Kamul

17/04/2005 21:41:16

La luz de una nívea hoguera. El gélido hálido de las montañas, que acaricia mi cabello, y hace acumular la escarcha en éste. La luz de un moribundo sol que ahoga sus últimos rayos en el horizonte, crepúsculo que augura el fin de un principio, y el principio de un nuevo ciclo. Y sobre todo, el saludo al nuevo astro que se emplaza en el estrellado cielo. El profundo y místico aullido del lobo. Canto de guerra y de gloria al mismo tiempo. La voz del cuerno de guerra de los dioses de la Naturaleza, que, furibundos con la manipulación a la que se hayan sometidos por los pueblos "civilizados", empuñan sus más crueles armas contra aquellos intrusos que osan mancillar sus dominios aún vírgenes. Sólo nosotros, los hijos de la Tierra, los que aún oímos su voz en el viento y en la tierra, los que aún la vemos en el susurro del arroyo y en el musgo de la corteza del roble, sólo nosotros hemos recibido el permiso y derecho de la Madre Tierra para hollar en su seno, para obtener descanso y refugio en este santuario de las montañas. Por desgracia, aquí, demasiado a menudo, olvidamos los principios de ese pacto que con ella realizamos, en un tiempo que ahora se antoja demasiado lejano. Nosotros mismos recaemos demasiado a menudo en las mismas faltas, y en los mismos errores. Hace demasiado tiempo que la ira nos cegó, demasiado ha de las guerras y los enfrentamientos por el control del territorio, muy pronto olviamos que la tierra no pertenece a nadie, sino que nosotros pertenecemos a ella. Y, no sin vergüenza, debo admitir que mi tribu no era una excepción.

La Tribu del Lobo Rojo ha sido una de las más beligerantes del territorio que llaman el Valle del Viento Helado. Cuentan las leyendas que nuestro primer gran antepasado, Lhor-To, fue engendrado por un lobo y por Khualli, la Diosa-de-las-Mil-Formas. Nadie puede saber hasta qué punto ciertas leyendas son ciertas o no, pero está claro que nuestro primer antepasado tomó buena parte de su espíritu y ardor guerrero de ese poderoso animal, señor de las bestias, poderoso espíritu de las gélidas montañas. Los miembros de la Tribu del Lobo Rojo, al igual que estos animales, poseen un fuerte sentido del territorio, y luchan con fiereza y determinación. Sin embargo, no poseen la característica brutalidad de muchos de nuestros enemigos, sino que, como los lobos, saben cazar en manadas, saben coordinar sus movimientos y seleccionar a la presa astutamente. El orgulloso espíritu del Lobo Rojo hace arder sus corazones y les otorga fuerzas casi sobrehumanas para emprender con éxito las hazañas de gloria en el duro territorio del Valle del Viento Helado. El problema es que siempre hemos sido muy pocos, relamente demasiado pocos para hacer fretne a tantas amenazas, pues durante mucho tiempo no han sido sólo las otras tribus, sino también los crueles gigantes de la escarcha y los ettins nuestros enemigos, y estos últimos, sin duda los más peligrosos, pues su parca inteligencia parece verse sustituída por una obsesión por arrasar todo cunato se encuentran en su camino.

En esas circunstancias, y hace ya muchas lunas de esto, me encontraba yo, un joven muchacho aprendiz de druida, elegido para ser adiestrado en los caminos del espíritu, en un pueblo de guerreros. Mi maestro pudo enseñarme mucho, y gracias a él me siento afortunado de poder oír y escuchar a la Madre allí donde esté. Fue además mi maestro quien me decía que mi tribu se estaba equivocando, que cada día escuchaba menos al Lobo y sólo se dejaban llevar por la Ira. "El Lobo aprovecha el poder de la Ira para destruir a sus enemigos", me dijo, "pero sin el poder del Instinto para controlarla, ésta se convierte en destrucción sin más. Ésa es la línea que separa al hombre de la bestia".

Sin embargo, no cambiarían para mí las cosas hasta aquel extraño día. El día en que tuve mi más extraño sueño. Estaba sediento. y ante mí se imponía un enorme lago de sangre. El rojizo líquido fluía en torrentes a través del valle, sacudía la tierra en oleadas cálidas y profundas. Bebí de ella. Sentía en mis venas un nuevo ardor. Aquella sangre era la de miles de criaturas distintas. Miles de animales, seres, que se fusionaban en uno solo. Cuando bebí de aquella sangre, un nuevo pálpito encendió mi corazón, un fuego que forjaba un nuevo molde dentro de mi cuerpo. Aceptaba ser uno, y miles. Me había bebido a los espíritus, que ahora se instalaban cómodamente en mi interior, cada uno de ellos dispuesto a otorgarme nuevas fuerzas. Y lo primero que recuerdo de todo ello es que alcé la cabeza. Por encima de mí, el ardiente Sol me iluminaba. Y entoné un canto de gloria a él. Pero no fue mi voz lo que salió de mi garganta. Fue un aullido. El aullido de un lobo.

Cuando desperté, me di cuenta de que estaba muy lejos del lugar donde me había echado a dormir. Y que me estaba desplazando a cuatro patas. Intenté ponerme en pie, pero me fue imposible. Y fue cuando me acerqué a un lago para tratar de beber, cuando percibí mi verdadero aspecto. Cuando vi al mismísimo Lobo Rojo que había cobrado forma en mí. Y fue entonces, estando yo presa del miedo y la incomprensión, cuando mi maestro pudo aparecer a tiempo. Y felicitarme, por haber despertado dentro de mí un valioso don, que muy pocos en mi tribu habían podido poseer. El don que la madre de nuestro antepasado, Khualli de-las-Mil-Formas, había transmitido a su legado.

No sin un gran esfuerzo, logré recuperar mi forma humana. Le narré mi sueño. Mi maestro me explicó entonces que, sin lugar a dudas, yo debía ser un pariente muy directo con el linaje de Lhor-To, pues como acababa de demostrar, y a juzgar por mis palabras, por mis venas corrían miles de sangres, y un espíritu. Me dijo, no obstante, que a partir de aquel día, el territorio de la Tribu del Lobo Rojo ya no era un lugar seguro para mí. No lo entendía; si era cierto que yo había heredado el don de la Madre del Primer Ancestro, ¿por qué iban a querer rechazarme? Mi maestro me repitió, entonces, que la Tribu del Lobo Rojo había cambiado demasiado desde entonces, y que ahora sólo la Ira y la incomprensión ordenaban sobre sus corazones. Si les enseñaba abiertamente mi don, seguramente me hubieran tomado por mago, o afín a éstos, y me hubieran dado muerte sin contemplaciones. Me dijo, no obstante, que ahora que podía llevar mil vidas en una sola, no echara raíces en una misma tierra. Después de todo, el espíritu del Lobo es también un espíritu libre. Y así pues, me aconsejó que partiera, que dejase muy atrás los dominios del Lobo Rojo, tribu abocada a su propia caída, y que mi mente y mis ojos se abrieran a nuevos horizontes. No sin pesar, le di profundamente las gracias por sus enseñanzas, y tomando apenas los equipos más necesarios e indispensables, abandoné las tierras de mi tribu, sin una despedida, sin un adiós. Desaparecido como si nunca hubiese existido.

Y ahora, un nuevo mundo se abre ante mí. Una gigantesca planicie, que aguarda a ser explorada. Pero sé que no estoy solo. Junto a mí, el Lobo y la Madre Naturaleza me guían y me sustentan, en los momentos de mayor apuro. El cielo es mi mapa. Y ahora, sin dejar de lado a la que siempre ofrece su consejo y su protección a quienes le son más cercanos, yo mismo me he convertido en mi maestro.

Mi nombre es Avedis Ojo-Sombrío, de la Tribu del Lobo Rojo.

Joganth

20/04/2005 16:53:18

Mes gusta mucho, si señor.