Kentara

25/07/2009 09:18:06

Cuando las primeras sombras proclamaron la llegada de la noche y el retiro definitivo -un dia más- del Orbe de Fuego, Herur se sentó de nuevo sobre su sillón de madera. Recostado sobre el mismo inclinó la cabeza sobre el dedo índice de su mano derecha que se erguía con firmeza y permaneció del mismo modo durante un buen rato, en el silencio más solemne.

Estuvo buscando las palabras diez o quince minutos, finalmente los músculos de su estómago se tensaron y recuperó la postura sobre la mesa con los codos clavados en la misma. Miró a la izquierda y a la derecha, y tras hacer un hueco en el escritorio apartando papeles y libros dispuso sus armas para esta batalla -nuevo papel comprado en el bazar al que se estaba convirtiendo en su gran proveedor, un tal Dnaar, y un frasquito de tinta con una pluma de ave-.

Mojó la pluma y se cuidó de no manchar el papel con las primeras palabras, lo que escribió sigue aquí:



[i:c75459bb43]-Hoy Tymora me ha sonreído y me ha estrechado entre sus brazos, he sentido su cálido abrazo no como lo siente un hombre ante una mujer sino como lo siente un hijo ante una madre. Hoy la diosa de la fortuna ha creído oportuno que la moneda que se había lanzado al aire acabase por caer contra el suelo de canto y así permaneciese tras varios botes.

He de decir que fue una locura, de todos modos esto es lo que sucedió:

Me encontraba en la Joya del Desierto, tras las imponentes puertas de la ciudad frente a los puestos comerciales y las mesas de trabajo. Recuerdo perfectamente la situación porque era la misma que se daba a diario sin descanso -incluso cuando se pone el sol- pues esta es la ciudad que no duerme. Los tenderos atendían a los interesados que intentaban regatear los precios de las mercancías, algunos empresarios supervisaban la buena dirección de sus negocios, otros comerciantes se acercaban con la ayuda de varios peones cargando con cajas repletas de frutas, verduras o telas. Los artesanos herreros trabajaban al calor del fuego, golpeando con sus martillos el metal ardiente ahora maleable. Algunos ebanistas trabajaban la madera, dando forma a objetos de decoración muy valorados como estatuillas de diferentes deidades pues la escased de árboles en el desierto hacía de la madera un bien muy preciado. Otros hombres y mujeres trabajaban las telas, cosiendo cortando y tiñéndolas en baldes llenos de líquidos con fórmulas bien estudiadas de mezclas de tierras para dar con los colores deseados.

Allí estaba yo, junto con Viktor y Noelia -dos recien llegados a los que había conocido poco antes- conversando a cerca de la Academia de Magia, cuando tras dos carromatos tirados por camellos apareció un grupo de tres medianos con mucha prisa que se perdieron entre el gentío en dirección al Gran Bazar. Sepa el lector que no tengo nada en contra de tal noble raza, pero los medianos calishitas tienen una peculiar afinidad con los asuntos extraños asique decidí seguirles.

Viktor y Noelia me acompañaron, los medianos dieron vueltas por el Gran Bazar cambiando de dirección continuamente -sin duda parecían desorientados- y acabaron por preguntar a alguien en dónde podrían encontrar la entrada al barrio del Khanduq, lo preguntaron así, en voz alta... algo no encajaba. Tuvimos que disimular varias veces, me agache a tomar agua o a sopesar la calidad de algunas frutas fingiendo estar interesado, finalmente los medianos volvieron a echar a andar hacia uno de los callejones del Gran Bazar.

En el callejón nadie supo ayudarlos, curioso por qué descubriría me ofrecí a guiarles hasta el Khanduq siguiendo la red de vias que los más ágiles usaban para viajar entre los tejados de las casas hasta llegar al borde de una que daba de lleno con el afamado bario. Allí los medianos agradecieron el gesto y se alejaron. Tuve que repartir cuatro pociones de invisibilidad entre mis acompañantes y haciendo uso de mis conjuros asi como del anillo de invisibilidad seguimos a los medianos desde lejos...los muy pícaros habían previsto todo y también tomaron sus respectivas pociones, sin embargo mi dominio de las artes me permitía verlos aun así.

Recorrimos las calles esquivando a los borrachos, los gitanos, los pordioseros, los tenderos de algunos puestos de comida y otros hombres que por sus gestos y movimientos acostumbraban a ocultar cosas. Seguimos a los medianos hasta a una casa, hice bien en apuntar su situación en mi cuaderno de notas porque al poco tiempo salieron y se dirigieron a la Ficha de Cobre -afamada taberna del Khanduq-.

Avisé a mis acompañantes para que se quedasen fuera, disipé mi magia me retiré la capucha y entré disimuladamente al lugar. Esquivaba con educación a las camareras que llevaban sus bandejas repletas de bebidas y comidas, así como a los clientes que por allí rondaban -muchos de ellos medianos, a decir verdad-. Pedí algo al tabernero, en realidad no recuerdo qué me dió porque no di ni un trago... aunque sí intenté disimularlo. Juraría que no levanté sospecha alguna y pude sentarme en una mesa vacía, muy cercana a uno de los tres medianos y a uno de los taberneros.

Ciertamente no entendí nada en absoluto de aquello, los nombres me eran ajenos. Ese mediano se llamaba Sandy -un curioso nombre para un mediano y además calishita, aunque a estas alturas ya no estaba seguro de que fuese de la ciudad...tan siquiera de la región- y era primo de alguien a quien buscaba creí entender, alguien llamado Zehir; Dijo también que le esperaban y pidió la llave de su habitación entregando a cambio una bolsa bien atada, tan pronto como la conversación empezó así finalizó y los medianos traspasaron una puerta custodiada.

En aquel momento creí que podría hacerlo, que estaba preparado e incluso que sería tarea fácil... ingenuo de mi. Me acerqué al tabernero preguntandole por el mediano, me inventé una treta para justificarlo... al no quedar habitaciones libres comenté que quería hablar con el mediano para pagarle por la habitación y sin embargo no funcionó, el tabernero se limitó a decir que no conocía a ningún mediano "¿mediano?¿qué mediano?" en fin... pero más iluso fuí cuando recordé las palabras de la maestra Isabella que decían algo así como que, en una ciudad tal el dinero compraba todo, ofrecí una decente suma así como unas cuantas joyas y un precioso kurki ornamental de cuatro runas. La expresión del tabernero cambió y me miró, enseguida adiviné sus intenciones pero me lo confirmó preguntandome por mis botas... me desprendí de ellas y se las entregué, calzando mis antiguas sandalias que tantos años me habían acompañado.

Entonces le pregunté, "¿bueno y ese mediano donde puedo encontarlo?" (...) "¿Qué mediano? no conozco ningún mediano".
Ese tabernero me estafó, guardó las cosas y cuando le pedí que me las devolviese dijo que no le había dado nada... no hizo falta insistir demasiado para verme rodeado de varios medianos con las manos acariciando sus dagas. Miré a todos lados y creo que en aquel momento temí mucho por mi vida, me disculpé y me alejé tranquilamente hacia la salida, esperando que ninguna voz se alzase más que otra y me ordenase detenerme.


Por suerte para mi, ahora puedo escribir esto que quedará para la posterioridad, ninguna voz se alzó más que otra y pude salir de allí.
Aunque la humillación aún recorre mi mente y mi orgullo está herido, pero adjunto una cita aquí que me alivia en estos momentos:

< No hay que enfurecerse con las cosas, porque a ellas nada les importa. >[/i:c75459bb43]