cabrones! ¡Cogedlos! El capitán Stross, al mando de toda la tripulación del Marfil Oscuro, mandó a los otros dos hombres que se ocuparan de las heridas de su descerebrado pirata, que yacía retorciéndose en el suelo, maldiciendo más que respirando. Y se acercó a los hermanos Earalister, sin perder la sonrisa. Ellos lo miraban desde el suelo, con la rabia en los ojos, y con la certeza de que no podrían librarse de ese tipo a puñetazos, pues las armas se habían quedado clavadas en el Armario. No pudieron hacer nada, sólamente retroceder arrastrándose un par de metros, mientras el viejo pirata desenvainaba su sable. Era tal la confianza en sí mismo que ese hombre irradiaba, que les tenía inmóviles en suelo. Esperando el golpe que acabara con sus vidas. Y se hizo la oscuridad. Tres minutos más tarde, los otros dos piratas llevaban a Armario Jackie, aún entre risas, al interior del navío, mientras que el Capitán Stross los seguía con los dos hermanos, uno a cada hombro, como si fuesen sacos de patatas, inconscientes tras sendos golpes con la empuñadura del sable. El viejo pirata no dejaba de reír mandíbula batiente, orgulloso por la osadía de los que serían sus dos nuevos muchachos a bordo. Un bonito par de piernas y de tetas, y un futuro corsario más para sus filas. Sólamente un guardia luskanita se acercó, a ver por qué tanto revuelo y conmoción en aquella parte del muelle. Pero al ver al Capitán Stross, y al Marfil Oscuro, dio media vuelta. Consciente de lo que le esperaba si osaba alertar del suceso. Consciente de lo que le esperaba si admitía haber visto algo. |